mega888
Connect with us

Hi, what are you looking for?

Política

Uno por uno, los errores que cometió el oficialismo y lo llevaron al fracaso de la ley Ómnibus

El revés que sufrió La Libertad Avanza esta semana en Diputados con la ley ómnibus fue la crónica de un fracaso anunciado. El oficialismo llegó al recinto a ciegas. Apostó a que la oposición dialoguista, que prestó colaboración como nadie que peine canas en el Congreso recuerde, se sometería a su voluntad.   

“Saben con qué entran al recinto, pero no con qué salen”, dijo un diputado del PRO a este medio el miércoles pasado, minutos antes de que se iniciara la maratónica sesión de la ley ómnibus. ¿A qué se refería? A que los libertarios no habían calculado cuántos votos reunía cada uno de los 525 artículos de la Ley de bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos antes de llevarla al recinto. 

La tarea no era nada sencilla. La ley abarcaba temas de los más disímiles, por lo que cada artículo era una moneda en el aire. Más de uno dividía aguas puertas adentro del PRO, la UCR, Hacemos Coalición Federal e Innovación Federal: los cuatro bloques “dialoguistas” que se mostraron dispuestos a acompañar al oficialismo —sin darle un cheque en blanco— desde el primer momento. Por eso llevar el texto al recinto implicaba un trabajo minucioso.   

La lógica parlamentaria indica que quien lleva un proyecto al recinto es el encargado de reunir el quórum primero y los votos después, para que la iniciativa llegue a buen puerto. Es por eso que se daba por descontado que, en este caso, La Libertad Avanza había monitoreado el terreno: no se arriesgaría a debutar en el Congreso, nada menos que con su ley alberdiana, para fracasar en el intento. 

El país —y el mundo— tenía los ojos puestos en cómo se las ingeniaría el oficialismo con una minoría parlamentaria histórica para aprobar y girar al Senado semejante ley o “mamotreto”, como terminó siendo apodada.  

Aun así, el oficialismo llegó al día de la sesión a probar suerte. Fue recién en el recinto, tras más de 60 horas de debate, que los libertarios cayeron en la cuenta de que los 144 votos a favor que recibió la ley en general no se replicarían en la votación en particular (artículo por artículo). 

A los libertarios, la ficha les cayó cuando se desplomaron todos los incisos, salvo uno, de un artículo que formaba parte del capítulo Reforma del Estado. El derrumbe causó un shock. Nadie le había prestado atención a ese apartado (ni la prensa ni el oficialismo): las negociaciones entre el gobierno, los bloques dialoguistas y los gobernadores pasaban por otro lado. Puntualmente, las tensiones giraban en torno a las privatizaciones, delegación de facultades, declaración de emergencias, coparticipación del impuesto PAIS y otras yerbas.

Fue en ese momento, tras cinco horas de sesión y con apenas cinco artículos votados (faltaban otros 520) que hubo una reunión en el despacho del presidente de la Cámara, Martín Menem. Quien le pidió pasar a cuarto intermedio y una reunión con los presidentes de bloque antes de que llegara la votación del artículo que habilitaba la privatización de casi una treintena de empresas fue Miguel Ángel Pichetto. 

El rionegrino, de larga trayectoria parlamentaria y dispuesto a ayudar al oficialismo, avizoraba el principio del fin en ese capítulo. Pero el final se anticipó. 

A puertas cerradas, y ante los popes de la UCR, el PRO y Hacemos Coalición Federal, el asesor de Javier Milei, Santiago Caputo, les hizo saber que la sesión había terminado. Y que el proyecto de ley volvía a comisión. O sea, a foja cero. En el ámbito parlamentario esa marcha atrás es una forma elegante de “matar un proyecto”. 

Lo curioso es que la semana previa, cuando la ley ni siquiera había sido votada en general, más de un diputado dialoguista le había alertado a los interlocutores de Javier Milei, Santiago Caputo y el ministro del Interior, Guillermo Francos, que buena parte de los capítulos, tal cual estaban redactados, se caerían en el recinto. El resultado sería (con suerte) que la ley aprobada no fuese más que una cáscara vacía. 

Esos diputados les llevaban en hojas escritas a mano el repaso de los votos que reunían los artículos que pasaron a ser “el corazón” de la ley. Como nunca nadie recuerda haber visto antes en el Congreso, la oposición no solo le reescribía el proyecto al oficialismo para acompañarlo sino que, a la vez, le advertía que la ley corría peligro. 


Sin poroteo bajo el brazo


“¿Dónde estaba (el secretario de Relaciones Parlamentarias) Omar De Marchi? ¿Dónde estaba el secretario Parlamentario del bloque (Cristian Caram)?”, se preguntó una fuente que conoce el Congreso como pocos. “Son ellos los que tienen que hacer el poroteo”, se explayó. 

En la Cámara de Diputados circula una pizarra con el hemiciclo de la Cámara impreso. Lo usan las autoridades del cuerpo para calcular cuántos votos puede cosechar un artículo o ley. En criollo, para hacer el famoso “poroteo” banca por banca.  En una de las cuantas reuniones que Menem mantuvo con los popes dialoguistas, estos hicieron traer esa pizarra. Pero, al parecer, Menem no le dio mucho uso. 

Los diputados de las bancadas dialoguistas al filo de la votación en particular estaban alarmados por la cantidad de artículos que no reunían los 105 votos que necesitaban, de mínima, para mantenerse en pie. ¿Por qué 105? Porque solo la Izquierda y Unión por la Patria suman ese número de bancas. Y, desde que se inició el debate, avisaron que rechazarían la ley en su totalidad. 

Pero además, ya un sector del radicalismo, con Facundo Manes a la cabeza, al igual que la Coalición Cívica, el Socialismo, y Margarita Stolbizer, por poner sólo algunos ejemplos, habían hecho público sus reparos en una serie de temas. Por caso, los “lilitos” ratificaron su postura histórica: facultades delegadas, a nadie. La UCR se oponía a la privatización del Banco Nación y los socialistas a todas ellas. 



La suerte echada


Ya sea por impericia o improvisación, el oficialismo confió en que los 144 votos que reunió la ley en general se repetiría en cada una de las votaciones en particular. Error. Por algo las leyes se votan en general y en particular.  

De allí la importancia del “poroteo” artículo por artículo cuando se avizora que, en la sesión, el texto será diseccionado. El reglamento es sabio: el plazo de una semana que otorga entre la firma del dictamen y la votación en el recinto es una ventana de tiempo para que las fuerzas puedan seguir negociando la letra chica de los proyectos.

Las declaraciones de Guillermo Francos, post derrota, llaman la atención: “⁠Hubo compromisos de votos que no se cumplieron en la práctica. Quienes apoyaron en general el proyecto no mantuvieron su voto durante el tratamiento en particular”. 

Los dialoguistas se habían comprometido a habilitar el debate y a acompañar el grueso de la ley. Pero también a ponerle límites al oficialismo. Por eso, desde la presentación del proyecto pidieron una mesa política: para hacerle llegar a los libertarios sus reparos.

Pese a las advertencias dialoguistas de que “así como estaba el texto no salía”, el oficialismo avanzó y el debate en el recinto derivó en un espectáculo pocas veces visto, y que llegó a escandalizar a Fernando Iglesias: la ley comenzó a ser discutida (y destrozada) inciso por inciso. Nunca visto: los debates en particular son por artículos o capítulos, jamás por incisos.

Una muestra más de que La Libertad Avanza había llegado al recinto a “probar suerte”. 

Y a esto se le agregó un detalle que dificultó más aún el debate en particular: el miembro informante, Gabriel Bornoroni, inexperto en materia parlamentaria, leía hasta la última palabra del texto. Incluyendo los párrafos que no causaban discordia. 

El debate se volvió tan engorroso (la sesión llevaba casi cinco horas y apenas habían votado cinco artículos de los 525) que Emilio Monzó, alguien que no suele pedir la palabra en el recinto, interrumpió para pedir celeridad. 

Monzó estimó que si mantenían esa metodología, la sesión tomaría 262 horas más. El debate ya llevaba más de 60 horas para ese entonces. “Economicemos los tiempos”, pidió el diputado y añadió: “Si no, vamos a estar 10 días acá y no va a salir la ley, señor presidente”.

Después de Monzó, Miguel Ángel Pichetto, otro de los diputados que se mostró híper predispuesto a ayudar a La Libertad Avanza para que tenga su ley, hizo una advertencia en igual sentido. 

“Al oficialismo le pedimos que tengan una cuota de flexibilidad, les encanta seguir perdiendo”, dijo el rionegrino desde su banca. Les sugirió que traten de “receptar algunas propuestas y ganar… no hay que perder, hay que ganar”.

El exsenador auguraba que el oficialismo estaba ante un fracaso irreversible. Minutos después, Caputo les hacía saber que, antes que perder, preferían dar marcha atrás con el proyecto y volverlo a comisión.

Con la vuelta a comisión, La Libertar Avanza tiró a la basura más de un mes de trabajo en el que quemó puentes con la oposición, además de desgastar a sus principales ministros. 

Fue Luis Caputo, ministro de Economía, quien tuvo que dar la cara para anunciar que el capítulo fiscal quedaba fuera de la ley cuando días antes había alertado que, de no ser aprobada, habría que tomar medidas “más duras”. Mientras que Guillermo Francos fue desautorizado en público luego de comprometerse a estudiar la coparticipación del impuesto PAIS. Y quedó en evidencia que, pese a ocupar el ministerio más político, no tenía margen de acción. Al final del día, quien tomaba todas las decisiones eran Milei, o su exégeta, Santiago Caputo. 


Facebook comentarios

Autor

Click to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También te puede interesar