¿Puede sostener el gobierno niveles altos de adhesión aún con una economía en fuerte recesión e inflación interanual al alza? Con salarios reales batiendo récords negativos, ¿caerá proporcionalmente la imagen del presidente y la confianza en su plan económico? ¿Por qué aun con tasas de inflación crecientes el ministro Sergio Massa logró acceder al balotaje?
Los temas económicos, por su propia naturaleza, ejercen una influencia singular en la agenda de preocupaciones ciudadanas. Sin embargo, aunque la evaluación de la economía es ubicada como un factor ordenador de las preferencias políticas, condicionante del desempeño de un gobierno y predictor del comportamiento electoral, la relación no es tan lineal.
La economía importa, pero la relación de influencia directa se ha complejizado producto de que las reacciones políticas de los ciudadanos cada vez se corresponden menos con la lógica del voto económico convencional. Es decir, si bien las opiniones sobre la economía pueden generar comportamientos políticos, estas opiniones también resultan de consideraciones políticas e ideológicas previas. Como consecuencia de una ideologización creciente y la multiplicación en Argentina y el mundo del uso electoral de la polarización, hoy las identidades partidarias, las preferencias ideológicas y los prejuicios determinan cómo los ciudadanos perciben la economía.
Dos enfoques del voto económico
La evaluación subjetiva del desempeño de un gobierno en materia económica también está permeada por una serie de factores, complementarios entre sí, que deben ser identificados al momento de analizar el ciclo de la opinión pública.
Por un lado, es necesario conocer para cada sociedad y para cada contexto en particular qué indicadores reflejan con más fuerza el peso de la economía en la popularidad de un gobierno: ¿es el crecimiento económico, la evolución de los ingresos de los hogares frente a la inflación, el aumento o la caída del desempleo y la pobreza o el precio del dólar? Mientras que algunos sostienen que los ciudadanos se muestran especialmente sensibles a los índices de desocupación, otros proponen focalizar la atención en la relación entre ingresos y voto. Para sorpresa (o no), la inflación aparece en general como una variable crítica una vez superados “umbrales tolerables”. Esta lectura minuciosa del fenómeno económico permitiría revelar otro elemento que contribuyó a la supervivencia electoral del oficialismo hasta el balotaje de noviembre: aun con altos índices de inflación y aumento de la pobreza, para una parte de la biblioteca la desocupación es la variable clave ya que actúa como el verdadero desarticulador de la dinámica familiar. Es la situación de “paro”, y no la inflación —hasta ciertos valores— la que condiciona la percepción que se tiene sobre la variación del nivel de vida personal/familiar, así como el pesimismo /optimismo respecto de las posibilidades de mejorar esa coyuntura en el futuro.
Junto con esto, otra dimensión a incorporar refiere a cómo se posiciona el individuo respecto del “calculo intertemporal”: ¿es más importante la evaluación retrospectiva (hacia atrás) como insumo para premiar o castigar una gestión o, por el contrario, lo determinante es la percepción prospectiva (hacia adelante) donde las expectativas generadas sustentan el acompañamiento a un gobierno a pesar de las dificultades del pasado y la negativa evaluación del presente? Esta dimensión también puede aplicarse al análisis del caso argentino actual: con matices, el convencimiento de una parte mayoritaria del electorado respecto de la conveniencia del rumbo elegido puede permitirle al gobierno sostener en el tiempo un acompañamiento mayor al estimable por la mera percepción lineal de la situación económica.
Otro enfoque para diseccionar el voto económico es el organizado en torno a la dicotomía “egotrópico vs. sociotrópico”. Acá lo relevante es identificar el objeto de referencia sobre el cual se construyen las preferencias electorales: el votante es egoísta y priorizará el impacto personal y familiar de las políticas implementadas o de las promesas realizadas, o tendrá una perspectiva más amplia, comunitaria, donde “la buena marcha” general de la economía es lo importante, con cierta independencia de su situación individual.
De responsabilidades y reputaciones
El ciclo de opinión pública respecto de la valoración de un gobierno también depende de la asignación de responsabilidades sobre los problemas económicos, así como de la reputación que tiene cada partido o actor político respecto de cómo resolver determinado asunto de interés público.
Aunque es difícil encontrar situaciones donde haya una absoluta exoneración al gobierno respecto de la marcha de la economía, pueden darse casos donde esa atribución se encuentre matizada o compartida. Los gobiernos debutantes tienen un diferencial favorable desde este punto de vista: con relativa facilidad pueden trasladar a terceros durante un tiempo limitado la mayor cuota de responsabilidad sobre el estado de la economía, más aún si el triunfo electoral procede de elecciones “de punto de inflexión”.
Tan relevante cómo identificar a quién/es la sociedad atribuye mayores cuotas de responsabilidad es conocer la reputación de las alternativas políticas al gobierno. En un “mercado de opinión”, donde hay oferta y demanda, si los representantes de la oposición carecen de buena reputación respecto de cómo resolver los problemas económicos producto de fracasos recientes o las alternativas de políticas que proponen están mal valoradas, el “efecto contraste” reducirá el castigo al gobernante en ejercicio, ampliando el periodo de tolerancia entre sus votantes.
La economía como agenda contingente
Naturalmente distintos temas de agenda generan diferentes niveles de impacto en la opinión pública: tenemos así asuntos “cercanos”, experimentados directamente por los ciudadanos, y otros “alejados” que requieren de la mediación informativa para su comprensión. Cada uno de ellos a su vez se encuentra permeado por variables demográficas, económicas, culturales e ideológicas.
Los asuntos económicos, cercanos en términos del impacto inmediato por tener una dimensión concreta y tangible, poseen una complejidad adicional producto de los aspectos macroeconómicos que condicionan su evolución. Esta dimensión más abstracta favorece la naturaleza contingente de la influencia de las condiciones económicas en el ciclo de opinión.
Es decir, tanto por las características intrínsecas de la agenda como por el impacto desigual en cada segmento, la percepción sobre los asuntos económicos puede ser moldeada y politizada, mitigando o amplificando el acompañamiento a un gobierno.
En definitiva, en contextos de fuerte polarización, son las inclinaciones políticas, las preferencias ideológicas, las creencias y los prejuicios los que determinan cómo se percibe la economía y, consecuentemente, cuánto se sostiene el acompañamiento a un plan de gobierno.
La economía importa, pero aun en situaciones de crisis, la asignación de responsabilidades, la reputación de los partidos y dirigentes, la ecuación del cálculo comparativo con el pasado y la confianza en el rumbo elegido pueden permitirle a un gobierno extender la duración y los alcances del periodo en el cual la opinión pública es más tolerante, comprensiva y con menor propensión a la crítica.
El autor es titular de Doxa Data Consultora.
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Licenciado en Ciencia Política y economista (UNR). Titular de Doxa Data Consultores.
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