Fisherton en postpandemia es escenario de una profunda transformación urbana, lo que derivó a fines de 2022 en la revisión de la normativa local de cara a regular la expansión de los complejos de vivienda colectiva. Solo en derredor del eje fundacional —que data de 1888, cuando se instaló la estación del ferrocarril que hoy lleva el nombre de Antártida Argentina— se cuentan unos doce condominios, la mayoría en construcción y de gran escala. Vecinos en alerta por este cambio de fisonomía reclaman cuidado del patrimonio arquitectónico, arbóreo y paisajístico, así como un refuerzo en mantenimiento e infraestructura porque, denuncian, estos resultan deficitarios. Y aún falta que arriben a la zona cientos de nuevos residentes.
La tendencia constructiva de desarrollos premium se afianzó en los últimos años, asentada en los valores de contacto con la naturaleza y ubicación estratégica del vecindario. No solo del conjunto habitacional que originó el pueblo de Fisher sino de todo el entorno al que se le daba esa denominación: hasta la calle Mendoza al sur, el arroyo Ludueña al oeste y la calle Milicianos Argentinos al norte, con límite en la avenida Circunvalación al este. En esta área ampliada los complejos de departamentos orientados a un público de alto poder adquisitivo casi se duplican (llegan a la veintena), según surge de cotejar portales de oferta de inmuebles y páginas web de los emprendimientos.
“Los condominios aparecen en varias calles: no hay una zona nicho donde estén centralizados, lo que hace que se termine reconvirtiendo toda la superficie”, confirma Diego Ferreyra, agente inmobiliario con veinte años de experiencia en el rubro. “Se observa un notable cambio en la demanda; la gente prefiere menos metros cuadrados y más funcionalidad para llevar adelante otro modo de vida. Es decir, ya no es la vivienda individual la que caracteriza a Fisherton sino la colectiva en formato complejo, donde compartir una pileta, un quincho, espacios comunes. Las tendencias sociales, por ejemplo los tipos de familia, repercuten en la vivienda y por otro lado para la clase media mantener una casa de los años 70, 80, e incluso anterior, es cada vez más costoso”, analiza.
Según el experto en bienes raíces, esa demanda está protagonizada en gran medida por vecinos del barrio o por aquellos que transcurrieron allí su niñez, que ahora viven en otros puntos de la ciudad y quieren volver “porque no lo cambian por nada. Fisherton tiene mucha identidad y sentido de pertenencia en términos históricos, actualmente se está reinventando y los desarrolladores apuntan a eso, con un concepto de condominio que brinda seguridad”. Es que los conjuntos se distinguen por su seguridad perimetral, control de acceso y monitoreo a través de cámaras o de personal especializado. Los espacios verdes y amenidades —generalmente de lujo— son comunes para quienes allí habiten y para quienes sean autorizados a ingresar.
Nuevas formas que no a todos conforman
El ingeniero Henry Fisher trazó en 1889 el plano original de Fisher Town para que allí residieran jerarcas y algunos empleados del Ferrocarril Central Argentino —una medida sanitarista a poco de ocurrida la epidemia de fiebre amarilla de fines del siglo XIX—. Lotes generosos, casas amplias con parque, aire puro y sombras francas, arquitectura sajona (a pesar de su nombre, la compañía ferroviaria era británica), y hasta un haras y un club de golf se fueron implantando en un territorio descampado, entre Funes y el centro. ¿Qué sucede allí hoy?
“A la salida de la pandemia empezamos a ver condominios en lugares insólitos, por ejemplo en pasajes. Llegaron obreros, máquinas, nuevos vecinos con vistas al jardín lindero: como no construyeron sobre la medianera, pudieron poner ventanas”, cuenta Rolando Maggi, afincado en Wilde y La República a partir de 1986. Maestro mayor de obras de 64 años, señala que aspectos del barrio como la tranquilidad, la seguridad, la privacidad y hasta el paisaje se desdibujan por la proliferación de estas atípicas viviendas. “Disruptivas”, las califica Ana María Ferrini, del grupo de preservación del patrimonio urbano Basta de demoliciones, además residente en Fisherton desde 1958.
Ambos integraron la comisión de vecinos que se autoconvocó “ya que las vecinales no gravitaban en relación a estas inquietudes”, afirma Maggi, e incluye entre las preocupaciones el aumento del tráfico en arterias como Juan José Paso, con la consiguiente contaminación auditiva, y sobre todo la pérdida de árboles, algunos centenarios, en las veredas o al interior de las casonas. “En el barrio todavía hay zanjas, aun donde se construyen los condominios, lo cual hace prever más problemas a futuro. Acá se hizo un salto cuantitativo, de multiplicación de población, sin infraestructura acorde. Las inmobiliarias prometen verde, pero al verde lo vamos perdiendo”, concluye el vecino. Ferrini va más allá y dice que se está transformando en gris, por exceso de cemento.
Dos años atrás los autoconvocados plantearon en el Concejo Municipal su preocupación por la afectación de su calidad de vida y de la identidad de la zona, la que a su vez aporta “atractivo turístico” y “servicios ambientales” a todo Rosario en tanto el pulmón verde de sus calles —“más extenso que el Parque Independencia”— oxigena al resto de la ciudad. El 7 de diciembre de 2022 la ordenanza 10.423 modificó indicadores urbanísticos de Fisherton y su entorno, al tiempo que estableció corredores para edificar condominios. En parcelas de gran envergadura en cuanto a metros cuadrados se debe solicitar al Concejo un plan de detalle que eventualmente otorga a los emprendimientos indicadores propios.
“El arbolado privado es muy importante por el tamaño de los lotes —los de 14 por 50 metros eran muy comunes, luego los hubo más pequeños— y por la obligación de retiro delantero y trasero, lo que nos permitía disfrutar de jardines propios y ajenos con solo dar un paseo. Hay manzanas que tienen plazas en el centro, copropiedad de los vecinos”, insiste Maggi y enumera especies vegetales convivientes: cipreses, robles, palmeras, cedros, fresnos, eucaliptus de la época fundacional. Sin embargo, “la masa arbórea está en retirada. Y al reducirse el terreno absorbente, sin los desagües pluviales adecuados, se inundan algunas calles”, completa, y exhibe fotos de los anegamientos que dejaron las últimas lluvias.
“Con el lema No a los condos juntamos firmas y resistimos hasta donde pudimos, pero perdimos”, resume a su vez Ferrini, de 75 años. “La solución sería evitar los condominios o que se hagan en terrenos libres, sin destruir el patrimonio ni el espacio verde ni los árboles que dan sombra y fresco. Debe haber creatividad, ¿si no para qué estudiaron (los proyectistas) Arquitectura?”, se pregunta, y aboga por un “diálogo” entre el pasado, el presente y el futuro, con respeto por la historia.
En ese sentido ilustra con ojo crítico la experiencia de la ochava sudoeste de Eva Perón y Sánchez de Loria, donde se emplazaba la impresionante Villa Margarita. “Era una hermosura, tenía un porche con escalinata. Al morir su dueño, un señor solo, fue demolida en los años 70, cuando no existía la ordenanza de catalogación que llegó en la época de Usandizaga”, detalla Ferrini. “En su lugar se creó una galería comercial a cielo abierto con pequeños locales, pero no prosperó y también se demolió. Hoy están terminando un edificio de varios pisos destinado a oficinas, de hierro y vidrio, que es disruptivo con el entorno”, acota en alusión a su forma y materialidad.
Cambia todo cambia
Sólo en el área de influencia de la estación del ferrocarril —Morrison casi Wilde— se contabiliza una docena de condominios, la mayoría en etapa de construcción o en pozo. A saber, Town Houses Green de Wilde al 400 bis, frente a la plaza Vicente López y Planes, proyecta unidades de dos, tres y cuatro dormitorios, amén de locales comerciales y cocheras subterráneas; Paddock, uno de los más impresionantes porque ocupa el predio del ex club Hípico General San Martín, se articula en seis torres de departamentos de uno, dos y tres dormitorios, lo que equivale a 35 mil metros cuadrados, en torno a un parque central de 12 mil metros; Ayres de Fisherton, terminado en Juárez Celman entre bulevar Argentino y Juan José Paso, tiene dos torres de dos y tres dormitorios, con 45 cocheras y mil metros cuadrados de parque; en tanto Viso se erige en Eva Perón al 8700, sobre un terreno de nueve mil metros. Tendrá tres bloques de cinco pisos, con residencias, locales y oficinas.
A estos se suman entre otros Único Golf, con vista al Rosario Golf Club (Eva Perón al 8900) y tres bloques de uno, dos y tres dormitorios; Fisherton Park, diseñado por el arquitecto uruguayo Carlos Ott en Brassey al 8600 (en planta baja y dos pisos, promete 45 unidades premium de uno, dos y tres dormitorios, además de un parque arbolado); Fisherton Dock, con dos bloques de tres plantas a metros de Wilde y Córdoba, en Comenius al 8200, los departamentos tienen dos y tres habitaciones; Condos BRS, ya terminadas en Brassey al 8300 las ocho dúplex de dos y tres dormitorios; y Morrison Condominio, finalizado en Morrison al 8400, aporta once unidades tipo dúplex de dos y tres dormitorios. En tanto Abra Fisherton se desarrolla frente al country del Jockey Club, en un extenso predio de 12.500 metros cuadrados donde se encuentra una casa que fuera propiedad del mismísimo Henry Fisher. Están previstos allí 140 departamentos de uno, dos y tres dormitorios con estacionamiento, además de oficinas. Por último se cuenta el condominio Seis Casas, continuidad proyectual de La Cortada, en Donado y Morrison.
Si la zona se amplía a la escala mencionada más arriba, la cantidad de condos referenciada en el “concepto Fisherton” supera la veintena. Así aparecen entre otros Arboria, más cerca de calle Mendoza; Los Pasos Fisherton I y II, próximos al estadio mundialista de hockey; Condos Tierra Nueva, al sur de Eva Perón y al límite con Funes; Fisherton View, terminado frente a Aldea Tenis; Villa Sofía (Morrison al 8900); Áurea, finalizado en Schweitzer al 8700; y Vivredock, en Oliveros y Brassey.
En efecto, el antiguo barrio se extendió en 140 años hacia todos los puntos cardinales, y el recambio demográfico abona al ocaso de las grandes casonas. El vecino Rolando Maggi explica que éstas eran habitadas por matrimonios con varios hijos, los cuales se mudaron —resulta caro y trabajoso el mantenimiento de la propiedad y hasta de los jardines— o fueron muriendo. Sus descendientes venden el inmueble para repartir la herencia, mientras que las familias tienden a ser más pequeñas (dato confirmado por el último censo de población). Lo cierto es que “había un conocimiento personal entre los vecinos e integración de la comunidad, entre ricos y pobres, en las iglesias, en los clubes. Ahora se está despersonalizando”.
Lo que se mantiene constante, destaca, es que los servicios no abarcan la totalidad de la superficie: pavimento, desagües cloacales y pluviales, conectividad y red eléctrica, además del transporte público, escaso en comparación con barrios cercanos como el 7 de Septiembre. Maggi apunta que el tren de cercanía repuesto en 2022 implicó obras públicas en inmediaciones de la estación, Monumento Histórico Provincial e inmueble de uso público que necesita restauración a los fines de preservar el patrimonio y garantizar su habitabilidad. En tanto el tren se usa más para viajar a otras localidades que al centro rosarino, por la reducida frecuencia y porque no articula con la tarjeta Sube —muchos estudiantes prefieren esperar el colectivo o caminar varias cuadras hasta una parada para aprovechar el boleto gratuito.
“No solo hay que construir para arriba, también para abajo”, propone Ana María Ferrini sobre el déficit de infraestructura, y aboga por que la plaza Vicente López y Planes (punto neurálgico) “vuelva a brillar”, que en la estación de trenes donde funcionan una vecinal y un centro cultural “se haga un museo ferroviario, un auditorio”. Que no haya más “urbanicidios”.