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Sociedad

Diez años de sangre en las calles: breve historia del crimen en Rosario más allá del mito del Pájaro

Tenía 29 años y como se sabe lo llamaban el Pájaro. Los obituarios suelen mejorar a las personas, y Claudio Ariel Cantero, pese a las actividades de la banda que lideraba, no fue la excepción: habría sido el jefe más racional y menos violento de Los Monos; el que buscaba componer las diferencias y mantenerse en paz con los competidores, porque al fin de cuentas los beneficios eran grandes y cada uno podía llevarse una buena porción. Su asesinato fue visto en consecuencia como una grave equivocación de sus enemigos y, con la ola de violencia con que fue contestado, como un quiebre en la historia criminal de Rosario. Pero el contexto histórico relativiza esa conclusión y permite observar no la supuesta trascendencia del episodio sino el proceso en que se inscribió, los factores que lo hicieron posible y, en particular, los problemas que pasaron desapercibidos a partir de la extrema visibilidad de Los Monos y sus representaciones mediáticas.

Cantero fue asesinado en la madrugada del 26 de mayo de 2013, frente a la disco Infinity Night, en Villa Gobernador Gálvez. Sus ejecutores lo tomaron desprevenido, cuando el Pájaro bajó de un Peugeot 504 y se puso a orinar contra un galpón vecino. Lisandro Mena y Jesús Gorosito, los soldaditos que lo escoltaban, tampoco atinaron a reaccionar y resultaron heridos bajo la lluvia de balas desatada por los ocupantes de una Ford Ecoesport que frenó al lado.

Lorena Myriam Verdún, la viuda, pudo quejarse con cierta razón de la mala fama de Cantero: la Justicia solo lo acusó por una infracción al viejo código de faltas por una apuesta clandestina y por tenencia ilegal de un arma de guerra; y cuando la policía dio vuelta el barrio Las Flores en su búsqueda, en mayo de 2004, el Pájaro se presentó por su cuenta en los tribunales provinciales. La leyenda redondeó su perfil en contraste con Ariel Máximo Cantero, el Guille, su hermano: uno era conciliador, pensaba que la sangre llama a la sangre y también a la curiosidad pública, y llamar la atención es contraproducente para los negocios; el otro se encargaba de los que se resistían a pagar por protección o pretendían manejarse de manera independiente en la venta al menudeo de cocaína y marihuana.

El escarmiento por esa especie de magnicidio en el hampa llega por lo menos hasta agosto de 2022: Osvaldo Popito Salazar pudo ser absuelto por el beneficio de la duda ante la Justicia, acusado de armar a los agresores, pero cayó acribillado en una salida transitoria del Complejo Penitenciario número 16, entre Pérez y Rosario. La venganza inauguró una práctica que Los Monos extendieron al conflicto con Esteban Alvarado: la elaboración de condenas de muerte que circulan entre los sicarios. “Hay dos fatwa —asegura un antiguo allegado a la familia Cantero—: Luis Bassi (N.R.: también absuelto por el beneficio de la duda) y el propio Alvarado”.

El ascenso y la caída del Pájaro, sin embargo, no se entienden fuera de la historia criminal de Rosario. Y lo significativo no es el crimen en sí sino ese proceso que se desarrolla en la ciudad desde fines del siglo XX y estalla en el presente. En el año 2013 —no solo en el mes en que fue asesinado el líder de Los Monos— se sucedieron una serie de episodios que en conjunto abren un nuevo período, caracterizado por la desorganización del crimen, la fragmentación del mercado y la instauración de la violencia como via regia para resolver diferencias.

Las balaceras reiteradas contra comisarías y oficinas del Servicio Penitenciario, que esta semana precipitaron el undécimo cambio de jefes en la Unidad Regional II en tres años de accidentada gestión de la provincia, se producen en reclamo de la situación de presos de alto perfil en la cárcel de Piñero y dan cuenta de los usos de la violencia por parte de las bandas como presión sobre el Estado y la política. El gobierno de la provincia promueve la reapertura de las comisarías que cerró la administración anterior; el intento de sentar presencia en el territorio, a lo que responde la medida, queda disminuido con edificios que deben protegerse con vallas y aun así son tiroteados como cualquier casa de vecino.


Rosario, 2013


El calendario de 2013 está marcado por hitos de la historia criminal que se proyectan en el presente: el 8 de enero, la militante social Mercedes Delgado fue asesinada en un tiroteo entre bandas de Ludueña; en febrero se clausuró la franquicia del boliche Esperanto y quedó la sospecha sobre relaciones espurias entre sectores de la política y el empresario narco Luis Medina; en septiembre, en Funes, fue detenido David Delfín Zacarías y quedó al descubierto una empresa para la elaboración industrial de cocaína; el 13 de octubre, cuando miraba televisión en su casa del barrio Alberdi, el gobernador Antonio Bonfatti fue sorprendido por una balacera; el 29 de diciembre, sicarios no identificados ejecutaron a Luis Medina y su compañera Justina Pérez Castelli en el acceso Sur y la jueza de turno pidió que no la molestaran porque estaba en Cariló.

También en 2013 ocurrieron otros hechos para observar con lente de aumento: en abril, la División Judiciales, un brazo policial de la banda de Esteban Alvarado, empezó las escuchas telefónicas de Los Monos y, por otra parte, la Justicia Federal recibió una denuncia que pormenorizaba los vínculos de Medina con la policía, fue investigada por la Policía de Seguridad Aeroportuaria y finalmente desechada por el juez interviniente, pese a las evidencias obtenidas respecto a los pagos contantes y sonantes de sobornos que la policía de Rosario recibía de Medina.

El contexto histórico remite además a episodios de 2012: el triple crimen de Villa Moreno, en enero, cuando una banda narcocriminal asesinó por error a tres militantes del Frente Popular Darío Santillán; la detención de Hugo Tognoli, jefe de la policía provincial, por protección del narcotráfico; el informe del fiscal de San Isidro Patricio Ferrari a la Justicia de Rosario sobre las vinculaciones de Alvarado con la policía local, que terminó archivado sin pena ni gloria; el asesinato de Martín Paz, el Fantasma, un mes después.

Los asesinatos de Paz, Cantero y Medina tienen algo en común: ninguno fue aclarado. Y las sospechas sobre la Justicia y la política santafesina se extienden como una mancha de aceite a partir de la incapacidad para resolver esos crímenes. Hasta hoy la versión oficial sobre el crimen de Martín Paz postula una venganza de Los Monos, la historia elucubrada por División Judiciales al mando de Cristian Romero y Luis Quevertoque sin respaldo en la escena del crimen. Pese a las conclusiones de una pericia de Gendarmería, que descartaron irregularidades, el manejo de la computadora de Luis Medina por parte de empleados del Ministerio de Seguridad sigue envuelto a su vez en la sospecha.



Diez años después


En 2023, hasta el 31 de mayo, fueron asesinadas 132 personas en el departamento Rosario. Entre las víctimas hay vecinos, trabajadores, niños, mujeres y militantes sociales. Pero la violencia narcocriminal nunca estuvo restringida a los integrantes de las bandas, como plantea un sentido común que en ese caso encontraría menos grave la situación: uno de los primeros crímenes que registra la historia reciente, el 19 de julio de 1999, tuvo como víctima a un chico de 13 años, Mariano Díaz.

Como una prefiguración de la actualidad, el crimen de Mariano Díaz no fue aclarado. El chico apareció con un balazo en la cabeza y signos de asfixia en Funes. Según el juez que investigó el caso, había presenciado el 3 de julio anterior el crimen de Jerónima Catalina Gallardo, en un quiosco de Fisherton donde funcionaba lo que todavía no se llamaba búnker.

La migración de bandas del robo a mano armada al narcotráfico, la conformación de un mercado fragmentado y los cambios en las relaciones entre narcos y policías conformaron un cuadro que se pierde de vista cuando el foco se centra en la muerte del Pájaro Cantero y en las historias reales o imaginarias de Los Monos. Jorge Halford y Juan José Muga, condenados en distintas causas como organizadores de narcotráfico, coincidieron en señalar el papel rector que tenía la Dirección de Drogas sobre el negocio pero sus palabras parecieron menos convincentes que las de los policías de los que hablaban.

En correlación con esos cambios, la Dirección de Drogas Peligrosas perdió centralidad en la explotación del negocio. Ignacio Actis Caporale, otro condenado por narcotráfico, describió el alcance de esos manejos: el tráfico de drogas en Rosario fue una actividad que manejó la policía. Pero a partir de la fragmentación del mercado la competencia se proyectó al interior de la institución, penetró en otras fuerzas de seguridad y generó un sinfín de variantes: una corrupción organizada, centralizada en comisarías, capaz de ofrecer un servicio de protección más o menos permanente; otra de tipo transversal, que involucraba a miembros de distintas fuerzas, como fue el caso de Los Monos; y una corrupción desorganizada o eventual de agentes aislados donde lo que se negocia es la aplicación de la ley.

El maridaje entre narcos y policías es una de las claves para el surgimiento de Los Monos. La familia acaudillada por Máximo Ariel Cantero, el Viejo, se impuso en la zona sur de la ciudad después de enfrentarse a otros competidores: el grupo que lideraba Sergio Arriola, protagonista de los primeros viajes de Rosario a Paraguay en busca de marihuana en cantidad, y el de Los Garompa, cuyo jefe, Fernando Corso, terminó asesinado.

Los Monos consagraron su dominio en el barrio hacia 2004, cuando Arriola fue condenado por la Justicia Federal a trece años de prisión y Los Garompa quedaron diezmados. A diferencia de Cantero, en principio compañero de andanzas, Arriola representó todavía el tipo de jefe a la antigua usanza, que no quería tratos con la policía y ejercía su autoridad en el ambiente sin recurrir a la violencia armada; de hecho reivindicó una trayectoria en el delito “sin matar a nadie, sin disparar un solo tiro” y enrostró al Viejo Cantero su traición a los códigos del hampa, porque le quiso robar droga aunque eran socios, le disparó cuando estaba desarmado y finalmente lo delató a la policía.

El ambiente narcocriminal se configura en Rosario alrededor de familias. Los vínculos de parentesco se revalorizan en la competencia por el mercado y en la resistencia contra las persecuciones de la ley. Ser parte de una familia implica un legado del que hacerse cargo. En el caso de Los Monos, si bien la reacción fue comandada por Ramón Machuca en base a la información que aportaban los empleados policiales de la banda, Guille Cantero parece haber asumido la memoria del Pájaro y el mandato de venganza. Sin embargo, la muerte de Claudio Ariel Cantero debe ser situada en la historia que le da sentido y que hoy parece en trance de ingresar en una nueva etapa, todavía más violenta.


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