“¡Qué día sin consuelo había sido, tan vergonzante, tan siniestro, desde la mañana hasta la noche …”
“El lobo estepario”, Hermann Hesse
Otro poniente espectacular en la costa. El verano dio paso al otoño y nubes rojizas y pesadas se reflejaban en el mar otorgándole un raro y efímero tono rosado. La brisa límpida y húmeda traía promesas de chubascos y frío. Comenzaron a caer gotas dispersas, heladas. Un grupo de chicas daba grititos y dejaron de tomar selfies. Yo saludé al perrazo negro que me acompaña apenas llego al parador, que cerró sus puertas hasta Semana Santa, fecha en que propietarios y algunos turistas aprovechan para extender los días de vacaciones breves culpa de la inflación que mordisquea los bolsillos de modo insaciable, tanto como el afán de los comerciantes locales de llenarse lo más rápido posible para pasar el invierno, como aconsejaba por tevé un milico devenido economista del sistema neoliberal.
Ya en el dúplex dudé en encender la estufa y opté por esperar. Encendí el televisor y zappiando recalé en el noticiero del cable local. Un hombre maduro contaba su experiencia jamás deseada a poco que se recuerde una de las más grandes tragedias ocurridas en nuestro país: el golpe militar del 24 de marzo de 1976, responsable de la desaparición de más de 30 mil opositores al nefasto régimen. Sus palabras me impresionaron y dolieron; las refiero como puedo, desordenadamente, a mi manera, y aportando datos de diarios y libros que investigaron este horror sin límites.
Valiente testimonio
“Yo era muy joven, demasiado joven si eso es posible, como para comprender con exactitud lo que ocurría. A la distancia, de a poco, fui acomodando las piezas. El resultado fue un enigma que estalla en mi cabeza cada vez que pienso en ese día. Hubo otros. Pero esa vez el olor rancio y putrefacto golpeaba las fosas nasales. No fue fácil determinar de dónde provenía. Mi padre, que era bombero acá en Mar de Ajó y manejaba una ambulancia, me preguntó si la había lavado y desinfectado bien después de trasladar el cuerpo mutilado, carcomido por los peces, de una mujer que el mar había arrojado a la playa. Ese día los comentarios y rumores de la gente crecían a medida que pasaban las horas. Es que no muy lejos, a la altura de Mar del Tuyú o Las Toninas, había aparecido otro cuerpo. Dijeron que era de un joven. Pero este tenía las manos y pies atados con sogas. Ambos cadáveres estaban desnudos. La policía había establecido un cerco para alejar a turistas curiosos, que no eran tantos como ahora. Debió ser una sensación extraña, desagradable, caminar por la playa a sabiendas de que se retiraron cuerpos descompuestos sin más explicación de que se habían ahogado. Raro, muy raro”.
El entonces muy joven bombero ayudante recordó que las autoridades solamente decían que se habían ahogado. Nadie precisaba cómo. Decían que lo mejor era callar para preservar los ingresos del turismo. Y recomendaban a los bañistas que el mar puede ser peligroso y llamaban a no ser imprudentes. Y tenían toda la razón. Eran tiempos de la última etapa de la dictadura militar y los imprudentes se desvanecían, desaparecían, o caían abatidos. No en vano eran los años de plomo.
El olor de la muerte
El testimonio, que ya había empezado cuando comencé a verlo por TVC5, continuó con el testigo haciendo referencia a ese olor intensamente desagradable que inundaba el ambiente. Siguiendo el rastro como un perro entrenado, llegó hasta las inmediaciones de un descampado a la altura de la hoy avenida Mitre, a cinco cuadras del mar. Y lo que vio lo dejó helado. La boca abierta y los ojos como platos, diría un cuento infantil. Pero no había chicos sino uniformados y civiles serviles a la causa del mal. En medio de una gran fogata habían echado manos humanas. Presumiblemente en uno de los dispensarios alguien experto en cirugía aunque también pudo hacerlo un carnicero, habían seccionado las manos de los cadáveres recogidos en las playas para obstruir su identificación. Eran, evidentemente, varios más de los que se creía. Después los cuerpos fueron enterrados sin identificar y en fosas comunes que todavía siguen encontrándose. Todos ellos eran víctimas de los vuelos de la muerte. El joven bombero no sabía qué actitud tomar. Y fue la mano de su padre en el hombro la que lo devolvió a una realidad incomprensible. Y sintió miedo. Su padre lo miró fijamente y le dijo: vámonos. Olvidate lo que viste y vamos. Hablar, recordar, era peligroso.
Las playas dan testimonio
El Partido de la Costa está al sudeste de la provincia de Buenos Aires, a poco más de 300 kilómetros de la Capital Federal. Son 96 kilómetros de largo de playas marítimas y hay un área privilegiada que se adentra un par de kilómetros más que otras en el Océano Atlántico. En ese sector de conocidos balnearios fueron hallados numerosos cadáveres. El golpe del 24 de marzo de 1976 por quienes se decían salvadores de la patria devino en una constante violación de los derechos humanos, crímenes de lesa humanidad y terrorismo de Estado con más de 30 mil desapariciones de personas, centenares de secuestros, privaciones ilegítimas de la libertad, torturas en centros clandestinos de detención, apropiación de recién nacidos y exilios forzados a miles de argentinos. Esa nefasta fecha se memora actualmente como Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Desconozco si habrá al menos un acto alusivo en alguna playa donde tuvieron lugar los macabros hallazgos. Para más de uno es sólo un feriado, nada más.

Los Vuelos de la Muerte arreciaron en la última parte del ciclo represivo. Consistía en arrojar personas vivas al mar desde un avión. La práctica se hizo de modo similar en varios ríos y lagos. La orden era eliminar a detenidos desaparecidos y borrar las pruebas del delito. Jóvenes que cumplían con el servicio militar fueron testigos de cómo los subían a los aviones que luego retornaban vacíos y con manchas de sangre que debían limpiar sin preguntar. La masacre silenciosa, señalaron los medios denunciantes, tenía lugar casi siempre de noche. La marcha hacia la gran tumba sin nombres en el mar se hacía en aparatos con características adecuadas al siniestro cometido. Partían de la Esma, Campo de Mayo, Aeroparque, Ezeiza y otros aeropuertos improvisados. Requerían de poco terreno para carretear y contaban con puertas corredizas a ambos lados del fuselaje. Otras aeronaves eran de carga o de pasajeros. Los forenses que formaron parte de las investigaciones determinaron que los trasladados, como los apodaban los torturadores, eran drogados con pentotal o ketalar para adormilarlos. La excusa que les daban era aplicarles una vacuna antes de ser conducidos a un nuevo destino. La muerte se producía al estrellarse los cuerpos contra la superficie marina. Todos los cadáveres ostentaban múltiples fracturas y estallido de cráneo. También indudables marcas de torturas. El mar los recibía, y las corrientes los exponían para que la masacre no quedara impune. Unas 15 localidades de la costa recibieron cuerpos irreconocibles en sus playas. Dicen que Villa Gesell fue una de las primeras. Hasta a conocidas ciudades balnearias uruguayas fueron arrastrados los cuerpos para asombro y horror de pescadores, turistas y autoridades. Unos 25 solamente entre marzo y octubre de 1976, denunció el periodista y escritor Rodolfo Walsh en una carta pública dirigida a la Junta Militar a un año del sistemático baño de sangre. “Están convirtiendo en una alfombra de muertes el Río de La Plata arrojando prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea y en cementerio lacustre el lago San Roque”. Poco después, se convertiría en un desaparecido más. Desmintiendo los lemas oficiales, no éramos ni derechos ni humanos.
Operación limpieza
Fue el ex represor Adolfo Scilingo de la Escuela de Mecánica de la Armada quien declaró que ante la oportunidad de planificarse el operativo masacre, la Armada se negó a fusilar a los detenidos para evitar los inconvenientes que debieron afrontar genocidas como Franco en España y Pinochet en Chile. Tampoco querían ir contra el Vaticano. De tal forma, optaron por moverse sin uniformes. Vestirían remeras, zapatillas y vaqueros. Y arrojarían a los odiados “subversivos” al mar en pleno vuelo. Todo limpiamente sin que nadie se enterara. Es de suponer que todos aplaudieron la idea que hasta el mismo Hitler hubiera envidiado.
¿Cuántos vuelos hubo? Los datos no son reales, concluyen los expertos que investigan todavía en estos días. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben. Por los centros de detención pasaron miles y miles de personas consideradas opositoras al régimen anticonstitucional. Si bien hubo muchos juzgamientos entre miembros de las fuerzas armadas y también civiles cómplices, la Justicia solamente puede probar aquellos casos en que se encontraron los cuerpos o restos de las víctimas. De cualquier modo, no debe olvidarse que no fue una guerra. Hubo víctimas y asesinos. La única reparación posible es la continuidad de los juicios que conducen a reconstruir la verdad de lo sucedido. Aunque nos duela a todos.

Las imágenes de portada y cierre corresponden a la escultura “Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez”, de Claudia Fontes, una de las más visitadas en el Parque de la Memoria. Simboliza la vida perdida de Pablo Míguez, un adolescente que desapareció junto con su madre en 1977 cuando era todavía un niño.