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Economía

Un proceso de caída que llegó al límite y las cooperativas santafesinas como llave posible para destrabar el futuro

El resultado de las PASO pareció dejar al gobierno sin reflejos. Las exportaciones de carnes fueron el primer punto de ebullición. La paralización de frigoríficos y el impacto de la devaluación en los precios de los alimentos no contribuyen a mejorar el cuadro. Con la implementación del último dólar Agro, que tuvo al maíz en su centro, no alcanzó para contener una situación que el cimbronazo electoral volvió irreversible.   

La situación expresa el punto límite de un proceso de caída que lleva años y cuyas dimensiones políticas explican la mala relación entre el kirchnerismo y el agro. Uno de los aspectos centrales de las repercusiones productivas de los enfrentamientos políticos está dado por la pérdida de liderazgo de la Argentina en las exportaciones de harina y aceite de soja, sus dos productos principales. Los embarques de harina de soja cayeron 34 por ciento en lo que va del 2023. Por primera vez en un cuarto de siglo, Brasil pasó al frente. 

El repliegue en el aceite de soja es menor, aunque no por eso menos importante. El recorte se ubica en torno al 12 por ciento. Mientras que Brasil duplica las exportaciones de hace dos años, cuando Argentina vendía al mundo un 400 por ciento más que Brasil. Hoy ese porcentaje se redujo al 57 por ciento. 

Las tendencias de consumo suponen un ritmo inferior en la producción, lo que implicaría una mayor oferta mundial y, por lo tanto, menores precios internacionales. En ese marco, la Argentina se encontrará con una realidad compleja: un lugar menos relevante en un mercado con menos tracción de precios. 

La harina de soja abarca el 14 por ciento de la oferta exportable nacional, lo que impondrá la búsqueda de alternativas vinculadas al uso local y ganarán importancia la producción de carnes y lácteos. Las estimaciones calculan un crecimiento potencial de estos productos del 70 por ciento para los próximos 10 años. En ese contexto, emerge un actor fundamental del tejido productivo argentino: las cooperativas. 



La fuerza del Interior


En 2022 se registró el récord de exportaciones nacionales con 88 mil millones de dólares. De acuerdo al Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social, 68 cooperativas de todo el país registraron exportaciones por 3.889 millones de dólares, un 167 por ciento más que en 2018. 

En los últimos 5 años, las cooperativas, distribuidas en 9 sectores, pasaron de una participación exportadora de 2,4 por ciento al 4,4 por ciento. Los principales productos exportados fueron aceite de girasol, trigo y morcajo, y cebada en grano. Los principales destinos fueron China, Vietnam e India, pero se realizaron ventas hacia 121 compradores diferentes. En el último año aparecieron con firmeza los mercados de Indonesia y Corea del Sur. 

La presencia federal es un rasgo propio de este sector: hay cooperativas exportadoras en 21 de 24 jurisdicciones nacionales. Según el censo de 2018, en Santa Fe existían 51 cooperativas vinculadas al agro. En 2022, el Inaes indica que hubo 11 cooperativas santafesinas exportadoras, lo que ubica a la provincia como la tercera jurisdicción con más entidades orientadas al mercado internacional. 

El 14,6 por ciento del total son cooperativas del rubro Agricultura, ganadería, caza, silvicultura y pesca. Pero estas entidades cumplen un rol social clave en los pueblos y ciudades del interior productivo al generar empleo en las comunidades y promover la producción y el desarrollo local. Por eso la importancia cooperativa se extiende hacia el sector manufacturero conformando un complejo agroindustrial de una potencia significativa.


La vida del país


Las cooperativas fueron administradoras, prestadoras de servicios y fuente financiera de las regiones productivas. Su existencia transformó el funcionamiento del mercado agropecuario y sedimentó una clase social nacida desde el núcleo agrícola del territorio. Desde el Grito de Alcorta el gringaje adoptó la forma cooperativa como un elemento de identidad y una concepción implícita de todas sus decisiones financieras y políticas.

En el cooperativismo santafesino la fusión del campo y la industria reconoce un elemento principal con la construcción de una industria que adquirió una complejidad y nivel de competitividad como pocos sectores de la economía argentina. Entre las ramas del cooperativismo que derivan en la ciudad comercial y financiera del puerto emergió ese otro fenómeno que no encuentra lugar en las vitrinas de ideologías que consagran las academias: la clase media rural.

Esa Argentina del Interior que emergió con el conflicto del 2008 y ahogó en la incomprensión a todo el sistema político nacional había sido engendrada alrededor de los gerentes regionales, las instituciones financieras, los estudios jurídicos y contables, las entidades cooperativas y las organizaciones técnico-profesionales. 

A la historia del sector agroindustrial la recorren dos fuerzas adversas. Una que vive el mundo desde la provisión de bienes, con relaciones globales y perspectivas del exterior. Y la otra que genera el producto, pero experimenta el plano local de los mercados internacionales. 

El campo de las últimas décadas logró encarnar la cultura de la innovación y se ubicó como vanguardia cultural de una Argentina en competencia global. Esa clase media rural agrupada en torno a las cooperativas y las empresas regionales se constituyó a sí misma como la materia viva del agro desde una oferta de granos desperdigada frente a una demanda concentrada en unas pocas empresas exportadoras. 

Por eso el orgullo gringo se nutre del origen de las cooperativas del siglo XX. Y entre esas otras grietas se cuelan las versiones del empresariado agrario que queda al margen de los enfrentamientos folklóricos entre el campo y la industria.


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