Carrascosa: “La serie de Netflix es un desastre, pisamos el palito una vez más”


Osvaldo Aguirre
“Me siento más libre que nunca”, dice Carlos Carrascosa. El 10 de diciembre de 2020 la Corte Suprema de Justicia de la Nación confirmó su absolución por el crimen de María Marta García Belsunce, su esposa, y puso fin a una causa que lo convirtió en personaje público y lo llevó a la cárcel. A los 76 años, no está preocupado por obtener una reparación de la Justicia, aunque le gustaría demandar al fiscal Diego Molina Pico, artífice de la acusación en su contra, “para hacerle un bien a la sociedad”, y espera que el próximo juicio devele finalmente quién mató a su mujer.
Carrascosa fue quien halló el cuerpo sin vida de María Marta García Belsunce, el 27 de octubre de 2002, en su casa del country Carmel, y fue también el primer sospechoso para la justicia. Pero la hipótesis del fiscal Molina Pico sobre una confabulación que también implicaba a hermanos y otros familiares de la víctima perdió consistencia con el paso del tiempo, fue rebatida por testimonios y pericias —la del forense Héctor Moreyra le asestó el golpe de gracia— y quedó desplazada por la versión de un homicidio en ocasión de robo que tiene como acusados al ex vecino Nicolás Pachelo y a los vigiladores Roberto Glennon y José Ramón Alejandro Ortiz.
Imputado primero por encubrimiento y después por homicidio, Carrascosa fue condenado a prisión perpetua en junio de 2009. Entre ese año y 2015 estuvo preso en el penal de Campana y luego con prisión domiciliaria hasta que en diciembre de 2016 fue absuelto por un tribunal de la Cámara de Casación bonaerense. La Suprema Corte de Justicia de la provincia confirmó ese fallo en octubre de 2018 y la Corte Suprema de Justicia de la Nación terminó por desestimar una última apelación del Ministerio Fiscal.
El caso García Belsunce se actualizó además con el estreno del documental Carmel, el año pasado, y con la publicación de Diario de un inocente, el libro que Carrascosa empezó a escribir en la cárcel y en el que reconstruye paso a paso su vida, desde su juventud como marino mercante hasta las circunstancias que rodearon al crimen de su esposa y su paso por la cárcel, una experiencia que reivindica.
Carrascosa no oculta su fastidio con la serie estrenada en Netflix, y se entiende: el documental reconstruye la historia en torno a una sospecha que fue desestimada por la Justicia y devuelve el protagonismo al fiscal Molina Pico. En un país acostumbrado a la impunidad, pasó siete años preso sin acceder a ningún privilegio. Tuvo, en cambio, el acompañamiento y la solidaridad de muchas personas dentro y fuera de la cárcel que lo sostuvieron en el trance y le permitieron, dice, “volver a creer”.

—¿Cómo recibió el fallo de la Corte Suprema de Justicia?
—Es un desahogo, después de pelearla tanto tiempo: son dieciocho años. Pese a que hay pandemia me siento más libre que nunca. La vida son sensaciones. Podés estar lo más tranquilo del mundo en un yacht y sentirte preso.
—¿Comienza entonces otro capítulo en la historia del crimen de María Marta?
—Sí. El juicio por el homicidio está programado para abril. Pasaron muchos años, pero la esperanza siempre está. Si no será la justicia terrenal, será la justicia divina. María se lo merece.
—Estuvo siete años preso y la Justicia confirmó su inocencia. ¿Piensa en un reclamo por el tiempo que pasó en la cárcel?
—La verdad, respecto a la parte económica, yo soy solo, no tengo herederos forzosos y a los 76 años tendría que hacer un juicio que puede llevar cinco, diez años. Lo que sí me interesa es hacerle un juicio a Molina Pico. ¡Para que no trabaje más! Hacerle un bien a la sociedad, para que no perjudique a otra persona. Eso está por delante de lo económico, en este momento.
—¿Vio Carmel, el documental?
—Sí, me pareció un desastre. Después de dieciocho años, refrescar todas las incógnitas como si hubiera sido hoy, cuando de todas las incógnitas que se muestran en el documental ninguna existe, ya que fueron descartadas, me parece terrible. La idea por la cual quisimos hacer el documental, que era la idea de todos [la familia García Belsunce], era que se supiera cómo fue. Pero no dejar todas esas incógnitas. Pecamos de ingenuos una vez más y no estoy para nada de acuerdo con la forma en cómo lo hicieron. Además quisieron dejar abierta la posibilidad de una segunda parte. A mí me van a tener que encontrar con un lazo para otra entrevista.
—Molina Pico no queda mal parado en el documental, pese a que su hipótesis fue desechada por la Justicia.
—Dice que se siente como El Zorro… Un fiscal no puede decir eso. Encima dice “investigué, acusé y condené”. Condenó, las pelotas. Porque la Corte, sus jefes, se lo dijeron. Hasta esa pavada se permite decir.
—¿El fiscal Juan Martín Romero Victorica tuvo algo que ver en la acusación contra usted y los otros familiares de María Marta?
—No, Romero Victorica estuvo [en la casa de Carmel] porque era amigo de Horacio, mi cuñado. Era fiscal en lo federal, no tiene nada que ver, no era el jefe de Molina Pico. Que Molina Pico se haya sentido disminuido porque estaba él presente, bueno, que vaya al psicólogo. La gente dice que Molina Pico se equivocó al no pedir la autopsia. No, no se equivocó, cometió un delito. Él estuvo al lado mío, él revisó el cuerpo de María Marta, porque lo llevamos nosotros. Y también estuvo la policía. El fiscal nos preguntó si la íbamos a cremar y dijimos que no, que la íbamos a inhumar en bóveda, como era nuestra costumbre. “Muy bien”, dijo, y se fue. Tendría que haber pedido la autopsia. Reconozco que él era muy pichón y el clima que había en el velorio lo debe haber intimidado. Pero tenía que cumplir con su deber. Después, lo que él no vio, nos lo enchufa a nosotros: cómo no vieron esto, cómo no vieron lo otro.
—¿Las observaciones del perito Héctor Moreyra, que lo desvincularon de la hora en que ocurrió el crimen, ya eran conocidas cuando lo juzgaron por encubrimiento?
—No. Moreyra no declaró en el juicio mío. Pero lo podía haber llamado la fiscalía o la defensa. Creo que el fiscal no lo llamó porque sabía qué pensaba Moreyra. Recién declara en el juicio de 2011 y es algo científico lo que dice [N. de R.: El forense estableció que la muerte de María Marta ocurrió antes de la llegada de Carrascosa a la casa y de la hora planteada por el propio Molina Pico en su acusación].
—Según la hipótesis actual de la Justicia, el crimen de su esposa se produjo en medio de un robo. ¿Qué faltó de su casa?
—María Marta ejercía las funciones de tesorera en una asociación benéfica que se llamaba Amigos de Pilar. Justo estaban haciendo la exposición anual y ella tenía una caja que era la caja chica, donde estaban las chequeras, la llave de seguridad de la caja fuerte y habría algo de plata. Esa caja desapareció de la casa, pero yo recién me di cuenta cuando vinieron las chicas de la asociación a buscarla. Revisamos todo y no estaba.
—Hay un rumor según el cual ustedes tenían mucho dinero en la casa y que eso era lo que buscaban los ladrones.
—Ese rumor fue un cuento de la famosa masajista [Beatriz Michelini]. María Marta y yo no trabajábamos entonces, teníamos una 4 x 4 cada uno, era la época del corralito. Se corrió la bola, o la masajista comentó, y llegó a los oídos de Pachelo. La mujer de Pachelo [Inés Dávalos] era también clienta de la masajista. Y después termina [Beatriz Michelini] con el mismo abogado [Roberto Ribas] que Pachelo. Algo hay.

—En su libro, Diario de un inocente, dice que la cárcel marca para siempre. ¿Qué marcas, por ejemplo, le quedaron?
—Pensá que yo ni siquiera leía las noticias policiales. Por ahí leía algún título. Y de golpe me encontré ahí, en medio de esa situación. Cuando estaba preso tenía un programa de radio, todas las mañanas de 7 a 9, en un espacio que nos daba la FM de Campana. Mis compañeros en el programa eran un cura acusado de pedofilia y un compañero que hacía salideras bancarias y estaba acusado por un asunto que se le complicó y donde mató a tres personas.
—¿Era un programa periodístico?
—Claro. Hacíamos un magazine. El programa se llamaba No estamos solos. El dueño de la FM era candidato a intendente de Campana y previamente nos mandó a un locutor del ISER. Con él hicimos un curso de seis meses en el que nos enseñó todos los secretos de la radio y preparó a otros chicos que eran el productor y el técnico del programa. Hicimos un buen equipo y estuvimos cuatro años en el aire.
—Así que le tomó el gusto al periodismo.
—A mí me encanta. Sí, sí. Por eso maltrataba a veces a los entrevistados [se ríe]. En el programa hacíamos entrevistas y en una época estaba la elección de intendente en Campana. Vinieron un par de candidatos, porque era la FM más escuchada de la zona. El primer invitado habló de lo que iba a hacer, lo que iba a hacer y lo que iba a hacer. Yo lo escuché en silencio y cuando estaba por terminar le pregunté: “¿Con qué plata va a financiar todo eso?” Los otros no quisieron venir [se ríe]. Yo usaba el seudónimo Don Carlos y otro de los candidatos se animó a estar en el programa, pero dijo “por favor que don Carlos no me haga preguntas”. Fue muy cómico, dentro de lo que pasamos en la cárcel.
—¿Cómo sobrellevó el encierro?
—El humor es lo que te mantiene vivo. Y tuve dos compañeros de celda espectaculares, tres años uno y tres años otro. Dos tipazos. Uno era de Fuerte Apache, había jugado al fútbol con Tevez. Era bastante más joven que yo y me contaba: “Me acuerdo que yo volvía de joda a las cinco de la mañana, medio pasado de vueltas, y lo veía a Tévez que salía a esa hora con la valijita para entrenar en Boca. Pensaba que él era un pobre estúpido, mirá vos”. Y juega mejor que Tevez. El otro, un paraguayo divino, me escribía después por WhatsApp “hola viejo” y ponía viejo con b. Pero un crack. Tiene un hijo que se recibió con diploma de honor en la Facultad de Derecho y que a la vez trabajaba mientras hacía la carrera.
—¿Siente que así como tuvo una condena social después recibió una especie de absolución de quienes lo condenaron? Antes del fallo de la Corte Suprema, quiero decir.
—Sí, por supuesto. El documental cayó muy mal entre la gente que creía en mí. Todo el mundo me conocía por la calle, aunque algo me salvé por el barbijo. Pero si me reconocían, cuando salía a caminar, siempre se acercaba alguien a preguntarme por lo que decían en el documental. Yo siempre contesto que vayan al blog nuestro, donde está la causa entera, es la única causa por homicidio que está en internet. Entrás a casobelsunce.blogspot.com y tenés toda la causa, las declaraciones, las pericias, todos los elementos. ¿Quieren ver el famoso tema del audio [la pericia de Gendarmería que fue interpretada en principio como indicio contra los García Belsunce]? Bueno, ahí está el señor que inventó el sistema con el cual se hizo el audio y que declaró que la pericia no se podía hacer con el software que se usó. El blog fue un trabajo espectacular que hicieron dos amigas mías. Una de ellas es la que también hizo el prólogo de mi libro, Jorgelina Fernández Tosar.
—En su libro menciona también a personas que lo ayudaron cuando estaba en prisión y al recuperar la libertad. ¿Qué gestos destacaría?
—Estoy viviendo en Luján. Yo no tengo parientes, mi mujer murió, no tengo hijos, mis padres y mis hermanos murieron. Tengo los hijos de mi hermana, que viven en Corrientes, y los de mi hermano que viven afuera; estamos todos a mil kilómetros. Los últimos seis meses de mi prisión domiciliaria los pasé en Luján, en la casa de los padres de esta chica amiga, que se ofrecieron a prestarme su casa. Así como la pasé mal, estas cosas me renovaron el espíritu, me hicieron creer de nuevo en la sociedad y en la gente. Hoy en día estoy en Luján y esos amigos son ahora mi familia.
—¿Y con la familia García Belsunce cómo está?
—Bien. Lo que pasa es que uno vive en el Tigre, otro en Córdoba, cada uno tiene sus hijos, su familia. Antes vivíamos todos en Carmel, John [Hurtig] vivía en Buenos Aires, nos movíamos más. Pero nos comunicamos, no digo todos los días pero cada vez que pasa algo lo comentamos. Hay buena onda con todos.
—Pero en Diario de un inocente hace una dura crítica a Horacio Adolfo García Belsunce, el padre de María Marta.
—Sí, mucho no lo entendí. Nunca me ayudó. Ahora tiene 96 años. Es un tipo muy particular, yo le pedí que fuera querellante en la causa. En ese momento él era presidente de la Academia de Derecho. Me dijo que no podía porque tenía un hijo acusado en la misma causa. Ahora, la madre de María Marta se cagó en esas cosas y fue querellante. Teóricamente él tiene razón, pero lo tomo con pinzas. Dejémoslo ahí.

—¿Piensa dedicarse a la política, como dice en el libro?
—El gran problema es a qué partido. Porque la verdad es que no concuerdo con nadie, ni con los que están ni con los que estuvieron. Mi gran ídolo, para ubicarte en mi pensamiento, es Américo Ghioldi, de la socialdemocracia. Mi ideal es la socialdemocracia europea de la posguerra: libertad de comercio con un cierto grado de socialismo, ese socialismo europeo donde pagás muchos impuestos, pero son impuestos que se devuelven a la sociedad.
—¿Qué haría como político?
—No [se ríe]. ¡Nadie me ofertó nada! Debo ser piantavotos, todavía.
—Cuando llegó a la cárcel, venía de vivir en un barrio cerrado. ¿Hubo partes de su vida que le sirvieron para afrontar ese paso?
—La marina, desde ya. Hay dos cosas que se igualan. Cuando estás en el agua, estás junto a los otros con un objetivo común, que es defenderte de un medio que no es el tuyo, que es el agua. Cuando estás en la cárcel también están todos unidos, con otro objetivo común, que es la libertad. Parece que no, pero se crean unas camaraderías muy fuertes. Hay que saber manejarlas y adaptarse, pensá que yo era un burgués y caí de golpe en ese lugar. Tuve la sabiduría de adaptarme.
—Y no tuvo ningún privilegio.
—La verdad que no. Estaba en un pabellón común, en una celda compartida. Los primeros seis meses estuve en una celda donde éramos seis personas. Para llegar a una celda de dos la exigencia era tener buena conducta durante seis meses. Recién ahí me llevaron a otro pabellón. Había gente de 20 años, de 40, de 60. El denominador común era la buena conducta. Por suerte tuve un apoyo impresionante de mis amigos.
—¿Desde un primer momento sus amigos creyeron en su inocencia?
—Siempre. Tuve récord de visitas: ciento veinte personas distintas fueron a visitarme en los cinco años, casi seis, que estuve en la cárcel. Los guardias me decían: “Te viene a ver la madre de la mujer que dicen que mataste, te vienen a ver los sobrinos, los amigos. ¿Qué hacés en este lugar?”. No entraba en la lógica, estaba totalmente afuera del sentido común.
—¿Le sirvió la cárcel para vivir este período de su vida?
—Tengo una visión totalmente distinta de la vida. Pero eso te cuesta. Por ahí cuando hablás con tus amigos de antes, que son muchachos que han tenido una vida normal, también económicamente, y tienen mujer, hijos, nietos, pensás que le faltan vivencias [se ríe]. Muchas veces escuchás y callás. Pero bueno, es así, tampoco te podés poner en un lugar como que lo viviste todo, hay que ubicarse también.
—¿Y cómo se ubica ante el futuro?
—El proyecto que tengo es el juicio. Calculo que será en abril. Depende de la pandemia. Es un juicio público, con muchos testigos, va a llevar un tiempo. Hay indicios y fuertes antecedentes, y como son tres las personas acusadas, andá a saber si alguno no se pone a hablar de los otros. Cada uno es un sapo de otro pozo, no sé qué relación hubo entre ellos. Tengo esperanzas de que salte la bocha. Veremos.
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