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Editorial

El magnicida como síntoma

No está solo el hombre que avanza entre el tumulto hacia la persona a la que ha convertido en el símbolo perfecto del mal, empuña el arma y se acerca todo lo que puede hasta casi apoyarla en su rostro, cosa de no fallar. En su trayecto obnubilado lo acompañan y sostienen todos los que como él —aunque sin su determinación— se han construido como sujetos políticos al fuego de un relato ciertamente fatal, según el cual la realización personal, la felicidad, la vida plena, requiere de la supresión de un otro que la impide. “Son ellos o nosotros”. Habría que tener más cuidado con las metáforas en un país al borde de todo, como el nuestro. 

El día después del atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, la conversación en los medios giraba en buena medida alrededor de la reacción del presidente Alberto Fernández. ¿Debió o no hacer mención a la oposición, los medios, la justicia? Una pregunta al menos tan pertinente como la anterior podría ser: ¿y por qué no? ¿qué le impediría arriesgar una contextualización del acontecimiento? Siguiendo la lógica de panelista expuesta por la diputada santafesina Amalia Granata, mientras no se sepa bien lo que pasó cada quien está habilitado para decir cualquier cosa. El panelismo carcome el debate político —minuto a minuto de televisión— desde hace demasiado tiempo en el país.

Es cierto que por lo visto hasta ahora es difícil que el presidente dé el tono justo, pero quién podría dudar en calificar como de extrema gravedad el atentado contra la vice más allá de las explicaciones que se le quieran buscar. Porque la gravedad no está en la mecánica del acontecimiento sino en su significado más inquietante y profundo, como reverberancia del estado actual de la cultura política argentina.  

¿En qué momento se naturalizó la violencia política desatada en el discurso cotidiano? ¿Cómo y por qué se acepta que la descalificación, el insulto, la deshumanización del otro, puede ser parte del camino hacia un país mejor?
En el gobierno de Raúl Alfonsín, durante los alzamientos carapintadas, todas las fuerzas políticas democráticas estuvieron juntas para enfrentar la amenaza golpista. Del mismo modo es necesaria ahora la unidad en el rechazo sin eufemismos ni especulaciones al intento de asesinato de la vicepresidenta. 

Sobra tiempo para mostrar las diferencias y virtudes propias al electorado.
La bala que la noche del jueves no salió del arma cuya imagen se reprodujo en medios de todo el mundo durante horas —tristemente destinada a perdurar como signo trágico de estos años— no sólo pudo matar a Cristina Fernández de Kirchner, también pudo herir de muerte a nuestra democracia y lo que todavía se puede reconstruir de la esperanza con que la recuperamos. 


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