La doble calidad de best seller y de personaje público que tuvo Beatriz Guido en el mapa cultural argentino de los años cincuenta, sesenta y setenta no se puede pensar sin relacionarla con el hecho de que fue pareja del famoso director de cine Leopoldo Torre Nilson. Pero tampoco es posible pensarla sin auscultar la potente virulencia de su tiempo. En una primera y rápida lectura, Guido parece compartir con Silvina Bullrich y Marta Lynch (otras dos conocidísimas escritoras de la época) su espanto frente al acelerado avance modernizador de las masas en el tejido social y cultural argentino.
Un par de días antes de la finalización de la Feria Internacional del Libro de Rosario, bajo el título “Desde la literatura al guión cinematográfico”, coordiné y participé de una mesa redonda que puso en valor la obra de Beatriz Guido, en el centenario de su nacimiento en Rosario. Estuvieron presentes además Oscar Barney Finn, Elsa Osorio y Marcos Zangrandi.
Como dice el crítico Andrés Avellaneda, lo que a partir de mediados de los años cuarenta se conoce como peronismo/antiperonismo es en el plano artístico y literario una manera más de traducir a términos políticos el proceso de clausura final de una etapa iniciada en los trasfondos del siglo XIX: la conmoción que produce el peronismo histórico es así un punto de cierre y de balance. De allí que parte de la obra de Guido tenga como eje la tensión frente a la injerencia de la conflictividad política en las apacibles vidas de las familias acomodadas. En su novela La casa del ángel (1954), se trata de la década conservadora; en Fin de fiesta (1958) el contexto es el período yrigoyenista; en El incendio y las vísperas (1964), el peronismo histórico.
Beatriz Guido se constituye así en una figura clave para entender el armazón del campo intelectual de mediados del siglo XX y comprender los debates políticos y culturales de su época en tanto ella misma gustaba de presentarse como perteneciente a la generación de 1955, conocida como la de los parricidas. Esta se aglutinó alrededor de la revista Contorno, donde además de los hermanos Ismael y David Viñas, participaron activamente entre otros Juan José Sebreli, Adolfo Prieto y León Rozitchner.
Nuevos lectores
Desde mediados de los años cincuenta en adelante se producen en nuestro país cambios profundos que abarcaron desde la ropa y la sexualidad hasta la estructura familiar. Pero no es posible imaginar la enorme visibilidad de Guido en su época si no tenemos en cuenta el impacto que produce en aquellos años el crecimiento de la industria editorial, y su influencia en el cambio de lectores. Revistas como Primera plana y Confirmado, y posteriormente el diario La opinión comenzaron a incluir secciones de libros que daban cuenta de los best sellers que se publicaban en inglés, italiano, francés y español. De esta manera, el enorme espacio que hoy en día ocupan en muchos medios las estrellas del espectáculo con sus chismes de ala corta, se destinaba a las entrevistas a grandes escritores. Cuando uno revisa los archivos, Beatriz Guido aparece en los medios con inusitada frecuencia, muchísimas veces acompañada de Torre Nilsson, opinando sobre cine y literatura. Su imagen en blanco y negro devuelve el rostro de una mujer que disfruta su celebridad, no escatima opiniones, y juguetea muchas veces diciendo cosas que bordean el límite del disparate.
Una espía del mundo familiar
Más allá de las discusiones y polémicas que debió sortear en un mundo absolutamente dicotomizado entre peronismo y antiperonismo (no nos olvidemos que para Arturo Jauretche, era “una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo”), Beatriz Guido es una extraordinaria narradora. Tal vez sus mejores obras sean cuentos, donde logra consolidar extraordinarios climas que permiten vislumbrar universos absolutamente degradados, cancelados. Creo que aquí se encuentra la mejor cepa de esta escritora, cuyos narradores espían las miserias y ocultamientos de una institución, la familia, que se encuentra para la época en un virulento proceso de cambio y ruptura.
Las mujeres que aparecen en sus obras acechan el mundo familiar, al que vislumbran como problemático, y esta acción tiene como objetivo el conocimiento. Escriben desde su situación de encierro, y le interesan las hijas, las escritoras, las jóvenes, nunca las esposas y las madres, dice la crítica Nora Domínguez. De esta manera, en sus textos Guido se zambulle en el horror que viven sus protagonistas, y esto la conecta directamente con escritoras de la talla de Silvina Ocampo y Sara Gallardo.
En una posible lectura desde el género, y a contrapelo de las polémicas que cruzan este campo teórico y del enorme impulso que el mercado actual da a esa categoría sui generis que se conoce como “escritura de mujeres”, creo que se puede leer en la obra de Beatriz Guido una propuesta singular, muy personal. En sus textos “La mano en la trampa”, “Usurpación”, La caída, Fin de fiesta, las relaciones que se establecen entre familia, narrativa, erótica y poética son absolutamente innovadoras. En ellas deconstruye a la familia como la institución burguesa que la Iglesia católica consagra como hegemónica para los argentinos y propone, como en el cuento “Una hermosa familia”, formas alternativas. Guido desacomoda las sexualidades propuestas como “naturales”. Y esto, para su época es absolutamente novedoso. Y aquí, creo, se encuentra lo mejor de su potente legado.

Autor
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Escritora, docente y periodista cultural. Doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh.
