“Nos dijo que no tiene tiempo de recibirnos” contó alguna vez Estela de Carlotto cuando le preguntaron si Mauricio Macri iba a recibir a las Abuelas luego de asumir como presidente. El ingeniero sí tenía tiempo de pasar fines de semana en Chapadmalal. Javier Milei desmanteló recientemente el programa para seguir buscando a los nietos desaparecidos en la dictadura. El libertario, a fines de septiembre, cuando se conocía que el 52,9 % del país era pobre, estaba en una entrevista con Susana Giménez hablando de su nueva novia y sus mascotas. Prioridades.
Más peligrosas aún son las frases negacionistas que pronuncian desde la cúpula de LLA, que a su vez son replicadas por sus seguidores juveniles en un contexto en el que la viralidad puede levantar una ola de calamidades. Las barbaridades están a la orden del día y sólo son superadas por una frase peor que la de ayer. Lo grave es que se ha naturalizado. Mientras hay países con una legislación que pena con cárcel el negacionismo, la apología o minimización de violaciones a los derechos humanos, en Argentina es todo “siga, siga”.
Pero hay quienes siguen marcando el camino para tener memoria, buscar la verdad y que haya justicia. En los clubes también hay historias para contar, de jugadores, socios, dirigentes, que padecieron el momento más nefasto y oscuro del país.
En 2016, un grupo de militantes de DDHH, todos hinchas de Rosario Central, se organizaron para trasladar esa lucha por la verdad, memoria y justicia al ámbito del club de sus amores. Bajo el nombre de La Memoria es Central, están llevando adelante la producción de un libro. En articulación con el Área Social del club, entraron a la cancha en el partido previo a la tradicional marcha del 24 de marzo de 2016. Desde ahí, lo hacen cada año.
Gracias al empuje, lograron el compromiso de la comisión directiva de crear un área específica de DDHH para organizar actividades: desde invitar a la Madre de Plaza 25 de Mayo Norma Birri de Vermeulen, a charlar con los chicos de la pensión, hasta lograr un relevamiento en el libro de actas para buscar a socios y socias víctimas de la dictadura. La querida y recordada Norma fue homenajeada este año y le pusieron su nombre a la plaza de juegos de la Ciudad Deportiva de Granadero Baigorria.
El asesinato del goleador
Waldino Aguirre. El Torito. Un ídolo del club que fue víctima de violencia institucional en la última dictadura. El trágico final del goleador llegó el 28 de octubre de 1977, cuando en un confuso episodio fue detenido por la policía de Agustín Feced —el mandamás del circuito represivo del departamento Rosario en plena dictadura militar—, acusado de haber intentado secuestrar a una mujer.
Luego de su detención, Waldino fue trasladado a la Comisaría 11ᵃ, donde falleció. El primer parte médico, que luego se pudo demostrar gracias al testimonio de los demás presos fue falsificado, hablaba de un paro cardíaco. La autopsia fue una farsa. Al Torito lo golpearon y torturaron hasta el punto de asesinarlo: “La muerte se produjo por hemorragia masiva por ruptura de hígado por traumatismo múltiple”, concluyó entonces el informe forense. “Había dos fotos impresionantes: el hígado estaba fraccionado y en el pecho habían quedado las huellas de los borceguíes”, recordó el entonces juez de Instrucción José María Peña, que llevó el caso, en una nota publicada por el periodista Osvaldo Aguirre en 2002 cuando se cumplieron 25 años del crimen.
La propia supuesta víctima de secuestro, que al momento de la detención del Torito ya se encontraba en su casa, brindó testimonio contundente de que el exjugador de Central no había cometido delito alguno.
El pasado 28 de octubre, La Memoria es Central le hizo un homenaje al Torito Aguirre, de manera conjunta con el bar Gran Centralito. Pero no fue el único caso.
Los once socios desaparecidos
Después de varias entrevistas, relevamiento de actas y un arduo trabajo de recopilación de datos, el grupo de trabajo concluyó que hubo 11 socios detenidos desaparecidos, aunque pueden aparecer más: Osvaldo Mario Vermeulen, Jorge Luis Francesio, Antonio Luis Tovo, Miguel Ángel Labrador, Palmiro Labrador, Miguel Ángel Gauseño, Juan Carlos Gauseño, Ángela Noemí Ponce, Juan José Funes, Carlos Alfredo Belmont y Felipe Rodríguez Araya.
Osvaldo Mario Vermeulen (23 años): el hijo menor de Norma Birri, casada con Agustín Vermeulen; los más cercanos lo apodaban “Pupa”. Estudiante de Ciencias Económicas en la UNR y trabajador bancario, Osvaldo fue secuestrado el 1° de abril de 1977 a manos de la policía mientras estaba con un amigo en José Ingenieros y Antelo, del barrio Lisandro de la Torre.
Jorge Luis Francesio (34): El querido “Mario”. Graduado en la UNR, fue médico pediatra del Hospital de Niños Víctor J. Vilela y lo secuestraron en septiembre de 1977. Un mes después hicieron lo mismo con su compañera de vida María Cristina Rolle, “Kini”. Jorge Luis fue uno de los fundadores de la Organización Canalla para America Latina (OCAL).
Antonio Luis Tovo (27): “Pascual” trabajó en la fábrica de aceros Dálmine Siderca y fue empleado en la concesionaria de coches del corredor de automóviles Carlos Alberto Reutemann. Según testigos, lo interceptaron la mañana del 4 de junio de 1980 camino al trabajo, mientras conducía un Peugeot 504 bordó.
Miguel Ángel Labrador (25): su familia, natural de Salamanca (España), tenía una fábrica de calzado y “El Gallego” los ayudaba con las cobranzas. En una ocasión fue a hacer una diligencia y nunca más volvió. Al momento de su desaparición, en septiembre de 1976, estaba en Paraná.
Palmiro Labrador (29): español de nacimiento, hermano de Miguel Ángel, estudiante de ingeniería química, también ayudaba en el negocio familiar. Fue torturado y asesinado junto a su padre Víctor Labrador y su esposa Graciela Koatz, el 10 de noviembre de 1976, en una vivienda de Pasaje Sarandí al 3080.
Miguel Ángel Gauseño (21): Fue secuestrado el 10 de diciembre de 1976 en su lugar de trabajo (vendía libros en el Círculo de Lectores) por cuatro civiles armados que entraron al edificio de calle Corrientes entre San Lorenzo y Santa Fe. Lo trasladaron a la Jefatura de Policía, donde se lo vio por última vez con vida.
Juan Carlos Gauseño (22): Junto a su hermano Miguel Ángel fueron militantes barriales en El Terraplén y Cabín 9 de Pérez. Allí alfabetizaron a chicos y adultos de la zona, la mayoría provenientes de Chaco. “Kenio” fue asesinado el 1º de diciembre de 1976 junto a José Aquiles Tettamanzi en una casa de Granadero Baigorria, resistiendo ambos el ingreso de una patota de la dictadura y permitiendo así que Gloria Cristina Fernández, “Manolita” —compañera de vida de José Aquiles—, y su familia pudieran escapar por el fondo de la casa.
Ángela Noemí Ponce (28): estudiante de ingeniería y empleada bancaria en el Banco Provincial de Santa Fe. Fue secuestrada el 5 de julio de 1978 en su domicilio de Empalme Graneros, junto a su compañero de vida y militancia Luis Alberto Cámpora. Un día después, encontraron el cuerpo de Ángela en la Autopista Rosario-Santa Fe, a la altura de Granadero Baigorria.
Juan José Funes (20): militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios del Colegio Nacional N°1 de San Lorenzo. La noche del 20 de julio de 1976, “el Gordo” Juan José discutía de política, como siempre lo hacían, con su amiga Cristina Carnovale. Al despedirse, Juan José le prometió que no se dejaría atrapar con vida. Esa misma madrugada, Carnovale escuchó un violento ruido de autos, se asomó, y vio que se llevaban a Juan José y su tía Lina; él intentó escapar pero en la corrida lo asesinaron de un disparo. Lina nunca apareció.
Carlos Alfredo Belmont (23): ingresó a la carrera de Psicología en 1971, luego se desempeñó como auxiliar de la Secretaría Académica entre julio y septiembre de 1974. Carlos caminaba junto a su compañera de militancia Graciela Saur, una joven abogada cordobesa, cuando fueron interceptados por fuerzas del II Cuerpo de Ejército e intentaron escapar por rumbos separados. Belmont resultó muerto y Graciela fue secuestrada, el 21 de septiembre de 1976. Mientras se la llevaban alcanzó a gritar su nombre y el teléfono de sus padres, que así se enteraron de su desaparición.
Felipe Rodríguez Araya (41): hijo de un reconocido dirigente radical, se graduó de abogado en la Facultad de Derecho de la UNL. Fue secuestrado de su domicilio por un grupo de la Triple A y encontrado brutalmente asesinado horas más tarde junto al cuerpo del procurador Luis Eduardo Lescano, quien también fue secuestrado ese mismo 30 de septiembre de 1975. Su padre Agustín Rodríguez Araya fue presidente de Central en 1942.
La Memoria es Central los homenajeó con la restitución de su condición de asociados y con una placa en el estadio con sus nombres. También les entregaron sus carnets a familiares y seres queridos, y consiguieron que los jugadores del plantel profesional disputaran un partido oficial con sus apellidos estampados en las camisetas. En 2021 se sumaron a la campaña nacional de Abuelas de Plaza de Mayo “Plantamos Memoria”, sembrando 11 árboles nativos en el predio canalla en Arroyo Seco, con baldosas alusivas a los socios desaparecidos, y se les entregaron a los familiares camisetas del club con sus nombres estampados en la espalda.
Ahora se encuentran en plena producción de un libro que saldrá en 2025, para ampliar la información y dejar plasmado el recuerdo para siempre. María Eugenia Di Pato, Sebastián Francesio, Santiago Garat, Tomás Labrador, Renata Labrador, María Luciana Pollola y Natacha Rivas son los integrantes del movimiento y quienes levantan la bandera por la Memoria, Verdad y Justicia.
“En un contexto donde desde el mismo Estado se viene intentando instaurar un falso negacionismo, y en algunos casos apología del terrorismo de Estado, nos parece fundamental seguir trabajando para no olvidar, para no repetir y para continuar haciendo llegar la lucha de los Derechos Humanos al ámbito del fútbol”, analizan ante Suma Política.
No es ninguna casualidad, ni un malentendido, como quisieron instalar a modo de disculpa, que un grupo de diputados libertarios se haya sacado una foto en Ezeiza en julio con represores como Astiz, Guglielminetti, Courtaux (condenado por el homicidio de Antonio Tovo) o Martínez Ruiz. Como tampoco fueron fingidas las sonrisas.
Norma Birri de Vermeulen decía: “Hay gente que se piensa que uno va a la Plaza a llorar, a lamentarse de cosas. Lo que menos hicimos nosotros es lamentarnos. Teníamos dos opciones: quedarte enferma llorando, ¡o salir a luchar!”. Y cierra: “Que el verdugo sepa que adonde vaya lo sigo. No importa que ya no esté, soy un silencio testigo. Si soy recuerdo, recuerda. No olvides que no hay olvido. Cuando las madres pregunten qué fue de nuestro destino, no se olviden de acordarse que aquí y ahí, comienza el camino”.
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Periodista deportivo. Diplomado en Comunicación y Periodismo Digital (Fundación Diario La Capital, UNO Medios y Universidad de Congreso)
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