Nuevo Alberdi es un área crítica de la geografía, en el noroeste de Rosario; allí la ciudad se desdibuja para hundirse en la llanura. Resulta una zona extraña al que llega desde el campo, pues está en los bordes de la ruralidad y, para confusión de sus sentidos, aparecen algunos caseríos que musitan el comienzo de la ciudad. Y se expresa ajena al hombre de ciudad: éste ingresa a un lugar donde se diluye la fantasmagoría de los servicios urbanos que, en apariencia, lo contienen. Periurbano ha dado en llamarse este tipo de territorio como Nuevo Alberdi: algo que flota en la periferia. Sin embargo, Nuevo Alberdi, el barrio olvidado, es Rosario. Como todo sitio fronterizo, el periurbano tiene sus razones y atractivos, únicos, que lo separan del resto. Indefinidas por símbolo y naturaleza, las fronteras son el territorio donde se ponen en crisis no sólo las marcas arbitrarias de una geografía, sino también las certezas culturales, los mandatos políticos y las economías formales. Eso, a la vez, les proporciona una identidad. Son también las fronteras, a veces, el espacio de los negocios turbios.
Hacia 2007, una histórica inundación fue inclemente con Nuevo Alberdi. Esa planicie de unas 500 hectáreas, surcada por los canales Ibarlucea y Salvat, tributarios del arroyo Ludueña, fue castigada aquel año por el desborde de esos cursos fluviales y todo estuvo en riesgo para las casi dos mil familias que vivían ahí. También para el tambo de Nuevo Alberdi, el último que quedaba dentro de Rosario. No pocos fueron los rosarinos que, recién entonces, advirtieron que Nuevo Alberdi formaba parte de su ciudad.
Pasó lo peor de aquella inundación, las aguas bajaron y, con ese alivio, llegaron al lugar desarrolladores inmobiliarios que decían pertenecer “a la empresa Aldea”. Tempranas ventas de terrenos y unos desalojos en silencio hicieron real la sospecha: alguien pensaba construir allí uno (o varios) barrios privados. “Cuando apenas bajaban las aguas, mientras estábamos gestionando un sitio para evacuar unas cuatrocientas personas que habían quedado afuera de los centros oficiales de evacuación, comenzaron a llegar estos tipos para desalojar a la gente de sus casas”, recuerda Juan Monteverde, que entonces trabajaba allí con el movimiento social Giros.
Lindero con Nuevo Alberdi había un barrio privado en ciernes: Palos Verdes, construido años después sobre el valle de inundación del arroyo Ludueña. Rosario estaba también en 2007 abierta a esas posibilidades reñidas contra el buen urbanismo: el fervor económico en Argentina —por el precio internacional de la soja y las extraordinarias cosechas— derramaba en la ciudad, donde inversiones inmobiliarias eran sorprendentes, tanto como resultaban incomprensibles algunos flujos de capitales que erigían torres y barrios privados.
Nuevo Alberdi parecía que iba a correr la misma suerte, pero no fue así. Con el tambo como símbolo de esa resistencia, los vecinos se opusieron a entregar terrenos y recibieron el apoyo de un grupo de jóvenes que hizo propia esa causa: los militantes del movimiento social Giros, hoy partido político Ciudad Futura. Nuevo Alberdi escapaba así a fatídicas opciones del momento para las zonas periféricas (ser barrio privado o ser asentamiento irregular) y, en busca de un destino mejor, se adentró en un extenso conflicto legal, social y político, por momentos violento, que empezó en 2007 y terminó hace dos meses.
El 8 de julio de 2021 esas tensiones comenzaron a aflojarse. Ese día el Concejo Municipal sancionó la Ordenanza 10.231, llamada Plan de Ordenamiento Urbano Ambiental Canales Ibarlucea y Salvat, cuya aplicación implica el fin de las disputas a partir de bases y condiciones para la urbanización del lugar. “Esto es la resolución pacífica y política de un conflicto de muchos años, con el consenso entre actores muy diversos y anteponiendo el beneficio público —explican desde Ciudad Futura—. Es un cambio de paradigma: la ciudad recupera el lápiz y el poder de la planificación, porque se cuida el ambiente respetando la mancha de inundabilidad (del arroyo Ludueña y los canales), porque van a poder construir todos los que quieran y no una o dos grandes empresas, porque el Estado recupera plusvalía urbana en tierra para facilitar el acceso a distintos sectores sociales”, resaltan. “Urbanizar para pacificar”, podría ser un título para este modelo, que se espeja en la experiencia exitosa de Medellín en Colombia.
Nuevo Alberdi escapaba así a fatídicas opciones del momento para las zonas periféricas (ser barrio privado o ser asentamiento irregular) y, en busca de un destino mejor, se adentró en un extenso conflicto legal, social y político que empezó en 2007 y terminó hace dos meses.
El Plan ordena el uso del suelo y obliga a los operadores inmobiliarios a donar, por lo menos, el treinta por ciento de la parcela en la cual van a desarrollar su emprendimiento; establece cómo serán los trazados de arterias; dispone espacios públicos y equipamiento comunitario; traza áreas de integración, preservación ecológica y productiva ambiental (ganadería, apicultura, floricultura y apicultura); da pautas para garantizar el acceso a la vivienda y pautas de edificación; planifica corredores verdes a la vera de los dos canales y habla, también, de compensaciones económicas, entre tantas cosas.
Por su profusión y detalle, más que una ordenanza, el Plan parece un código de convivencia: sus regulaciones intentan poner fin a un proceso de enfrentamientos cuyos desenlaces, en ciertos momentos, fueron imprevisibles.
Aquella conjunción entre un grupo de vecinos que defendía el tambo y sus viviendas y unos jóvenes que encontraban allí los sucesos donde desarrollar su acción política derivó en una alianza resistente. Ciudad Futura es un partido forjado al calor de esos acontecimientos, Nuevo Alberdi fue el territorio donde centró exponencialmente su trabajo y donde tornó cada vez más lábiles los límites ente teoría y práctica políticas. Siguieron a ese encuentro catorce años de confrontación dura. De un lado, los vecinos y Ciudad Futura; del otro, desarrolladores inmobiliarios, la Municipalidad y empresarios. Se sucedieron litigios judiciales, órdenes de desalojo, resistencia, acusaciones, movilizaciones y mucho más. “Vimos todas las caras del mercado”, dice ahora Monteverde a Suma Política, cuando repasa.
—¿Y qué sentiste vos el mes pasado, cuando se sancionó la ordenanza que puso fin al conflicto?
—Hay una frase de los zapatistas: uno de los mayores logros de los de arriba es habernos convencido a los de abajo de que lo que no se consigue rápido y fácil, no se consigue nunca. Los procesos importantes llevan tiempo. Esa es la enseñanza. La aprobación del Plan fue para mí un momento de quiebre, un cambio de etapa, una satisfacción en el alma: pelear vale la pena. Pasamos momentos muy duros, con mucha violencia, peleamos contra gigantes y por momentos pensamos que no íbamos a ganar. La sanción del Plan fue un momento de máxima realización, como si fuera un parto.
—La ordenanza es prometedora, pero ahora hay que hacerla cumplir, ¿te preocupa eso?
—Es una norma que ordena las reglas de juego e intenta una experiencia diferente. Estamos cambiando el paradigma de cómo se venía urbanizando. Comparemos esta ordenanza con la que aprobó la construcción del Parque Habitacional Ludueña o también llamado Los Pasos del Jockey Club, de Mirta Levin (ex secretaria de Planeamiento durante la intendencia de Miguel Lifschitz), eso es un paradigma de lo que hizo el socialismo durante los últimos años: partía de la iniciativa privada sobre unas tierras y desde ahí se urbanizaba. Esto es lo contrario: no hay ningún privado y es el Estado diciendo cómo debe ordenarse la expansión de la ciudad. Se planifica sin anteponer el interés específico de los dueños circunstanciales del suelo.
—¿No rescatás nada de las políticas del socialismo en materia de planificación?
—Nosotros logramos que se sancionara la ordenanza de prohibición de construir barrios privados dentro de Rosario en 2010, cuando aún no éramos un partido político, y eso fue contra de la voluntad del entonces intendente Lifschitz, pero con apoyo del bloque de Miguel Zammarini. En el socialismo hubo un montón de políticas valorables, como el primer proceso de recuperación de la costa que hizo Binner, que no tuvo nada que ver con el segundo, el de Puerto Norte. El socialismo tenía un concepto: que el urbanizador sea lo más grande posible para que se le pueda cargar todo el peso de la infraestructura de la zona. Esa era la única compensación por la plusvalía urbana. Nosotros queremos lo contrario: planificamos los usos y son las tierras lo que el Estado tiene que cobrar en términos de plusvalía. En Rosario el Estado no tiene tierras. De las 500 hectáreas que estamos planificando en Nuevo Alberdi, hay cero de tierra pública.
—Eso es un gran tema que el Plan no resuelve.
—Hay un polígono de Nuevo Alberdi incluido en la ley del Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap), de unas setenta hectáreas, en la zona rural, declarado de utilidad pública y sujeto a expropiación. Ya hemos firmado el convenio con Nación para comenzar su proceso de integración socio urbana. Ese polígono del Renabap se complementa con una ampliación de la mancha urbana en el lugar: propusimos entonces no hacer efectivas más expropiaciones, algo que implicaría gastar energía en otro conflicto jurídico, y que a cambio se aumentara el porcentaje de donación de tierras que deben hacer los urbanizadores: no ejecutamos la expropiación siempre y cuando, voluntariamente, el privado done el treinta por ciento de las tierras que vaya a urbanizar. Hoy cada ciudadana y ciudadano de Nuevo Alberdi, gracias a la ley del Renabap, tiene su certificado de vivienda que le permite solicitar servicios a su nombre y sacar su DNI con ese domicilio.
—Dijiste que a lo largo de estos años de pelea vieron todas las caras del mercado, ¿adentro del Concejo también?
—La vimos en forma de una escopeta en la cabeza de un compañero, cuando una noche entraron al tambo, lo encapucharon, le apuntaron y le dijeron: usted de aquí se tiene que ir. Vimos la cara que operaba en los medios de comunicación, que nos atacaban y nos deslegitimaban. Lo más obsceno que vi en el Concejo fue el nivel de diálogo y articulación que tienen estos tipos: estábamos en reunión de la comisión de labor parlamentaria y cuando yo decía una cosa, a la media hora eso aparecía en una nota online de un medio, por supuesto criticándonos. Ahora han cambiado algunas cosas ahí: el nivel de diálogo político que hoy tiene el Concejo es mérito de las mujeres que quedaron a la cabeza de los frentes políticos. Lo de Nuevo Alberdi no se hubiese podido resolver sin ese diálogo político que las mujeres llevaron adelante: María Eugenia Schmuck, Caren Tepp, Marina Magnani, Fernanda Gigliani… esa lógica política que el feminismo político vino a traer no hubiese sido posible con Sukerman, Javkin y yo.
—Hay concejales que viven en barrios privados, ¿cómo te cae eso?
—Es inmoral y debería ser ilegal que alguien que se presente a elecciones para representar al pueblo no viva en Rosario, porque los barrios privados no son Rosario. Son ciudades privatizadas adentro de la ciudad. Habría que presentar un proyecto para eso. ¿Con qué cara vos le decís a la ciudadanía votame para hacer una Rosario mejor, pero me voy a vivir a un lugar que no es Rosario? Palos Verdes no sólo se hizo sobre el valle de inundación del Ludueña, ahora construyeron allí un muro, ilegal, que hace que la zona lindera sea más inundable. Nadie fue a controlar eso aún.
—La confrontación en Nuevo Alberdi que dio sentido a Ciudad Futura terminó, ¿ahora qué?
—Nosotros no escindimos lo social de lo político, a diferencia de otras organizaciones. Para nosotros, una cosa nutre la otra. La lucha social nos llevó a las instituciones y en las instituciones pudimos resolver el conflicto. La política es conflicto y el final de un proceso tiene que ser una resolución en favor de los que siempre pierden. Eso fue lo que pasó en el Concejo, eso es la sanción del Plan. Ahora viene lo mejor, hay que mostrar que Nuevo Alberdi se convierte en un barrio ícono de Argentina.
Juan Monteverde, por estos días nuevamente candidato a concejal por Ciudad Futura (ocupó una banca entre 2015 y 2019), no para de hablar. Derrocha entusiasmo y proyecta esa energía mientras desparrama planos, cartografías y demás documentos sobre una de las mesas del bar de Distrito 7, otra de las iniciativas socioculturales de Ciudad Futura.
—¿Los vecinos de Nuevo Alberdi tienen el mismo entusiasmo que vos? —le pregunta alguien.
—Sí, por supuesto. Es más —dice entre risas—: cuando asisten a reuniones, ya sean talleres o de cualquier otra cosa, dicen: “voy a urbanizar”. Y a lo mejor una vecina le dice a otra: “hoy no viniste a urbanizar”.
El verbo urbanizar, de tanto escucharlo, acaba sintetizando para algunos vecinos de Nuevo Alberdi una diversidad de significados: encuentro, trabajo solidario, tiempo compartido, construcción colectiva, discusiones agotadoras… Quizás también para ellos decir “vamos a urbanizar” implique abrazarse a la idea de un futuro promisorio como comunidad. “Cada lengua produce lo que precisa”, dice lacónicamente Jorge Luis Borges en el prólogo a su Libro de Sueños.
Sin agua corriente, sin cloacas y sin servicios básicos de infraestructura, dos mil familias viven hoy en Nuevo Alberdi, trescientas de las cuales están en la zona rural de esas quinientas hectáreas. El Plan de Ordenamiento Urbano Ambiental Canales Ibarlucea y Salvat les muestra una luz al final del túnel. Su cumplimiento dará cuenta de una manera innovadora de planificar el uso del suelo o, por el contrario, expondrá otro fracaso colectivo. Atesora esa esperanza Nuevo Alberdi, una tierra donde en la última década, impensadamente, se mezclaron lluvias e inundaciones, partos y luchas sociales, especulación inmobiliaria, militancia y entrega; una historia social que se escribe donde el campo y la ciudad se confunden, entre escritos de Antonio Gramsci y pastores del siglo XXI.
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Músico, periodista y gestor cultural. Licenciado en Comunicación Social por la UNR. Fue editor de las revistas de periodismo cultural Lucera y Vasto Mundo.
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