La llegada de Sergio Massa al gabinete trajo un soplo de expectativa reflejado en la cotización de los bonos soberanos y el descenso del dólar blue. Es la última apuesta de un gobierno con una presidencia extinta que consume sus iniciativas en cuestión de semanas. El plazo de gracia es demasiado corto: en los próximos días se tendrán que saber los primeros lineamientos del plan económico.
Más que un superministerio, la cartera que tendrá a su cargo absorbiendo a Desarrollo Productivo y Agricultura recupera la estructura clásica del Ministerio de Economía, un organigrama que fue sucesivamente desmembrado provocando dislocaciones en la aplicación de las políticas y favoreciendo la descoordinación que se constituyó como un emblema del último período.
La recepción de la novedad en el sector agropecuario fue más bondadosa que con los anteriores nombramientos. En el transcurso de una campaña productiva, pasaron tres ministros. El clima venía empiojado por las iniciativas anunciadas y nunca realizadas, como la ley Agroindustrial, y por las tensiones agudizadas a partir del paro de la Mesa de Enlace.
Las perturbaciones cambiarias tienen una explicación en los desequilibrios macroeconómicos. Y éstos, en su interior, guardan una explicación política. Ese desalineamiento procura subsanar un dirigente con mejor reputación entre los diversos sectores económicos. Y, sobre todo, por los buenos augurios que inspiran entre los involucrados un grupo de asesores y allegados técnicos con prolongada trayectoria e influencia.
Una cuota de esperanza en un país donde el Congreso prácticamente no pudo sacar leyes y el Ejecutivo se enredó una y otra vez en indecisiones. En el terreno agroindustrial, se destaca Gabriel Delgado, uno de los nombres barajados en 2019 para ocupar el primer Ministerio de Agricultura, más tarde designado de improviso como potencial CEO en la frustrada incursión Vicentín. Finalmente, Delgado se resguardó en Brasil como representante en el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura.
Si bien Julián Domínguez es un dirigente con conocimiento y buen trato en el sector, su relevancia se desgastó con las internas de gobierno. El escaso margen de acción y la permanente presión interna y externa a la que fue sometido, lo redujeron a ser una figura secundaria en un enfrentamiento entre la cúpula rural y una franja del oficialismo que no hizo más que entorpecer el flujo de divisas que el país necesita.
En los últimos días, esos chisporroteos se intensificaron con la posibilidad de cobrar una regalía global a los productores por el uso de las semillas, una temática con un extenso archivo que toca las fibras más sensibles del agro. Esa será, tal vez, una de las vertientes a abordar por el nuevo ministro, quien tiene además un trato frecuente con las semilleras, la otra pata del conflicto.
En ese sentido, la tarea tendrá dos dimensiones complementarias, pero con ritmos diferenciados. Por un lado, la cuestión netamente económica, donde el “dólar soja” aparece como síntesis de la problemática vinculada al tipo de cambio y las necesidades de incrementar las exportaciones. La entrega de soja está en 21 millones de toneladas de un total de 43,3 toneladas de la cosecha. Hasta julio se vendió el 48 por ciento del total.
Si hay una merma en las entregas, se relaciona con la incertidumbre generalizada más que con una vocación por el daño. La distorsión dialéctica fomentada un poco como acto reflejo y otro para crear un fantasma responsable de la restricción, es conocida por el nuevo ministro. Superarla será uno de los grandes desafíos que tendrá por delante.
Ese es el eje de la dimensión política. Massa intentará ser una garantía entre los productores, las agroexportadoras y el Banco Central para acumular los dólares que permitan cumplir con el FMI y sostener la actividad económica. La sumatoria de frentes abiertos no ayuda. El problema de las buenas expectativas es que pueden pincharse ni bien se tomen decisiones concretas.
La dependencia de un único proveedor de divisas es una línea de trabajo que Massa subrayó. Su planteo es fomentar la minería, la economía del conocimiento y los hidrocarburos como bases de un plan de estabilización. La vinculación con el agro, para cumplir ese objetivo, será fundamental. Tanto por su rol articulador al interior de las cadenas productivas locales, como por su importancia a raíz de la vinculación público-privada.
Pero antes de lo importante, está lo inmediato. Habrá que esperar hasta conocer los funcionarios que lo acompañarán y contar con detalles de las primeras medidas. Su nominación busca una salida por el costado a una crisis que tiende a espiralizarse. El riesgo es mucho, así también puede ser la ganancia. Hay un 2023 por delante. O un adelantamiento de los tiempos electorales para aprovechar el empellón. Pero también puede haber un olvido definitivo.
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Hace periodismo desde los 16 años. Fue redactor del periódico agrario SURsuelo y trabajó en diversos medios regionales y nacionales. En Instagram: @lpaulinovich.
