Ya pasaron varios meses de aquel café con mi amigo Víctor en el bar de un hotel céntrico y a pasos del río, pero lo recuerdo ahora. Coincidíamos en que todo escéptico alguna vez había sido un creyente. Lo raro fue que no recordábamos cuándo habíamos dejado de ser creyentes. Tal vez en los 90. Seguramente. También coincidimos en que todo periodista a la larga o a la corta se convierte en un escéptico o en un dirigente político. Así empezamos a hablar del tema.
No debe haber otra ciudad como Rosario ni otra provincia que no sea Santa Fe donde tantos periodistas —sobre todo caras más o menos famosas de la tevé— hayan saltado hacia la vereda de la política. Muchos de ellos, olvidadizos, terminaron viviendo y cobrando suculentos sueldos de ese Estado al que tanto defenestraron desde sus micrófonos. A veces resulta sorprendente la rapidez con que las personas cambian de piel y hábitat. También coincidíamos en que sería lógico y hasta fácil de entender que un periodista veterano en el ocaso de su existencia trasladase su sabiduría al campo impredecible de la función política, al estilo de la antigua Grecia. Evaristo, con todas sus buenas y sus tantísimas malas, así lo había hecho una vez, habilitando sin proponérselo este camino al parecer sin retorno de los cronistas a los palacios legislativos de la ciudad o la provincia, ocupando sus butacas en el recinto en vez de las duras sillas de la sala de prensa. En la última década, un buen número de movileros y movileras y presentadores y presentadoras de noticias había pegado el salto; la mayoría imbuida por la potente idea —real o ficticia— de pertenencia a la comunidad de sus telespectadores, cuando en realidad en poco tiempo sus figuras terminaron aisladas de sus receptores, como niño rico frente a las nuevas tecnologías. Sí, una profunda decepción, dijo Víctor. Las identidades idealizadas por la gente quedaron aisladas y silenciadas en menos de lo que canta un gallo. Salvo un par de excepciones, la mayoría terminó incorporándose a partidos o a coaliciones de la derecha, como queriendo señalarnos que vivirían eternamente del Estado pero sin abandonar su vieja crítica al gasto público y al despilfarro.
Si esto sigue así, tendrán que reemplazar a los periodistas de tevé humanos por robots, le dije a mi amigo en medio de un ataque de tos. Quizá opinen menos e informen más, dijo Víctor. A los robots no les importa la gente, no se involucran con el drama callejero y cotidiano ni toman partido como nuestros héroes de la pantalla; las máquinas no tienen ese defecto. Entonces, será otra decepción, dijo Víctor, y añadió que los ciudadanos ya no tendrán la sensación de que alguien los está cuidando, no todos ellos tienen la posibilidad ni la capacidad de preferir la sensación de pertenencia a la comunidad que les aportan las redes sociales, aún necesitan de la TV clásica. Es más, será un caos la ciudad, dije, porque la única salida será una entusiasta sumisión a la tecnología digital a falta de la empatía que irradiaban aquellas caras humanas en la TV.
Desde la mesa de al lado, un hombre flaco, de cabellos y barba blanca, sin pedir permiso nos disparó en un tono marcadamente castizo: ¡En España pasa lo mismo, muchos pasaron del plató a la política! Lo miramos en silencio, al borde de la indignación por su abrupta intromisión. Disculpen, dijo enseguida, es que seguí atentamente la conversación. El hombre, entre los 60 y 70 años, había tenido minutos atrás algunas actitudes sospechosas. Se había levantado de su silla, caminado unos pasos hacia atrás, después hacia adelante, y había señalado con el dedo índice hacia donde terminaban las escaleras en el primer piso del lobby del hotel. ¿Será un maníaco?, había dicho Víctor en ese instante. Lo cierto fue que media hora después, el hombre flaco se había colado en nuestras reflexiones, sin intención alguna de abandonarlas a pesar de su disculpa. Nuestro nuevo amigo pasó a enumerar: el presentador Màximo Huerta fue el ministro más breve de la democracia, Pepe Viyuela dio el sí a Podemos, Felisuco se incorporó a Ciudadanos, Isabel Rábago al PP, Hermann Tertsch se marchó a Bruselas con Vox y Toni Cantó sigue su periplo de partido en partido, entre otros. Después, en medio de una sonrisa a lo Guasón, dijo: ¡es la democracia de audiencia! También es cierto que hubo otros que rechazaron ofertas de ingresar a la política, añadió.
¿Qué hace un empresario español en un hotel de Rosario?, pensé tras comprobar que la charla con Víctor se había roto. ¿A usted le gusta Isabel, del PP, no?, le dijo mi amigo, en tono irónico. ¡No, yo siempre he sido de izquierdas!, respondió. La conversación se volvió amigable. El hombre se sentó a nuestra mesa y pedimos otra ronda de café. Él decía que el mundo se encontraba en una transición expectante, que había que esperar, que el mercado inmobiliario en Madrid era una hostia caótica a punto de explotar y que las nuevas tecnologías digitales no eran neutrales políticamente. Nosotros intentábamos explicarle que en nuestro país las políticas económicas se adherían a nuestras pieles como sanguijuelas, son nuestra maldita prioridad cotidiana y que por el momento la gratuita comodidad de Google y la democracia digital nos chupaba un huevo. Bienes de lujo para este momento, dijo Víctor. Una verdadera tortura explicar estas cosas a un habitante de otra galaxia. El español dijo entender perfectamente la situación y dijo también que la clase media, se sabe, está desapareciendo y no sólo en la Argentina. Al cabo de lo cual me puse a revisar mi correo electrónico en el teléfono; estaba a punto de empezar a deprimirme.
Al mismo tiempo, una mujer de unos 50 años se acercó a nuestra mesa. Lo hizo cautelosa y tímidamente. Miró al hombre flaco y le dijo que nunca había sido una cholula pero también que no podía dejar de decirle que lo admiraba mucho desde hacía tantísimos años. Le pidió permiso para sacarse una selfie junto a él. El español aceptó en silencio la propuesta y ensayó una sonrisa forzada para la foto. Soy de Mendoza, tendría que venir a conocer nuestra provincia, dijo antes de retirarse. Nos miramos con Víctor como buscando una respuesta. El hombre flaco, como si no hubiera pasado nada, enseguida preguntó qué pensábamos de los candidatos presidenciales, pero yo no podía olvidar lo que acababa de ocurrir en nuestra mesa. La curiosidad pudo más y entonces le pregunté a qué se dedicaba. Soy actor, dijo. Yo creí que era un politólogo español, dije. Yo, un empresario, dijo Víctor. El hombre flaco sonrió y dijo que también era un poco de todo eso. Miré en vano a mi amigo como pidiéndole ayuda para descubrir la identidad del español, hasta que le pregunté quién era. Imanol Arias, dijo. Me hubiera pegado un golpe en la frente con la palma de la mano, pero me mantuve quieto, mientras el español nos preguntó de dónde había salido Javier Milei. ¿Cómo no lo reconocí?, le dije mirándolo a los ojos y tratando de olvidarme que había sido hasta no hacía mucho tiempo atrás periodista de espectáculos en el decano de la ciudad. Pues, porque tengo 68 años, me he achicado un poco y estoy más flaco que un palo…, respondió el señor Arias. ¿Qué está haciendo en Rosario?, preguntó Víctor. Estaremos mañana con Muerte de un viajante, en el teatro El Círculo. De Arthur Miller, dije a fin de recobrar una décima de dignidad. Víctor le preguntó qué había intentado hacer cuando se puso a hacer señas con la mano hacia el primer piso. Creímos que usted podía ser un tipo peligroso. Imanol lanzó una carcajada y explicó que una mujer lo había apuntado con su teléfono móvil a fin de retratarlo y que él no le había dado permiso para hacerlo. Dijo también que era necesario proteger su intimidad, su espacio en los hoteles debía ser inviolable como su casa.
Voy al lavabo un minuto y regreso, dijo el español levantándose de la silla. A solas de nuevo, Víctor me dijo: yo vaya y pase, pero vos no haberlo reconocido… ¿O fuiste una farsa durante veinte años o tenés Alzheimer o cataratas? Cacho, la verdad es que hoy estoy más cerca de diferenciar un roble de los pantanos de un roble americano que a Imanol Arias de un anónimo empresario español. A su regreso, Imanol se quedó detenido frente a nuestra mesa, haciendo una pantomima del hombre de seguridad que le habían puesto en el hotel. En la farsa, caminó un par de pasos hacia un lado y luego hacia el otro, con una mano en la parte posterior de la cintura, como tocándose un arma de fuego bajo el cinturón. ¿A ustedes les parece? ¿Ponerme un guardaespaldas, que me sigue a todas partes? Ese fue el único rasgo de histrionismo que el señor Arias tuvo durante aquel café compartido. Suficiente para volver a sentir aquella vieja aversión hacia los artistas famosos, ese sentimiento ancestral que me provocaba una fuerte puntada en la boca del estómago. En realidad, no fue la única muestra de egocentrismo de artista, porque en otro momento se levantó de nuestra mesa y se puso a imitar a Alfredo Alcón cuando ya anciano había protagonizado Muerte de un viajante. ¡Era genial!, dijo. De todos modos, el hombre no tenía intención alguna de hablar sobre su vida de actor, apenas dijo que había tenido que seguir trabajando y haciendo giras porque había perdido un litigio con el fisco español y había quedado en quiebra. Como Leonard Cohen en sus últimos años, le dije. No tanto, yo me declaré responsable de lo que pasó, a Cohen lo estafaron. Y punto. Luego dijo que no soportaba a Macri, y que la política argentina no dejaba de sorprenderlo. En un momento miré la hora: las 20.20. Me tengo que ir, dije. Nos pusimos de pie los tres. Imanol nos abrazó creo que con sincero afecto.
Al otro día Víctor me envió un mensaje por WhatsApp: ¿qué tenías que hacer con tanta urgencia anoche? Podríamos haber invitado a Imanol a comer un asado en la parrillita de la cortada…
Jugaba Newell’s por la tele a las ocho y media, dije.
Imanol arias
30 de septiembre de 2023 at 06:13
Gracias Jose Luis. Pasamos un buen rato. Y tambien esta lo de que Rosario me toca el alma desde hace mucho tiempo. Un abrazo. Espero que sea hasta pronto