¿Por sí o por no?, lo arrinconó Sergio Massa a Javier Milei en media docena de temas donde el libertario oscila entre las posiciones radicales y una nueva versión morigerada que no termina de ecualizar con verosimilitud. Milei es Milei, el que construyó su identidad y su fortaleza desde la motosierra enardecida, que supo darle buenos resultados en las Paso de agosto, y mediocres en octubre. Despojado de esa estética, el libertario ingresa en un terreno donde su productividad entra en una zona de duda. ¿Interpeló a los indecisos? ¿diluyó el miedo que despierta en algunos sectores de la sociedad? Sería arriesgado determinar los efectos del debate presidencial sobre el público que realmente interesa a ambos campamentos políticos: los que dudan, los que se ausentan o votan en blanco o anulan el sufragio.
Sobre ese público, presuntamente un 10 por ciento de la población, tampoco es seguro que Sergio Massa haya podido pegar un golpe de efecto decisivo. Aunque, cuando pasen las horas, y la pasión del espectáculo televisivo se diluya, es posible que el ganador de las generales del 22 de octubre haya avanzado algún casillero más que el referente de la derecha libertaria.
Hubo un primer tramo del debate donde el representante de Unión por la Patria salió con decisión a ahogar al rival. Como el equipo que juega de local una final de campeonato, y pretende sacar diferencia de varios goles en el primer tiempo. Lo consiguió. Aplicó el manual, lo previsible: salud, educación, subsidios, el rol clave del Estado en la organización de la sociedad y la economía nacional. En ese tramo se vio al mejor Massa y a un Milei a la defensiva. Cuando todo hubiera indicado que la dinámica de la batalla estaba más a favor de quien tiene la chance de presentarse como lo nuevo ante un gobierno parcialmente fallido, en especial en los resultados económicos para las grandes mayorías. Y con la grave degradación de la moneda que opera sin pausa desde la pandemia a la actualidad.
Milei utilizó sin demasiado brillo su ventaja relativa: es el candidato que propone un cambio radical, “exterminar la inflación” y sus consecuencias sobre la pobreza y la degradación de las expectativas sobre la mejora en las condiciones de vida. Y no es seguro que le haya ofrecido algo nuevo y definitorio a esos tres millones de argentinos que son muy reactivos a votar al peronismo en cualquiera de sus versiones, y que, a la vez, no lo han votado a él ni en las Paso ni en las generales.
Los tips principales del debate los manejó el tigrense. “Acá no están Macri ni Cristina, estamos vos o yo”, repitió en varias oportunidades. Milei no supo replicar ese eje, y quedó a merced de una comparación mano a mano con Massa, despojado de los contextos. Esa comparación lo perjudica: las diferencias de conocimientos y experiencias de gestión son inocultables. La afirmación de Massa “acá no están ni Macri ni Cristina” es parcialmente cierta, según se la quiera tomar.
Macri está, en el intento de trasladarle a Milei al menos una parte importante de los 6,2 millones de votos de Patricia Bullrich a su favor. Sin esa ayuda el libertario estaría completamente fuera de competencia. Y también está Cristina: sin la decisiva orientación de la vicepresidenta a favor de Massa, el tigrense no tendría ninguna chance de representar el peronismo unido, sin fisuras, y en condiciones de ampliarse aún más a otras fuerzas políticas.
Con todo, Milei trató de hacerse fuerte con algunos fragmentos de su narrativa original; contra la casta, los amigos del poder, la corrupción, el Estado parasitario, que supo darle buenos resultados en los meses anteriores, y con lo que llegó a la sorprendente posición del balotaje, desplazando a Juntos por el Cambio, que hasta antes del 13 de agosto ya se probaba el traje para asumir en la Casa Rosada.
El candidato de UxP tuvo momentos altos cuando fue contundente: sobre todo con el tema Malvinas y la figura de Margaret Thatcher, a la que definió como enemiga de la Argentina, en contraposición con las apreciaciones de admiración que en distintas oportunidades le había prodigado Milei a la ex primera ministra inglesa, responsable, entre otras cosas, de crímenes de guerra como el hundimiento del Crucero General Belgrano (cuando navegaba fuera del área de exclusión) durante la guerra de Malvinas en 1982.
El líder de La Libertada Avanza ratificó la dolarización, aunque no precisó plazos ni modalidades. Habló del cáncer de la inflación, se presentó como economista y es posible que haya contenido el voto que ya consiguió, y buena parte de los votos que seguramente podrá trasladarle la candidata de la derecha que compitió con él en octubre, pero que luego, rápidamente, le brindó su apoyo (condicionado) para el balotaje.
El segundo tramo de debate, amesetado, encontró al candidato peronista levantando el pie del acelerador: pareció una estrategia deliberada que, sin embargo, le quitó al choque la cuota de atractivo que presentó en el primer segmento.
Pareció que Massa hubiera podido ganar la partida por nocaut, pero no supo o no quiso arriesgar tanto, hizo la plancha, y prefirió ganar por puntos. Al cabo, la debilidad del contrincante en el rubro más sensible: la capacidad y conocimiento para gestionar un puesto gigantesco como el de presidente, tal vez —pensaron en el campamento massista— se exponía más nítidamente dejando espacio para que Milei se expresara con mayor comodidad.
En la pregunta final de los conductores, sobre por qué cada uno de los candidatos quiere ser presidente, Massa buscó mostrar solvencia y amplitud, otra vez, pensando en el único público que realmente interesaba: ese 10 por ciento de indecisos.
El debate dejó, finalmente, un ganador: Sergio Massa, aunque sería temerario afirmar que haya convertido mágicamente el voto de tres millones indecisos en votos para UxP. Los votos se contarán el 19 a la noche, y para entonces, todas estas aproximaciones previas serán, apenas, anécdotas del pasado.