La vida de Mario Feldman dio un giro varias veces: su historia es parecida a la de muchos científicos argentinos que alcanzan reputación en el exterior del país y van viviendo en distintas ciudades y atravesando etapas nuevas con cada cambio. En su caso, pasó por Bruselas, Basilea, Zurich, Edmonton, y ahora vive en Saint Louis, EE.UU. Pero el gran giro de su vida, posiblemente el más fuerte y profundo, le ocurrió hace 8 años, cuando él y su mujer, Diana, fueron a Bulgaria a adoptar a su único hijo, Goyo, que por entonces tenía casi 4 y apenas sabía hablar en su lengua de origen.
“Goyo en realidad es Georgi, pero él mismo dice que es Goyo y le gusta que lo llamemos así —explica Mario, que es microbiólogo con orientación en biotecnología y dirige su laboratorio en la Washington University School of Medicine—. Adoptar un niño o niña argentinos era imposible, porque no vivíamos en el país, y además para hacerlo en forma legal son trámites muy pero muy complicados. En Canadá, donde estábamos en ese momento, como no hay prácticamente pobreza no existen muchos chicos para adopción. Entonces pensamos en Europa del Este, donde sí era posible adoptar en forma legal porque hay varios países adheridos a un convenio internacional. En Bulgaria existen muchos orfelinatos y niños que van a parar ahí porque los llevan sus mismos padres o porque son abandonados.”
La alegría de este hombre de 53 años al hablar de su hijo no podría ser mayor. Además, el muchachito no sólo se adaptó perfectamente a su familia sino que habla muy bien el castellano y lo hace como rosarino. “Él tiene el mismo acento rosarino que tengo yo, es más rosarino que yo. Es increíble —dice Mario—, hace poco estuvimos en España y cuando nos preguntaban de dónde éramos Goyo contestaba: Somos de Argentina, de Rosario. Y le encanta volver a Rosario. Yo viajo todos los años, a veces dos veces por año, a ver a mis viejos, mis hermanos, mis colegas. Pero ahora es Goyo quien quiere viajar, ama Rosario, tanto como mi mujer y yo.” En el laboratorio que Mario Feldman dirige en la universidad de Saint Louis trabajan tres científicas egresadas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Fabiana Bisaro, Gisela Di Venanzio y Mariana Sartorio. Y dice que el mate, las galletitas nuestras y los alfajores son moneda corriente entre todos ahí, rosarinos y de otras latitudes.
La historia científica de Mario Feldman tiene un aspecto curioso: es el primer egresado de la Licenciatura en Biotecnología de la UNR, una carrera que él concluyó en 1994. La experiencia fue especial porque los estudiantes que habían ingresado en la novedosa disciplina fueron dejando la cursada y durante los dos últimos años fue el único alumno. “Los profesores no me daban clase a mí solo —recuerda—. Me indicaban bibliografía y funcionaban más como consultores, yo iba estudiando por mi cuenta”.


Nieto científico del Nobel
El primer destino después de Rosario fue cerquita: viajó a Buenos Aires y en la Fundación Leloir (por entonces, Campomar), Mario se especializó en glicobiología, la especialidad que estudia cómo los organismos usan y almacenan los azúcares, tema que en 1970 le valió el premio Nobel justamente a Luis Federico Leloir. “Yo era becario y trabajaba con Armando Parodi, discípulo de Leloir. Así que me considero una especie de nieto científico del Nóbel”.
Pronto, sin embargo, Mario Feldman encontró un nuevo tema que sedujo a su inquieta mente de científico: un mecanismo de algunos tipos de bacterias que poseen como pequeñas agujas que les permiten “pinchar” células y transmitir enfermedades.
“Bien de argento, de caradura, escribí a los cinco laboratorios más grandes del mundo que trabajaban en eso y uno me contestó. Era en Bruselas, Bélgica. Allí me fui. Después, con mi mismo director, ambos nos mudamos a Suiza —recuerda—. El problema fue que estos inyectisomas, que son el nombre científico de las agujitas de las bacterias, se volvieron un tema muy investigado. Entonces decidí volver a la glicobiología: algo más tranquilo, con menos competencia por publicar. Me mudé a Zurich, y ahí hice mi segundo postdoctorado”.
Y precisamente de la mano de la glicobiología llegó uno de sus principales hallazgos. “Descubrimos enzimas que las bacterias usan para modificar sus proteínas con azúcares y encontramos que esas enzimas tenían aplicaciones en vacunas. Hicimos varias publicaciones importantes y a través de un anuncio que salió en una revista me presenté —sin conocer a nadie— en Canadá y conseguí trabajo en Edmonton, en la Universidad de Alberta, donde estuve 10 años”.
Mario Feldman patentó la tecnología que permite aplicar la acción de las enzimas que reconocen azúcares para la fabricación de las vacunas, un método que simplifica y abarata la forma de producción habitual de esos agentes inmunizadores.
“Son enzimas que la bacteria utiliza para decorar su superficie y escaparse de nuestro sistema inmunitario”, explica, de manera didáctica. El primer comprador de su descubrimiento fue nada más y nada menos que el laboratorio inglés GSK. “Por poca plata —bromea Mario—. Solamente van a pagar si empiezan a generar algún producto y a vender esas vacunas, algo que aún no ha pasado. Ahí entrás a cobrar regalías (o royalties). Yo creo que siempre hay que patentar. Las patentes están muy bien. Quien patenta no quiere evitar que alguien use ese descubrimiento, sino precisamente todo lo contrario, que se invierta en ese descubrimiento”.
El investigador señala que a pesar del aspecto eminentemente práctico que tiene la biotecnología, en tanto la amplitud de sus posibles aplicaciones, la mayoría de las investigaciones que más tarde dan origen a procedimientos concretos se hacen desde la ciencia básica.
“Toda buena investigación aplicada que sea revolucionaria o que cambie un paradigma viene de un descubrimiento de ciencia básica —enfatiza—. En mi caso, encontré unas enzimas especiales y les vi una aplicación. Ahí es donde se hace la transición entre la biología y la biotecnología. La biotecnología es biología aplicada, es usar herramientas de la biología, de biología molecular o de cualquier clase de biología para producir un bien: producir vino, por ejemplo, también es un producto biotecnológico”.
Además de trabajar para la Washington University, Mario Feldman tiene su propia empresa, Omniose donde se desarrollan actualmente nuevas líneas de investigaciones a través de distintas enzimas para mejorar las vacunas e introducir productos contra bacterias que hasta el momento no se pueden controlar mediante vacunación. Entre sus distinciones más importantes, fue incorporado en 2021 a la Academia Estadounidense de Microbiología.

La bacteria de Sandro
“Mi empresa recibió recibió 11 millones de dólares en subsidios del gobierno de los Estados Unidos para desarrollar la tecnología —comenta el científico—. Hay una idea generalizada del gobierno que es que se debe ayudar a las pequeñas empresas a desarrollarse. Si solamente vamos a dejarlas a la buena de Dios, no se va a generar nada. El objetivo es desarrollarla para generar vacunas mucho más rápido, en forma más eficiente y más económica. Hasta ahora, las bacterias se tratan con antibióticos. Pero la resistencia bacteriana es cada vez mayor, mundial, acentuado en países como la Argentina donde los antibióticos se compran en farmacias, sin receta, y la pandemia lo incrementó enormemente”.
Una de las líneas actuales de investigación de la empresa de Feldman es la Acinetobacter baumanni o “Iraquibacter” —porque los soldados que venían de la guerra de Irak volvían infectados con esa bacteria—. Entre nosotros, en realidad, es más conocida como “la bacteria de Sandro”, porque fue precisamente una infección por ese microorganismo lo que terminó con la vida del popular cantante.
“También hay otras líneas de investigación. Mi compañía desarrolló un método para generar vacunas contra un universo muy amplio de gérmenes —comenta el científico—. Vamos irremediablemente a lo que se llama la era post-antibiótica, donde los antibióticos ya no funcionan. Todas estas bacterias que causan infecciones frecuentes van a necesitar ser convertidas en una vacuna para prevenir esas infecciones sin tratamiento antibiótico Y contra cosas que antes no nos teníamos que vacunar, ahora a lo mejor sí, porque hay algunas como particularmente la que afectó a Sandro, que es muy agresiva en casos de pacientes inmunosuprimidos.”
Rosario y el futuro
Sigue siendo amigo de quienes fueron sus profesores, viaja a casamientos y a cumpleaños de amigos, de parientes. En Rosario viven sus padres y muy cerca su hermana y hermano. No es futbolero, pero dice que toda la familia disfrutó el mundial. Se crió cerca de la cancha de Central Córdoba y dice con mucho orgullo que fue alumno de la escuela y de la universidad pública.
“Cuando explicás en el exterior que sos ex alumno de una universidad pública y gratuita se te quedan mirando —comenta, con ironía—. En Estados Unidos, por ejemplo, las universidades privadas son mucho mejores que las estatales. Pero cuestan muchísimo: un año de matrícula, sólo la matrícula, son 55.000 dólares. Por eso mucha gente termina de estudiar y tienen deudas que pagar. Nosotros, los argentinos, no valoramos nuestra educación pública, no lo suficiente. Y tiene buen nivel, ¿eh?”
—¿Volverías a vivir a Rosario?
—Lo veo muy difícil, ya no se puede. Me gustaría a lo mejor irme a trabajar allá un tiempo, pero creo que no, que mi vida ahora ya no está ahí. No sos de aquí ni sos de allá…
—Todavía sos joven, pero ¿alguna vez se te cruza la idea de retirarte?
—No. Lo que hago me gusta mucho. Aunque a mi empresa le fuera muy bien con las vacunas, vendría igual aquí al laboratorio a hacer lo que estoy haciendo. A los profesores nos pagan muy bien, no tengo ninguna necesidad económica, como sí tienen mis colegas argentinos, a quienes les tengo la mayor de las admiraciones y respeto. Algo muy importante para mí es ayudar a otra gente en su carrera. Cuando uno es joven busca sobrevivir, que salga este descubrimiento, que salga mi trabajo. Cuando uno llega a un cierto nivel como en el que estoy yo, me encanta que venga gente de otros países, se formen aquí conmigo y después vuelvan a su país… Vienen de Canadá, de Corea, de Japón, de Argentina. Se forman conmigo, vuelven a sus países, tienen su propio laboratorio y les va bien. Eso es algo que me reconforta de verdad”.
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Periodista especializada en temas de ciencia y salud. En Twitter: @gabinavarra.
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