“¿Que ha pasado que no hemos visto que venían los nazis?” se preguntaba Walter Benjamín en la Alemania del siglo XX y se contestaba: “no tenemos herramientas conceptuales para procesar este horror”. La siguiente es una reflexión producto de la experiencia de haber formado parte de la Comitiva Internacional de Veedores para el balotaje histórico entre Luiz Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro. Más que un análisis político de la realidad brasileña, estas líneas intentan brindar algunas “herramientas conceptuales” que nos ayuden a entender (para enfrentar) el crecimiento de la ultraderecha a nivel global y construir posibles antídotos para ser usados en el territorio que corresponda. Empiezo a escribir en el avión al cual tuve que llegar por subte porque los accesos al aeropuerto estaban bloqueados por fuerzas bolsonaristras. Los acontecimientos se encuentran en desarrollo.
Había que ganar y se ganó. Hoy tenemos muchas más posibilidades de solucionar los problemas que ayer. Porque si esos dos millones de votos salían al revés hoy el mundo sería un lugar mucho más hostil para quienes queremos vivir en libertad e igualdad. Los Trump, las Bullrich, los Milei del mundo estarían más envalentonados moralmente y empoderados realmente para arremeter con su proyecto neo fascista. Guste más o menos, de eso se tratan, por ahora, las elecciones: de saber cuánto vamos a tener que luchar y cuánto que esperar para tener la sociedad que queremos. Si van a ser meses, años, décadas o siglos. Acelerar, detener o atrasar los cambios, mientras por abajo, en la sociedad, se van produciendo los verdaderos procesos sociales.
Pero se ganó y fue hermoso. La gente celebró de a cientos de miles en las calles, lloró de emoción, explotó en un gran grito de desahogo colectivo. Los jóvenes, las mujeres y el colectivo LGTBQ, quienes fueron más perseguidos estos cuatro años, protagonizaron los festejos. Estar ahí, viviéndolo, en medio de esa marea roja, es un privilegio que guardaré por siempre. Se ganó y vienen ahora muchos desafíos tanto o más grandes que la victoria electoral el domingo.
En una conversación que tuvimos en medio del calor atronador de la periferia de Sao Paulo, en el ABC paulista de donde salió Lula, el diputado más votado de Brasil Guillerme Boulos lo sintetizaba mientras mostraba orgulloso las victorias del movimiento social de los Sin Techo. (Un paréntesis necesario: a solo 48 horas de la elección más importante de sus vidas se tomaron el tiempo para llevar a la comitiva internacional a ver la construcción de su movimiento social. Interesante gesto para empezar a mirar bien de cerca el liderazgo de Boulos) “Tenemos enfrente tres batallas” nos dice Guillermo: “Ganar el domingo. Llegar a asumir el primero de enero. Y gobernar bien para derrotar al bolsonarismo que ya está inserto en la sociedad”. Vamos a ganar las elecciones, anticipaba, pero “derrotar a Bolsonaro no es derrotar al bolsonarismo”.
Y así fue. Se ganó con un estrecho margen y con una alianza tan amplia que incluyó a casi todos los ex adversarios del PT. A tal punto que el candidato a vice, Geraldo Alckmin, fue el rival de Lula en el balotaje de 2006. Todos adentro porque el objetivo era claro: salvar a Brasil del autoritarismo. Las alianzas fueron tan grandes como el tamaño del objetivo. No solo desde el punto de vista político, muchos de los grandes medios de comunicación también participaron de la cruzada y fue notable durante las horas posteriores a la elección donde las portadas de los diarios y los noticieros no dudaron en titular como “golpistas” o directamente “bandidos” a los manifestantes que bloquean rutas y aeropuertos, colaborando de forma gravitante a frenar y no alentar los intentos desestabilizadores (qué distinta sería la democracia si ese fuera el comportamiento habitual de los grandes medios). También en el plano internacional Lula tuvo apoyos decisivos que ayudaron a aislar las maniobras golpistas de Bolsonaro. Fue sólo minutos después de que Lula anunció la victoria y le habló al mundo por televisión, cuando se acercó a la sala contigua donde estábamos los miembros de la comitiva internacional de veedores para agradecer nuestra misión, que le acercaron un teléfono y se retiró para luego volver. “Es una llamada importante” se excusó. Dicen que era Joe Biden dando la venia imperial.
En suma, desde el neoliberalismo de Washington hasta el marxismo del Movimiento Sin Tierra, todos hicieron su parte para que Lula derrote a Bolsonaro en las urnas, y el margen fue estrecho. Ahora viene la parte difícil: derrotar al bolsonarismo en la sociedad. Y es ahí donde los países de la región tenemos que mirar. No tanto en la astucia electoral de las alianzas que se hicieron para ganar sino en las estrategias de construcción social que se desplieguen de ahora en más para desarticular a un sujeto que ya no es un fenómeno sino un actor en consolidación con posibilidades de expandirse por la región: un movimiento de masas al estilo fascista.
De las extensas charlas, opiniones, análisis y reflexiones que escuché en los cuatro días que estuve en Sao Paulo, la que más me impactó fue la del mismo Boulos cuando explicó a qué se refería con que “derrotar a Bolsonaro no es derrotar al bolsonarismo”. Cualquiera pensaría que hacía referencia a la cantidad de diputados, gobernadores e intendentes con que había quedado el Partido Liberal, pero no. Hablaba de algo mucho más profundo: “Bolsonaro logró en solo cuatro años lo que la dictadura no logró en 21”, esto es, “instalar la violencia como forma de hacer las cosas, el odio como motor de vida”
En este mismo momento están saliendo a la luz imagenes y videos de los bloqueos y los cortes de ruta donde los manifestantes (muchos, muchisimos) hacen el saludo nazi, se ordenan y marchan cual seguidores del Führer. Imágenes que como generación jamás pensamos que llegaríamos a ver tan pero tan cerca. En la puerta de una librería sobre la avenida paulista un cartel hecho a mano cita a la filósofa alemana Hannah Arendt que dedicó su vida a entender cómo fue posible el nazismo: “vivimos tiempos sombríos donde las peores personas perderán el miedo y las mejores perderán las esperanzas. cambiemos!”

Virar ya! o por qué Bolsonaro sacó más de 58 millones de votos
La pregunta que todos, acá y allá, nos seguimos haciendo es: ¿cómo un tipo como Bolsonaro logró sacar la mitad de los votos en Brasil después de todo lo que hizo/dijo en estos años? ¿Cómo una persona notablemente poco instruida, sin una verba elocuente, sin una personalidad de líder ni un carisma demasiado encantador, más bien todo lo contrario, logra semejante apoyo popular? Aunque es obvio hay que decirlo: a Bolsonaro no lo votaron sólo los ricos. A Bolsonaro lo votó mucho pueblo. El que maneja el Uber. El quiosquero. Las empleadas del hotel. La que vende latas de cerveza en la calle. En ese ejercicio de encuestador turista que cualquier extranjero hace con quien se cruza, el resultado daba 50 por ciento a 50 por ciento y a veces un poquito más para el otro lado. Pero en las calles céntricas de Sao Paulo si uno se guiaba por esa linda costumbre electoral brasilera de pegarse en la ropa las calcos de a quién va a votar, Lula tenía que ganar 90 a 10. A veces los politizados solemos engañarnos entre nosotros mismos.

Por eso tal vez haya que buscar más en nuestros propios errores que en los defectos ajenos las causas de este fenómeno global de la famosa ultraderecha. Benjamin sostenía que “todo avance del fascismo es producto de una revolución frustrada”, de algo que no logró lo que se proponía. Por eso cabe preguntarse: ¿cuánto de esta realidad es producto de los límites de la ola anterior de gobiernos progresistas?¿Cuánto podrá revertirlo esta nueva ola? Quizá encontremos aquí una hipótesis que le dé sustento a los nuevos fascismos: la democracia como promesa incumplida.
“Con la democracia se come, se cura y se educa” es una gran frase para un discurso épico de campaña. Pero también es un compromiso que de no cumplirse corre el riesgo de convertirse en una gran estafa. En América Latina, el continente más desigual del planeta, con casi el 50 por ciento de pobres, no es tan ilógico que haya mucha gente pensando que si con la democracia ni sé comió, ni se educó, ni se curó, sea tiempo de probar con otra cosa. (Que, obviamente, terminará saliendo mucho más cara.)
Con tan malos resultados cosechados en los últimos 40 años y con tan pocos logros que exhibir, las democracias en nuestros países se vuelven cada vez más un acto de fe. Y como dicen los creyentes: “la fe sin obras es muerta”. Hasta ellos saben que sin actos, sin cosas reales, la fe se vuelve una promesa permanente. Un “te juro que ya va a andar” y así vamos quedando cada vez menos que todavía creemos. Los que por convicción ideológica sostenemos esta suerte de ilusión de que siempre hay algo que está impidiendo eso que la democracia va a hacer y no hace. Cuando se vaya Macri ya verán, cuando mejoren los precios internacionales sí que sí, cuando nos saquemos de encima al FMI despegamos, cuando termine la guerra en algún lugar del planeta… y así se le va la vida a generaciones. Rita Segato llama “Fe Cívica” a ese sentimiento, casi ingenuo plantea, que tenemos los politizados de creer que este Estado va a resolver los grandes dramas y problemas que tenemos como sociedad.
Mientras la democracia no resuelve los problemas que el capitalismo genera, crecen la bronca y la indignación. La frustración personal que el sistema genera imponiendo metas, sueños, estereotipos pero sin ningún medio para alcanzarlos tiene que encontrar un culpable que, obviamente, nunca tiene que ser el capitalismo. El neoliberalismo clásico resolvió históricamente esta contradicción culpando a la gente. En esta idea meritocrática donde se nos invita a ser empresarios de nosotros mismos, si no sos exitoso el problema es tuyo. No te estás esforzando lo suficiente. El de al lado lo está haciendo mejor, compite. Hazlo mejor. Más barato. Más rápido. Tú puedes. Ese era el paradigma con el que nos veníamos manejando hasta el momento.
Pero el neoliberalismo en su etapa autoritaria actual (¿”fascismo de mercado”?) cambió. Ahora no te exige más a vos, que ya trabajás 12 horas, pagás impuestos, tenés tu familia como corresponde, cumplís todos los mandatos y aun así no llegás. El neoliberalismo aprendió, cual algoritmo, que seguir culpando a la gente ya no funcionaba. ¿Cómo le explicás al fletero de barrio Rucci que se levanta a las 5 de la mañana y llega a la casa a las 21 que no se está esforzando lo suficiente? ¿Para dónde mandás la bronca que le genera no llegar a fin de mes trabajando todo el día y que encima le roben la batería de la chata cada dos semanas porque la tiene que dejar afuera? ¿Dónde va esa bronca para que no vaya contra el sistema? Alguien tiene que tener la culpa. Si no sos vos mismo, como propone el neoliberalismo clásico, entonces tiene que ser el otro. El vecino del barrio de al lado. El otro que no compite con vos ni es mejor, sino que te está cagando. Alguien lo está ayudando y no se lo merece, está haciendo trampa. Lo que vos no tenés lo tiene él. Lo que a vos te falta está en otro lado. Vos estás mal porque el otro está bien sin hacer todo el esfuerzo que vos estás haciendo.
Con ese razonamiento “el otro” puede ser cualquiera: el planero, el del PT, el kirchnerista, el trabajador estatal, el zurdo, el extranjero. Cualquiera en el que pueda proyectar todas mis angustias y mis frustraciones. Alguien se está quedando con mi esfuerzo y, paradójicamente, siempre es menos poderoso que yo.
En el libro Cómo conversar con un fascista (Como conversar com um fascista. Reflexões sobre o Cotidiano Autoritário Brasileiro) la autora Marcia Tiburi plantea una idea potente: “Quien odia antes tuvo miedo y antes envidia”. La manipulación de los sentimientos más básicos del ser humano a través de slogans simplistas, de campañas sistemáticas de fake news y propuestas ilógicas son una clave de la política de ultraderecha, que encuentra en la crisis de las condiciones materiales de existencia que padecen las grandes mayorías y en la crisis de sentido en la que están sumergidas grandes porciones de los incluidos un terreno fértil para instalarse y crecer.

Y entonces ¿cuál es el antídoto?
“Vira vira” fue el ingenioso y eficaz recurso de comunicación política que construyó la campaña de Lula para reconvertir el gesto (muy eficaz también) de los dedos en forma de arma que popularizó Bolsonaro como la nueva forma de hacer las cosas en Brasil. Ametralladora, bala, violencia para arrasar con todo lo que no me gusta. La campaña propuso “virar”, girar, los dedos de forma de arma a forma de L. L de Lula. Y “virar”, cambiar, dar vuelta los votos de la gente. “Cambia el voto de María y el de Juan. Cambia el voto del compañero y el voto del patrón, el del panadero y el del abogado”. Los dedos en L se convirtieron en un verdadero símbolo más grande incluso que la propia campaña. Habla de cambiar la violencia como método. “Mira el futuro, dale un lápiz a los niños y sácale el arma” cierra la canción.
Tal vez la clave esté también en “virar”, en cambiar, en dar vuelta esta democracia que tenemos y que ya no da respuestas. Pensar nuevas formas, de abajo hacia arriba, en lo cercano. Más decisiones directas y menos intermediarios, más gente participando y menos burócratas usufructuando. De a muchos. Multicolor, heterogéneo. En comunidad, ahí está la posibilidad de reinventar está democracia cansada que se va agotando. Menos Fe Cívica en un Estado que no nos pertenece y expectativas en un mercado que nos arrasa, y más confianza en el vecino que tenemos al lado para salir adelante. La respuesta está quizá más cerca de lo que pensamos.
Lula dio muchas definiciones importantes estos días, habló del volver al mundo, de cuidar el amazonas, de la producción de alimentos, de los grandes temas. Pero dijo algo clave, discreto, casi desapercibido, cuando le preguntaron cómo gobernar esta sociedad partida y enojada: “tenemos que hacer que el vecino vuelva a hablar con el vecino”. El presidente de una de las diez economías más importantes del planeta, el jefe de Estado del país “mais grande do mundo” está pensando en el vecino del barrio, en reconstruir la comunidad. “Todos huimos de la misma tragedia” decía Bauman sobre la ruptura de los lazos, de la comunidad rota.
Mientras todos los analistas miran los números en el congreso, el mapa de gobernaciones y las tensiones con el poder judicial, Lula, que tiene muy en claro cuál es el verdadero problema, dijo en su discurso de victoria: “El diálogo entre poderes está garantizado por la Constitución, es más urgente retomar el diálogo entre el pueblo y el gobierno. Así que traigamos de vuelta las conferencias nacionales. Para que los interesados elijan sus prioridades, y presenten al gobierno sugerencias de políticas públicas para cada área.”
Quizá de eso se trate el futuro. De menos discursos exaltados y grandilocuentes y más acciones concretas y reales. Quizás el eje de lo que viene no sea la dicotomía “moderación o radicalización” sino otras nuevas. Hay quienes dicen que lo contrario a la tibieza no es la radicalidad sino la profundidad. Vienen tiempos en los que si no profundizamos retrocedemos. En los que si queremos conservar poquito capaz nos quedemos sin nada. García Linera, de los pensadores más lúcidos de nuestro tiempo, nos invita a “disfrutar” esta época incierta en la que vivimos porque nadie tiene la posibilidad de escribir el destino. “Estos son los mejores momentos. Nadie tiene la autoridad política ni moral para decirnos cuál es el camino. ¿Qué queda? Que lo inventemos nosotros. Después de tiempos de incertidumbre radical, la gente necesita aferrarse a algo, a certidumbres. O lo hace la derecha autoritaria o lo hace un progresismo renovado”. Y nos advierte: “mantenerse en una estrategia meramente “administrativista” puede conducir a que el progresismo vaya perdiendo su veta transformadora para ir convirtiéndose en un partido de un orden crecientemente insatisfactorio que alimente el bloque neoconservador”.
Por eso hoy más que nunca necesitamos acciones que muestren que la política nos sirve para la vida nuestra y no para mantener una élite de privilegiados que en definitiva “son todos iguales”. Ahí está el riesgo, si la política no cambia la gente la rechaza. Y rechazar la política en tiempos de crisis es como prender fuego el salvavidas en medio de un naufragio. Para los que no tenemos otra cosa que nuestra fuerza de trabajo, la política es el único instrumento que puede salvarnos, ayudarnos a salir adelante. Juan Carlos Monedero plantea que en tiempos de crisis materiales y existenciales “la mejor autoayuda que podemos encontrar es la autoayuda colectiva y la autoayuda colectiva se llama política”. Dediquémonos a resolver los problemas y los problemas que no podamos resolver por alguna razón, económica, de relación de fuerzas o de lo que sea, invitemos a la gente a luchar para lograrlo. Aunque haya posibilidad de no ganarla. Es mucho más digno dar una pelea de cara a la sociedad y perderla que invitar a la quietud, el posibilismo, la impotencia y la resignación. “En cada revolución local está la esperanza de otra revolución”, completa Linera la idea anterior. “Hacer una revolución que dé ganas de hacer otras revoluciones” escribió Osvaldo Soriano en una famosa novela.
No será al grito de “no pasarán” y llamando a defender “la democracia” en abstracto que derrotaremos al fascismo. Sino mostrando que sabemos cómo resolver los grandes problemas de nuestro tiempo, que tenemos otra forma de ordenar el mundo. Que es mucho más justa, más vivible, pero sobre todo que es real. Que hay alternativa.
Allí está el desafío, “virar” de una democracia delegativa y gastada a una democracia protagónica y vital. De eso se trató el encuentro internacional de Ciudades Sin Miedo que realizamos hace una semana en Rosario. Virar de un ejercicio del poder elitista y arbitrario desde arriba, hacia un poder democrático y popular desde abajo. Convertir el miedo en esperanza y la esperanza en actos concretos que renueven en las grandes mayorías la fe en la democracia como el mejor camino para resolver los problemas que tenemos en común y empujar así el mundo hacia adelante.
