Ante el fuego como enemigo, como invasor, como sinónimo del daño al ambiente y a la salud, existen técnicas que utilizan los brigadistas. Una es el cortafuego, limpiar una franja de terreno para sacarle el combustible a las llamas. Otra es el contrafuego, prender una cabeza enfrentada y que choque con el avance del incendio. El ecocidio en el humedal inauguró una práctica novedosa. Ante la expansión del humo que genera ese descontrol, diversos actores y responsables de detener el desastre inventaron el “contrahumo”.
Todos acusan con razón al gobernador de Entre Ríos, Gustavo Bordet, por su evidente pasividad pero él, en cambio, apunta contra el ministro de Ambiente de la Nación, Juan Cabandie, quien a su vez señala a Bordet y al Poder Judicial, que se excusa solemne por carecer de recursos y le reprocha eso al Poder Ejecutivo, y un poco también al Legislativo que hace diez años cajonea la ley de humedales que debería ordenar el territorio y definir qué se puede hacer y qué no en esos ecosistemas poblados de vacas aunque los ganaderos juran que ellos no prenden, gritan ofendidos que no hay intereses económicos detrás de los incendios sino políticos y que todo empezó en 2008 por la guerra con “el campo” y las retenciones móviles del kirchnerismo.
La Argentina de Tato Bores reaparece como las llamas. Allá fueron esta semana los intendentes al Obelisco con sus carteles, allá bajó Cabandie en Alvear para pedir productores presos, acá fiscales rosarinos llamaron a sentar en el banquillo de los acusados a Bordet y escalar la ya penosa batalla entre jurisdicciones, acá gritó el ganadero Rafael Sugasti en el Concejo que él no prende y que tiene lumbalgia de apagar fuegos en su campo.

Acá y allá se replican los contrahumos. Reacciones para canalizar el hartazgo social y sanitario hacia otro lado. En paralelo, silenciosa, sin antagonistas que la señalen, la histórica sequía con bajante del Paraná se afianza. El humedal cruje. “La Niña seguirá hasta diciembre de este año. Hay altas probabilidades de recibir menos lluvias, hasta un 30 por ciento por debajo de lo habitual. Es la tercera Niña consecutiva en la región y la falta de agua se acumula”, describe Cristian Russo, ingeniero agrónomo en la Bolsa de Comercio de Rosario.
La región transita el invierno más seco de los últimos 27 años. Desde 1995 no hay un trimestre tan pobre de precipitaciones. Los milímetros acumulados en Rosario desde el 21 de junio no llegan a 5. Es el valor mínimo desde 1961. Lejos de los 86 milímetros como promedio estadístico invernal, detalla un informe del 8 de setiembre.
Russo agrega con preocupación el “efecto arrastre de la ausencia de lluvias del otoño y verano”. “Son entre 100 y 200 milímetros menos de agua en la zona pampeana y es el segundo año que vemos lo mismo”, señala.
Al margen de algún chaparrón, la seca se extiende a la Cuenca del Paraná. El río está por debajo del metro de altura en Rosario (0,72 este viernes, un tercio de la media para setiembre de 2,42 metros). El Instituto Nacional del Agua (INA) no advierte mayores cambios en “el escenario de aguas bajas predominantes iniciado en marzo de 2020”.

Eso que flota es la identidad del humedal
Desde hace tres años, con la pandemia en el medio y los barbijos que vuelven a usarse por el humo, Rosario parece vivir en una nueva realidad. Las redes sociales son un reflejo: el Monumento eclipsado por las cenizas que flotan, las calles y los parques desaparecidos tras la nube gris. El aire se convierte en algo tóxico. El sitio IQAir llegó a medir esta semana en la ciudad un pico de 164 puntos en su índice (de 150 a 200 es no saludable), la más contaminada del mundo en ese momento.
Un estudio de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) advirtió que la ciudad superó varias veces el promedio de partículas en aire admitido por la OMS. Esa contaminación persistente del humo es tan dañina como vivir con el smog de las peores urbes.
El agravante es que esas partículas que ingresan al organismo de las personas, y que son la pesadilla de asmáticos y alérgicos, es la identidad del humedal que se pierde. Detrás del mito de la “recuperación natural” se esconde una peligrosa apología del fuego, dice José Vesprini, investigador de la UNR.
El ecosistema no resurge como antes. Cambia. Especies exóticas o agresivas colonizan el territorio. La hormiga argentina del fuego se expande y conquista el suelo arrasado. Las semillas de la acacia negra, originaria de Estados Unidos, desembarcan en el humedal con la bosta de las vacas. Un caballo de Troya a la criolla.
Si el humedal se “pampeaniza” entonces ya no sería un humedal. Los terraplenes de los ganaderos y otros proyectos económicos (agropecuarios o inmobiliarios) cortan arroyos y secan lagunas. Diques para que las futuras inundaciones no modifiquen esas alteraciones ilegales del suelo. “Quieren cambiar la morfología”, dijo el intendente Pablo Javkin cuando presentó la repetición de los fuegos en las islas.
La nueva normalidad viene con ecocidio y con violencias de todo tipo que comparten un diagnóstico: la ausencia de políticas coordinadas por parte de los distintos Estados y de presencia permanente en los territorios. Lo resumió la madre de los apicultores detenidos por prender fuego frente a Villa Constitución para defender sus colmenas: “La isla no es de nadie”.


Diplomas y marchas
El fuego no se prende solo. La quema de pastizales era al menos hasta ahora una práctica extendida y reconocida en la ganadería del Delta del Paraná. Una forma de renovar pasturas antes de las lluvias de la primavera. Los picos de focos en agosto parecen corroborar eso. En agosto de 2020 hubo 15 mil de los 40 mil focos registrados por satélite ese año. Este 2022 volvió a darse el fenómeno. Se añade la expansión de la frontera productiva y la limpieza del territorio para regular la presencia de ratas y víboras, que matan vacas, caballos y son una amenaza para puesteros y baqueanos. También se le adjudica esa acción a cazadores furtivos. Hay quienes suman a pescadores que acampan en el humedal.
La lista se agranda según el interlocutor. Los mismos productores que se quejan porque los “acusan sin fundamento” murmuran que todo es político. Sugieren que empezó en 2008 con la pelea entre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y “el campo”. Se reedita ahora, dicen, por el regreso al poder de ese sector. Esa tesis de “patrullas k pirómanas” apareció en boca de Rafael Sugasti, con campos en la zona del Pimpollal frente a Rosario, en una sesión especial con diputados nacionales en el Concejo.
Pero hay otro puente de sentido más comprobable entre 2008 y el presente. Aquel año el Delta salía de una inundación (de 2007) y con la retirada del agua quedó un manto seco. Capas y capas de material combustible, una alfombra sin riachos, ni lagunas, ni lluvias. En este trienio se intensificó esa sequía con bajante del río. Esa es la variable anómala. Las vacas y el fuego siempre estuvieron.
Cuando Bordet le respondió a Cabandié, en una penosa pelea vía Twitter y medios de comunicación, reconoció algo grave: “No hay una acción coordinada”. Dijo más: “No hay, ni siquiera, un contacto establecido (con Nación)”. Una irracionalidad. Pero señaló una verdad. Por “el problema ambiental gravísimo”, dijo, “cualquier foco de fuego que en otro momento pudo ser intrascendente, hoy significa una catástrofe”.
En lugar de buscar puntos de acuerdo desde esa descripción el gobierno de Entre Ríos dinamita todo. La Secretaría de Medio Ambiente de esa provincia le entregó un diploma de reconocimiento al empresario ganadero Enzo Mariani por colaborar con los brigadistas. La organización El Paraná no se toca hizo pública la “afrenta”. Definió al distinguido como un “usurpador y megaterraplenador”, un símbolo de la impunidad en las islas. Mariani fue uno de los primeros denunciados por esas prácticas y también por la Municipalidad de Rosario por haber ocupado 800 hectáreas de isla del Legado Deliot a la ciudad.
Ese tipo de ¿torpezas, provocaciones, impunidades? contribuyen a la indignación y la desconfianza. Los militantes ambientales y los ciudadanos afectados por el ecocidio se movilizan. Cortan y acampan sobre el puente a Victoria para decirle no a las quemas y exigir una ley de humedales.
La ebullición política de esta semana generó un buen paso. El próximo jueves se tratará el tema en un plenario de tres comisiones de la Cámara de Diputados. Pero las organizaciones son cautas: llevan diez años de dictámenes y medias sanciones que se caen ante el lobby de los intereses económicos que se oponen a esa regulación.

Calentamiento global
Hace dos años, la ingeniera agrónoma y titular de la Cátedra de Forrajes de la Facultad de Ciencias Agrarias (UNR), Mónica Sacido, explicó que un fuego que parece apagado en la superficie sigue prendido de forma subterránea. Resurge al otro día con el viento. No hay tantos incendios como puntos rojos muestra el mapa satelital: son distintas chimeneas de una misma hoguera. Planteó, además, que el origen puede ser intencional pero después se va todo de las manos por el contexto.
“Más, más grandes y más destructivos… El fuego no solo devora nuestros bosques, sino también las estadísticas, y las gráficas dejan de ser curvas para convertirse en líneas verticales. Hasta el 7 de agosto se han producido 43 grandes incendios forestales (GIF), es decir, fuegos que han arrasado más de 500 hectáreas de bosque. Cuatro veces más que la media de la última década y más del doble que el año pasado. En esos 43 grandes siniestros, se han quemado cerca de 250.000 hectáreas, cifra récord”. Así empieza una nota del diario El País de España sobre los incendios forestales del verano europeo.
Entre los testimonios, intendentes se quejan del gobierno central que no hace todos los esfuerzos para apagar el fuego y especialistas señalan la carencia de prevención. “No se había visto nada igual”, dice por ejemplo Carmen González, que lleva 30 años de alcaldesa de Carballeda de Valdeorras, en Galicia. Antes de España fue California o Amazonas o el “Verano negro” de Australia.
“Nunca había visto algo así”, repiten las víctimas del fuego en Cobargo, Australia, en el documental Burning (Ardiendo). Ese país no tomó conciencia de lo que ocurría hasta que el humo llegó a Sidney. La dirigencia hizo todo el esfuerzo por culpar a “pirómanos” sueltos y defender su economía basada en combustibles fósiles del reclamo medioambiental.
Si la temperatura global sigue en ascenso, los incendios serán más crudos y repetidos, explica Tim Flannery, científico australiano. Desaparecieron bosques húmedos que nunca habían sido alcanzados: 23 millones de hectáreas calcinadas. El debate de fondo es cómo producimos y consumimos energía y alimentos. El documental señala que esa tragedia ambiental de 2019 y 2020 fue una “advertencia de lo que puede ocurrir en el mundo”.
“La «nueva normalidad» o el cambio de situación que hemos provocado nosotros está aquí. No va a venir, no estamos hablando del futuro, es el presente”, dice Cristina Montiel Molina, directora de Geografía, Política y Socioeconomía Forestal de la Universidad Complutense de Madrid.
Lo afirma desde España. Podría decirlo en Rosario o en Córdoba. La especialista agrega que “el estrés que se produce en la vegetación es gravísimo y las condiciones de propagación son desproporcionadas, es como si estuviésemos viviendo en un almacén de explosivos”.
“Un incendio tiene dos componentes principales: inicio y propagación. Actualmente, el mayor peligro que tenemos es el de la propagación. Si seguimos poniendo el foco principalmente en la causa de la provocación del incendio, no nos estamos queriendo enterar de nada. Lo más importante en este momento es su propagación, cómo se está comportando ese fuego. Y esa es la responsabilidad de quienes gestionan el territorio”, señala.
Acá y allá, los contrahumos no solucionan nada. El tiempo pasa y atenta contra el humedal. La Niña seguirá en la región al menos hasta fin de año. El último pronóstico de los especialistas de la Bolsa de Comercio de Rosario, difundido este viernes, cierra: “Por el momento, no hay cambios en la actividad atmosférica que permitan prever una salida favorable”. Habla de las lluvias, podría aplicarse a la dirigencia política y judicial.
