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Una de las formaciones de Don Cornelio: Serguéi Iskowitz (trompeta), Federico Ghazarossian (bajo), Claudio Fernández (batería), Palo Pandolfo (composición y voz) y Alejandro Varela (guitarra) | Crédito de la foto: Paolo Campochiaro

Cultura

Al rescate de Don Cornelio, una de las más grandes y efímeras bandas del rock argentino

Hacia 1986, la escena subterránea porteña, de la que habían surgido grupos como Soda Stereo y Sumo, experimentaba un recambio. El éxito de aquella primera camada se reflejaba en la incipiente conquista de Latinoamérica de Virus y Soda Stereo, y la llegada al estadio Obras Sanitarias —escenario consagratorio— del grupo liderado por Luca Prodan. Eran días de gloria para la industria discográfica, como apuntaba el título de tapa del número 71 de la revista Canta Rock de octubre de ese mismo año —“El rock paga la deuda externa”—, en referencia a las giras que, además de Soda y Virus, Miguel Mateos, Charly García y GIT realizaban por Latinoamérica. 



En los pubs y sótanos del circuito aparecieron caras nuevas, pálidas caras nuevas. La segunda oleada underground no ocultaba su fascinación por el rock gótico británico, cuyo principal exponente era el grupo The Cure, que ofreció en Buenos Aires, en marzo del 87, dos recitales en el estadio de Ferro. Los conciertos pasaron a la historia por los violentos desmanes que generaron grupos de personas que lograron ingresar sin entradas y que, una vez dentro del estadio, y luego de destrozar todo a su paso, consiguieron llegar al campo de juego, donde se desató una batalla campal. 

“Dark” fue la denominación que se le dio en la prensa a la traducción porteña del gótico británico, y si bien Don Cornelio y La Zona suele ser incluido en el lote de grupos dark —un conglomerado que incluía a Los Corrosivos, Fricción, El Corte, Euroshima y La Sobrecarga—, su propuesta excedía por mucho los límites de la etiqueta, y su ascenso, tan veloz como su caída, está contado al detalle en el libro Pozoguerrilleroirascible, del periodista Santiago Segura, titulado de esa manera por la letra de “Tazas de té chino”, una de las dos canciones de Don Cornelio —la otra fue “Ella vendrá”— que sonaba en las FM en 1987.

El apogeo del dark, una música densa, paranoica y opresiva, se dio al mismo tiempo que los problemas económicos y políticos que atravesaba el país comenzaban a profundizarse: alejada ya de la alegría efervescente de los primeros momentos de la democracia, la sociedad se debatía entre los intentos golpistas de Aldo Rico y la creciente crisis económica que un año más tarde se transformaría en una pesadilla y cerraría el ciclo político nacido el 10 de diciembre de 1983. 



La historia de Don Cornelio corre en paralelo con esa curva descendente. Para resumirlo: con la edición de su primer álbum, homónimo, en 1987, el reconocimiento de la prensa y el público fue unánime. Un año y medio más tarde, el grupo, lo mismo que el país, había explotado, y el registro de su suicidio comercial fue Patria o muerte (1989), segundo y último trabajo en estudio, un disco completamente diferente a su antecesor pero igual de extraordinario. 

Don Cornelio tuvo diferentes formaciones a lo largo de su carrera, pero su núcleo invariable, y su excelencia musical y lírica, se asentaba sobre la base rítmica integrada por Claudio Fernández (batería) y Federico Ghazarossian (bajo), la creatividad del guitarrista Alejandro Varela, y el talento torrencial de Palo Pandolfo, cantante y compositor de la mayoría de las canciones.

En una banda que había cocinado su música al calor del credo moderno del rock de los 80, Pandolfo era un virus troyano cargado de anacronismos: tanguero, fanático del Spinetta surrealista de Pescado Rabioso, y un poco psicobolche como herencia de su militancia adolescente en la Federación Juvenil Comunista, su intensidad artística era tal que quemaba la vela desde ambos extremos, y la tensión entre sofisticación intelectual y expresión desenfrenada que lo atravesaba le dio a Don Cornelio su rotunda originalidad. 


Pandolfo: sofisticación intelectual y expresión desenfrenada | Crédito: Gentileza Gabriel Patrono

Pozoguerrilleroirascible cuenta todo esto y mucho más: la relación tirante del grupo con la industria discográfica, la delirante grabación del primer disco, plagada de drogas y liderada por un Andrés Calamaro brillante en su rol de productor artístico —el libro incluye la reproducción facsimilar de algunas páginas de la libreta de apuntes de Calamaro, una joya—, los cruces entre la escena teatral independiente porteña y el rock, la cocaína como combustible omnipresente en grabaciones y conciertos, y el ambiente de reviente y creatividad que marcó la larga noche de los años 80.

En charla con Suma Política, Segura cuenta los pormenores de su investigación y reflexiona sobre los motivos que hicieron de Don Cornelio una de las grandes bandas del rock argentino. 

—¿Por qué decidiste hacer un libro sobre Don Cornelio?

—La idea fue de Roque Di Pietro, editor de Vademécum. Yo había hecho una nota por los 30 años del disco debut de Don Cornelio para el sitio La Agenda, que ya tenía el formato coral que conserva Pozoguerrilleroirascible. A Roque le pareció un material de interés. De alguna manera, había vislumbrado que había un libro ahí, pero no tenía los medios para hacerlo por las mías. Por suerte apareció Roque, que además es un apasionado total de la cultura rock. 



—¿Cuánto tiempo te llevó el proceso de investigación y escritura del libro?

—El proceso llevó cuatro años y medio y, si incluimos aquellas primeras entrevistas para La Agenda, en verdad fueron cinco años de charlas, investigación, lectura y escritura. En el medio fueron apareciendo centenas de nombres y sucedió la inesperada muerte de Palo, que hizo que crecieran los capítulos posteriores al fin de Don Cornelio, en los que se cuentan todos los cruces que, creo, hubo entre sus músicos desde la separación del grupo en enero de 1990 hasta 2021, en el concierto homenaje a Palo que se realizó en el CCK. 

—¿Cómo entró Don Cornelio en tu vida?

—Por mera curiosidad. El primer link fueron Los Visitantes, a quienes descubrí en el disco Tributo a Sandro que lanzó BMG en 1999, en la que tal vez sea su última grabación. Fue uno de los primeros CD que compré en mi vida, y ahí había una versión de “Trigal” de la banda que me encantó. De ahí en adelante, todo lo que iba cruzando con esos músicos me resultaba atractivo, pero a Don Cornelio llegué recién a mediados de los 2000, ya con un internet más o menos decente en mi casa familiar, descargando el primer disco en algún blog. Patria o muerte apareció años después, era inconseguible. 

—Hay un tema que está muy bien trabajado y sobre el que se suele hablar muy poco en libros de estas características: la relación entre los músicos y la industria. Lograste algo inusual, que los ejecutivos hablen de su rol y de la despareja relación de fuerzas entre artistas y discográficas. Dos preguntas: ¿te costó hacerlos hablar? y ¿cuál es tu opinión sobre el acuerdo que firmó el grupo con el sello Berlín?

—Me alegra que alguien note esto. Por suerte, todos aceptaron participar del libro. El testimonio de Fernando Marino, uno de los titulares de Berlín, es uno de los más importantes, siento que cuando hablé con él terminó de acomodarse todo. La relación de fuerzas es la que es (o la que era), y no la pensé como “artistas buenos, ejecutivos malos”. Hay una industria y tiene sus procederes, los músicos los aceptan o los rechazan. La propuesta, en el caso de Don Cornelio, podría decirse que era baja en las cifras de las regalías del contrato. Pero también puede afirmarse que el sello que los publicó, subsidiario de EMI, apostó por el grupo: lo hizo grabar en Panda, uno de los mejores estudios del país, con una dupla estelar al mando, Andrés Calamaro y Mario Breuer. No olvidemos que Don Cornelio era una apuesta, no una banda consolidada; las cifras del contrato eran las habituales. Vistas desde, a la distancia, son bajas. Y luego el grupo tocó de soporte de Fito Páez e Iggy Pop, actuó en el festival Chateau Rock y viajó a Chile en un par de ocasiones. Toda esa lista posiblemente jamás hubiera sucedido sin la existencia de Berlín-EMI. A la vez, por supuesto que comprendo el descontento de los músicos con aquellas cifras y cierta desconfianza respecto de las liquidaciones por aquel entonces. Y eran chicos jóvenes y rebeldes, resulta lógico que hubiera tensión con los jefes. Creo que el libro ayuda a desentramar un poco aquel funcionamiento, incluso para ambas partes: los músicos se enteraron de sucesos que desconocían y los productores ejecutivos hoy se toman aquel enojo de la banda de otra manera. En el medio, creo que se revelan costumbres del otro lado del mostrador que son un secreto a voces, como la difusión a cambio de dinero o los arreglos para tocar con artistas internacionales.

—En el libro hacés hincapié en más de una oportunidad en la correlación entre la historia del grupo y la presidencia de Alfonsín. Me gustaría que te explayes un poco sobre el asunto.

—Sucede que Don Cornelio duró lo que su presidencia, y unos meses de Menem. Y se dio una parábola similar entre los pasos que dio la banda y el clima social que se vivió en aquellos años respecto del gobierno radical y el retorno de la democracia. En su prehistoria, Cornelio fue un grupo pop cercano al rock divertido de 1983-1984; luego su música se fue poniendo más densa. Para el primer disco, aún cuando en la faceta lírica todavía prepondera cierta esperanza en el aire de aquella primavera alfonsinista, la cosa está un poco más pesada. Ya en 1986, año clave en la historia de Don Cornelio, los Redondos cantaban “los buenos volvieron y están rodando cine de terror”. Por supuesto que esto no obedecía solo a las vivencias cotidianas, la economía de guerra o a leyes impopulares como las de obediencia debida y punto final. Al mismo tiempo se daba una tendencia sombría en el pop global que iba de la música a la vestimenta: sobretodos negros, ojos delineados. Empezaron a venir al país bandas icónicas como The Cure y Siouxsie & The Banshees. Hasta tipos de otra extracción como Fito —en su caso, por el asesinato de su familia— cambiaron su imagen y se vistieron de negro. 

—Patria o muerte es un balde de ácido sulfúrico. 

—Creo que Patria o muerte termina siendo la banda sonora de ese final tremendo del gobierno de Alfonsín, con hiperinflación, alzamientos militares, planes económicos que no daban pie con bola. Pero quiero ser claro: los Don Cornelio no estaban pensando directamente en esto cuando compusieron “Bajaremos” o “Espirales”. Pero que un grupo de rock cantara “está cerca la salida, están rotos los bolsillos” o “El golpe es un sueño”, y titulara Patria o muerte un disco justo en ese momento… había una antena que estaba sintonizando algo ahí. Como pasó con El jardín de los presentes de Invisible o con casi cualquier disco de Charly García: son retratos de época aunque sean la mera experiencia personal de sus creadores. Por eso creo que Don Cornelio es una banda de artistas, además de excelentes músicos y rockeros ásperos. En su música está contenido aquel tiempo y sus experiencias.



—Don Cornelio suele ser incluida en el paquete del dark, pero la propuesta musical y lírica del grupo era mucho más sofisticada. ¿Cuál creés que fue la originalidad de Cornelio en el contexto del rock argentino de mediados de los 80?

—Don Cornelio es una banda actual y atemporal. Captaron muy bien todo lo que sucedía en aquella época, y a la vez estaban un paso adelante. Un grupo con esa propuesta musical y lírica, tan diversa y tan bien desarrollada en solo dos discos, merece los laureles de la Historia del Rock, con mayúsculas. Las etiquetas sirven para agrupar, pero en general las bandas que hacen grande esa historia agarran la etiqueta que sea, la hacen un bollo y la tiran a la basura. Podría decirse que Don Cornelio es un producto genuino de lo que llamamos rock nacional: una banda rica poéticamente, con una notable capacidad cancionera, con buenísimas melodías. Pero en Don Cornelio hay psicodelia, hay punk y postpunk, hay rock and roll, hay blues, hay discoteca, hay tango, hay folk. Digo, si nos ponemos a enumerar etiquetas, se probaron casi todos los trajes y todos les calzaron bien. De su camada, fueron sin dudas el grupo más interesante de todos, y sus discos son de lo mejor que se hizo en el rock argentino y, por ende, en todo el rock en español.

—Todo el proceso de grabación del primer disco de Don Cornelio amerita un libro en sí mismo: el trabajo de Calamaro como productor, las drogas, el rechazo del grupo a muchas de las decisiones que tomaron Calamaro y Mario Breuer… Me queda la impresión de que Calamaro escuchó cosas en el grupo que los propios integrantes ignoraban. ¿Cuál es tu opinión sobre el trabajo de Calamaro en el primer álbum?

—Calamaro es un maestro y obró como tal. Los Don Cornelio nunca habían entrado a un estudio de grabación y, como es lógico, les inquietó no ser consultados a la hora de tomar ciertas decisiones de producción o del corte final del disco. Pero hoy creo que piensan el asunto con otra óptica, más allá de seguir en desacuerdo con ciertas decisiones de Andrés. Son cosas que suceden siempre que delegás tus canciones a un productor: te vas a tener que bancar su parte. Por eso luego hicieron solos Patria o muerte: en realidad, lo hicieron junto a Mario Breuer, pero el grueso de las decisiones fueron suyas. Creo que hoy saben que sin Calamaro en el primer disco tal vez ni hubiera habido un segundo. Puede que Calamaro haya escuchado cosas que ni ellos, seguramente. Y tengo la sensación de que para él ese disco es su medalla de oro como productor, al menos en lo que refiere a proyectos ajenos a su obra. Siempre habla con mucho amor y orgullo de aquellas sesiones y aquellas canciones.

—Los Don Cornelio no fueron los únicos que quedaron en banda, y de hecho se podrían escribir un par de libros sobre la cantidad de grupos y artistas que se comió la híper inflación. El final de Don Cornelio coincide con el final de una era en el rock argentino. ¿Qué cambió en la industria después de la crisis?

—Traté de sumergirme en ciertas cuestiones que sucedían en los años que toca el libro, pero luego sucedieron otras muy diversas que confluyen. Por ejemplo, el advenimiento del CD como nuevo formato, ligado a la ley de convertibilidad y el uno a uno. Se dio una fiesta de reediciones e ingresó muchísima música del exterior. En ese sentido, sospecho que fueron buenos años para la industria discográfica, y de muchos cambios. En los 80 hubo una gran explosión con la vuelta de la democracia y un desarrollo del rock como no lo había habido antes; los 90 fueron años de espectacularización: shows internacionales en grandes estadios, bandas masivas. Los primeros artistas argentinos que empiezan a tocar en canchas de fútbol: Fito, la vuelta de Serú Girán, Soda, los Redondos. Me parece que en los 80 todos más o menos formaban parte de lo mismo, y en los 90 se ensancharon las diferencias entre lo que se catalogaba como under y las grandes bandas con contrato discográfico. Si nos ponemos a pensar, cuesta encontrar bandas históricas del under de los 90. Están las del llamado Nuevo Rock Argentino y otras como Suárez. Pero aún con mucha movida en todo el país, siento que en ese período todo se volvió cuesta arriba para los grupos chicos y pocos lograron salir de ahí.



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