Un fantasma recorre internet: ¿podríamos sobrevivir desconectados? ¿Podríamos hacer funcionar las cosas? Con el boom de la serie El Eternauta se abrió una discusión sobre el rol de las escuelas técnicas. Según esta premisa, todos los que no sabemos ver más allá de un cablerío y una caja de herramientas, e incluso los que crecimos lejos del tablero electrónico, la locomotora del tren o los manuales y revistas que te enseñan a entenderlo y arreglarlo todo, estamos fritos. Sin tutoriales de YouTube ni el repuesto que llega de Mercado Libre, no vamos a ningún lado. Sin googlear, tuitear, preguntarle con inmediatez al que sabe, no hay supervivencia posible. Es una idea extrema, sí, está claro, pero después del estreno de la serie, quedó la incertidumbre. ¿Quiénes somos y qué sabemos?
Hay algunos que saben. Son los que, más allá del meme, van a las escuelas técnicas, estudian ingenierías u oficios. Se dan maña. Pueden ver un problema y resolverlo. Son o fueron amparados por instituciones que pudieron sobrevivir a la Ley Federal de Educación y resistieron al desguace educativo y económico de los 90. Y que, pese a que el gobierno de Javier Milei no contempla en su matriz económica a la industria nacional, ni a sus técnicos o ingenieros, siguen formando pibes y pibas preparados para lo imprevisible.
***


Verónica Filotti es la directora del Instituto Politécnico Superior General San Martín, una escuela secundaria técnica que depende de la Universidad Nacional de Rosario, de las más viejas y prestigiosas del país. Cuando miró El Eternauta, Verónica encontró en el personaje de Favalli un cómplice de su trabajo y militancia. Y se acordó de su papá. “En los 90, cuando se aprobó la Ley Federal de Educación, él decía que los efectos se iban a sentir en Argentina”, recuerda.
A la hora de encarar esta nota, no hubo entrevistado que no vuelva a los 90. No se puede entender la educación y formación técnica de ahora sin entender la ley Federal de Educación. Y sus implicancias: aunque ya pasaron casi 20 años de su derogación, el cimbronazo del intento de destrucción de la educación técnica aún se siente. Faltan técnicos, faltan ingenieros: lo saben las industrias, las fábricas, cualquiera que tenga un electrodoméstico roto. Y lo sabremos los argentinos si llega a caer la nieve fatal.
La Ley Federal de Educación se sancionó en 1993, durante el gobierno de Carlos Menem. Estuvo vigente durante 13 años. Antes se había transferido por ley (1992) la responsabilidad de la gestión educativa a las provincias, es decir, que cada jurisdicción debía administrar su propio sistema educativo, incluyendo infraestructura, docentes y programas. Además, redefinió los niveles de enseñanza. Ya no existían más las primarias y secundarias, sino que el sistema educativo se dividió en nivel inicial (obligatorio para los 5 años), la Educación General Básica (EGB), de nueve años obligatorios, y el Polimodal, de tres años (no obligatorios) y con diferentes orientaciones (biología, comunicación, contabilidad, humanidades, etcétera).
Este nuevo sistema no reconocía a las escuelas técnicas como una modalidad específica sino que fueron absorbidas por el Polimodal, diluyendo su identidad y debilitando así su estructura curricular y pedagógica. El plan de estudios de las escuelas técnicas se redujo de 6 a 3 años y la reorganización del sistema educativo provocó la ausencia de una validez nacional para los títulos técnicos, lo que afectó la inserción laboral de los egresados.
Todo tuvo una consecuencia: la disminución significativa de la matrícula en estas escuelas, y por ende, la escasez de técnicos e ingenieros en el mapa laboral del país. Antes de la sanción de esta ley, por ejemplo, el Politécnico tenía más de mil inscriptos por año. Y sólo podían ingresar 210 alumnos y alumnas. El interés nunca se recuperó: todavía en 2025 la inscripción es de 600 alumnos, para un ingreso de 210. A eso se le suman 35 estudiantes más para la sede del Politécnico en Granadero Baigorria.
Según una investigación de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA en la década de 1970 la especialidad técnica había superado el 25 % de la matrícula del nivel medio en el país. Hacia 1996, representaba ya solamente un 17,4 % y en el año 2000, apenas el 13,6 %.
En 2006, el Congreso de la Nación derogó la ley Federal y la reemplazó por la Ley de Educación Nacional (Nº 26.206). Pero además, en 2005, se sancionó la Ley de Educación Técnico Profesional (Nº 26.058), que inició un proceso de recuperación de la educación técnica en Argentina. Esta ley estableció un fondo específico destinado a la educación técnica, equivalente al 0,2 % del Presupuesto Nacional, lo que permitió una inyección de recursos sin precedentes para este sector. Según una nota del diario Clarín, la matrícula de las escuelas técnicas creció 20 por ciento en diez años: pasó de 591.918 en 2011 a 710.081 en 2020 en todo el país.
***


El escenario es similar en todas las escuelas de este tipo. Juan Pablo Casiello, de Amsafé Rosario, el sindicato de los maestros y maestras de escuelas públicas, hizo un análisis similar: la recuperación después de los 90 fue parcial. Y si bien hubo un repunte y una apuesta política —y presupuestaria— a la formación técnica, el panorama cambió desde que asumió Javier Milei y el desfinanciamiento es total. ¿Por qué el gobierno de la apertura de importaciones y la timba financiera apuntaría a formar técnicos e ingenieros nacionales?
“La Ley de Educación Técnica apostaba a garantizar fondos de Nación para invertir fundamentalmente en talleres o maquinaría que puede ser muy costosa si uno quiere una escuela técnica que forme para una industria más o menos pesada, desarrollada. En estos últimos años, eso se ha parado completamente, no llegan fondos de Nación. Las escuelas técnicas están sobreviviendo lo mejor que pueden, sobre todo en los barrios, donde la comunidad la sigue buscando”, explica Casiello. La educación técnica, apunta el sindicalista, es la apuesta a una salida laboral y a ciertas condiciones de ascenso social, no solo al mundo del trabajo, sino también a estudios superiores como pueden ser las ingenierías o hasta arquitectura.
Pero más allá de la ley de Educación Técnica, estas escuelas secundarias dependen de las provincias. Y la insuficiencia presupuestaria también se siente en ese sentido. “Yo no veo que el Ministerio de Educación de la provincia esté haciendo una apuesta a las escuelas técnicas. No ha aparecido en este año y medio de gestión del gobierno de Unidos alguna preocupación, alguna inversión particular en la escuela técnica. Por el contrario, nos encontramos con que en algunos barrios hay cierta tendencia a cerrar una modalidad técnica y transformarla en una modalidad media común, por decirlo de alguna manera, porque termina siendo más barato”, aseguró Casiello.
***
Pero los que saben arreglar cosas no vienen sólo de las escuelas técnicas. Pueden esquivarlas y caer directamente en las escuelas de oficios, los terciarios, las carreras de ingeniería, las universidades técnicas. Y ahí también se siente, todavía, ese hueco, ese desastre generacional, que fue la Ley Federal.
“El polimodal hizo un daño muy grande. Hizo un daño muy grande en las escuelas técnicas y pese a la inversión que hubo después, todavía no alcanza a reemplazar o a llegar al nivel de las escuelas previas a la ley Federal. Y esa falta gigantesca de perfiles técnicos repercute en las empresas y en las industrias. Hay muchísima necesidad de estos perfiles y eso nos impacta dentro de la Facultad con constante demanda de formaciones más cortas que den lo que se llama una rápida salida laboral”, contextualiza Mauro Soldevila, decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Rosario.


Esta facultad nuclea seis carreras de ingeniería: Civil, Electrónica, Eléctrica, Mecánica e Industrial; licenciaturas en Física, Matemática y Ciencias de la Computación; profesorado de Matemática y Física; y Agrimensura. En total, los ingresantes para estas carreras son unos 800 por año.
También existen propuestas más cortas. La Facultad cuenta con varias diplomaturas (transformación digital, técnicas de fabricación, inteligencia artificial aplicada a pymes), que duran entre un semestre y un semestre y medio, y dan herramientas básicas para tener formación en alguna temática con alguna posible salida laboral después.
Además, en 2021 se creó la Tecnicatura Universitaria en Inteligencia Artificial, como una forma de responder a una demanda específica del Polo Tecnológico Rosario. El interés sobre la carrera fue inmediato: tiene 300 ingresantes por año. “Es una de las carreras más demandadas dentro de la Facultad. Eso da la pauta de que los jóvenes tienen la necesidad y expectativa de hacer algunas carreras más cortas y específicas”.
Soldevila asegura que la demanda de técnicos e ingenieros es constante, incluso, dice, en un contexto complejo económicamente como el actual. “Ha mermado la oferta laboral, o ha caído la oferta salarial, pero así y todo no hay una ola de desocupación en el área. Claramente hay oferta laboral. El país necesita técnicos e ingenieros. No es que una cosa reemplaza a la otra, sino que se complementan. Incluso hay búsquedas laborales que ofrecen el mismo salario al técnico que al ingeniero, y está bien, porque los dos se necesitan y los dos son muy específicos”.
Para el decano, las facultades tienen la capacidad de absorber la demanda nacional de ingenieros y técnicos, el desafío está en que las y los jóvenes tengan el coraje de encarar esas carreras. “Son largas, y además tienen la mística de ser difíciles. Pero no lo son: necesitan la misma pasión que cualquier otra”.
Además de Ingeniería, del Poli, de tantas escuelas medias técnicas más, en Rosario funciona la Universidad Tecnológica Nacional. Ahí se enfrentan a los mismos dilemas: la demanda constante de oficios en Rosario, la región e incluso la provincia. Desde hace tres años, en la UTN funciona la Escuela Universitaria de Formación Profesional donde tratan de hacer eso que se busca y no se encuentra: formar soldadores, mecánicos, montadores, electricistas.

Ahí también se atajan las consecuencias de la Ley Federal: “Todos los días las vemos, sobre todo en cómo llegan preparados los ingresantes, sean alumnos de escuelas técnicas o no”, dice Juan Salto, ingeniero, docente y Subsecretario de Extensión Universitaria y Vinculación Tecnológica de la UTN. “Cuando preguntamos si conocen una fábrica o si alguna vez entraron a alguna, los que dicen que sí son muy pocos”.
Para Salto, la cuestión de los 90 es también un tema del presente. “Se critica a la producción y a los trabajadores que producen. Con El Eternauta se vino a reivindicar el conocimiento técnico, pero eso tiene que ir de la mano de reivindicar la industria nacional. Sin técnicos ni ingenieros no hay industria nacional, y a la inversa también: si no hay una producción local, los recibidos de las escuelas técnicas y nuestras universidades no tienen dónde trabajar ni dónde ejercer”.
Juan es optimista. Vio la serie y como todo espectador, se puso en ese lugar apocalíptico. Sabe que algo podría haber hecho. “Algo se me habría ocurrido como para paliar la situación. Creo que lo que queda en la cabeza de un técnico o de un ingeniero es que siempre puede dar respuesta desde algún lugar. Algo se nos puede ocurrir. Un poco el rol de la ingeniería es ese: prepararnos para lo imprevisible”.
***
Santiago tiene 18 años y dice que siempre fue curioso. Desde chico, le gustó desarmar cosas y rearmarlas. Mejorarlas, arreglarlas. Su devenir escolar, entonces, naturalmente fue “el Poli”, la secundaria técnica que depende de la Universidad Nacional de Rosario, la misma a la que fue su papá. Ahora está por terminar sexto año. Se especializó en mecánica. “Me dio los fundamentos para poder sentarme frente a cualquier objeto físico de la realidad y analizarlo, simplificarlo a niveles básicos y poder resolver ese problema”, dice agradecido.
Santiago ya había leído El Eternauta cuando se estrenó la serie. Dice, fascinado, que si el cómic ya “estaba bueno”, verla en la pantalla fue algo como “un sueño hecho realidad”. Y que además, lo ayudó a darse cuenta de algo: hay cosas que a algunos los deslumbran y para él son naturales. “Nuestra educación está enfocada en razonar. Que te puedas parar frente a un problema y que lo puedas resolver, con herramientas matemáticas, físicas o de taller. Y frente a todo lo que no sabemos, podemos sentarnos y aprenderlo. Es decir: tenemos la posibilidad de rebuscárnolas para crear y hacer cosas de la forma más casera posible”, cuenta.
Santiago la tiene clara. “Lo nuevo viene de una evolución de lo viejo”, sintetiza. “Y en la escuela técnica nos enseñan a entender lo viejo”. También comparte un ejemplo que le dan los docentes: si vos aprendés a manejar con un cero kilómetro, cuando te subas a un rastrojero no vas a saber qué hacer. Si empezás al revés, cuando te sentás en un cero kilómetro no solamente vas a estar más cómodo, sino que vas a saber manejarlo.
“Lo que yo noto en general es que nosotros tenemos la capacidad de sentarnos y aprender lo que no sabemos. Y como la tecnología está cambiando todo el tiempo, tampoco sirve cerrarse a una sola tecnología. Yo tengo compañeros que todo el tiempo están aprendiendo cosas nuevas, innovando, trayendo nuevas herramientas”.
Santiago se ríe. Frente a una invasión extraterrestre, un apocalipsis o un apagón masivo —como pasó en España hace algunas semanas— sabe que algo podría hacer. “Estamos en un momento en el que si bien tenemos miles de herramientas de análisis sino no tenés un cerebro humano detrás de todo eso no existe nada”.

