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Cultura

Esta noche toca Charly (2): el genio en sus años turbulentos, revisados con amor y rigor

“¿Qué fue Say No More?” es la pregunta que abre el texto de contratapa del segundo tomo de Esta noche toca Charly, de Roque Di Pietro (1973, Marcos Juárez), publicado por Gourmet Musical, que analiza el período 1994/2008 en la carrera del artista. A continuación, se esbozan dos respuestas, también bajo la forma de interrogantes: “¿La etapa en que, tras dos décadas en estado de gracia, a Charly García se le agotó la nafta? ¿O es la ofrenda del artista que hizo todo lo que un músico pop puede hacer en un país como la Argentina, y, finalmente, en el más estricto sentido de la expresión, logró liberarse?”.

Sigue siendo difícil arribar a una conclusión sobre el período más anárquico y revulsivo de uno de los compositores centrales de la música popular argentina del siglo XX. Lo concreto es que a partir de La hija de la lágrima (1994), García abandonó los procedimientos tradicionales de composición y grabación —que manejó como nadie en el rock argentino—para lanzarse hacia lo desconocido en una búsqueda desenfrenada.

¿Qué buscaba García? Di Pietro arranca su libro con una certeza: la idea Say No More —materializada en el álbum del mismo nombre publicado en 1996— fue el vehículo que Charly inventó para encarar la metamorfosis más profunda de su carrera y, al mismo tiempo, dinamitar la posibilidad de convertirse en uno de esos artistas que trabajan de clásicos, interpretando una y otra vez las mismas canciones y entregando lo que el público espera de ellos.

Claro que el procedimiento elegido —rodearse de músicos que rozaban el amateurismo, consumir cantidades demenciales de sustancias y pensar su música como un eterno work in progress— hizo que sus discos, antes concebidos como artefactos inmaculados, capturaran ese estado de deriva insomne en busca de una perla, que podía aparecer o no.  

…la idea Say No More fue el vehículo que Charly inventó para encarar la metamorfosis más profunda de su carrera y, al mismo tiempo, dinamitar la posibilidad de convertirse en uno de esos artistas que trabajan de clásicos…

El primer volumen de Di Pietro abarca el período 1956/1993, y el segundo comienza en 1994 y termina en 2008. Estos años son recordados por los escándalos: García podía ofrecer recitales bochornosos, tirarse desde un piso nueve a una pileta de natación a medio llenar, ser detenido tras trompear a un fotógrafo desubicado en Rosario… la lista de episodios es larga y Di Pietro desglosa cada uno de ellos. 

Pero eso que se recuerda no es lo único que García, que acaba de cumplir 70 años, hizo en la etapa mencionada. También ofreció conciertos magistrales de tres horas de duración, grabó discos desprolijos y anárquicos que contienen algunas de sus canciones más hermosas y, dato crucial, renovó su público como ningún otro artista del rock argentino.   

El trabajo de Di Pietro es extraordinario. Con amor de fanático y rigor periodístico, además  de relevar y analizar cada concierto y aparición pública del artista, señala las influencias que marcaron este período de García, un tema de importancia capital porque estos fueron los años en los que el músico comenzó a incorporar de manera voraz, en sus discos y conciertos, canciones de algunos de sus héroes —Los Beatles, Los Byrds, Los Rolling Stones, Pete Townshend, Joni Mitchell y Neil Young, entre muchísimos otros— para interpretarlas como covers o para transformarlas en nuevas composiciones, como es el caso de “Influencia”, un original de Todd Rundgren que García convirtió en un clásico del rock argentino de comienzos de este siglo. Di Pietro también examina con lupa la manera en que la crítica musical recibió cada disco y concierto del autor de “Eiti-Leda”. Y recorre con detalles escalofriantes el catastrófico período previo a la internación de 2008, con García quebrado psíquica y económicamente. 

A la pregunta que abre esta nota hay que sumar otras: ¿es este libro el segundo tomo de una enciclopedia? ¿el volumen dos de una biografía psicodélica? ¿la conclusión del trabajo más detallado y riguroso que se haya escrito sobre García? En los tres casos, la respuesta es sí.

Di Pietro conversó con Suma Política y habló de su amor por la música de Charly García. También ofreció detalles de la investigación que realizó para escribir el segundo tomo de Esta noche toca Charly.   

¿Cuándo y cómo comenzó tu amor por Charly y su obra?

—En 1985, cuando tenía 12 años, mi mamá me regaló el casete de Piano bar. Supongo que a esa altura ya conocía algunas canciones de Sui Generis y Serú Girán que circulaban en mi casa por mi hermano mayor. En noviembre de 1987 vi uno de los shows con que presentó Parte de la religión en el Gran Rex. Digamos que en esos años se cocinó la cuestión. 

¿Cómo conseguiste esa cantidad increíble de grabaciones de Charly en vivo?

—En el siglo pasado había un circuito donde se conseguían esos materiales: el Parque Rivadavia, las disquerías de las galerías de la avenida Cabildo cerca de Juramento, la célebre carpeta de la disquería Transilvania en la avenida Santa Fe (allí conseguí hasta filmaciones de entrevistas con Charly), el intercambio con otros fans… Luego, la aparición de Internet visibilizó a algunos dealers (había uno muy conocido en Rosario que operaba en charlygarcia.blogspot), y por mi cuenta fui grabando en tiempo real y en decenas de VHS todas las intervenciones televisivas del artista, aproximadamente desde fines de los 80. Luego apareció YouTube.

¿Cómo organizaste el trabajo de recopilar las grabaciones de los conciertos, las notas periodísticas publicadas en diarios y revistas, y las apariciones televisivas de Charly?

—Primero organicé cronológicamente mi archivo gráfico de Charly García: kilos de diarios y revistas puestos en folios, año por año. Luego fui a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional a cubrir los enormes baches que la organización de mi archivo dejó al descubierto. Luego digitalicé todas las grabaciones y las ordené en orden cronológico. Luego volví a ver todos los VHS que había grabado en más de 20 años y catalogué su contenido para regresar a ellos con más detalle, especialmente lo que no estaba disponible en YouTube. Con todo eso ordenado y las casi 100 entrevistas que hice especialmente para el libro, empecé a escribir.

¿Cuánto tiempo te llevó escribir el libro?

—Ambos libros, es decir el tomo 1 y el tomo 2, me demandaron unos diez años. Digamos que siete el primero y tres el segundo, cuya realización fue más veloz por la pandemia y el encierro, de este autor y de las personas que necesité entrevistar.

Di Pietro: “Creo que Charly García merecía una reflexión mayor que la que cualquier otro artista pop para entender lo que pasaba en sus conciertos. Fotografía: gentileza Gourmet Musical

El libro tiene un gran atractivo en la manera en que rastreás el origen de las canciones compuestas en aquellos años. Digo esto porque Charly le dio forma a esas canciones sobre el escenario, como si fueran un permanente work in progress. Él denominó este procedimiento “constant concept”. ¿Podés explicar los lineamientos centrales de esta idea? 

—El “constant concept” parece ser pariente cercano del “conceptual continuity”, una idea postulada por Frank Zappa para apreciar y entender su obra como un todo y no como fragmentos (discos, shows, entrevistas, apariciones en TV) aislados y desconectados unos de otros. Desconozco si Charly conocía la existencia del “conceptual continuity”, pero el “constant concept” parece ser su versión porteña y garciesca: no había que tomar, por ejemplo, al disco Say No More como una entidad autónoma sino que había que ponerlo, primero, en el contexto de su obra pasada, hacerla dialogar con Sui Generis o con Clics modernos. De hecho la portada de Vida, de Clics y de Say No More parecen estar conectadas por un hilo invisible. Y luego había que completar la audición de Say No More con la lectura de las entrevistas al músico, sus intervenciones en TV y hasta su frustrada presentación en directo en el teatro Ópera. De esa manera se podía asimilar mejor esas canciones tan disruptivas. Por otro lado, el “constant concept” también puede referir a la obsesión de Charly García en esos años por estar la mayor parte del tiempo enfrascado en su música. No por nada aniquiló la vida social, eliminó la separación entre lo privado y lo público. Subir al escenario era una continuación lógica y natural de su vida cotidiana en su departamento de Coronel Díaz. Es decir, él mismo, no importa dónde estuviera, se convirtió en su obra maestra.

En el libro analizás la manera en la que la crítica examinó la música de Charly de los años Say No More. Hay una cita excelente de Oscar Cuervo, que dice que a Charly le faltó un crítico que lo entendiera en sus propios términos. ¿Cómo evaluás la recepción de la obra de Charly por parte de la crítica de aquellos años?

—Eso lo escribió Oscar Cuervo en una revista under que él mismo dirigía, La Otra. Fue en una nota de 2004 luego de una serie de shows en Obras. Me pareció muy interesante esa idea, que Charly García, en el período Say No More, no tuvo quién lo pensara, que los críticos —en su gran mayoría— utilizaron con García el mismo sistema de ideas que usaban para comentar y sacar conclusiones sobre Babasónicos o Los Auténticos Decadentes o la nueva temporada de un programa de televisión. Yo creo que Charly García merecía una reflexión mayor que la que cualquier otro artista pop para lograr entender o describir lo que pasaba en sus conciertos o en sus discos. El horroroso método de puntuación con clarines, estrellitas o números, como si hubiese que calificar la actuación del arquero de Atlanta. No se puede aplicar ese método para decir si Say No More o sus conciertos eran maravillosos o un bochorno. Creo que la crítica se perdió una gran oportunidad con Charly García en esos años: un tipo con un pasado de oro (tranquilamente podemos decir que pasó 18 años en estado de gracia, desde 1972 a 1990) que estaba haciendo lo imposible por salirse del bronce al que todo el mundo quería condenarlo.

Cuando presentaste el libro en Rosario dijiste algo que pinta a la perfección al Charly Say No More: un tipo desesperado por tocar. ¿Por qué creés que García hizo tantos conciertos en ese período, a veces en condiciones pobrísimas en cuanto a técnica?

—Es un gran misterio eso. No debe haber en el mundo nada parecido: un músico con semejante trayectoria que no tiene problemas en tocar con lo que haya y con quien sea. Los rosarinos lo saben bien. Por otro lado, también era un músico desesperado por grabar: el libro rebalsa de testimonios de músicos e ingenieros que pasaban días y noches en el estudio, con Charly grabando hasta en la instancia de mezcla de los discos. Con respecto a la idea de que Charly hizo muchos conciertos en aquella época, habría que decir también que durante 1994, 1995, 1996, 2007 y 2008 tocó muy poco, en relación la alta cantidad de shows anuales que solía hacer. Y las situaciones de “pobreza técnica” de sus conciertos tienen más que ver con su período under, entre 1997 y parte de 1998, con after-shows o apariciones suyas en conciertos ajenos más que conciertos formales suyos. Pero es cierto que Charly podía subir a tocar con músicos totalmente desconocidos, sin ensayo previo y con instrumentos domésticos: ninguna celebridad de este país haría eso.

“No debe haber en el mundo nada parecido: un músico con semejante trayectoria que no tiene problemas en tocar con lo que haya y con quien sea. Los rosarinos lo saben bien”

En los recitales de aquellos años, era llamativo ver cómo el viejo público de Charly era reemplazado por adolescentes que lo adoraban como a un dios. ¿Por qué esos chicos y chicas de quince años se volvieron fanáticos de Charly?

—Creo que vieron a una persona brutalmente honesta sobre el escenario, que coqueteaba constantemente con lo genial y el bardo. Una curiosa energía en un tipo que ya había superado los 40 años. Una especie de idealista a contramano de los postulados éticos y estéticos del rock chabón que imperó en los 90 en el rock argentino. Una súper estrella que aparecía cada año con la farándula argentina en la tapa de la revista Gente, pero que vivía en un departamento de tres ambientes que parecía Kosovo y a quien se le podía tocar el timbre y visitarlo. Un rockstar que bardeaba públicamente al presidente De la Rúa desde el primer día de su mandato y vivía atormentado por juicios de ex amigos y ex músicos. Un músico que tocaba en Obras, en el Gran Rex y en el Luna Park, pero también en un bar que tenía su nombre —el García Bar de Rosario o el Say No More Bar de Buenos Aires—, gratis, para 20 fans que le pedían canciones y él las tocaba. Un artista que con su música te conduce a los Byrds, Prince, Todd Rundgren, Left Banke, Erik Satie, Dylan, Neil Young, Steely Dan y un largo etcétera. Si sumamos todo eso, es probable que en este país —desde los años 70 y hasta ayer— no haya habido mejor plan para un adolescente que encontrarse con Charly García.

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