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Opiniones

Opinión: “Sólido, líquido, gaseoso”, por Rogelio Biazzi

La física nos enseña que la materia puede ser sólida, líquida y gaseosa, y que sus diferentes estados se distinguen por la forma en que se organizan las partes que la componen, por cómo se comportan colectivamente y por cómo perduran en el tiempo. Este domingo hubo elecciones de concejales en Rosario y compitieron tres espacios políticos muy distintos. Se puede identificar cada uno de estos espacios con un estado de la materia distinto.

El kirchnerismo de la mano de Juan Monteverde es un espacio líquido. Toman la forma del recipiente que los contiene, se amoldan buscando el aplauso fácil y cambian de color según la luz que los alumbra. Suman un voto prestado, que se entrega por conveniencia momentánea y puede retirarse igual de rápido. Juan Monteverde es líquido y además viscoso. Presume de frescura, pero en realidad se comporta como un líquido viscoso: se cuela en cada grieta para ocuparla y deja tras de sí un rastro pegajoso y turbio que todo lo mancha. Busca gobernar la ciudad, pero nunca tomó una decisión seria ni enfrentó problemas reales. Lleva toda la vida siendo un político tradicional de laboratorio, pero nunca hizo nada concreto por la gente. Juan Monteverde cambia de forma y color según la ocasión, pero la verdadera sustancia que lo define es esa viscosidad oportunista que atrapa voluntades, emborrona principios, ralentiza el progreso y se adhiere a cualquier superficie de poder, frenando el movimiento de la ciudad.

Juan Pedro Aleart es un gas. Pregonaba orgulloso que pertenece al dueño de la motosierra porque no tiene identidad propia, y se coló en ese espacio político rodeándolo para apropiarse de parte de su aura. Aleart no aporta sustancia; solo rodea, envuelve y absorbe el brillo ajeno hasta diluirlo. Y cuando la fuente de prestigio de la que bebe se agote, ese vapor oportunista se dispersará sin dejar rastro, listo para abrazar a otra figura y repetir el ciclo de vaciamiento. Aleart es como cualquier opción gaseosa: vistoso, liviano, lleno de esas promesas que se evaporan en cuanto hace falta concretar y se exponen al primer soplo de realidad. Peor aún, se parece a esos gases inodoros que se acumulan sin que lo advirtamos —como el anhídrido carbónico en una habitación cerrada—: adormecen con promesas huecas, vacían el debate de oxígeno y, cuando por fin nos damos cuenta, ya han intoxicado todo.

El frente Unidos, el de Pablo Javkin y Maximiliano Pullaro, es sólido. Se templó como el acero de la forja. Tiene las cualidades del granito: firmeza, coherencia y capacidad de sostener el peso de las convicciones aun cuando soplan vientos en contra. La fuerza de lo sólido no reside solo en su dureza sino, fundamentalmente, en su capacidad de unir. La naturaleza nos recuerda que ningún sólido nace de la nada: está hecho de partes distintas, de minerales nobles y fragmentos humildes que, ligados por una misma argamasa, se vuelven irrompibles. Unidos alrededor de principios que no se negocian, de sueños que no cambian de forma ni de precio. Así es nuestro espacio: personas de trayectorias diferentes, lugares distintos, historias que se parecen, cohesionadas por un cemento común de valores y vocación de servicio. Nosotros somos sólidos, no porque seamos rígidos, sino porque somos consistentes. Nuestra solidez es el ancla que muchos buscan en medio de la marea de incertidumbre.

Hoy abundan propuestas líquidas y gaseosas que se evaporan o se escurren entre los dedos. Pero digámoslo fuerte: en un mundo que se corroe y se desliza, la gente necesita un terreno firme para pisar. La sociedad está harta de lo efímero y la solidez moral es el nuevo bien escaso.


[Opinión | El autor es jefe de Gabinete de la Municipalidad de Rosario]

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