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Sociedad

Las pibas de la pelota: jugaron el primer Mundial de Fútbol Femenino 1971 y un documental rescató sus historias

“Estoy viendo bajar el sol en las sierras, es un momento muy hermoso”, relata desde Río Ceballos María Esther Ponce, “Pelusa” en la camiseta que muestra con el número 16, como la que trajinó el primer mundial de fútbol femenino que Argentina jugó en México en 1971, donde derrotaron a Inglaterra 4 a 1. Dos días después llegaba a Rosario para participar del estreno del único documental sobre aquella hazaña, en una actividad organizada por la Asociación Civil Impulso para Mejorar, que hoy se presentará en el cine Monumental en el Día Internacional del Fútbol Femenino.  

Pelusa es santafesina, vivió en Alto Verde, pero de pequeña su familia adoptiva viajó a Buenos Aires en busca de trabajo y lo logró. Allí vivió hasta hace 15 años, cuando encontró su lugar en el mundo en Río Ceballos para estar cerca de su única hermana y sus sobrinos. “El invierno es duro pero el lugar es hermoso”, dice a Suma Política, mientras describe lo que ve desde su ventana. Hasta allí llegaron las cineastas para documentar la épica que las jugadoras sólo atesoraban en su corazón; por la hazaña en el Estadio Azteca no hubo recibimiento, notas ni titulares. Sólo una indiferencia muy parecida al olvido.



Entre los escasos archivos, destaca un recuadro filoso que publicó Clarín: “El fútbol no es para chuchis” del periodista uruguayo Diego Lucero, que después de considerarlas de torpeza insuperable en un deporte que sólo es cosa para varones de pelo en pecho y galladura fuerte, se despide con un salute pibas de la pelota. El artículo refleja de cuerpo entero, las representaciones sociales de la época: mujer y fútbol, dónde se ha visto. 



La futbolista Lucila Sandoval se encargó de recuperar la memoria de aquellas mujeres pioneras y exitosas contra viento, marea y estigma epocal. Y en el rescate de historias de vida apareció Pelusa, que el 1° de junio cumple 80, disfruta de la vida en las sierras que separan Río Ceballos de La Falda, y participa atenta y diligente cada vez que la llaman para entrevistas o para exponer en encuentros y actos sobre fútbol. De su local de comidas caseras en Buenos Aires le quedó la mano de buena cocinera, y como es “amiguera”, convida e invita. “Le llevé empanadas de pollo a una gente de Buenos Aires, que vive enfrente y tuvieron la atención de cortar el pasto de mi vereda, dijeron que estaban muy ricas; a las directoras del documental, también las esperé con empanadas”, cuenta. 

Está jubilada con la mínima y hasta la pandemia completó recursos vendiendo sus comidas caseras. “Vivo en un cerro, con  mis tres perros y los pájaros que les doy de comer, soy muy bichera, la naturaleza me gusta mucho, acá hay una figura de un Cristo que es única en Sudamérica”, explica.  Dice que escribe poesía y lee: “yo soy de ese grupo que le llaman locos, porque detienen el paso para oír trinar un ave”. Una calma apreciada después de conducir en Buenos Aires, taxis y un remís que vendió y nunca le pagaron. También cantó en un coro, o recita, baila y canta cuando se lo piden, y musicaliza la entrevista con unas estrofas de zarzuela, sinfónica, música en guaraní, sólo por citar los géneros que escucha en los cientos de cassettes y CDs. Y vuelve a ilustrar la entrevista entonando “A unos ojos”, un valsecito que su mamá le cantaba cuando era pequeña. 

Junto a su familia miró la definición de la Copa del Mundo y después salieron a festejar, la también mundialista Pelusa, “con la camiseta que dice Ponce que me dio la Secretaría de Deportes de la Provincia de Buenos Aires, cuando cumplimos 50 años de haber ido a México”. Además cuenta que por su forma de ser también pasa momentos muy lindos, “ayer viajé a Córdoba capital invitada a un foro de mujeres sobre igualdad de género, muy interesante”.



La pelota


¿Quién descubrió a quién? Su papá le inculcó el deporte, peloteando y armando partidos con primos y vecinos, de modo que la relación entre ella y el fútbol se fue tejiendo con naturalidad. Un día y por un anuncio en la TV llegó a conocer a las jóvenes que formaban equipos y jugaban en barrios y localidades, donde salieran los partidos. Así se fue formando el grupo que luego comandó un señor de apellido Harrington. En 1971 le ganaron un amistoso al equipo de México y así pudieron llegar al segundo Mundial de Fútbol Femenino, que para las pibas de la pelota iba a ser el primero, con el nombre de Universitario y los conjuntos deportivos que les regaló la Unión Tranviarios Automotor (UTA), que también les prestó la cancha para entrenar.

“Era todo lo que iba consiguiendo este señor Harrington, que al final no pudo viajar como tampoco el entrenador, viajamos ignoradas en la Argentina y cuando volvimos no nos esperó nadie”, recuerda Pelusa. Y evoca las peripecias, que jugaban en zapatillas y tuvieron botines recién para el Mundial, regalo de una organización, al igual que las camisetas. Agosto del 71 las vio partir solas y con la única certeza de la pasión por jugar.



La odisea


México las recibió “como reinas, ídolas”. Los tablones del Estadio Azteca colmados, hasta 100 mil personas, en las calles las reconocían y les pedían autógrafos, de modo que el mes pasó entre esfuerzos, agasajos, regalos y un honroso cuarto puesto, por ser debut mundialista. Un jugador argentino radicado en México, después del primer partido, fue al hotel a ofrecerse como director técnico, dato que dimensiona la hazaña. De los partidos Pelusa no puede olvidar que frente a México las “bombearon porque tenía que ganar el organizador”, pero el “baile” que le dieron al equipo inglés les devolvió la alegría.

“Las goleamos”, evoca Pelusa, que tiene su corazón en Independiente, y siempre jugó en la defensa. “Las que tenían más habilidad iban adelante, las de menor, al medio campo y el resto atrás, a veces me ponían de siete, también jugaba de dos y de cuatro”, evoca de la época donde en forma oficial no existía el fútbol femenino.  

La historia de las pioneras salió a la luz cuando Lucila Sandoval, desde que el fútbol femenino comenzó a formalizarse, “un día vio el cuadrito de nuestro equipo en All Boys y preguntó quiénes éramos, y como no sabían qué había sido de nosotras decidió rastrearnos y hacernos conocer”, enfatiza. Y dice que de aquella formación del 71 quedaron ocho o nueve, porque muchas murieron jóvenes. Pelusa se unió al proyecto en 2019, pero para 2020 ya era reconocida, comenzaron las entrevistas y llegó la película, a la que aportó “todo lo que pude”. 



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