Mientras él maneja su auto durante 45 minutos rumbo a su trabajo, un pequeño helicóptero de 2 kilos de peso, casi del tamaño de un juguete, vuela bajo sobre un suelo de un extraño color ladrillo. No se trata de un helicóptero común y su vuelo sucede muy lejos de la autopista que él va atravesando con su auto: sucede en Marte. Él es un ingeniero rosarino que trabaja en la Nasa y está a cargo del grupo de expertos que diseñaron los instrumentos científicos del último vehículo explorador de la superficie lunar, el Rover Perseverance, que “trabaja” en el planeta rojo desde el 18 de febrero de este año, después de un viaje de siete meses desde la Tierra para recorrer los 278 millones de kilómetros que separan a los dos planetas.
Hace 35 años que Raúl Romero dejó las calles de Arroyito para ir a vivir con sus padres a Estados Unidos. Era un muchacho que estaba estudiando ingeniería. Poco después de llegar, cuando pasó por la Universidad del Sur de California, donde estudiaría, leyó un aviso tentador: requerían un estudiante de ingeniera para trabajar en la Nasa. Fue, se presentó, pasó pruebas, y así empezó una carrera que le permitió, por cierto, llegar bien lejos: nada más y nada menos que hasta Marte.
—Cada misión especial que la NASA lanza tiene sus instrumentos científicos para realizar objetivos establecidos —cuenta el ingeniero Romero a Suma Política—. Varios de esos instrumentos son diseñados por uno de los centros de la NASA, el Jet Propulsion Laboratory (JLP), en Pasadena, California, donde soy Jefe de Ingeniería. Los instrumentos diseñados por el JLP en la Misión Marte 2020 son Moxie, Sherloc y Pixl. Mi tarea diaria es trabajar con todos los ingenieros en todas las misiones y asegurar que estén usando los procesos aceptados por la NASA y que la comunicación entre los equipos e instrumentos sea la adecuada. En el departamento a mi cargo trabajan entre 800 y 900 ingenieros y científicos”.

Rastros antiguos de vida
Con el instumento Moxie, el Perseverance hizo ya una importante comprobación: que es posible generar oxígeno respirable en Marte (no oxígeno puro, que no se puede respirar), algo que hasta el momento no se había conseguido y que es muy importante para pensar en eventuales misiones tripuladas. Con los instrumentos Sherloc y PIXL el rover analizará si existen rastros de microorganismos y agua en la superficie marciana. El Perseverance —que se quedará para siempre en el planeta rojo— recolectará entre 25 y 30 muestras de piedras y polvo “que serán recolectadas por otro vehículo que llegará a Marte en 2030 y que luego volverá a la Tierra”, agrega el ingeniero argentino.
Con el pequeño helicóptero Ingenuity, que llegó en la “panza” del Rover, los expertos de la NASA hicieron otra comprobación crucial: después de estar suspendido en el aire durante 20 segundos, la pequeña nave eléctrica demostró que es posible volar en la delgada atmósfera marciana.
El Perseverance, que tiene el tamaño aproximado de una camioneta, es el quinto vehículo de exploración espacial que llegó a Marte, después de las misiones del Pathfinder (1996), los Spirit y Opportunity (2004), y el Curiosity (2011). El Perseverance descendió en el cráter marciano Jezero, de unos 50 kilometros de diámetro y situado en el Ecuador del planeta rojo. Se supone que hace millones de años ese lugar estaba inundado de agua: era un lago donde desembocaba un río que transportaba compuestos con arcilla que podían atrapar materia orgánica, una especie de delta donde aumentarían las posibilidades de encontrar restos muy antiguos de vida.
Los llamados “7 minutos de terror”, que es el lapso que demora el Rover en posarse sobre la superficie marciana, luego de ingresar en la órbita del planeta, son los que más ansiedad y temores despiertan en los científicos. “Además de la alegría, lo que sentimos es alivio —dice Raúl Romero—. Los últimos dos años del proyecto hemos estado trabajando entre 14 y 16 horas por día para que todo salga bien. Y ese es el momento en que comprobamos que el esfuerzo que todos invertimos se hizo realidad”.

Trabajo y nostalgia
Las jornadas del ingeniero Raúl Romero comienzan muy temprano: se levanta a las 4.30 y tiene que viajar 45 minutos en auto hasta el JPL, adonde llega a las 7. “No tengo horario —dice—. Trabajo hasta la hora que se necesite. Digamos que un día normal puede ser hasta las 5 y media de la tarde. Para volver a casa tardo 1.15, por el tránsito. Llego a casa, juego con mi mascota, ceno, reviso mis correos electrónicos y a las 10 de la noche ya estoy en la cama. Al día siguiente es igual. Sí, admito, es un poco mecánico el estilo de vida, pero aquí, en EE.UU, es así, es muy diferente de la Argentina”.
Los llamados “7 minutos de terror”, que es el lapso que demora el Rover en posarse sobre la superficie marciana, luego de ingresar en la órbita del planeta, son los que más ansiedad y temores despiertan en los científicos
El ingeniero argentino se crió en Arroyito y, como no podía ser de otra manera, es hincha fanático de Rosario Central. Cuenta que fue a la escuela Santiago del Estero, un lugar que amaba, y que los fines de semana jugaban al fútbol en el Parque Alem, frente a la escuela. De los veranos recuerda los días inolvidables de la Playa del Caribe y los juegos en la arena. Y, desde chico, siempre ir a ver a Central.
Antes del Perseverance, Raúl también participó del diseño de los rover Opportunity y Spirit, que también viajaron a Marte. Y ahí se dio el gusto de rotular antes cerrar las tapas de los vehículos de exploración aeroespacial, una leyenda que dice todo de él: “Raúl, canalla de por vida”.
Es que a pesar del tiempo y la distancia el ingeniero rosarino no deja de extrañar su ciudad y su equipo de fútbol. “Acá tengo de todo y estoy muy contento por la oportunidad que me dieron mis padres de emigrar a los Estados Unidos, tengo todas las necesidades cubiertas —afirma—, pero nada iguala la sociabilidad que tenemos en la Argentina. El barrio donde vivo es muy lindo, pero no tiene nada que ver con Arroyito… Todos estos años, antes de la pandemia, viajé cada tres meses, y cuando llego allá, respiro”.
Antes cerrar las tapas de los vehículos de exploración aeroespacial, se dio el gusto de rotular una leyenda que dice todo de él: “Raúl, canalla de por vida”
Raúl tiene familia en Rosario y en Mar del Plata. Dice que le encanta correr en la costanera de Rosario y en la costa de la ciudad feliz, “escuchar mi castellano, estar en familia y comer nuestros platos, algo sin igual. Conservo amigos, vamos a ver a Central cuando juega, vamos a la playa. Extraño siempre, cada vez es más difícil”.
El ingeniero cuenta también que en Estados Unidos hay muchos argentinos y que cada vez que juega la Selección Nacional de fútbol se reúnen en torno de alguna pantalla de televisión con la camiseta celeste y blanca.
Pero posiblemente sea la cercana relación que mantiene con su único hijo, Gabriel, de 29 años, lo que lo ayuda a atravesar aquellos momentos difíciles en que pega duro la nostalgia. “Gabriel es geólogo y ahora está estudiando otra carrera —dice el orgulloso papá—. Es un chico inteligentísimo, tenista y golfista de primera. Jugó de arquero en su equipo de fútbol en la secundaria: le encanta el fútbol. En su casa, cuando entrás, lo primero que se ve es la bandera argentina. Y en su escritorio no falta el banderín de Central. Mi hijo nació en Estados Unidos pero habla perfecto castellano. Tiene muchas aspiraciones. Lo que se proponga, lo va a lograr”.
La cercanía con su padre también ha sido un aspecto fundamental para sostener a Raúl Romero lejos de la Argentina que tanto añora. Pero hace poco su papá, de 94 años, partió de este mundo. Una foto los recuerda, a los 3 futboleros, con la camiseta de la Selección. Desde que empezó la pandemia, el ingeniero de Arroyito no pudo volver al país. Pero anticipa que no falta mucho para su regreso. “Será pronto. Y me quedaré allá para siempre”.

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Periodista especializada en temas de ciencia y salud. En Twitter: @gabinavarra.
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