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Política

Como si no escuchara

Ni la batalla de Cepeda que mencionó el gobernador, ni los logros de Nicasio Oroño o Felipe Moré del intendente. Si pensaron incluir esas menciones en sus discursos leídos para impactarlo, el gobernador Maximiliano Pullaro y el intendente Pablo Javkin se deben haber decepcionado.

Milei está en otra sintonía, y para colmo ni los escuchó. Hizo su aparición en el salón de la Bolsa de Comercio cuando habían terminado los dos discursos. Y lo dominaba otra obsesión de la actualidad: la sanción de la reforma previsional, un “chiste” que, advirtió, puede provocar la quiebra del país.

“Hola mandriles”, “cucarachas”, “ecochantas”, “mentirosos”, “degenerados fiscales que están en el Congreso y quieren romper el programa económico”, “kirchneristas de closet”, futuros responsables de un hipotético atentado en el país, les dedicó “la frase histórica de Maradona”, les dijo: basuras, dio por sabido que tienen problemas para sumar y restar, campeones del buenismo, populistas y demagogos.

Llegó acompañado de Yuyito González, pero hizo una exposición más parecida a las de su ex pareja Fátima Flores. Una especie de stand up que mezcló teoría económica, definiciones técnicas sobre economía, y una constante: la descalificación repetida a la clase política y a los economistas, sin registrar que en la primera fila lo escuchaban sin aplaudir el gobernador, el intendente, legisladores, concejales y tres ministros de la Corte de Santa Fe. La única que se fue antes que empezara a hablar fue la senadora Carolina Losada.

Es difícil imaginar que un gobierno tenga éxito cuando descarta al resto de las personas con las que tiene que interactuar para llevar adelante una gestión de gobierno. Crea dudas sobre la solvencia de sus certezas, que virtió sin titubear, como si fuera un profesor que preparó la clase. Dio una hora de cátedra sobre teoría económica, donde los demás siempre son los que se equivocan y la única idea que vale es la propia.

Milei pareció hablar en su burbuja. No registró que estaba en Rosario, nunca lo mencionó, aunque las autoridades de la Bolsa reconocieron el gesto de que haya venido. Tampoco pareció estar ubicado en tiempo y espacio para darse cuenta que su discurso era el que iba a cerrar un acto impecablemente organizado para celebrar los 140 años de la Bolsa de Comercio local.



No fue muy distinto su discurso de las declaraciones que brindó a medios amigos de la Capital Federal durante la mañana del viernes, cuando criticó la aprobación por parte del Senado de un proyecto de actualización de las jubilaciones que le cambió el ánimo. Sólo que en la Bolsa tuvo más tiempo y un público en general predispuesto a aplaudirlo, aunque sin demasiada euforia.

Arrancó sus palabras en Rosario diciendo que había tenido que cambiar el discurso porque “pasaron cosas”, e hilvanó un soliloquio de una hora sobre los cuatro argumentos que sostiene para vetar “totalmente” el proyecto aprobado. Después se explayó sobre el déficit cero, la emisión monetaria, la inflación inducida, y las perspectivas de crecimiento económico, sin explicitar si será en V o de alguna otra manera.

Compartió definiciones polémicas como que “las jubilaciones le vienen ganando a la inflación y en dólares crecieron un montón. Están muchísimo mejor los jubilados”, dijo como una certeza. Del mismo tenor dudoso fue la frase: “hay una fuerte recuperación de los salarios reales” y “está rebotando el nivel de actividad después de 123 años de descalabro”. Nadie parecía estar en condiciones ni con voluntad de contradecirlo.

Exageró los méritos de sus primeros ocho meses de gobierno y resaltó al menos tres veces la figura de Luis Caputo, al que calificó como el mejor ministro de Economía de la historia. No obstante, el mayor aplauso se lo llevó otra ministra, la de Seguridad, Patricia Bullrich.

Comparó que antes las provincias tenían que ir a besar el anillo en la Casa Rosada, justo en la semana que el ministro de Obras Públicas de Santa Fe contabilizó su gestión número once en Buenos Aires para que le den alguna señal y tuvo que volverse otra vez con las manos vacías.

Milei hizo una visita rara a Rosario: no hizo ningún anuncio en materia económica ni para el sector agroindustrial en particular. No habló de retenciones ni de Hidrovía, tampoco prometió ningún paraíso. Ni siquiera se dignó a responderle al gobernador Pullaro, que tuvo el discurso más picante en defensa del interior: le pidió en público que le cedan las trazas de las rutas nacionales para que la provincia se haga cargo de mantenerlas, si es que la Nación no puede hacerlo.

“Acá hay un gobierno que se hace cargo, va al frente y no arruga. Pedimos con humildad que mire al interior productivo, que se cambie la mirada porteñocéntrica y que los recursos no siempre caigan en el Amba a través de punteros y barones”, dijo enfático el gobernador cuando Milei recién estaba entrando al edificio de la Bolsa.

No sólo no hubo respuesta. Tampoco el registro de que lo había escuchado entre bambalinas, mientras se tomaba una foto con Karina Milei, Manuel Adorni y Yuyito González, sus acompañantes. Fue un ninguneo que se pareció a una ausencia.

También Pablo Javkin había cuestionado la “mirada ambacéntrica” del gobierno federal. Gobernador e intendente rescataron la recuperación en términos de seguridad que tuvo Rosario y el eslogan “con las mafias no se negocia”, recibió el aplauso más cerrado de la noche.



Quedó claro que el presidente se tiene fe, porque anunció por primera vez no sólo que se propone terminar sus cuatro años de mandato, sino que además planea ser reelecto. O tal vez fue la manera que encontró para huir hacia adelante después de una semana de contratiempos.

Aclaró que no critica la herencia recibida porque “si esto hubiera sido Suiza, no sería presidente”, y al final apenas lanzó una única promesa imprecisa: “Argentina será el país más libre del mundo”, dijo ante unos mil invitados, empresarios, productores y ejecutivos rosarinos.

También tuvo tiempo para el humor: “Por suerte no uso mucho el sillón de Rivadavia. No se me pegan costumbres raras”, ironizó en alusión a los videos del despacho presidencial durante la gestión de Alberto Fernández.

Terminó de hablar y se fue. No se habló demasiado en el cocktail de sus palabras. Como si no hubiera venido. O como si hubiera estado, pero sin registrar a quien le hablaba. Como si no hubiera escuchado.


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