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Política

Cristina-Massa: audacia y pragmatismo peronista para una refundación con final abierto

Y cuando las llamas del incendio financiero amenazaban con llevarse todo, el decisionismo peronista recobró parte de su memoria y jugó fuerte: ahora Sergio Tomás Massa (STM) y Cristina Fernández de Kirchner (CFK) serán la pareja protagónica de la política nacional al menos hasta 2023. El presidente Alberto Fernández tendrá una oportunidad de recobrar parte de su investidura dañada, justamente a partir de enterrar (tal vez tardíamente) la narrativa sobre una presunta construcción de poder propio, el “albertismo” y otros desvíos que le hicieron perder demasiado tiempo desde fines de 2020 a la actualidad.



Un largo año sin cuidados ni acumulación de poder permanente desde la Casa Rosada se constituyó en un lastre; CFK usó ese tiempo para señalar las inconsistencias que fueron llevando al gobierno a la situación actual; todo dentro del estrecho desfiladero de ser la creadora y hacedora de la fórmula en 2019, y luego percibir el derrotero de un fracaso que parcialmente la alcanza. Los “tres o cuatro” vivos que se llevan el crecimiento económico, los funcionarios que no funcionan, el “vayan a buscar otro laburo”, el uso de la lapicera, el festival de importaciones, entre otros disparos a quemarropa de CFK contra la gestión de Alberto Fernández, finalmente consiguieron su efecto: Alberto, sin resultados ante la crisis, volvió a Cristina, y en dos etapas —último mes— introdujo cambios inéditos, decisivos, en su equipo de gobierno.

Y llegó un Sergio Massa recargado, y empieza otra historia, que podrá salir bien o mal. Se verá.

Sin romperse, y adaptado al ordenamiento institucional vigente, se reconfigura la política al interior del Frente de Todos (FdT), ahora con un súper ministro que sobresale, incluso por encima del titular de Balcarce 50: el presidente, ante la crisis económica, pasa a ocupar un lugar menor que su nuevo ministro de Economía empoderado STM. El vector principal de la conversación en el poder del gobierno pasó a ser Massa-Cristina, cuyos despachos a unos 100 metros de distancia (hasta hoy) se ubican en los vértices de noroeste y sureste del Palacio del Congreso, ambos en el primer piso, y con el Salón de los Pasos Perdidos como rombo a atravesar. Es Massa el que normalmente va de visitante al despacho de la vicepresidenta, y por lo visto, han sido pasos ganados y no perdidos, los que dio el tigrense tejiendo largamente una relación con la máxima líder del frente gobernante. Que dio sus beneficios.

Aunque los resultados verdaderamente relevantes se verán a futuro. La maniobra, ahora sí audaz, del FdT, abre una expectativa de cambio en el clima de agobio económico, aún en el contexto gravoso de la Argentina y del mundo, antes y después de la llegada de STM al gabinete.



En el estadio Único de La Plata, en diciembre de 2021, la vicepresidenta —junto a Sergio Massa— dijo: “El otro gran desafío que vamos a tener, obviamente, es la economía. Sergio (Massa) decía muy bien (la antecedió en el uso de la palabra) ‘la economía va a crecer en 2021’, pero ojo, yo no quiero que ese crecimiento se lo queden tres o cuatro vivos nada más”. Casi 20 meses después, se verificó que la advertencia de CFK se verificó. Los trabajadores que participaban del 51 por ciento del PBI en 2015, bajaron al 43 por ciento luego del descalabro macrista y se mantienen en esos niveles en la actualidad albertista. En el medio, el FdT perdió más de cuatro millones de votos en las elecciones intermedias de 2021, y de continuar así no recompone competitividad para 2023.

La refundación del gobierno con el eje Massa-Cristina mostró un primer atisbo de “tranquilidad” en los mercados, aunque desde ya no se trata de cualidad permanente ni consolidada del nuevo esquema de poder. La pregunta sobre cómo cae STM en el kirchnerismo pasional cristinista tiene una respuesta cantada: no cae bien. Aunque si “la jefa” lo banca, el tigrense será aceptado a la vez que observado. En 2013 La Cámpora tuvo un cantito predilecto: “No pasa nada, si todos los traidores se van con Massa”, pero 2022 es otro momento. Y el peronismo es ante todo gobernabilidad, pragmatismo y garantía de condiciones de vida digna para su base electoral. Si no, deja de ser peronismo.

Entre las cualidades que el cristinismo rescata del nuevo súper ministro se anotan: conoce muy bien el Estado. No podrán hacerle un “cuento” (a Massa) como se presume engañó Martín Guzmán al propio presidente (y lo afectó luego gravemente al renunciar sin aviso y sin acordar su sucesor con anterioridad). También rescatan que fue intendente en un municipio como Tigre, y su experiencia de gestión.

Y a diferencia de Alberto Fernández, que, si bien tiene una política de inversión pública nacional muy profunda, desde el kirchnerismo entienden que STM conoce el país en detalle, y que “no habla” desde Buenos Aires. La “instalación” que Alberto Fernández propició de Horacio Rodríguez Larreta —“mi amigo Horacio”— durante la pandemia, califica como error político imperdonable desde la perspectiva kirchnerista.

Desde ya que la alianza Cristina-Massa, no ya secundaria en el FdT como sucedió en la fundación del Frente, cuando fue Alberto el que “trajo” a Massa a la coalición en un segundo momento, sino como eje principal —y con Alberto desplazado a un sitio políticamente sin perspectiva futura—, trae varias preguntas incómodas. ¿Cómo conviven las visiones ideológicas distintas? Una mirada productivista con eje en el capital nacional, la clase media, trabajadores formales de altos salarios (CGT, los “gordos”) y en relaciones de cercanías con los organismos internacionales y con los Estados Unidos, por un lado; y por el otro lado, el kirchnerismo, segundo y tercer cordón del Conurbano bonaerense, desocupados que aplican a planes sociales, y todo el arco de representación de liderazgo e ideológica expresados en el peronismo kirchnerista en general, y en Cristina Kirchner en particular.

Massa y Cristina son distintos, aunque coinciden hoy en un acuerdo táctico. Si la acción política eficaz (que no tuvo el gobierno hasta acá, en especial en la disputa con los factores de poder) ordena, y renueva la representación popular perdida, ambos podrán animarse a pensar un acuerdo a futuro, no ya táctico, sino estratégico.

Un nuevo “pacto” entre el capital y el trabajo, que ordene la vida nacional, baje la inflación, favorezca la inversión, todo en un clima de restricción externa (deuda externa) será inevitable como formato de cualquier solución a mediano y largo plazo. La pregunta es sobre qué piso distributivo se hará el “barajar y dar de nuevo” entre el capital y el trabajo. ¿Con los salarios de 2015?, ¿o con los salarios que dejaron el macrismo, la pandemia, la guerra y el módico acuerdo con el FMI que propició el ex ministro Martín Guzmán? En su perspectiva política, no será igual un “volver a empezar” para el FdT si la desigualdad de ingresos entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre de 20 a 1 (como es en la actualidad) se perpetúa, o empeora; o si, por el contrario,  se retrotrae a los mejores años de la “década ganada” que fue de 14 a 1. Es la primera duda que Massa y Cristina deberían despejar.


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