Es octubre de 2018. Una galletita merengada de un metro y medio de diámetro está mirando al Río Paraná en el Parque Sunchales de Rosario. Es treinta y siete veces más grande que una galletita normal, no tiene fecha de vencimiento pero sí tiene fecha de defunción programada. La artista Carolina Grimblat la hizo en 2001 y, cuando termine Quincena del Arte, será destruida. El arte contemporáneo a veces hace eso: descontextualiza un objeto de la vida cotidiana, lo desplaza y le da un nuevo sentido, cambia su escala, produce afectos y luego desaparece. En esos procesos de producción hay artistas, gestores, curadores y también hay fleteros. Esta es la historia de los que llevan las obras de arte de un lugar a otro en la ciudad de Rosario y de su rol en la escena del arte local.
Eugenia Figoseco nació en Carlos Pellegrini, un pueblo del centro-oeste de la provincia de Santa Fe, y Daniel Pérez es rosarino. Se conocieron hace veintidós años estudiando diseño gráfico en la Escuela Provincial de Artes Visuales “General Manuel Belgrano” de Rosario, se enamoraron, se casaron, tienen dos hijos. Ella, además, estudió museología y fue guía en museos de la ciudad. Él trabajó en la imprenta de su padre desde los 15 años, pero ahora tienen un proyecto juntos: son Fragile, la primera empresa de fletes de la ciudad que ofrece un tratamiento exclusivo para el traslado de obras de arte.
“Siempre nos gustó ir de vacaciones y siempre tuvimos vehículos grandes, armados como casas rodantes”, cuenta Eugenia. La primera fue una Estanciera que se llamaba “La cigüeña”, cuando nació su primera hija la cambiaron por otra más grande “muy similar a la de Brigada A”, dice Daniel. Con esa camioneta empezaron, sin querer, con su emprendimiento.
—En ese momento yo trabajaba como guía en un museo y para una muestra teníamos que traer una obra de Buenos Aires. El precio del traslado era altísimo, entonces dije: la vamos a buscar con Dani en la camioneta.
—Y ahí empezamos. Nos encontramos con una persona que venía de Chile, que nos esperaba con un cartelito en el aeropuerto y en su equipaje estaba la obra.
Diez años después de ese primer viaje compraron una camioneta pensando en especializarse: adaptaron los laterales con paneles para poder sostener cuadros de manera plana y paralela, aprendieron sobre técnicas y materiales de embalaje, fabricaron cajas de madera para transportar obras con volumen e hicieron cursos de traslado de obras. “Nosotros teníamos la costumbre de ir a muestras y queríamos tener un proyecto propio. Entonces pensábamos qué podemos generar, qué podemos hacer para contribuir con esto que nos gusta tanto”, recuerda Eugenia.
Fragile comenzó como un proyecto laboral paralelo pero actualmente Eugenia y Daniel se dedican a eso exclusivamente compartiendo las tareas de coordinación y logística. Entre el ochenta y el noventa por ciento de sus traslados son de obras de arte contemporáneo, de artistas que están vivos y produciendo. Esto les permite ir a los talleres y conversar con ellos sobre las posibilidades de embalaje y traslado de sus obras. La palabra final es de los artistas y Eugenia y Daniel quienes la ponen en movimiento.
—Muchas veces terminamos llevando al artista en la camioneta también.
—Sí, y es como un universo paralelo, porque vas hablando de la obra, de la idea que se le ocurrió, de lo que le pasó al hacerla.
—Eso es lo más enriquecedor, el ida y vuelta que se da entre la cabina y la caja, charlado.
—O te dicen, esta no se secó pero la tengo que llevar igual, y llevamos al artista con la pintura en la mano.
Hay dos personas arriba y dos abajo. Los de arriba están tirando de unas sogas en el balcón, los movimientos son medidos, cautos. La que sube es una pintura de Diego Vergara que mide más de dos metros y que no entra por las ventanas ni puede maniobrar las curvas de la escalera. Junto al artista, en planta baja, está Daniel, el fletero, que pide permiso al bar de al lado para poder cruzar la obra por su patio. El momento queda registrado por Eugenia y en las redes sociales alguien comenta que es una hazaña digna de Herzog. Como en Fitzcarraldo, la conquista de lo inútil puede vencer a los errores de cálculo.
“Nos encanta el detrás de escena, el montaje, todo eso que sucede antes de la apertura de una muestra”, dice Eugenia. “Con esto siento que soy el plomo en un recital y si llego a una muestra y está todo montado me pregunto: a esto cómo lo trajeron”, agrega Daniel.
Pero a veces la escena del arte les pide más protagonismo, porque no sólo han trasladado la producción de trescientos artistas y la mayor parte de las piezas que se exhiben en los museos, centros culturales y galerías de la ciudad, sino que a veces son parte activa de las acciones que proponen esos espacios:
—En una Quincena del Arte, para la Noche de Galerías Abiertas, una galería había dejado de tener su espacio físico porque se mudaba a Refinería y como todavía no estaba listo el lugar, nos pidieron que pongamos la camioneta en la vereda y ahí adentro una artista te leía el tarot.
—Iban pasando de a uno y te leían las manos, te tiraban las cartas
—La acción artística ocurría en la camioneta y yo de paso le pedí que le ponga un poco de Feng Shui.
Es octubre de 2018. La escritora Alejandra Benz le dedica un poema a la merengada gigante:
Yo te vi semienterrada
no sé si descubierta o
abandonada a tu suerte
o como un tótem
a tu sabor
a tu dulzura pop (…)
En el arte contemporáneo a veces pasa eso: las obras se activan en un diálogo que mezcla lenguajes. Eugenia recuerda ese traslado porque fue uno de los más significativos:
—Lo de la galletita fue una de las cosas más lindas que hicimos. La obra había estado guardada casi diez años y se iba a mostrar durante Quincena del Arte. Lo que hicimos fue envolverla como quien envuelve a un bebé y llevarla entre cuatro personas. Me acuerdo que llevamos la pala de jardinería de casa para ayudar a enterrar la base en el parque.
La obra estuvo quince días en el espacio público y el poema de Benz ya anunciaba su final:
(…) A merced de las hormigas
del sol impío de octubre
de estas lluvias litorales
de los vándalos, de las aves
de los visitantes de museos
Yo que vos me las tomo ya!
Aunque mejor que no, porque lo bello
es lo que se acaba.
—Después fuimos a buscarla para llevarla a la Planta de Compostaje porque parte de la idea de la artista era que la obra fuera a destrucción. Pero unos días después un grupo de estudiantes y docentes de la Escuela Musto quería rescatar a la galletita y nos llamaron porque, como nosotros sabíamos dónde la habían tirado, nos pidieron que los ayudemos a recuperarla y salvarla para que no se destruya.
—Nosotros les dijimos: pero eso no es lo que la artista quiere, el concepto de su obra fue llevarla ahí a destrucción ¡Esperen qué es un tema complejo! Finalmente el grupo reversionó su proyecto y decidieron no salvar a la galletita desde la obra concreta sino en el recuerdo, haciendo fanzines con relatos de la obra, fotos y serigrafías de la galletita.
El arte contemporáneo a veces hace eso: descontextualiza un objeto de la vida cotidiana, lo desplaza y le da un nuevo sentido, cambia su escala, produce afectos y los diálogos en los que las obras trascienden a sus propios autores. En los procesos de producción hay artistas, gestores, curadores y, afortunadamente, también hay fleteros.
Ilustración y animación de Federico Gloriani