A doce años de la recuperación de las banquinas de la autopista Rosario Santa Fe para crear un corredor biológico provincial, esa franja de 156 kilómetros de largo y ancho reducido buscó complicidades para expandirse. Primero fueron las reservas hídricas de ríos y arroyos que cruzan de forma transversal ese tronco. Y en los últimos años una experiencia en Las Rosas plantea añadir otra capa a la difícil tarea de conservación del medio ambiente nativo en la ultra productiva pampa húmeda: son las “islas de biodiversidad” o “parches”.
Ricardo Biasatti, ex director de Recursos Naturales y de Planificación de Medio Ambiente de Santa Fe, califica de “sistema reticulado” esa red que ayudó a generar. Afirma que no existe un área protegida de pampa húmeda como la del sur santafesino. Considera que la Reserva Otamendi de Buenos Aires “podría ser comparable” o los campos del Tuyú pero “son más bien de la región del Delta o bajos del Salado, que no es lo más representativo”.
Al sur del río Carcarañá, la “pampa ondulada” se caracteriza por una modificación de la cobertura original de vegetación casi completa. Sorprenden algunos datos que exceden al devenir de los zorritos y los coipos. El sur de Santa Fe está “altamente antropizado” al punto que departamentos como Constitución, Caseros y San Lorenzo dedican alrededor del 95 por ciento de su espacio al uso productivo.
Por la riqueza de sus suelos y la expansión sin límites de los cultivos (y las tecnologías que eliminan mano de obra), la neo pampa húmeda acorrala y expulsa a todos sus ocupantes: incluso a los humanos que se concentran cada vez más en las ciudades.
“Nosotros, nuestras casas, las plazas, las calles, todo eso ocupa apenas el 5 por ciento del territorio de esta zona. Es muy poco lo que tenés como herramienta porque en el espacio privado no vas a lograr avanzar con reservas. Para el Estado es imposible comprar tierras en esa zona para parques. Y si no lo hace nadie, no tenemos reservorio de pampa húmeda”, advierte Biasatti.
De alguna manera, los corredores y las reservas son una cicatrización incipiente pero posible del ecosistema degradado a una situación extrema. “Las especies requieren del entorno para sobrevivir”, alerta un estudio que relevó la presencia de mamíferos en esos espacios.


Un parche en Las Rosas
Libertario González, técnico del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta), Estación Oliveros, estudia cómo combinar criterios de conservación con nuevas formas de producción. Se basa en recuperar prácticas anteriores pero entiende el tiempo presente, distinto a aquel pasado del lechero en los pueblos después de ordeñar. Primero porque no están los tambos y, sobre todo, los poblados rurales de antaño han decrecido. Lo atribuye a “la presión de una agricultura sin agricultores” y a “un vertiginoso camino de artificialización de los ecosistemas”.
Libertario no trabaja sobre corredores sino sobre “parches”. Pequeñas islas verdes, montecitos o taperas de una hectárea que podrían considerarse “abandonados”. Desarrolló una experiencia junto a sus compañeros de El Entrevero en Las Rosas, donde nació (aunque se crió en Córdoba).
Los resultados los presenta en un libro que acaba de salir: Paisaje Natural en la región de la Pampa en la provincia de Santa Fe. También forma parte de un trabajo más amplio sobre “estrategias de conservación” compilado por Florencia Montagnini, profesora de la Universidad de Yale, Estados Unidos (“Biodiversity Islands”, de la editorial Springer).
Libertario y sus colegas empezaron a trabajar con cultivos de hortalizas sobre esa hectárea preservada en Las Rosas, a pocos kilómetros de esa ciudad y sobre la ruta nacional 178. Advirtieron la presencia de plantas y especies nativas, al mismo tiempo que madrigueras de animales y aves. “Veíamos que la fauna se replegaba en esa zona dominada por la agricultura industrial, que en general no da lugar para que pueda continuar la vida”, explica en diálogo con Suma Política.
“Esa isla de biodiversidad, desde la ecología del paisaje sería un parche, es a su vez una parte del ecosistema original que quedó. Al quedar clausurado, van los animales. Entonces empezamos con mínimas intervenciones como plantar especies del lugar. Estamos en un pastizal pampeano en la zona transicional al espinal del Carcarañá. Hay eucaliptus, ligustros y muchas especies exóticas. Es como una ciudad cosmopolita, con representantes de diversas partes del mundo. Pero todo alrededor es monocultivo”, describe.
El caso de Las Rosas no es el único. Hay montes en campos, viejas estancias, ex escuelas y reductos supervivientes. Para Libertario González una de las claves sería “conectar esos parches con corredores biológicos o naturales, por ejemplo al costado de una ruta o un arroyo, y generar así más espacio para ese flujo genético, que ese cuidado de la diversidad se pueda planificar”.
En paralelo y desde la Estación Experimental Agropecuaria (EEA) del Inta Oliveros, el grupo de trabajo se integró a la Red de Agroecología de Argentina (Redae) para fortalecer la soberanía y seguridad alimentarias. Las formas de producción no basadas en paquetes de agroquímicos sino en ciclos naturales que nutren la tierra, protegen los cultivos y aprovechan sus potenciales. Pero esas “áreas de producción agrícola con mayor biodiversidad y conectividad del paisaje” necesitan de un ecosistema que tenga algunos atributos básicos.
“En muchos casos se perdieron cosas simples como alimentos para las redes tróficas, es decir que para contrarrestar a insectos que se comen las plantas las aves predadoras deben tener donde posarse para comer esos bichitos”, sintetiza.

Lluvias sin esponjas: la pérdida de suelos
Una fotografía aérea, o el universo de Google Maps, permite ver el territorio dividido. Por un lado las ciudades y en las afueras surgen los mosaicos de campos, como un rompecabezas. Pero ambos espacios —no solo las “mega urbes insostenibles” de cemento— han sido transformados de forma severa. “La parte que era pastizal ahora tiene una matriz de monocultivos (soja, maíz y trigo), que duran pocos meses y lo que termina sucediendo es que los ciclos biológicos no se pueden completar”, señala González.
Ante el pronóstico de un fin del periodo seco de La Niña que abra paso a una transición de un proceso neutro y lluvias intensas, el integrante del programa ProHuerta advierte: “En el período de descanso de la siembra, los productores en lugar de dejar que nazcan las plantas, les echan herbicidas y el suelo queda seco. Si hay precipitaciones copiosas no tenés ninguna planta que retenga, el agua escurre y erosiona el suelo, justamente el soporte de la vida que se formó por millones de años. No es cualquier cosa”.
Para el técnico del Inta, incorporar nativas, tanto medicinales como forrajeras, “es una herramienta importante que estamos trabajando en la región pampeana y extrapampeana, sobre el espinal, que tiene otra matriz”.
Esas especies regionales que fueron replantando, como el algarrobo blanco, espinillo, cina-cina, soportaron mejor la larga sequía mientras que otras sufrieron esa falta de humedad mucho más porque no son del lugar. Además de amortiguar impactos negativos para el ambiente, también favoreció a los productores que apuestan por esa transformación.
Libertario se esfuerza en explicar cómo los ciclos biológicos bien manejados mejoran la rentabilidad: “En lugar de la ganadería tradicional, estos productores siembran policultivos y después lo hacen comer por los animales. En vez de tener el suelo desnudo, esas pasturas las transforman en carne. Eso además es una caja que tiene el productor de disponer de más dinero (forraje y ganado) que si solo depende de una cosecha de una oleaginosa, por ejemplo”.
Además de sus conocimientos de paisajismo, huerta y productor vinculado a lo agroecológico desde 1998, González también se nutre de los ecos de su infancia. De chico, hacía de banderillero que marca el territorio para los equipos fumigadores en los campos de Córdoba. Trabajaba con su tío a quien vio morir de cáncer de pulmón, ya longevo, pero afectado por el contacto diario con venenos, recuerda el hombre de 50 años.
“Conozco las dos partes del campo”, dice y cuenta que el libro sobre la experiencia en Las Rosas no es algo aislado. Forma parte de un proyecto para difundir los beneficios de trabajar con este enfoque (cuidados de la biodiversidad y agroecología para producir alimentos) que intensificarán este año.
Además de los productores, aclara, “ahí el Estado tiene que tener una política concreta de acompañar e incluso el mismo Estado debe empezar a trabajar con una mirada diferente de la producción, elaborar alimentos, como leche y quesos, incluir mano de obra”. También aceitar la conexión entre productores y consumidores o incluso implementar sellos oficiales para garantizar el origen de los productos agroecológicos.

No hay disfraz verde que alcance
En la introducción de Paisaje Natural en la región de la Pampa… Libertario señala “la transformación” del campo desde los años 70 y se reconoce como parte de una generación que vivió la etapa previa a “revolución verde”. Anota que en 2022 los “incendios, desmontes y canalización de humedales” se sucedieron de “forma sistemática y con total impunidad”. “Nos sobran argumentos para trabajar en propuestas concretas que contrarresten este frenético devenir”, observa.
Después de presentar los antecedentes históricos y los fundamentos de la experiencia, explica que no ven a la isla de biodiversidad de Las Rosas “como un relicto aislado, sino como una gran red de islas interconectadas por corredores biológicos, cuyo entramado nos permite visualizarlas a una escala regional, restituyendo atributos a los agroecosistemas”.
Un mapa donde proyectar y “pensar una nueva ruralidad con eje en la reproducción ampliada de la vida y el cuidado de nuestros entornos naturales”. Pasar del “sometimiento de la naturaleza, considerada como un repositorio de recursos al servicio de una economía basada en la acumulación, el crecimiento y el consumo ilimitado” a la “estrategia de integración equilibrada entre las comunidades humanas y los ecosistemas”.
Las “islas de resiliencia”, señala el texto, albergan biodiversidad. “Muchas especies animales típicas del pastizal pampeano como el zorro pampeano (Lycalopex gymnocercus), el gato montés (Leopardus geoffroyi), o el coipo (Myocastor coypus) que no atraviesan ambientes cultivados, se trasladan a través de los corredores de vegetación natural para alcanzar los mencionados parches”, explica.
Esas manchas verdes pueden ser enclaves donde la flora y la fauna sean capaces de retirarse, protegerse y reproducirse. En la hectárea analizada encontraron 23 familias de plantas arbóreas, arbustivas y herbáceas, 11 especies de mamíferos y 39 de aves, así como la presencia de madrigueras y nidos. Todos ellos son “indicadores de éxito ecológico”.
Los parches junto a los cordones o franjas periurbanas de las ciudades permiten “resignificar la economía desde la ecología, y particularmente, desde la agroecología” con base en “la producción de alimentos sanos para la comunidad”. Algunas de esas experiencias que ya existen fueron mapeadas y presentadas en el sitio Ecoalimentate.
“No importa cuánto se disfrace de verde esta sociedad o cuantos discursos haya acerca de la necesidad de una perspectiva ecológica: no puede transformarse la manera en la que la sociedad realmente funciona, a no ser que sufra una transformación estructural profunda, a saber, reemplazando la competición por la cooperación”, concluye.
