A barrer el piso del local
del partido no volvemos más


Por Sonia Tessa
“El compañero que te manda a barrer el piso/ del local del partido”, son dos versos del poema “Ni Una Menos”, de Itatí Schvartzman, publicado en 2017, que se hizo viral apenas fue escrito. Como suele ocurrir con los textos que atrapan una verdad de manera contundente, enumeraba todas las violencias cotidianas que terminan con “todos unidos frente al televisor/ preguntándose cómo puede ser/ que asesinaron a otra mina”.
Cualquier mujer que haya sido militante política sabe que el derecho de piso a pagar será más intenso, que deberá hacerse cargo de tareas menos valoradas, que la validación de su palabra sólo vendrá de los varones del mismo partido y que muchas veces necesitará un padrino para avanzar en eso que lamentablemente se considera como una “carrera” política. También sabe que debe arreglarse sola con su doble y triple jornada, porque las reuniones se hacen en horarios que los varones tienen disponibles, desentendidos de las tareas de cuidado, y ellas tienen que conciliar.
Hacerse cargo de las estructuras patriarcales que dificultan la presencia de mujeres en lugares de poder (y la otra pregunta para hacerse es cuáles son las mujeres que sí llegan) es uno de los desafíos que el Senado provincial parece estar lejos de asumir, al aprobar una ley que —por ejemplo— se desentiende de la fórmula para la gobernación.
Para los senadores —en un cuerpo de 19, son 18 y ahora tienen una presidenta provisional—, la ley de paridad fue desde el principio una dificultad, una circunstancia no deseada, aunque desde distintos ámbitos trataran de convencerlos con que la estructura de la llamada Cámara alta no tendría por qué cambiar. Después de todo, sería cuestión de mantener sus privilegios en la distribución de profusos subsidios y así poder seguir impidiendo que el control territorial pase a manos de mujeres, es decir, que se democratice.
Por supuesto que hay estructuras políticas más permeables a las propuestas de despatriarcalización, generalmente más ligadas a la izquierda y cuyas construcciones no siempre quedan plasmadas en el sistema representativo. Aunque hay procesos sociales que se llevan por delante esas previsiones, y hoy los feminismos irrumpen en los clubes de fútbol, los colegios profesionales, los sindicatos, las empresas.

El debate es parte de la vida cotidiana y así como algunos se muestran renuentes a revisar sus privilegios, muchas (y muches) saben cómo marcar las violencias cotidianas, no sólo la de mandarte a barrer el piso, también el comentario sobre el cuerpo de una mujer, la violencia implícita en descalificarla. Loca y bruja son dos epítetos que les encanta usar a quienes están enquistados en las estructuras de los partidos políticos. Ahí las militantes tuvieron que aprender a hacerse respetar, pese a las dificultades.
La ley de paridad nacional aprobada en 2017 es una consecuencia de ese avance irrefrenable, que tiene un mojón en la movilización Ni Una Menos de 2015, pero viene cociéndose desde mucho antes, en un país con una experiencia inédita en el mundo como son los Encuentros (Pluri)Nacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries. Su horizontalidad, la capacidad de generar una agenda que excede a los feminismos y se esparce en otros ámbitos, son algunas características que muchas, muches, muchos, obnubilados con las noticias que sólo cuentan los supuestos disturbios –mayormente represión— en el fin de las marchas, no ven venir como cambios profundos, federales, de gran capacidad de penetración social.

Y así es como los feminismos fueron entrando también en las estructuras más patriarcales, y llevándoles sus agendas a fuerza de trabajo. La lucha por los derechos políticos de las mujeres tiene más de un siglo de historia y en Argentina reconoce como una de sus figuras más rutilantes, aunque no la única, a Julieta Lanteri, que aprovechó un vacío legal para votar en 1911. Julieta, que sufrió un extraño accidente de auto en 1932, fue una de las fundadoras del Partido Feminista.
¿Por qué no hacer un partido feminista en la actualidad? Porque los feminismos no se conforman con ser recluidas en un espacio del espectro político, sino que hoy se expanden en distintos ámbitos. Así se pudieron aprobar distintas leyes en la Argentina que se impulsaron al calor de esas alianzas transversales entre mujeres y disidencias, desde la Ley de Cupo que sacudió el tablero político en 1991, tras una arduo trabajo de la multisectorial de mujeres durante el gobierno de Alfonsín, pasando por la ley de Salud Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable y la de Matrimonio Igualitario, para terminar con el debate intenso de 2018 por la Interrupción Voluntaria del Embarazo, con una histórica movilización social.
Es ese trabajo mancomunado pese a las diferencias lo que permitió también incorporar la violencia política como una de las formas que contempla la ley nacional para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en todos sus ámbitos de actuación, una legislación de 2009.
Hasta hace muy poco, las militantes políticas sabían que necesitaban vestirse de amianto para permanecer (y a veces crecer) en los partidos políticos. Que formar parte de las listas dependía, muchas veces, de un padrinazgo o un liderazgo indiscutido. Que las hubo, y muchas de ellas supieron usar muy bien su propia “lapicera”. Esa acción fue objeto de críticas públicas cuando la ejercieron ellas, porque en ellos era una “potestad natural”.
Y el día a día de la política era violento: “Esa es una loca”, “el tercer lugar es para la mina, ¿quién la pone?”, “¿esta mina quién se cree que es?”, son algunas de las frases que siempre se han escuchado en todos los ámbitos, y también en los partidos políticos.
En la Argentina de la marea verde, donde las mujeres e identidades feminizadas avanzan en la conquista de sus derechos, también son mujeres las que encarnan el peligro para esos avances. En este contexto, hay poco lugar para seguir decidiendo la vida de los partidos políticos y las representaciones en mesas masculinas. Lo que se trama por debajo es una forma de construcción entre pares, que amplía y amplía los horizontes. Es una incógnita si servirán de plataforma para que muchas más puedan transitar por la política con menores costos personales.

