Connect with us

Hi, what are you looking for?

Cultura

“La manzana podrida”, un cuento de Osvaldo Aguirre

En un límite difuso entre la ficción y la no ficción, Cada día es una vida, el último libro del escritor y periodista Osvaldo Aguirre, presenta diez cuentos basados en hechos reales. Fueron escritos a partir de entrevistas con algunos de los protagonistas y la investigación de legajos judiciales con fines inicialmente periodísticos, pero cada historia tenía aspectos que no se agotaban en la crónica ocasional y se proyectaron en estos textos. Los nombres y las circunstancias han sido modificados pero los hechos que se cuentan ocurrieron, y en el caso de “La manzana podrida” refieren a sucesos de la historia reciente de Rosario.


No sé por dónde comenzar, pero comienzo. A mediados de diciembre soy destinado a la Dirección de Delitos Complejos. Después de varios años en que me desempeño como jefe de Unidades Especiales, como inspector de zona, como director de Seguridad Rural, después de veinticinco años en la institución sin una mancha en mi legajo vuelvo a la ciudad y me hago cargo de la brigada operativa de la Dirección de Delitos Complejos, lo que significa, pienso en ese momento, un nuevo desafío en mi carrera.

Soy un policía de vocación. Nunca recibí una dádiva, puede pedir mis antecedentes. Además de que me repugna, gracias a Dios no lo necesité porque mi familia está en una posición holgada. Nunca recibí un sobre por debajo de la mesa, nunca miré para el costado por ofrecimientos venales, no tengo contacto con ninguna persona que pueda vincularse a los graves delitos que son de conocimiento público. Conozco a esas personas, porque soy policía, porque los he investigado, pero no tengo ningún contacto, ni con los que aparecen nombrados en los diarios ni con los que no aparecen nombrados.

Estaba en que vuelvo a la ciudad en diciembre. Fue antes de las fiestas, y lo primero que hago es ponerme a disposición de los doctores Balbuena y Savino. Antes me habían ofrecido un puesto importante en Drogas, me habían dicho que podía ser el jefe de inteligencia en toda la provincia. Ofrecían el oro y el moro, contactos con gente de la DEA, un viaje a Colombia de perfeccionamiento en técnicas de infiltración. Dije que lo iba a pensar, que lo iba a consultar con la almohada, pero no me gustaba el palo y justo me llegó la propuesta para incorporarme a Delitos Complejos, otra oportunidad en mi carrera, un horizonte nuevo de trabajo.

A partir de ese momento los doctores Balbuena y Savino me indican las tareas a cumplir y las situaciones para investigar. Tenemos una reunión en el Salón Dorado de la sede de gobierno, hablamos de los últimos homicidios, de la familia Chabay, de la familia Báez, de la guerra narco. Usted puede hablar con cualquiera, me dice la doctora Balbuena, Alejandra Balbuena, directora de Delitos Complejos. Sabemos cómo son las cosas, en estos asuntos hay que poner los pies en el barro. Sí o sí, hay que arremangarse, respirar hondo y taparse la nariz. Puede hablar con cualquiera, dice, con la salvedad de que no debe apartarse de la ley. Tiene libertad de acción para recabar datos y puede elegir a la gente que considere necesaria para la brigada, dice la doctora Balbuena. Y después me desayuno con que la conversación estaba siendo grabada para, cómo es, cómo se dice, para mejorar la atención del servicio, eso. Qué joda.

No tenía un espacio físico para trabajar. Eso me llamó la atención. No tenía computadora, no tenía escritorio, no tenía una silla donde sentarme. Y tampoco tenía una base de datos. También eso me llamó poderosamente la atención, había que comenzar desde cero. Puede creer que Delitos Complejos no tenía hasta ese momento una faz operativa, se dedicaban a leer los diarios, a comparar estadísticas, hacían la plancha con la plata que usted paga por los impuestos.

Entonces tengo que comenzar desde cero, y convoco al sargento Facundo Gómez, sin seudónimo, convoco al cabo primero Marcelo Picot, alias Gallo, y convoco a la agente Diamela Aragón, que tampoco tiene seudónimo. Estaba enterado de rumores sobre Picot, se decía que cantaba bien, se decía que picoteaba, pero los rumores son el pan de cada día y yo lo había tenido once meses en Seguridad Rural y además de que me merecía el mayor de los conceptos Picot tenía conocimiento de calle por haber estado en Sustracción de Automotores y en Seguridad Personal, sabía moverse, no estaba detrás de un escritorio, no se dedicaba a llevar estadísticas y a leer los diarios.

El doctor Savino quería que investigara el patrimonio de la familia Chabay. A ver si puede averiguar algo más, dice, porque en esa primera reunión yo les doy el dato de la residencia que Patricio Chabay, Pato Chabay, está construyendo en un barrio cerrado, y les doy unas fotos que me pasa una persona a la que no voy a nombrar, una persona de la calle que habla en confianza conmigo, y entonces el doctor Savino me pide que amplíe la información. Hay que darle una respuesta contundente a la sociedad, dice el doctor Savino. A la semana tengo el número de partida, el lote, el supuesto vendedor, el supuesto comprador, a la semana tengo también los guarismos de varios vehículos de interés para la causa y cuando llevo ese informe a la secretaría me cruzo en la puerta con el comisario Ayala, René Ayala, porque como es de público conocimiento la División de Investigaciones también estaba con el tema de la familia Chabay.

Le doy el informe a Balbuena y Savino, de palabra y por escrito, ese informe tiene que estar pero parece que ha desaparecido, y cuando me retiro, en el pasillo de la Dirección la doctora me chista dice Acuña dice ch ch espere. La gente de Drogas no avanza con la familia Chabay, dice la doctora. Investigue sobre los bunker, dice. Investigue, Acuña, y saque fotos, dice, porque la gente de Drogas no avanza. Por algo yo no había querido ir a Drogas, era mi pálpito de policía. Esa noche es cuando matan a Steven Chabay, el hermano de Pato, y a la mañana siguiente, a los ocho de la mañana me llama el Gallo Picot.

Picot me dice eso, mataron a Steven en el barrio del Mercado, fueron el Macaco y Jairo Cruz, no le pregunto cómo lo sabe porque es de gusto. Picot tiene conocimiento de calle, y sin perder más tiempo llamo a Savino y le dejo dicho eso en el contestador, mataron a Steven en el Mercado, le pegaron cuatro tiros en el cuerpo y uno en la cabeza de remate, fueron el Macaco y Jairo Cruz. Averigüen lo que más puedan, dice la doctora Balbuena, que me devuelve la llamada al instante. Remuevan cielo y tierra, dice, porque se venía venir la ola, el caso estaba en manos de la fiscal Torres y la fiscal Torres decía que el narcotráfico tenía complicidades políticas y había que cortarlas de cuajo.

Reúno a la brigada en la YPF que está frente a la sede de gobierno, porque a todo esto yo seguía sin oficina, y le pregunto al personal qué se comenta en la calle. Picot es el que tiene los datos. Confirmado, fueron el Macaco y Jairo Cruz, dice, y se pone a explicar cómo eran las relaciones, que éste era el soldadito de aquel otro, que tal había mandado a matar al sicario de tal otro, que este tal otro a su vez había mandado a matar al hermano de tal, que Macaco había jurado vengar a su padrino y así y asá. Terminamos la reunión, nos cruzamos a la sede de gobierno y Picot le repite a la doctora Balbuena lo que acabo de contar: que la familia Báez movía los hilos detrás del homicidio de Steven, que él había estado en una investigación y sabía que Macaco era el ahijado de un tal Reynoso y que el tal Reynoso, un hombre que se movía en silla de ruedas, había sido acribillado a balazos en el comedor escolar que administraba y desde entonces Macaco estaba con el bando contrario, estaba a muerte con los enemigos de la familia Chabay.

Esa tarde vamos con Gómez y Aragón al barrio del Mercado y en el camino nos cruzamos con Ayala y la brigada de la División de Investigaciones. Los intocables. Vamos a cambiar figuritas, dice Ayala, y cuando le empiezo a explicar lo que sabíamos dice no, esa información ya la tenemos. Y de pronto Ayala pierde el interés, como si estuviera hablando con un novato, con alguien que no se encuentra a su nivel. Porque la brigada de Investigaciones era la policía que iba a terminar con el narcotráfico. Nos cruzamos en el barrio del Mercado y también al día siguiente, cuando el cuerpo de Jairo Cruz aparece hecho un colador y sin las orejas en una zanja de la autopista. A partir de ese momento Investigaciones sigue con los homicidios y nosotros nos ocupamos de los bunker, de filmar, de sacar fotos, de hablar con vecinos y con personas que tienen un pie dentro de la ley y otro pie fuera de la ley. Son las órdenes que recibimos.

Ayala sigue con los homicidios. El diario dice que Investigaciones tiene una hipótesis muy firme, que la causa está encarrilada, que el principal sospechoso por el asesinato de Jairo Cruz cae después de una tarea de inteligencia. No tengo que mirar al preso para saber que es algo que se dice para los medios, pero lo entiendo, la brigada de Investigaciones es la que va a terminar con el narcotráfico. Los intocables. Parece que baja la ola, parece que se habla menos del asunto en la calle y eso es lo que todos necesitamos para trabajar y para que la fiscal Torres nos deje en paz. Las fotos, los videos, tienen que estar en los informes que yo le envié a Savino, pero me dicen que han desaparecido. Nos concentramos en un bunker en Vía Negra que después sale en todos los medios. Diamela tenía familia en la villa y a partir de los primeros datos que nos aporta la familia armamos un esquema muy detallado. Metemos los pies en el barro, necesitamos informantes. Qué digo los pies, nos metemos hasta el cuello, porque un informante lo menos que pretende es la garantía de que nadie le va a tocar un pelo. Pero así como nos metemos volvemos a salir, limpios. Compradores, vendedores, soldaditos, sicarios, alita de mosca, marihuana, que pum, que pam, armamos un esquema muy detallado. Y la frutilla del postre es una foto del bunker con un coche en la puerta del que baja Pato, el hermano de Steven Chabay, el mismo que tenía una residencia a todo culo en un barrio cerrado, una mansión con jacuzzi, colchón de agua, un salón de juego de póker, mármoles, primeras marcas en todas las habitaciones, pero también, fíjese el detalle, molduras de telgopor.

Siga, me dice la doctora Balbuena. Tenemos otra reunión en el Salón Dorado. Acuña, dice, no tengo confianza en la gente de Drogas. Siga con esta línea en la que está trabajando y llegue al hueso. No tengo ninguna confianza en la gente de Drogas, dice la doctora, en voz baja, ya pedí que los apartaran. Pero a la semana siguiente me entero por los medios de que la Dirección de Delitos Complejos mandó una topadora a Vía Negra y veo en los diarios las fotos de antes y de después que pasaran la topadora por el bunker, y las fotos de antes son las que sacamos con Diamela. El problema no son las fotos sino la tarea de inteligencia perdida porque cuando la brigada de Investigaciones llega no solo que Pato Chabay no se encuentra en el lugar sino que no hay nadie, no hay nada, está el bunker pelado. Pero usted lo vio en la televisión, en los diarios, la topadora, los ladrillos y los escombros por el suelo, los vecinos a un costado y el ministro que hablaba de un golpe contra el narcotráfico y le mandaba a decir a la fiscal Torres que dejara de hacer política. Sale en todos los medios pero no tan grande como para tapar lo otro, porque en esa fecha es que el padre y un sobrino de Macaco caen en una emboscada a la vista de los chicos que salen de una escuela y se encuentran vainas e impactos de proyectiles en el patio de la escuela y en las casas de vecinos. Caen en una emboscada y los dejan hechos un colador en la puerta de la escuela. No se meta, son cuestiones políticas, espere las órdenes, dice Savino, y ahí tenemos el primer chispazo, ahí nos ponemos de punta.

Pasan unos días hasta que me llama la doctora Balbuena. El objetivo es ahora un bunker de la calle Bravo, frente a un dispensario municipal. Voy al lugar con el Gallo Picot y lo primero con que nos encontramos es con un auto de Investigaciones en las inmediaciones. Damos una vuelta, yo no sabía qué hacer, pero nos presentamos, comisario Heber Acuña, sargento Picot. El conductor del auto se identifica como auxiliar Quevedo, su acompañante no se identifica y acto seguido ambos se retiran. Y después resulta que no hay ningún auxiliar Quevedo en Investigaciones. Qué joda.

El bunker estaba cerrado, había otros policías en las inmediaciones, le digo a Savino. Mandaron dos brigadas al mismo lugar, le digo. Sí, me contesta. Como si nada. Vuelvan en una semana, dice. Hacemos eso, esperamos una semana y volvemos de incógnito, filmamos, sacamos fotos, tenemos un informante que nos trae fotos del bunker. El desfile de personas es incesante, día y noche, hacemos un gran trabajo con la brigada. Y si bien se repite la historia hay dos diferencias. Dos grandes diferencias. Una es que Investigaciones secuestra en el bunker diez kilogramos de cocaína y envoltorios con marihuana. Y la otra es que nosotros tenemos documentado que la noche anterior ingresa el doble, ingresan veinte kilogramos de cocaína.

Nos reunimos la misma mañana del procedimiento en el bunker. Nosotros tenemos documentado que ingresaron veinte kilogramos de cocaína. Tenemos fotos, digo. Entonces Ayala me lleva aparte y me dice vamos a coordinar las pesquisas. Perfecto, le digo. Entre bueyes no hay cornadas, dice, y me pide que le muestre las fotos del bunker. No las tengo, le digo, y parece quedarse cortado hasta que sonríe, me palmea y repite que entre bueyes no hay cornadas, dice ojo que nos vigilan, Asuntos Internos y la fiscal siguen con una lupa lo que hacemos. Ojo que la fiscal puede pedir el allanamiento de tu casa, dice, ojo que se puede dar vuelta la tortilla. Que lo pida, le digo. No tengo nada que ocultar, le digo. Después me entero que Ayala es el que pide el allanamiento de mi casa.

El lunes tengo una llamada en el teléfono a primera hora de la mañana. Es la doctora Balbuena que me cita a su despacho. Voy a la sede de gobierno, me hace esperar en el Salón Dorado. Voy con un pálpito feo, había leído en el diario una nota con Ayala. Le declaramos la guerra al narcotráfico, decía Ayala. Caiga quien caiga, decía. En otra parte de la nota se iba en elogios a la fiscal Torres. Somos auxiliares de la justicia, decía Ayala, nuestra misión es separar las manzanas podridas que pueden contaminar al resto. Al rato se abren las puertas del Salón Dorado y aparece la doctora con un policía que no conozco, un hombre canoso, de baja estatura, con cara de buenos amigos. Es el oficial Suárez, de Asuntos Internos. Hay una orden de retención en su contra, me dice la doctora Balbuena. Por favor, dice, entregue el arma, la chapa y el teléfono celular. Le pregunto de qué se me acusa, pero la doctora aparta la mirada. No se lo acusa de nada, dice. Le pregunto si me van a llevar preso y dice no, usted está demorado hasta que se aclare la situación. Es un trámite de rutina, dice. Pero se retira y el oficial Suárez me conduce en calidad de detenido a Asuntos Internos, son las órdenes recibidas.

Estoy incomunicado cuarenta y ocho horas. En el diario dicen que fui detenido en mi lugar de trabajo. Sorprendido en su lugar de trabajo, dice la nota en el diario. Ahora sí, es una noticia que ocupa la página completa y hasta tiene un lugar en la tapa. Un lugar en la tapa y una página completa con un recuadro bajo el título el gallo cantor y la foto de Picot. Ahí me desayuno de que hay escuchas telefónicas de conversaciones entre Picot y Pato Chabay, el diario transcribe las conversaciones. Mi sentido pésame, dice Picot refiriéndose a la muerte de Steven. Ese bastardo tiene las horas contadas, dice Picot refiriéndose a Jairo Cruz. La fiscal Torres ordenó las escuchas y dice que tengo una relación fluida con el señor Patricio Chabay, que Picot estaba a mis órdenes y desde mi lugar de trabajo le facilitaba información a la familia Chabay. Pero qué lugar, si no tenía una silla donde sentarme.

El consejo de mi abogado es que no declare, pero en los tribunales le digo a la fiscal Torres que soy víctima de una campaña. La fiscal me pregunta por Picot y por Diamela, me pregunta por el bunker, por las fotos de los veinte kilogramos de cocaína que se han perdido, me pregunta por la relación con Balbuena y Savino y le digo todo lo que estoy explicando porque no tengo nada que ocultar. La fiscal dice que el bunker de Vía Negra fue alertado del procedimiento policial que se avecinaba. Desconozco, le digo. La brigada de Investigaciones se va con las manos vacías del lugar, dice. No hice nada ilegal, le contesto. Soy víctima de una campaña, el comisario Ayala me explicó que había dos líneas. Una que quiere recaudar y otra que no quiere recaudar. Hay dos líneas, me dijo Ayala, fijate cuál es la que va porque entre bueyes no hay cornadas. La fiscal se queda callada, y de pronto sale con otra cosa, de pronto dice si yo estaba al tanto de que el primo de Diamela es soldadito de la familia Chabay.

La hipótesis es que estoy en un complot, que entregué información secreta y confidencial a la familia Chabay. Hay que darle una respuesta contundente a la sociedad y como ya es de público conocimiento esa respuesta es mi cabeza porque soy un infiltrado del narcotráfico. El doctor Savino entrega transcripciones de las charlas que tuvimos en el Salón Dorado, dice que en esas charlas intento desviar la atención de la familia Chabay hacia la familia Báez, dice que los datos sobre la residencia en el barrio cerrado fueron el señuelo que utilicé para ganarme su confianza, que me dejaron seguir para ver qué hacía. La doctora Balbuena declara y le miente en la cara a la fiscal Torres, dice que yo fui a la Dirección a sembrar cizaña, que yo fui a decirle que la gente de Investigaciones protegía al bunker de la calle Bravo, que en ningún momento me autorizó a vincularme con un informante que en realidad es un prófugo de la justicia.

La hipótesis es que estoy en un complot contra la brigada de Investigaciones. Los intocables, los que van a terminar con el narcotráfico, los que si tienen que ir contra todos van contra todos. Qué joda. La hipótesis es que soy la manzana podrida. Termino de declarar y le pregunto a la fiscal si me van a mandar a la cárcel. No, dice la fiscal. Y salgo de la oficina y me llevan a la cárcel. Salgo de la oficina y me ponen las esposas, le pido a mi abogado que me cubra las manos con algo porque están los periodistas y no quiero que mi familia me vea así. No sé por dónde comenzar, pero ojo que tampoco sé dónde terminar, ojo que en cualquier momento se puede dar vuelta la tortilla.


Facebook comentarios

Autor

Click to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También te puede interesar