Diego Armando Maradona,
el sueño del pueblo argentino
Por Chiqui González
¿Cuántas palabras caben en un gooooolllll, largo, ronco, éxtasis de asombro luminoso?
¿Qué le pasa a un país cuando ese gooooollll es gritado con dolor, gloria y un amor infinito, por un pueblo huérfano, apasionado y loco?
Hay tantas fotos, tantos gestos, tantos cuerpos en su único cuerpo que uno no sabe si buscar al pibe de Fiorito, al sobreviviente de todos los bordes, al cometa del fútbol mundial. Uno no sabe dónde está, se ha desparramado, ha invadido la memoria de los argentinos y es lo que sucede con el mito. Es de todos o es de nadie. Inútil que la familia pretenda una despedida íntima, privada de pueblo, privada de miles de pelotas y camisetas que hacen bulto sin el tórax, sin la fe, sin la carrera hacia una cancha lejana, temida por él y por todos.
El altar de Argentinos Juniors, en la Paternal, muestra estampitas, copas del mundo de insolente plástico, flores, velas y la marea humana se saca la camiseta que lleva puesta y la pone prolijamente sobre las baldosas de la vereda. Todos aplauden y los desvestidos del ritual se quedan desnudos de todo lo que son. Le dejaron al Diego su piel morena, mientras los cartelitos dicen “gracias por la magia” y yo sonrío por primera vez. Apareció la magia, al fin, como un regalo colectivo que no se entrega, que resiste a las palabras “sustentable”, “desborde”, “gran jugador”, “vida controversial”. La magia de un bailarín de potrero, de un muchacho liviano enamorado de la pelota, la magia de hacer lo imposible con su humanidad, inteligencia corporal, saber en acto, maravilla irrepetible de poner en el césped la felicidad de todos, la alegría y los sueños.
En Argentinos Juniors, los jugadores quietos en su lugar de juego y las gradas con fuegos artificiales, cantidades de triunfo, esa cosa de los rituales populares que giran sobre sí mismos y a las 10 de la noche, toda la Paternal llena de aplausos para el 10.
Si miramos de afuera es un grito, no un entierro o nadie se dio cuenta que no estás. Cuando la muchedumbre se hace oír no habla de tu muerte, canta el sueño interminable que le diste.
Eso sí Diego, vos estabas solísimo en la muerte, ni la hora sabemos en que decidiste partir y el parte médico es tan oscuro que se vuelve un desafío a tu transparencia.
En la Rosada pelean por las “puertas especiales”, la hinchada de Gimnasia quiere que le hagan una puerta propia y un millón de personas se quedaron en la cola, llorando con los gases. Los padres con los hijos que nunca te vieron jugar, los bebés a cocoyito, la mujer que fue en lugar de su marido recién enterrado. Pocas veces Argentina tuvo una muerte tan muerte. Por supuesto terminó sin despedida. Velorio interrumpido como era de esperar, desmadre en la Rosada y la cola desesperada sin mirarte.
No te dejan morir y pocos se dan cuenta de quién está en ese cuerpo muerto ¿Esta muerte es pública o privada?
Cuando el mito parte en el 2020, en el medio de la pandemia, un nudo se desata y los ríos de nuestras vidas quedan separados y sin sentido y tu ataúd llora “contame tu condena, decime tu fracaso”. El país desintegrado, la prensa endurecida de golpe por si acaso y tu camiseta de cebollita sobre el cajón con los pañuelos de madres y abuelas como te lo merecías. Pero todo perdido, menos el ritual inconcebible de tu danza redonda, redonda tu memoria, y todo el fútbol del mundo, redondo como nunca.
Es delicado perder a Maradona y que su muerte no sea de la azul y blanca, que de golpe se lo lleven a un cementerio lejano, sin que nadie haya llorado todavía. Es delicado no entender de quién es ese cuerpo y sus milagros. Es peligroso no entender los sueños colectivos y dejar que las heridas se superpongan en nuestra única piel. El mito es poderoso y sutil, una máquina de hacernos argentinos, un susurro posible para pensar que no todo está perdido. Por eso no debió ser así, sin despedida, cuerpo de pocos, nación de todos. Esperanza de gloria hasta en el final como si el viaje recién hubiera empezado. Lo simbólico debería ser cuidado con delicadeza y ternura porque es invisible pero nos hilvana, nos recrea, nos hace renacer sin pretenderlo. No cuidamos el hilo, no pedimos perdón, no privilegiamos lo colectivo, no dijimos adiós.
Y aquí estamos, amaneciendo su ausencia, preguntando cuándo vamos a abrazarte, a pedirte disculpas por exigirte tanto, a regalarte millones de pelotas, de banderas, de recuerdos ¿Cómo y cuándo se agradece la magia en nuestras vidas? Tiene razón el Negro Fontanarrosa, ¿cómo te devolvemos la luz que le diste a nuestra existencia? ¿Cómo se agradece el don de unirnos, de conmovernos, la capacidad de ponernos en el mundo, la felicidad intensa de un país entero, de hacernos visibles, devolvernos el pulso del corazón e invitarnos a volar sobre la pura tierra, sobre la dura tierra? Esa fue tu mágica aventura, hacernos livianos pero fuertes, hacerte inolvidable debería servir para que los argentinos crezcamos y respetemos tu memoria ¿Te acordás cuando gritamos el gol contra los ingleses, o cuando charlé con vos en aquel avión cubano, el día en que te pedí perdón y vos lloraste?
Y aquí estamos, desaforados, quebrados, mostrándote a nuestros hijos, deseándote una vida doble para que seas feliz. Te amamos Diego, siempre buscaste amor y te fue esquivo. O pediste demasiado después del partido. Te amamos dulcemente, amamos tu cuerpo solitario y mientras millones te rodeamos, vos nos rodeas a todos porque al fin sos y serás nuestro, serás el sueño del pueblo argentino.
Con pasión y respeto.
La autora es gestora cultural, fue ministra de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe y secretaria de Cultura de la ciudad de Rosario