“La Región Centro le podría proponer al país una vía de un capitalismo diferente”. La definición pertenece al politólogo Federico Zapata, quien está convencido que tras el desmoronamiento “del orden conservador post convertibilidad con epicentro en el AMBA” hoy quedan dos modelos en pugna en el país: el extractivista, anclado en grandes corporaciones de la Patagonia y la Cordillera, y el de la Región Centro, que apunta a darle más dinamismo al capital pequeño, mediano y grande.
Zapata, director de la Consultora Escenarios, cree además que Maximiliano Pullaro, Martín Llaryora, Rogelio Frigerio y Juan Schiaretti podrían confluir en una nueva coalición política. “La Región Centro tiene que construir poder político”, afirma, aunque advierte que para dar pelea en el escenario nacional “tiene que incorporar a la sociedad civil”.
En una charla con Suma Política, Zapata repasa la historia y plantea los nuevos escenarios, las posibles alianzas, qué lugar imagina para el kirchnerismo y para Macri. Advierte que con la elección de Milei se cayó el paradigma de que sin el Conurbano bonaerense no se puede ganar la presidencia y que la reedición de unitarios versus federales hoy es interior versus AMBA.
—¿Por qué la Región Centro nunca pudo transformar su poder económico en un polo de poder político?
—Una de las razones es que la forma de acumulación que prima en la Región Centro es compatible con la forma política de la democracia, es un poder económico muy desconcentrado. Por supuesto que existen cadenas de valor, y dentro de ellas hay actores pequeños, medianos y grandes. Pero el rasgo característico de este tipo de economía bioproductiva es básicamente la desconcentración. Eso supone muchísimas más dificultades desde el punto de vista de la agregación de ese poder, a diferencia de la acumulación típica de la Cordillera o de la Patagonia, donde vos tenés grandes corporaciones. Nuestra forma de riqueza es un desafío político porque implica articular algo mucho más plural, heterogéneo. Otro aspecto es que a partir del 2000, con el impacto de la economía del conocimiento en la matriz productiva, tenemos una nueva economía que todavía no tiene su forma típica de representación; es como que está más atrasada en ese sentido.
—Más allá de que no lo logró, ¿en algún momento la dirigencia de la Región Centro se propuso ser un polo de poder político?
—Tiene un momento de mucha densidad política en el 2001 con la caída de De la Rúa. El entonces gobernador de Salta Juan Carlos Romero hizo una moción en el Consejo Federal de Inversiones (CFI) que fue aprobada por el resto de los mandatarios: una fórmula de poder transicional, que implicaba que (José Manuel ) De la Sota y (Carlos) Reutemann tomaran la conducción del Estado nacional. De la Sota se opuso porque creía que debía llamarse rápidamente a un proceso democrático; Eduardo Duhalde, que era un primus inter pares, porque el conurbano ya había cobrado mucho poder, propuso un esquema de transición más largo por la vía de la Asamblea Constituyente y eso fue lo que termina primando. Pero ahí hubo un primer intento, embrionario, que podría haber torcido el destino. Imaginemos lo que habría sido ese excedente de recursos que tuvo la Argentina esos años con una mirada económica mucho más federal en su abordaje y más sensible a pensar el territorio argentino en categorías menos anacrónicas que como lo hacía la élite del conurbano bonaerense.
—¿Hoy estamos ante otro momento que puede ser bisagra?
—Creo que sí, pero implica una gran disputa política. Lo que tenemos es el desmoronamiento del orden conservador post convertibilidad, con epicentro en un modelo de acumulación política que es el AMBA. Con ese modelo en crisis, hoy en la Argentina queda una disputa entre la idea más extractivista, que es la economía de la Cordillera y de la Patagonia, y una vía menos anclada en grandes jugadores internacionales y más centrada en devolverle el dinamismo al capital pequeño, mediano y grande argentino. Y esa vía es la Región Centro. No estoy diciendo que una forma excluya a la otra. La Región Centro le podría proponer al país una vía de un capitalismo diferente.
—En sus artículos usted habla de la unión de las fuerzas sociales de la Región Centro, pero a la vez sostiene que esas fuerzas deben renovarse. ¿Cómo lo imagina?
—Hay que traer a la sociedad civil a un proyecto político. La construcción de una coalición política debe expresar la novedad cultural, económica y social; debería proponer un bloque agrario, un bloque tecnológico, convocar a sus músicos, su cultura. La Región Centro tiene que construir poder político. Pero si la política va a una pelea nacional encerrada en sí misma es muy difícil que logre transmitir la riqueza de su sociedad civil.
—Si bien la Región Centro tiene homogeneidad productiva y potencia económica, sus referentes políticos provienen de lugares diferentes. Y es lógico que cada uno pueda tener sus propias aspiraciones. ¿Es posible que esos referentes confluyan en un proyecto?
—Ahí entra la praxis política. A Pullaro (Santa Fe, UCR), Martín Llaryora (Córdoba, PJ) y Rogelio Frigerio (PRO), sumaría un cuarto, Juan Schiaretti, que puede tener un rol en una confluencia entre los tres gobernadores. Schiaretti quedó instalado después de los debates presidenciales del año pasado y pertenece a una generación que probablemente tenga por delante su última participación en la vida pública. Un jugador que no esté tensionado por esa lógica gubernamental fiscal puede ser de utilidad. Con esos cuatro jugadores entra en juego la praxis política. Pullaro y Frigerio eran parte de una coalición que implosionó, y Córdoba estuvo desenganchada del escenario nacional; en los gobernadores lo que se ve a mediano plazo es la ausencia de un espacio nacional de contención. Por eso, ellos con cierta astucia podrían pensar que la construcción de un nuevo espacio les evitaría quedar presos de otra dinámica política.
—¿Un tablero con esas cuatro patas es suficiente para la pelea nacional?
—Le faltaría un referente con ascendencia en el interior de la provincia de Buenos Aires y con alguna posibilidad de inserción en el Conurbano bonaerense.
—¿Puede ponerle nombres propios?
—Por como se viene dando la dinámica política, lo que está asomando es una posibilidad para una oposición que esté anclada sobre dos terrenos: uno es el productivo y el otro es institucional republicano. Producción más institucionalidad. Lo que me da es que estos cuatro jugadores de la Región Centro deberían intentar tener un nivel de confluencia —y lo digo solo a modo de ejemplo— en provincia de Buenos Aires con Facundo Manes y en CABA con Lilita Carrió. Lo que podrían aportar nombres como esos es darle mayor densidad a la discusión republicana, que por la característica de este gobierno me parece que va a ser muy importante.
—¿Qué papel le asigna en el tablero político futuro al kirchnerismo?
—Está en una fase defensiva y de alguna manera al transformarse en un partido de identidad lo hace más compatible a un partido opositor que a uno de poder. El actor más relevante es (Axel) Kicillof, que va a querer construir en un polo progresista de poder. La Región Centro no tiene que entrar en esa discusión, porque un polo progresista en la Argentina es básicamente un polo de acumulación del kirchnerismo. Además la sociedad ya puso dos grandes límites: el primero es el kirchnerismo y el segundo la casta. Probablemente Kicillof logre sortear el problema de la casta pero no va a poder hacerlo con el kirchnerismo, salvo que produzca una ruptura.
-En esa línea de razonamiento, ¿peronismo y kirchnerismo son sinónimos?
—Después de Alberto Fernández, que produce una especie de default moral, los que no formaron parte del kirchnerismo no tienen que ir a dar una disputa por una marca controversial para producir una hegemonía. Yo no veo que hoy el peronismo pueda ordenar una marca nacional para reconstruir poder. Ya no es más el partido del orden. En la década del 80 y en los 90, si había una crisis la sociedad automáticamente buscaba al peronismo porque era el partido del orden. En todo caso hay que recuperar el espíritu de esa tradición pero sin entrar en disputas internas.
—¿Dónde lo ve a Macri?
—Si uno tuviese que decir cinco nombres del círculo rojo político, Macri está entre ellos. Va a jugar muy fuerte en la reconfiguración de lo que viene. Hoy está muy tensionado en la paritaria con La Libertad Avanza y no la logra resolver; La Libertad Avanza se está armando a expensas de Macri, incluso mantiene relaciones no públicas con el kirchnerismo con tal de evitar un desembarco suyo, y va a profundizar esa idea. Macri tiene enfrente un reloj de arena que le marca que no logra cerrar la paritaria, no logra cerrar la coalición, y las elecciones son el año que viene. En el corto plazo apuesta a Villarruel, que también hay que decirlo es la dirigente que mejor mide en la Argentina, incluso mejor que el presidente. Villarruel es la que mejor mide en provincia de Buenos Aires y, subrayo, en el Conurbano bonaerense.
—¿La imagen de Villarruel se sostiene afuera de La Libertad Avanza o está absolutamente ligada a la marca?
—Es una muy buena pregunta, no sé si tengo una respuesta. Para nosotros era un gran desafío saber qué pasaba con Villarruel después de los enfrentamientos públicos con Milei. Por ejemplo, a algunos gobernadores la pelea con el presidente les significó pagar costos políticos muy fuertes ante la opinión pública. Eso no ocurrió con Villarruel: la tensión con Milei no la daña.
—¿Este escenario que usted describe con dos modelos en pugna reedita de alguna manera, por buscar una semejanza histórica, la disputa entre unitarios y federales?
—Creo que sí, tenemos ese potencial clivaje en la Argentina. Unitarios versus federales, que hoy sería interior versus AMBA. Eso quedó claramente planteado en la elección del año pasado, donde Milei derrumbó la hipótesis peronista de que solamente ganando el Conurbano bonaerense se puede ganar la elección nacional. Milei hizo una gran elección en el interior del país y una bastante floja en el Conurbano y CABA. Eso rompe con la idea de que el interior no puede poner un presidente en la Casa Rosada. Lo puso. Más como un castigo a la casta, al orden conservador de la grieta, que porque Milei sea una expresión del interior porque de hecho no lo es. Es una herramienta de castigo.
—Es paradójico que el interior haya puesto un presidente cuya concepción política y económica no favorece ni a la producción ni al federalismo.
—Eso se explica en realidad porque estamos transitando una fase de Milei destructiva del viejo orden. Si usáramos una metáfora de la revolución francesa, Milei es el jacobino. La sociedad lo utiliza para destruir el viejo orden. Por eso hay un territorio para la originalidad y la creatividad de nuevos liderazgos que pueden reconfigurar el tablero de otra manera.
—Si Milei fue elegido como castigo para el viejo orden, ¿puede liderar un nuevo orden?
—Habrá que ver quién impone el nuevo orden y ahí creo que Milei tiene muchas limitaciones. Pero esa es la gran pregunta. La respuesta supondría que la democracia argentina empieza a operar con una lógica de inestabilidad a la que no estamos acostumbrados en la vieja teoría de la representación. Supondría que se puede gobernar el caos, porque lo que de alguna manera hace Milei es operar en ese desorden. Es una especie de trotkista de derecha. Pero reformulo su pregunta: ¿este desorden que estamos viviendo, que implica una tensión entre las formas analógicas y las formas digitales de la política, es una crisis transitoria que va a llevar a un nuevo ajuste de la vida democrática o la política democrática a partir de ahora va a ser de esta naturaleza? Si la respuesta es la segunda, Milei puede construir sobre la base del derrumbe político analógico una especie de imperio digital, que es la hipótesis de Santiago Caputo. Si la respuesta es negativa, Milei puede ser el jacobino que termine de derrumbar el orden post convertibilidad y la política deberá tener la audacia y la creatividad para proponerle a la sociedad un reajuste de cuentas que nos lleve a un orden político menos inestable.
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Periodista. Cofundador y editor de Suma Política. Ex secretario de Redacción del diario La Capital. En Twitter: @rpetunchi
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