El próximo 2 de octubre hay elecciones presidenciales en Brasil. Dos son los grandes interrogantes que se presentan de cara a la noche del domingo. ¿Logrará Lula Da Silva ganar en primera vuelta tal como lo indican muchas encuestas? Y el más importante ¿Cómo será la reacción de Bolsonaro frente a una eventual derrota en las urnas? Con relación a esto último, la gran preocupación en Brasil y de la comunidad internacional es que Bolsonaro intente su “6 de enero” (en relación a la impugnación del resultado electoral de Donald Trump en los Estados Unidos a comienzos del 2021). El actual presidente brasileño ha puesto en duda la transparencia del sistema electoral (voto electrónico) dejando entrever un posible fraude. Esta retórica antidemocrática tiene repercusiones en gran parte de su núcleo duro de votantes (radicalizados) y en particular en las Fuerzas Armadas brasileñas, actor clave en sus cuatro años de gobierno. Sin lugar a dudas, Brasil enfrenta el mayor desafió a su sistema democrático en los últimos 37 años.
Ahora bien, el otro gran interrogante es qué Lula puede volver al poder. Una cuestión de forma y tres dimensiones a analizar. Con respecto al primer punto, Lula no ha dejado su pragmatismo, liderazgo y condiciones de gran articulador político. Si de algo careció el gobierno de Dilma Rousseff (2011-2016) fue de estos atributos. Para gestionar el sistema político brasileño (unos de los Congresos más fragmentados del mundo) se necesita de una gran cintura política, máxime si se trata de un proyecto transformador de centro-izquierda. Pocos pueden tener la capacidad de ser aplaudidos simultáneamente en el Foro de Davos (establishment global) y en el Foro de San Pablo (foro global de movimientos sociales). Lula es uno de ellos, tal como lo demostró en su primer gobierno. A pesar de la persecución política sufrida, de sus días en prisión y de una inédita polarización política en Brasil, su candidatura presidencial tuvo la inteligencia de moverse al centro para aglutinar gran parte del arco político brasileño. La elección como candidato a vicepresidente de Geraldo Alckmin, un experimentado político del PSDB (quien fuera su rival en las elecciones del 2006) muestra la capacidad de leer el malestar del establishment político brasileño con Bolsonaro, y de tender puentes a pesar que muchos de ellos fueron funcionales a la destitución de Rousseff en 2016 y la salida del PT del gobierno.
En relación al posible diseño de una estrategia política es menester señalar que Lula intentará un ajuste en materia económica, una reforma en su política exterior y una reestructuración de las políticas domésticas.
Con respecto al primer punto, en materia macroeconómica habrá bastante continuidad con la gestión de Paulo Guedes. Si hay algo que caracterizó a los gobiernos de Lula (2003-2010) fue su ortodoxia económica en relación a un equilibrio en las cuentas públicas como así también en la política monetaria. Cabe señalar que Guedes y su equipo han logrado en este 2022 revertir la dinámica inflacionaria en Brasil y surfear la depreciación de las monedas de los países emergentes con una destacable estabilidad en materia cambiaria. Los cambios en materia económica hay que esperarlos desde la microeconomía. Una mayor política industrial y acercamiento a los históricos intereses defensivos (sectores industriales), un rediseño de las transferencias sociales y nuevo enfoque con relación a la dinámica capital-trabajo.
En lo relativo a la política exterior, no caben dudas que los cambios serán significativos. Lula fue el último presidente brasileño con una “diplomacia presidencial”, dado un genuino interés por los asuntos globales. El ex líder metalúrgico intentará sacar la condición de “paria” internacional que Brasil carga en relación a su vínculo con Occidente. Mejorar la relación con Washington y Bruselas (Europa) será prioritario. Mejorar no significa subordinar. La estrategia de “oposición limitada” (maridaje entre cooperación y autonomía) volverá a estar en el menú de la estrategia externa. A su vez, Lula volverá al tradicional enfoque universalista de la política exterior brasileña con relación a la necesidad de diversificación de los vínculos externos. Un regreso de la política africana y un mayor involucramiento en la gobernanza internacional es de esperarse. Por último y para nada menor, un gobierno de Lula implicaría el fin de la defección regional de Brasil. Sin bien las capacidades brasileñas están disminuidas, habrá en el Palacio Planalto un presidente con voluntad de llevar adelante una política sudamericana activa en donde Brasil tiene un rol (por su tamaño relativo) de articulador en la cooperación y concertación regional. El gran interrogante es cómo Lula abordará un tema neurálgico del actual contexto internacional como es la “competencia entre grandes poderes”. El posicionamiento en relación a la guerra de Ucrania y la relación con Rusia no variará mucho, como tampoco el intento de pivotear entre las presiones de Washington y Beijing. En este plano es de esperarse un cambio táctico más que estratégico.
Por último, donde veremos una fuerte reestructuración será en la política doméstica. Volver a equilibrar las relaciones cívico-militar y cívico-religiosas, revertir todas las políticas sociales conservadoras en materia de restricciones a los derechos de las minorías, volver a empoderar los movimientos sociales y a los partidos políticos serán sin lugar a dudas objetivos centrales de un eventual gobierno petista. Los fuertes cambios culturales que Bolsonaro intentó plasmar en las políticas públicas serán combatidos, siendo seguramente un punto conflictivo dado la fuerte “grieta” brasileña. Aquí sí Lula dará una batalla para no perder el núcleo de su base electoral.
En definitiva, gran parte del mundo, la región y en particular los más de 213 millones de brasileños estarán esperando los resultados electorales del domingo. Todo indica que en Brasil habrá cambio de gobierno. Más que “giro” para algún lado (en este caso a la izquierda) lo que vemos a nivel regional es un “giro a la oposición” dado la imposibilidad desde el 2020 de reelección de los oficialismos en un clima de malestar social signado por la crisis de la pandemia. ¿Vuelve Lula? Todo parece indicar que sí. ¿Qué Lula vuelve? Esa es la gran pregunta que aquí intentamos responder.