Un trilema se puede expresar como un problema con tres proposiciones aparentemente favorables, pero en la que sólo dos son posibles al mismo tiempo. En esa situación se encuentran hoy las principales potencias occidentales (G-7) a tres semanas de iniciada la guerra entre Rusia y Ucrania. Joe Biden, Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Boris Johnson, Justin Trudeau (entre otros) intentan lograr simultáneamente hacer retroceder a Putin en el plano militar (sanciones), evitar una estanflación de la economía internacional y no perder competitividad electoral/retener apoyo popular. Los tres objetivos de manera simultánea resultan muy difíciles de alcanzar.
Occidente puede aislar a Putin e intentar que sus gobiernos logren conservar el apoyo de la ciudadanía. Recordemos que en abril Francia tiene elecciones presidenciales y en noviembre Biden enfrenta las cruciales elecciones legislativas. En esa complicada empresa, la variable que sufre es la economía internacional. La estrategia de intentar hacer retroceder militarmente a Rusia aplicando duras sanciones económicas y financieras inéditas (ejemplo desconexión de la mensajería financiera Swift), de presionar al sector corporativo mundial a que deje sus negocios en Rusia e incluso la latente posibilidad de estrangular por completo la economía (carta energética) implica indefectiblemente una fuerte incertidumbre en el mercado de commodities (principalmente petróleo) que derrumbará la recuperación global del 2021 y acentuará las presiones inflacionarias que experimentan las principales economías desarrolladas. En noviembre el precio del petróleo (Brent) era de 68 dólares el barril; en estos días alcanzó los 130.
El padecimiento de los efectos económicos en cada uno de los países no será lineal. Europa es más vulnerable que Estados Unidos, dada su mayor dependencia energética con Rusia y también por el menor margen de acción que cuenta el Banco Central Europeo con relación a la Reserva Federal. Más allá de este punto, la política exterior tendrá que ocupar el centro político/discursivo. Los líderes democráticos deberán apelar a un fuerte componente identitario y emocional a partir de una retórica de nueva guerra fría que logre convencer a la ciudadanía de una cruzada civilizatoria frente al expansionismo “irracional de Putin” que amenaza a occidente. La temporalidad del conflicto es clave. A mayor duración, menor eficacia para evitar el malestar popular. En un discurso dirigido a sus conciudadanos hace unos días el presidente de Francia abrió el paraguas: “Mañana, el precio de llenar el tanque, el monto de las facturas de calefacción, el costo de algunos productos es probable que sea aún mayor”.
Occidente también puede evitar o menguar el efecto económico de una estanflación y al mismo tiempo evitar el malestar de la ciudadanía y los votantes por los efectos económicos bumerang de la guerra. La opción a dejar de lado es la de aislar a Rusia. En este escenario, la OTAN deberá cambiar la estrategia y buscar un camino negociador que incorpore algunas de las demandas de Putin. El plan no puede seguir siendo intentar hacer retroceder a toda costa al ex KGB sino lograr una mesa de negociación. Está claro que Rusia se sentará con gran parte de los hechos bélicos consumados, siendo perjudicados claramente los intereses de Ucrania. En este escenario (lejano hoy) habría posibilidad de una desescalada en el plano militar, lo que generaría optimismo en los mercados ayudando a descomprimir los precios internacionales de la energía y alimentos. Las proyecciones sombrías sobre el devenir de la economía global y la cadena de suministros se apaciguarían.
Por último, las naciones del norte pueden intentar frenar y aislar a Putin endureciendo cada vez más las acciones hacia Rusia e intentar por todos los medios evitar el descarrilamiento de la economía internacional. Esta opción hoy parece una no-opción, es un deseo guiado por el pensamiento (wishfull thinking, por la frase en inglés). El shock geopolítico es indisociable de un shock en la economía internacional. A cada ronda de sanciones, mayor ruido en los mercados y en la cadena de suministros. Es verdad que Rusia (menos del 3 por ciento del PBI global) no es China pero tampoco es Irán, Corea del Norte, Cuba o Siria.
Después de una década de políticas monetarias expansivas y de dos años pandémicos en que los bancos centrales salieron al rescate de la economía internacional, su capacidad de acción hoy es cada vez más limitada. No hay más “anabólicos” y estímulos monetarios posibles. Profundizar la actual hoja de ruta en torno a la invasión de Moscú a Kiev, le costará a muchos gobiernos poder convalidar sus proyectos políticos en las urnas. Parafraseando a Juan Carlos Pugliese, Macron o Biden pueden llegar a sufrir el famoso “le hablé sobre el malo de Putin y me respondieron con el bolsillo”.
En definitiva, la invasión de Rusia en Ucrania, además de una gran tragedia humanitaria, es un gran dolor de cabeza para las potencias occidentales, tanto por las consecuencias estratégicas/militares, económicas como políticas en el plano doméstico. El contexto amerita más que nunca grandes liderazgos con capacidad de navegar la fuerte tormenta ¿Aparecerán?
