Hay quienes ejecutan música, y son muy correctos, pero están quienes la respiran; entre ellos, Leo Genovese, que habla, ríe, saluda y abraza con la misma fluidez con la que toca el piano. En Nueva York, donde vive hace dos décadas, se codea con los grandes del jazz, recorre países en giras eclécticas y cierra su tour, cada año, en Argentina. La noticia de que había ganado un Grammy lo encontró mientras caminaba por el monte santiagueño, y en esa quietud de aromas silvestres y pájaros siguió con lo que estaba haciendo: guitarreando, “aprendiendo”. Venado Tuerto, donde nació, sigue siendo su lugar en el mundo, allí abreva en aguas profundas, allí relaja.
Su reciente presentación en Rosario —en el marco de las giras que cada verano realiza el trío Sin Tiempo, que integra junto a Mariano Otero en bajo y Sergio Verdinelli en batería— fue esta vez todo un acontecimiento; el trío deslumbró en Casa Brava, donde no cabía un alfiler: tres días antes Genovese había ganado un Grammy en el rubro “mejor solo improvisado de jazz”. Allí estaba él en Casa Brava, cercano, en todo el sentido de la palabra. Cálido, coloquial, creando momentos geniales y hasta dedicando un tema a su abuelita Eli, de 92 años, presente en el show. Abajo del escenario, se multiplicó en saludos y afecto.
Genovese se cargó el Grammy por su solo de piano en el tema “Endangered species”, del álbum Live At The Detroit Jazz Festival, registrado en 2017. Se trata de un disco del extraordinario saxofonista Wayne Shorter, liderando una banda de la que también formaron parte, además de Leo, la contrabajista Esperanza Spalding y la baterista Terry Lyne Carrington. Ahora bien, cabe preguntarse ¿por qué una grabación de 2017 recibe un Grammy en 2023? Aquel día en Detroit los músicos fueron a tocar sin más, bajo la batuta del legendario Shorter; no sabían que el show iba a ser grabado por la radio pública estadounidense y, mucho menos, que cinco años después, en 2022, se convertiría en un disco. Así ocurrió; “Endangered species” es un tema compuesto por Spalding, una no menos fabulosa contrabajista y cantante, con la cual Genovese compartió largos momentos musicales y grabaciones.
Y cuando ocurrió la glamorosa entrega de la edición 65, este 2023, de los Grammy, en Los Ángeles, Leo estaba de gira por Argentina, pero la noticia le cayó en Santiago del Estero.
Nacido en 1979 en Venado Tuerto, Genovese comenzó a trabajar desde joven con músicos de la zona, viajó a Rosario para aprender con los maestros del piano Ana María Cué y Leonel Lúquez, y tuvo un fugaz paso por la escuela universitaria, que abandonó a poco de comenzar. Su arte y virtudes empezaron a ser apreciados en sus participaciones en el recordado Festival Internacional de Jazz “Santiago Grande Castelli”, que organizaba, en otro tiempo, la Municipalidad de Rosario. Emigró a Estados Unidos y logró estudiar en el prestigioso Berkley College of Music (Boston, Massachusetts) y allí, tan rápida como sorpresivamente, comenzó a tocar y grabar con figuras del jazz que, ya para entonces, eran leyendas: Joe Lovano, Herbie Hancock, Jack DeJohnette, George Garzone y David Liebman, entre tantos otros, además de la mencionada Spalding, su compañera de ruta y figura emergente en ese universo.
“¿Qué loco no? —reflexiona Genovese, una suerte de trapecista sin red, sobre ese momento de improvisación que inmortalizó el disco por el cual recibió el premio—; si lo hubiésemos planeado nunca hubiese salido; a veces también me gusta apostar por lo desconocido, por la artes improvisadas, jugármela por algo que uno cree que va a estar bien, ponerle extra sentimiento y garra…”.
“Estaba en el monte santiagueño —sigue diciendo—, en plena guitarreada con unos amigos, habíamos estado toda la tarde ahí, comiendo cabrito y tocando chacarera; al final de la tarde salí a caminar por el campo y en un momento hubo un rayito de wifi, y entró un mensaje de un amigo diciendo te acabás de ganar un Grammy”. Y dice que no quiso, con la noticia, cortar la onda, el sentido de esa fiesta telúrica de la que estaba gozando en medio del campo; sólo se limitó a decirle algo, “tranquilito, a un amigo que tenía cerca”. Al día siguiente le llovieron llamadas de la familia, los amigos y los diarios: “Se me llenó el teléfono de amor”.
Es fácil imaginarlo caminando por Maco, en medio del monte santiagueño, sólo escuchando. “Cuando voy allí, aprovecho a tomar clases escuchando a los maestros tocar, voy más que nada como un estudiante y de repente toco algún temita con el bombo, pero ahí tocan ellos; cuando me invitan al festival de jazz, ahí si toco, pero cuando estoy en el monte soy sólo escucha, escucho a los pájaros, a mis amigos cantar y guitarrear, me nutro de eso”, dice Leo.
El músico como medium
En ese camino reflexivo, Genovese apunta: “Los músicos favoritos míos han sido medios entre algo celestial o mayor que ellos y quien escucha; a ellos les ha tocado ser esa carrocería humana, seres capaces de ser medios, como Miles Davis, John Coltrane; la gente que a mí me gusta ha tenido esa característica: ser puentes. Tal vez sin quererlo, esa haya sido una escuela también para mí: tratar que el ego, la personalidad de uno, no se ponga en el camino de la música”.
“El primer impacto con la música fue un concierto en Venado Tuerto, era muy chico todavía, fue cuando escuché al Mono Fontana con Javier Malosetti y Jota Morelli; me acuerdo también de Quintino Cinalli, un baterista de Venado, con Álvaro Torres y Daniel Masa, bajista uruguayo. Esos dos conciertos me causaron impresión y nunca los olvidé, fueron muy poderosos como noches de transmisión”, evoca. Y asocia esa misma figura de transmisión cuando personas de su Venado Tuerto natal, en días de su infancia, le pedían a Toto, su abuelo siciliano, que les transfiriera, sólo en la especial noche navideña, el poder de curar el “mal de ojos”.
“Esas noches que presencié los conciertos en Venado fueron como momentos de transmisión”, dice, y subraya así su capacidad de ritualizar escenas musicales; tal vez a eso también remite su álbum Ritual (2019), una especie de viaje iniciático a través de melodías, sonidos y bailes de distintas culturas del mundo.
Las raíces de la música le apasionan y recuerda la génesis del blues y el jazz en los esclavos que pasaban por la puerta desde donde nunca se vuelve, llevando el latido de África consigo. “Era cantar o morir, tenían el ritmo adentro, y las canciones y las voces, eso no lo perdieron, era como gasolina para ellos, la historia de la esclavitud fue lo más perverso; trajeron el blues que luego comenzó a juntarse con armonías que llegaban de Europa, y de ese mejunje surge una revolución musical del pensar, filosófica y social, que acompaña todo un gran movimiento, del que nace el jazz”, describe.
A Genovese le apasiona hablar del sentido de la música, de su misión en el mundo, y remarca al jazz como música popular: “Es así porque así es en el país donde nació y especialmente para los afroamericanos, siempre fue cultura popular como para nosotros la chacarera; si bien en Argentina el jazz es una música bastante joven, que fue bohemia de una elite porteña allá por los años 1950 y antes también, hoy la mayoría de los festivales de jazz que se hacen acá son gratuitos y hay muchas escuelas para estudiarlo también gratuitamente, con grandes profesores e intérpretes, este detalle ya lo hace popular”.
“Cuando improviso tocando están todos los queridos, los olvidados, los que se han ido y los que vendrán —piensa—; es un momento de unidad verdadera; yo escucho desde lo que escuché, trato de colgarme al árbol de la tradición y ser honesto y transparente con la manera de ver la vida, entonces desde ahí surge una música también”.
La noche concluye en Casa Brava, Rosario, y Genovese está feliz, Lejos de la casa donde pasa la mayor parte de sus días, en la zona de Pospect Park, Brooklyn, Nueva York, pero tan cerca de un hogar entrañable: “Venado Tuerto es donde estoy en casa, de una; está mi familia, donde me siento bien, donde me relajo”, dice Leo.
