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Alvarado: en un video, lo acusan de planear matar a un diputado y secuestrar al hijo de un ministro

“Es el asesino serial más grande de la Argentina”. Así definió a Esteban Alvarado alguien que lo acompañó a lo largo de su carrera criminal: el mecánico Carlos Argüelles, ingresado al Programa de Protección de Testigos en 2020 y asesinado el 6 de setiembre de 2021 en su taller de Garay al 3500. En un video de más de tres horas, Argüelles justificó esa frase al desgranar una abrumadora secuencia de asesinatos, extorsiones, atentados diversos y planes que no llegaron a ejecutarse, como el intento de secuestrar al hijo del actual diputado Maximiliano Pullaro y de asesinar al también diputado Carlos del Frade.

Argüelles enumeró cuarenta crímenes que habrían sido ordenados por Alvarado, entre ellos los de Lucio Maldonado, Cristian Enrique, Gerardo Abregún, Ezequiel y José Fernández —los últimos en lo que se conoce como el triple crimen de Granadero Baigorria—, investigados en el juicio que se lleva adelante en el Centro de Justicia Penal contra el hombre que afirma ser un comerciante dedicado a la venta de sábanas y frazadas. También afrontan el proceso Mauricio Laferrara, Matías Ávila, Germán Facundo Fernández y Facundo Almada —por el homicidio de Maldonado— y Silvina Ghirardi y Migel Grecci Hazzi, acusados de lavado de activos a través de la compra de tres lotes en Tierra de Sueños.

Ademas se encuentran en esa lista los crímenes de Luis Medina, Justina Pérez Castelli, Germán Tovo, Santiago “el Gordo” Pérez —ex cómplice de Alvarado, recordado porque llevaba una estampa de San La Muerte en el auto- y Roberto del Valle Padilla —más conocido como El Tuerto Boli— y el primer atentado contra Maximiliano Rodríguez, “el Quemadito”, que desató como represalia el triple crimen de Villa Moreno, en 2012. En este caso, la orden de Alvarado apuntó a enfrentar a dos grupos rivales entre sí: “tenía la costumbre, cuando veía que dos bandas estaban peleadas, de generar una discusión en el medio; entonces venían a matar y es obvio, cuando se mataban perdían los bunker y él ganaba territorio”.

Argüelles remontó la saga criminal a febrero de 2006, fecha en la que según dijo Alvarado entregó a cuatro compañeros a una emboscada en la que fueron asesinados por la Brigada de Investigaciones de la Unidad Regional II. El episodio ocurrió en una chatarrería de Lavalle al 2100 y fue lo que en el argot del delito se llama ratonera, pero la policía lo presentó entonces como el resultado de “un operativo preventivo de vigilancia”.

Al informar sobre el hecho en la ocasión, el entonces jefe de la Agrupación de Unidades Especiales, Rodolfo Romero, atribuyó el operativo a una denuncia anónima recibida por la entonces jueza Alejandra Rodenas. Entre las víctimas se encontró Víctor Hugo Oviedo, el padre adoptivo de Darío Sebastián Fernández, “el Oreja”.

Carlos Argüelles

El patrón del mal

Alvarado adoptó a Fernández como ahijado y lo convirtió en uno de sus sicarios, agregó Argüelles. “El Oreja” y Elvio Arévalo fueron identificados por Mariana Ortigala como los asesinos de Luis Medina y Justina Pérez Castelli, en diciembre de 2013.

En coincidencia con los hermanos Ortigala, el testigo dijo que Medina le reclamó a Rosa Capuano, ex esposa de Alvarado, 50 mil dólares de una avioneta y amenazó con tomar represalias. Fue lo que selló su muerte. “Todo el mundo sabía que era Esteban Alvarado”, declaró Argüelles, quien también adjudicó al pretendido comerciante de sábanas la orden de matar a Gustavo Pérez Castelli, padre de Justina, ejecutado y mutilado (le cortaron una oreja) en marzo de 2016 en el carrito de comidas al paso que atendía en Mendoza y Circunvalación, y el de Germán Tovo, socio de Medina, baleado frente a su concesionaria de autos de alta gama en Ovidio Lagos al 5100 (agosto de 2014).

En la jornada anterior del juicio, Mariana Ortigala declaró que Alvarado “tenía un plan” y aspiraba a controlar el crimen organizado en Rosario con la complicidad de la policía local. Argüelles ofreció detalles complementarios al respecto: el propósito de secuestrar al hijo de Maximiliano Pullaro y de arrojar marihuana en la cancha de Central desde una avioneta, en bolsas que llevaran el nombre del entonces ministro de Seguridad de la provincia; la inclusión de Carlos del Frade y del barrabrava Andrés “Pillín” Bracamonte en una lista de condenados a muerte; el intento de embarrar a las Tropas de Operaciones Especiales en una maniobra con teléfonos, como según la fiscalía intentó hacer con el crimen de Lucio Maldonado.

Maximiliano Pullaro y Carlos del Frade

“El gran problema de él eran las TOE y los fiscales que están acá”, dijo Argüelles en referencia a los fiscales Luis Schiappa Pietra y Matías Edery, que llevan adelante la acusación.

Argüelles definió la situación en Rosario como “una narcodictadura”. Recordó que en la época de la dictadura cívico-militar “secuestraban personas, las desaparecían, les sacaban sus bienes; él (Alvarado) hace las mismas cosas” y enumeró los casos de Adrián Giacomelli, Nahuel Fernández (hermano de dos de las víctimas del triple crimen de Granadero Baigorria) y otro hombre del que dijo desconocer el nombre que se encuentran actualmente desaparecidas y estarían enterrados en pozos excavados en distintos lugares de la ciudad. “Un amigo dijo que Alvarado es como una gangrena: te come un dedo, te come una mano, te come todo el cuerpo”, agregó, y en otro pasaje de la declaración enfatizó: “Este hombre hace desaparecer personas. Ni siquiera te da la oportunidad de velarlas, de procesar el dolor”.

El quiebre de la relación entre ambos se produjo según el testimonio cuando Alvarado ordenó el asesinato de Guillermo Coliberti (18 de marzo de 2011), alias Matacaballo, amigo de Argüelles. “Esteban lo acusaba de robarle un alhajero de la casa con dólares y oro. Fui al funeral de Guillermo y le dije que un día iba a hacer justicia por él sin derramar una gota de sangre”, recordó.

Argüelles también dio detalles de “los rubros” a los que se dedicaba Alvarado, entre los que detalló el préstamo de dinero y la posesión de caballos de carrera y afirmó que tenía “muchísimos testaferros” e invertía en propiedades.

Al término de la declaración, el mecánico leyó una carta dirigida al resto de los imputados. “El silencio cómplice es y será siempre la primera arma que tuvieron los violentos. Ellos fueron poderosos porque tuvimos miedo”, dijo. También manifestó el alivio que le producía declarar ante la Justicia: “Esta mochila va a quedar acá —dijo—. Dios no me va a preguntar qué hice con lo que sabía”. Como cierre, reconoció la voz de Alvarado en una serie de audios de Telegram, que lo implican en la maniobra para desviar la investigación del crimen de Maldonado.

La declaración de Argüelles produjo una reacción de Alvarado. Desde el penal de Ezeiza, donde sigue el juicio, acusó a los fiscales Schiappa Pietra y Edery de “jugar sucio” y subió el tono de la voz en un alegato confuso que pasaron en limpio sus abogados. Los fiscales pidieron que el video sea recibido como una prueba, lo que finalmente fue aceptado por el tribunal pese a la oposición del conjunto de los defensores.

“¿Cuántos muertos más tenemos que tolerar para que se haga algo?”, se preguntó Argüelles, quien grabó la declaración en agosto de 2020. Un interrogante que se plantea cada día en la ciudad de Rosario.


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