El estancamiento de al menos 12 años es un registro que no hace falta acompañar con demasiados datos. Cada una de las personas que vivió en el país durante ese periodo pudo advertirlo en su propia experiencia. Y una de las dimensiones más sintomáticas de ese letargo nacional es la agroindustria.
El principal sector productivo trazó una parábola de chatura y postergaciones. Con un volumen de producción frenado, una volatilidad macro que hizo inviable cualquier inversión en tecnología y aumento de productividad, y el retroceso de posiciones exportadoras, el agro argentino refleja los años perdidos de la Argentina.
Esa crisis se agudizó a partir de 2018 con la sequía, se intensificó en 2020 con la pandemia y empeoró en 2022 con el recrudecimiento de las tensiones geopolíticas, el impacto en las políticas monetarias y los fenómenos climáticos que configuraron un escenario de máxima incertidumbre respecto a cadenas de suministro, estabilidad comercial y nivel de precios.
En 2023, la Argentina vivió una nueva sequía, esta vez de las más severas de su historia. A la par, China, que en los 15 años anteriores emergió como el gran socio comercial que encarnaba una demanda infinita, comenzó a rever su estrategia. Su orientación hacia el mercado interno en medio de crecientes pujas con los Estados Unidos y su preferencia regional por Brasil sumaron complejidades al panorama nacional.
Desde 2020 a la fecha, los precios agrícolas tuvieron el triple de volatilidad que durante los cinco años anteriores. Para el caso de la soja, el maíz y el trigo, las oscilaciones fueron 3 veces mayores a las del período 2015-2019. Estos factores sirven para explicar en parte que la participación argentina en las exportaciones globales agroalimentarias haya caído del 2,7 por ciento en 2011 al 2,2 por ciento en 2021. Pero obviamente no son suficientes para una comprensión acabada del deterioro.
En un informe presentado recientemente, el Banco Mundial sintetizó algunas de las causas de este fracaso argentino. Entre las razones señaló las restricciones a las exportaciones y la inestabilidad del marco regulatorio con tipos de cambio diferenciados, retenciones al comercio exterior o la vigencia de impuestos como ingresos brutos.
El círculo vicioso del estancamiento
La pérdida de protagonismo del agro es una consecuencia de la falta en la dirigencia nacional de una perspectiva sobre el sector que llevó a políticas sumamente destructivas basadas en la improvisación y la urgencia. En la década del 50, el valor de las exportaciones argentinas representaba el 1,12 por ciento de las exportaciones mundiales. A partir de la década del 70, comenzó una rampa del puesto 25 al 42. El país nunca más volvió a insertarse entre los primeros 30 exportadores. Actualmente, la participación apenas alcanza el 0,30 por ciento.
En 2023, con la sequía, las exportaciones de Argentina sumaron 66.788 millones de dólares, un 24 por ciento menos que en el año previo. Ese año la participación en las exportaciones mundiales fue del 0,22 por ciento. El desplome de la producción de harina de soja, el principal producto de las ventas nacionales, hizo que Argentina perdiera su lugar como máximo exportador mundial desde la campaña 97/98, superado por Brasil.
Con epicentro en el Up River rosarino, Argentina es el cuarto productor mundial de esta manufactura, detrás de China, Estados Unidos y Brasil. En la campaña 10/11, la producción nacional ocupaba el 17 por ciento del total. En la campaña 20/21, el porcentaje había caído al 13 por ciento. La producción de 23,6 millones de toneladas del 2023 fue el volumen más bajo desde 04/05.
Según la Organización Mundial de Comercio (OMC), en 2021 Argentina ocupaba el puesto 18 en el ránking mundial de exportadores del agro. En el continente, era cuarto. A principios de los años 80, estaba en el puesto 13. Entre los 90 y los 2000 merodeó entre el 13 y el 16. En los últimos cinco años se frenó en el 16 hasta caer al nivel más bajo en medio siglo.
En los 10 años recientes, Argentina es el país que menos creció en la región, solo superado por Venezuela. Por el contrario, en lo que va del siglo, Brasil pasó del puesto 12 entre los exportadores mundiales a estar entre los primeros tres. En 2011 el valor de sus exportaciones netas alcanzaba los 86.390 millones de dólares. Para 2021 ascendió a 111.086 millones, un aumento del 27 por ciento interanual promedio. En ese mismo periodo, el valor de las exportaciones argentinas pasó de 45.262 millones de dólares en 2011 a 42.673 millones en 2021, una caída del 6 por ciento.
Si lo poco que se movió la economía durante estos años de letargo se explica por la tracción de las exportaciones agropecuarias, esa fuerza impulsora también fue perdiendo energía, retroalimentando el estancamiento. La crisis económica es una expresión agregada de pequeñas crisis sectoriales que fueron carcomiendo la estructura productiva nacional. Un desquicio que logró postrar hasta al sector más dinámico.
Autor
-
Hace periodismo desde los 16 años. Fue redactor del periódico agrario SURsuelo y trabajó en diversos medios regionales y nacionales. En Instagram: @lpaulinovich.
Ver todas las entradas