En el muy buen artículo “Política exterior sin lugar para los nostálgicos del TEG” la colega rosarina Julieta Zelicovich advierte los riesgos de mirar la nueva configuración del sistema internacional a partir de un “tablero de TEG” donde solo se observen y ponderen los costos que impone la competencia entre grandes poderes (Great Power Competition). Ahora bien, dada la condición periférica de la Argentina y su rol de rule taker en la arena internacional (tomador de reglas), su estructural falta de poder relativo y la apremiante vulnerabilidad contextual, la política exterior debe saber jugar con sapiencia y perfección no el gran Juego del TEG que ostentan las potencias centrales (Plan Táctico y Estratégico de la Guerra) sino el Juego del TED (Plan Táctico y Estratégico de la Diplomacia)
La reciente gira presidencial por Rusia, China y Barbados evidencia que el gobierno de Alberto Fernández pifia en el plano táctico más que en el estratégico. La tradición política del partido de gobierno (peronismo), las preferencias al interior de la coalición y el contexto de corrimiento del epicentro del poder global (shift power) de occidente a oriente explican una estrategia de diversificación de vínculos externos y soft balancing (equilibrio suave) con Estados Unidos. Guste o no, es la estrategia que este gobierno puede ofrecer y detentar. Lo errático y problemático del accionar externo del Frente de Todos no debe buscarse tanto en el plano estratégico (como muchos analistas señalan) sino en el táctico. Una metáfora futbolera puede ayudar a entender el punto: si en un partido tengo dos expulsados y la estrategia apunta a sacar un empate, tácticamente no puedo salir a jugar con dos defensores.
Argentina está jugando al “TED” en condiciones muy adversas debido a una vulnerabilidad financiera que ningún otro jugador regional tiene (sin contar Venezuela). La apremiante coyuntura económica la obliga a negociar con sus contrapartes (sea el FMI, China o Rusia) desde la emergencia y la debilidad. Con todas las fuentes de financiamiento a las que se les toca la puerta para conseguir fondos para cumplir los duros compromisos financieros que se tienen hasta el 2023, la respuesta varía en distintos idiomas (se escuchó en ruso, chino, árabe y en un claro inglés en los pasillos de los bancos multilaterales) pero es la misma: arreglen con el Fondo Monetario Internacional
La gira de Alberto Fernández a Moscú y Beijing se dio en el marco del anuncio del “entendimiento” con el staff técnico del FMI sobre el programa económico para los próximos dos años y medio y veinte días después de que el canciller Cafiero tuviera una reunión bilateral con el secretario de Estado Blinken para terminar de lograr el apoyo político de la administración Biden en la renegociación con el Fondo. A priori parecía riesgoso y osado viajar a Rusia y China simultáneamente que Putin amenaza con invadir Ucrania y los Juegos Olímpicos de Invierno en China son boicoteados diplomáticamente por Estados Unidos. La empresa ameritaba un diseño táctico pragmático, inteligente, pensando en los tableros y las agendas urgentes que Argentina debe resolver. En otras palabras, se necesitaba en el avión un Bilardo más que de un Menotti.
Cabe señalar que el entendimiento anunciado además de pasar el difícil escollo del Congreso Nacional debe ser todavía aprobado en el Board del FMI con un 85 por ciento de los votos positivos. Estados Unidos detenta el 16 por ciento de los votos, o sea, con Estados Unidos solos no alcanza, sin ellos no se puede. Si bien parece difícil que el acuerdo se caiga dado lo avanzado del entendimiento, para los plazos de aprobación y la letra chica —que muchas veces es la más grande de todas— Estados Unidos puede todavía dilatar el apoyo final que sería muy costoso para la economía nacional. Asimismo, si bien las metas pautadas con el FMI son bastante laxas en comparación con otros acuerdos que ha firmado el organismo multilateral, el cumplimiento por parte del gobierno sigue siendo de extrema dificultad de lograr. Mirando los últimos cincuenta años, su cumplimiento sería revolucionario. Ante cada revisión periódica del Fondo seguramente un llamado a la Casa Blanca será necesario para lograr algún waiver (perdón).

En ese contexto, la retórica del presidente en su reunión con Putin criticando el rol de EE.UU. y “abriendo las puertas” a Moscú para una mayor presencia en América Latina; las declaraciones del embajador Sabino Vaca Narvaja elogiando a la entidad política que Washington señala como una amenaza (el Partido Comunista Chino (PCCh), y la visita de la comitiva argentina a instalaciones de la firma que el establishment americano señala como brazo espía del PCCh (Huawei) no se condicen con una pericia diplomática que la coyuntura ameritaba. Más que de un equilibrista profesional algunas acciones parecieron propias de un improvisado malabarista de semáforo. Retomando la jerga futbolística, la comitiva presidencial salió a jugar fuerte en el plano internacional con todo el equipo amonestado a los diez minutos.
Además de la voluntad política —que este gobierno la tiene— para implementar una política de corte autonómico (evitar presiones externas y subordinarse a un tercero) en las relaciones internacionales se necesita de las capacidades (recursos de poder) y de un contexto internacional permisivo. Sin el acompañamiento de estos dos últimos componentes las acciones corren el riesgo de caer en lo que el fallecido Carlos Escudé calificó como “consumo de autonomía”, es decir una mera exhibición que no implica mayor desarrollo de poder relativo. Así como la subestimación de los márgenes de maniobra muchas veces fue problemático para nuestras relaciones exteriores, la sobreestimación también es moneda corriente en el relacionamiento con el mundo, fallida “lluvia de inversiones” mediante. Mirar el mundo tal cual es y no cómo nos gustaría que sea, sigue siendo un gran desafío para la clase política argentina.
El autor es doctor en Relaciones Internacionales. Profesor e Investigador de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR
