A pesar que le debe su fama mundial a la Fórmula 1, Carlos Reutemann murió siendo un político más, de esos que buscan en una banca la tranquilidad de los fueros. Pudo ser presidente de la Nación, pero el balance en la función pública le dejó un saldo de muertes y reproches sociales en su provincia, y en el Senado nacional un récord de 22 años y una participación cuestionable: en tanto tiempo habló apenas media hora.
Nadie le negaba el carisma, una cualidad que le facilitó ser elegido dos veces como gobernador de Santa Fe y cuatro como senador nacional, la primera poco después de que una inundación marcara a fuego su paso por la Casa Gris. Ese mismo año pudo haber competido por la Presidencia del país y las encuestas decían que podría haber ganado. Pero declinó.
Se animó a la política en los 90, de la mano de Carlos Menem, y compartía con el riojano ese don que no todos los políticos tienen, el de la seducción, a pesar de su templada figura y sus escasas palabras.
En su biografía seguramente prevalecerán los años en el automovilismo y sus competencias en el más alto nivel internacional, aunque siempre estuvo un paso atrás de ser el número uno y muchas victorias le fueron esquivas.
Los 29 años en política y el campo
Pero fue la política la que terminó ocupando más tiempo de sus 79 años cumplidos el pasado 12 de abril. Reutemann llevaba 29 años de actividad política ininterrumpida. No obstante, quienes mejor lo conocieron no dudan en afirmar que esas dos actividades (deportista y político) fueron sus profesiones más famosas, pero que el Lole en su vida fue antes que nada un productor agropecuario.
Contó repetidas veces la anécdota por la que consiguió el seudónimo de Lole, cuando de niño lo mandaban a cuidar lechones. Su lugar en el mundo era el campo, el suyo, el que explotaba en Llambi Campbell. Sabía de siembra y cosecha y lo entusiasmaba más charlar sobre esos temas que de política o proyectos de ley.
Sus escasas intervenciones en el Senado registran ese interés por el campo y sus desventuras en Argentina, y casi nada de los temas que preocupan a la provincia: ni hidrovía, ni biocombustibles, ni la deuda de la Nación por coparticipación, ni las defensas institucionales que hicieron otros legisladores nacionales.
Su paso a la vereda de enfrente del kirchnerismo se produjo cuando votó en contra del gobierno la resolución 125. Ese voto, y otro más reciente en contra del aborto, tal vez sean sus pronunciamientos más conocidos en el Senado.
El peronismo lo trajo a la política y estuvo a las puertas de ser candidato a presidente cuando ostentaba altos porcentajes de imagen positiva en la opinión de los argentinos. Pero no se animó. Optó por la tranquilidad del Senado y la vida apacible del campo cuando Eduardo Duhalde le ofreció ser candidato antes que a Néstor Kirchner.
Sus últimos días en Santa Fe
Desde la pandemia por el coronavirus, pasó menos días en el campo y más en la amplia casa que posee en el barrio residencial de Guadalupe, en Santa Fe, donde vivía con su esposa. Su última aparición activa fue cuando se vacunó con la primera dosis de la Sputnik V en el local denominado “Esquina Encendida” en la capital provincial. Fue llevado por su sobrino Federico Reutemann y no se bajó del auto. Algunas pocas fotos registraron ese momento.
Hace tiempo que no se conocían declaraciones públicas suyas. Antes de enfermarse, se supo que le deslizó a sus pares del Interbloque Federal, al que pertenecía, que quería volver a ser candidato a senador este año, por el partido que fuera. Quería una quinta reelección. Una hemorragia digestiva le complicó esos planes.
Ya no estaba en el peronismo, había abrazado las listas de Juntos por el Cambio, aunque Mauricio Macri estaba enojado con él y le cuestionaba que durante sus cuatro años en la Presidencia nunca abrió la boca para defender la gestión de Cambiemos. Ahí fue cuando el Lole dijo que “si no es con el auto oficial” podría competir con el muletto, utilizando una referencia automovilística para advertir que dejaba las puertas abiertas a otros partidos.
No tenía grandes proyectos legislativos en mente, en el Senado apenas cumplía una actividad silenciosa que últimamente debió realizar de manera virtual. Lo que realmente le interesaba era seguir al cuidado de las inmunidades parlamentarias.
Aunque Reutemann había quedado al margen de las condenas judiciales en su provincia, le pesaba el repudio de la gente por dos causas que lo trauman desde que fue gobernador: una represión policial en 2001 y las inundaciones en la ciudad de Santa Fe en el 2003. Entre ambas le reprochan más de 30 víctimas fatales.
Ni siquiera fue citado a declarar, como responsable político a cargo de la Gobernación, a pesar de que hubo sanciones menores para otros funcionarios de baja jerarquía. Ese perdón judicial, nunca del todo explicado, le valió el reclamo de la ciudadanía durante todos estos años. Desde entonces nunca más pudo volver a caminar tranquilo por Santa Fe sin enfrentar algún escrache.
Incluso cuando dos meses atrás debió ser internado por una hemorragia digestiva en un nosocomio privado, hubo intentos de escrache frente a esa clínica que no llegaron a concretarse. Pero que revelan que quienes mantienen vivo aquel reclamo no le perdonaron ni la enfermedad.
Al agravarse su estado y ser trasladado en helicóptero a Rosario, en las redes sociales se cuestionó que mientras debían derivarse pacientes con Covid a localidades cercanas por falta de camas, Reutemann tenía su lugar asegurado. Aunque no se reparaba que el ex gobernador fue alojado en una sala de terapia general, distinta de las salas afectadas a la pandemia. Después volvió a su casa y en el final fue internado en la misma clínica de Santa Fe donde pasó largos días entre terapia intensiva y sala común.
Cuando lo derivaron a Rosario fue internado en el mismo nosocomio privado de Rosario donde el 9 de mayo falleció otro ex gobernador de Santa Fe, el socialista Miguel Lifschitz.
El pasado 12 de abril Reutemann cumplió años, pero esta vez ya nadie lo saludó como ocurría en sus primeros tiempos de ex gobernador, donde se publicaban hasta avisos en los diarios felicitándolo por el onomástico. Tampoco hubo un movimiento en las redes similar al que se le dedicó a Lifschitz deseando por su recuperación. No hubo un “Fuerza Lole” colectivo, más allá de algunos saludos personales muy contados.
La intimidad de su familia
El ex corredor pasó de la fama en la Costa Azul de Cap Ferrat a no poder caminar por las calles de Santa Fe. En 2017 se sobrepuso a un cáncer de hígado que incluyó una delicada intervención quirúrgica en Nueva York.
La política era su resguardo ante las amenazas judiciales. Por eso amagaba ahora con una nueva candidatura a senador que ya nadie le pedía, muy diferente a los tiempos en los que era aclamado y bastaba inscribir su nombre para ganar una elección.
Sobre el final de su vida, incluso se vio afectado uno de sus últimos tesoros: su vida privada. Reutemann había sido lo suficientemente celoso de su intimidad como para que no se conocieron demasiados detalles de su cotidianeidad familiar.
Pero la rivalidad entre su actual pareja Verónica y sus dos hijas hizo que se ventilaran fotos domésticas y que salieran a la luz unas diferencias que lo pusieron más cerca de los conflictos que padeció Diego Maradona que de sus preferencias por el anonimato y sus misterios.
La paradoja es que quienes se disputaron su cercanía estos últimos días ya habían sido distinguidas con el beneficio más a mano que tiene cualquier político en funciones públicas: Carlos Reutemann las había nombrado como asesoras en el Senado de la Nación.
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Periodista. Licenciado en Comunicación Social de la UNR. Ex jefe de Redacción de La Capital. Twitter: @DanielAbba_
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