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Fotografía: Cecilia Córdoba
Fotografía: Cecilia Córdoba

Sociedad

“La muerte de Pillín es una medalla que muchos querrán ponerse y eso puede confundir a los fiscales”

A quince días del crimen de Andrés Alejandro Bracamonte y Daniel Attardo la investigación de la Fiscalía Regional de Rosario transcurre en secreto y en ese cono de sombras persisten distintas versiones. Dos personas demoradas en el transcurso de la semana y las averiguaciones previas sobre el asesinato de Samuel Miqueas Medina alentaron expectativas que se desvanecieron en cuestión de horas y hay preocupación por el devenir de la pesquisa. “La muerte de Andrés es una medalla que muchos querrán ponerse y eso puede hacer ingresar datos falsos a la causa”, dice Carlos Varela, abogado del ex líder de la barra de Central.

Varela confía no obstante en que la investigación dirigida por los fiscales Alejandro Ferlazzo, Georgina Pairola y Luis Schiappa Pietra pueda develar las identidades de quienes encargaron el doble crimen perpetrado en la noche del 6 de noviembre a cuatro cuadras del Gigante de Arroyito, allí donde se suponía que “Pillín” Bracamonte estaba en su territorio y donde se había desplegado un operativo especial de seguridad de la policía por el partido entre Central y San Lorenzo. Pero también duda respecto de las chances “para colectar pruebas y evidencias” con el transcurso del tiempo. 

Bracamonte y Attardo fueron fusilados a quemarropa por dos tiradores que aprovecharon la oscuridad ambiente —el desperfecto del alumbrado público en la escena del crimen suma otro interrogante no aclarado— e introdujeron sus armas dentro de la camioneta Chevrolet S10 en la que circulaban a paso de hombre, entre la gente que se retiraba del estadio y entre otros integrantes de la barra. No se sabe si la extrema audacia de los atacantes es un indicador de profesionalidad o de inconsciencia, pero ya había sido anticipada el 10 de agosto, cuando “Pillín” fue baleado a metros del Gigante y cuando hablaba con su compañera y una de sus hijas, y ratificada el 1° de octubre, el día en que Samuel Medina, yerno de Ariel “Guille” Cantero, no alcanzó a bajar del auto en que había llegado a su casa después de ser acribillado por otro dúo de sicarios.

La versión más insistente sigue apuntando a la banda de los Menores, cuyos referentes lograron escapar a principios de año de allanamientos de los que estuvieron sobre aviso. Varela no hace conjeturas sobre los responsables y las motivaciones del doble crimen y lo analiza en el contexto de transformaciones sociales y criminales que están en curso; abogado de causas resonantes en la historia judicial reciente, representó a Bracamonte a lo largo de tres décadas y ahora revisa el episodio y adelanta una interpretación.

—¿Cómo se enteró de la muerte de Bracamonte y Attardo?

—Me entero porque me mandan un mensaje apenas ocurrido el hecho. Llamo al teléfono de Andrés, me atiende una persona y esa persona me confirma que se había producido un ataque. En el trayecto de mi casa al Hospital Centenario recibo más información y llego al lugar mientras ocurrían las atenciones a Attardo y a Andrés, más allá de si ingresaron con expectativas de vida o sin posibilidades de supervivencia. Había tomado un café con Andrés al mediodía del sábado, antes de que fuera a encontrarse con los muchachos de la hinchada para ver el partido contra San Lorenzo.

—¿Después del ataque anterior, del 10 de agosto, hubo amenazas u otro indicio de que podía repetirse el intento?

—No. El único dato relevante o para destacar era que había tenido una audiencia el viernes, por la cual se discutía su responsabilidad por unas amenazas (contra su ex mujer). Era una causa por la cual tenía la expectativa de lograr una absolución. La audiencia había culminado el viernes después del mediodía y el fallo iba a estar el día martes.

—¿Bracamonte creyó que no corría peligro a pesar del ataque anterior?

—El lugar donde ocurre el hecho, la cercanía con el estadio de Central, estar rodeado de gente con la cual mantenía vínculos de amistad, hacían imposible representarse lo que ocurrió. Pero no me gustaría entrar en especulaciones o conjeturas.


En audiencia. Bracamonte junto a los abogados Adrián Martínez y Carlos Varela.

—Su relación con Bracamonte venía de hace tiempo.

—Fueron tres décadas. Lo conocí cuando él era muy joven, y yo era joven también, tenía un par de años más que él. Pero mientras transcurre la vida uno no tiene noción de las edades. Ahora no puedo creer haber tenido esa edad, yo 28 años y él 24. Como diría Bob Dylan, “viejo es el viento pero sigue soplando”. Cuando lo conocí, Andrés ya venía siendo Andrés, con todo lo que representó después. Pero lo que él representaba ya en ese momento en la hinchada no se podía creer, porque era una criatura. Eso fue lo que me llamó la atención, cómo se ganaba el respeto de la hinchada. Lo que quiero decir es que la perspectiva cambia a medida que transcurren los años, lo que nos pasa a todos. Yo lo veía un hombre y era un niño; ni siquiera yo era un hombre, era poco más que un adolescente recibido de abogado.

—¿Por qué lo definió en otra entrevista como “el último de los mohicanos”?

—Porque es parte de una cultura que ha ido virando hacia otro lado. Estoy hablando con el mayor de los respetos en memoria de Andrés. Creo que lo que fue mutando es la propia sociedad, que da señales o hitos que muestran modificaciones no advertidas inicialmente pero que en el análisis retrospectivo muestran cambios brutales. Cuando se habla de la verticalidad o de la informalidad, por ejemplo en el manejo o en el negocio de la información, eso se traslada a toda actividad humana. Quizá lo que digo sobre el último de los mohicanos y de formar parte de una cultura que fue imperante hasta hace poco tenía que ver con un respeto por la verticalidad que se perdió. El ingreso de gente joven hace que ya no haya un temor reverencial hacia quien ejerce el poder, como antes. Eso ha hecho caer ese orden imperante hasta hace unos años. Se ve en la política; me estoy yendo por las ramas, pero el ejemplo más concreto es nuestro presidente, es imposible imaginar una concepción de verticalidad en la presidencia y que este hombre haya llegado a la presidencia. Es la horizontalidad la que arriba al poder, y una vez en el poder, paradójicamente, pretende la férrea conducción de antaño para imponer un nuevo orden.

—¿Pero cómo se entienden esos cambios en la muerte de Bracamonte?

—En el ambiente en el que se mueven determinados grupos de personas, ese cambio cultural ha hecho que el temor no sea tan consistente como para no discutir el poder de quien lo ejerce. Eso es lo que alcanza a Andrés y le termina por dar muerte, más allá de lo que se pueda esgrimir de una orden en paralelo de alguien que también pueda ejercer una verticalidad. La realidad es que en el lugar geográfico donde ocurre la muerte es donde él debía haber sido protegido, o donde se creyó protegido por esa verticalidad que ejercía. Por eso pienso que él formó parte de una cultura que se difumina y que ya no va a volver: el respeto a reglas no escritas cuya transgresión era castigada, cierto espíritu corporativo, la estabilidad en el tiempo, la duración de los mandos. Y al tener estabilidad en el tiempo las organizaciones eran además superavitarias en términos económicos. Hoy no hay manera de representarse una estabilidad temporal en el mando de los grupos.

—¿Entonces hay nuevas reglas de juego en la calle?

—Se han impuesto nuevas reglas. Cambian los nombres pero el juego sigue. No importan los nombres propios, las barras bravas son necesarias no solo para el manejo de la hinchada sino también para los dirigentes. La FIFA puede suspender a Mbappé o a Messi pero el fútbol sigue; lo importante es el juego y no los jugadores. Es posible que en las bases el cambio ocurra antes que en los estadios superiores pero no sé cuál es la que se espeja en la otra. Cuando estás insertado en las reglas de la verticalidad el camino para llegar es largo en términos de tiempo: un político tenía que dedicarse toda la vida para ocupar lugares de decisión, yo mismo en la abogacía necesité veinte, veinticinco años para arribar a lugares importantes del Poder Ejecutivo o del Poder Legislativo, provincial y nacional; y en las actividades que están en la sombra también se necesitaba tiempo para ver cómo sucedían los hechos y disputar el poder. En la horizontalidad actual, el dato más llamativo es la impaciencia de quienes disputan el poder.

—Los tiempos se aceleran. ¿Qué puede pasar con la barra de Central?

—No lo sé. La horizontalidad no permite pronósticos certeros y esa es también una condición intrínseca de los tiempos que vivimos: el último de la fila puede pasar a ser el primero, y al que está primero le puede pasar algo. Hoy es mucho más difícil acertar el futuro.

—¿La muerte de Bracamonte afecta también a otros referentes?

—Es imposible que los jefes o líderes no adviertan que lo que le pasó a Andrés le puede pasar también a cualquiera de ellos. Ya no se puede confiar en nadie. Quizás en la cárcel se está más seguro; en la calle, todos corren peligro de muerte.

—¿Se puede llegar a saber quién encargó el crimen de Bracamonte?

—Creo que se puede saber. Quizás se sepa con algún grado de certeza quién ordenó y quiénes concretaron la muerte de Andrés y de Attardo, pero otro plano diferente es ver si se colectan evidencias de responsabilidad criminal de esas personas; el mundo jurídico es parecido pero no es igual al mundo real. Estos son hechos en los que la colecta de pruebas o de evidencia se hace muy difícil porque cualquiera puede hablar, cualquier dato que ingrese al Ministerio Público de la Acusación puede provocar detenciones y allanamientos y quienes han actuado así lo saben y pueden desviar la investigación con información falsa. La muerte de Andrés es una medalla que muchos querrán ponerse y eso puede hacer ingresar datos falsos a la causa y confundir a los fiscales.

—¿Cuál es su versión del crimen de Bracamonte y Attardo?

—No tengo hipótesis. Me sorprendió. Pensé que nunca iba a ocurrir.


Fotografía: Cecilia Córdoba
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