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Sociedad

En Rosario también: las cocineras comunitarias quieren que su trabajo sea reconocido con un sueldo

En coincidencia con el Día internacional de la Mujer trabajadora, este 8M la organización social La Poderosa presentó en el Congreso de la Nación un proyecto de ley para que se reconozca con un salario la tarea de las cocineras comunitarias, es decir quienes se desempeñan en comedores y merenderos de barrios populares. Según sus cálculos, son 70 mil personas —la abrumadora mayoría mujeres— las que en todo el país realizan este trascendental trabajo, al que suman los cuidados y labores en sus propias casas y los empleos formales o informales fuera de ellas (se conoce entonces como triple jornada). De aprobarse la iniciativa, se beneficiarán en Rosario cientos de vecinas que conforman esta fuerza femenina y popular: no sólo tendrían un sueldo sino aguinaldo, vacaciones, seguridad social, cobertura contra riesgos en el trabajo por enfermedades y maternidad, así como acceso a la jubilación y guarderías.

De acuerdo a datos oficiales de la Secretaría de Desarrollo Humano y Hábitat de la Municipalidad, las organizaciones que dan prestaciones alimentarias a nivel local llegan a mil. Como se calcula un promedio de 200 comensales por institución, los habitantes que se abastecen de algún punto de la red de asistencia se multiplican a 200 mil —aproximadamente un 20 por ciento de la población de la ciudad, ubicada en el corazón de la Pampa Húmeda y a la vera de un río por el que a diario se transportan toneladas de alimentos. Paradoja si las hay.

¿Quiénes preparan las viandas para aquellos que de otra manera no pueden comer? ¿quiénes sostienen los centros comunitarios dispersos en el territorio? Históricamente las cocineras asumieron esta tarea sin recibir una remuneración a cambio; en la actualidad una gran proporción de colaboradores de comedores y merenderos validan allí la contraprestación que exige el programa del gobierno nacional Potenciar Trabajo (el cual representa un ingreso de unos 34 mil pesos, la mitad de un sueldo mínimo). A diferencia de lo que sucede con otra de las redes alimentarias más importantes, la de las escuelas públicas en nivel inicial y primario, donde personal del Estado sirve almuerzos y copas de leche. Claro que no es suficiente, porque no sólo las infancias necesitan nutrirse en el marco de una crisis económica y social profunda, con subas permanentes de los precios de los alimentos.

Lucía Ruiz es una de las cocineras del barrio La Cariñosa, en el distrito sudoeste. Pertenece a la rama política de La Poderosa, ese movimiento que nació en las villas de Buenos Aires hace casi dos décadas, tomando su nombre de la moto con la que un joven rosarino apodado Che realizó su viaje iniciático por Latinoamérica en los 50. “En Rosario tenemos cuatro comedores, en La Cariñosa, Los Pumitas, La Quinta y Camino. Trabajamos de lunes a viernes y no damos abasto”, cuenta esta mujer de 27 años, que se organiza para cuidar de sus dos hijas, atender un almacén y tributar al comedor y merendero de La casita poderosa, ubicado en Doctor Medina 4860 (“una calle de tierra paralela a Avellaneda, entre Uriburu y avenida de Circunvalación, que desde hace poco aparece en el GPS”, acota Lucía).

“Estamos pidiendo que sea reconocido nuestro trabajo comunitario porque le dedicamos muchas horas. Necesitamos recolectar 500 mil firmas para que el proyecto avance en el Congreso pero se complica porque hay gente que no lo ve importante. Otros nos apoyan”, precisa y dice que ya recibieron adhesiones de organizaciones como el MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos) y del partido Ciudad Futura. 

Lucía percibe “un Potenciar”, como todos llaman a este plan social, pero otras compañeras del equipo de su comedor no. Sin embargo todas cumplen un horario y se dividen para garantizar las prestaciones a sus propios vecinos, hasta 280 raciones por día por barriada. “El comedor es una responsabilidad, está en nosotras demostrar lo que hacemos, no quedarnos calladas. Si no estuviéramos en los barrios, ¿cómo comería esa gente?”, se pregunta y cuenta que en la previa de la marcha del 24 de marzo realizaron acciones de visibilización en la plaza San Martín, con buenas repercusiones. “La mayoría de las cocineras somos mujeres; cobrar por esta tarea es nuestro derecho”, advierte.

En eso coincide Vanesa Valenzuela, responsable en Rosario del movimiento Barrios de Pie, cuyo primer nombre de pila es Argentina. “De los trabajadores de los comedores, la mitad cobra Potenciar —que para mí no es un plan sino un trabajo, un derecho— y la otra mitad es voluntario. El 90 por ciento son mujeres y el 60 madres solteras”, asegura con contundencia y conocimiento de causa esta mujer oriunda de Vía Honda que a los 36 años cría sola a sus cinco hijas. En la ciudad, Barrios de Pie coordina 50 comedores, con un cupo de 70 familias cada uno. En la provincia de Santa Fe suman en total cien centros comunitarios.

“Pero no sólo estamos con los comedores, nos interesa lo productivo. Por eso impulsamos huertas, confección de velas artesanales, panificación, emprendimientos textiles (cortinas, almohadones). Tratamos de que las compañeras aprendan a hacer cosas para ellas o para vender, y como muchos no tienen estudio también enseñamos a leer y a escribir. Somos partes de la UTEP, la Unión de Trabajadores de la Economía Popular”, redobla la apuesta quien de adolescente empezó a colaborar en un comedor “de todo corazón” porque veía a algunas de sus vecinas salir a cirujear con los hijos. Con el tiempo en el centro comunitario de su barrio se instaló una guardería y Vanesa abrazó la militancia.

“Muchas de las cosas que hacemos se desconocen”, admite y se contesta a sí misma: “Tenemos que visibilizarlo para que exista otra mirada y no nos consideren sólo planeros. A nosotros no nos alegra que haya muchos comedores porque significa que la sociedad no está bien. Hoy las organizaciones están conteniendo, si no estuvieran presentes en los barrios se desbordaría todo”, concluye, con un ejército de mujeres como telón de fondo sosteniendo la red de asistencia alimentaria de la ciudad. La idea es que el Estado retribuya ese aporte.


El rol de la iglesia


La iglesia católica cumple un rol relevante en materia de asistencia alimentaria a población vulnerable ya que en la diócesis que tiene cabecera en Rosario, e incluye algunos otros departamentos de la región, se garantizan 20 mil raciones por mes. Los comedores son los menos y allí los equipos, unas dos mil personas, trabajan ad honorem. “Nuestra idea siempre fue que la gente cocine y coma en su casa. Tenemos reparto de mercadería a través de 250 parroquias. Los artículos provienen de donaciones y de convenios con el gobierno provincial y nacional”, detalla el padre Fabián Monte, vicepresidente de Cáritas.

“Por amor, por cariño, para ayudar, sin cobrar, la iglesia llega a lugares donde el Estado no está. Tenemos presencia en el territorio. Es un esfuerzo que no se ve para asistir a la pobreza estructural, un 25 por ciento de piso que nunca se pudo bajar. Hoy tenemos en situación de pobreza al 40 por ciento (de la población)”, agrega el cura.

Por su parte Aída Traversa, la directora de Cáritas, enumera los lugares donde se cocina o reparten módulos de alimentos frescos y secos. La institución es la única que prepara viandas en el centro, en Tucumán 1322 (corresponde a la parroquia María Auxiliadora), para personas en situación de calle. “Casi todos los voluntarios son mujeres, vecinas de los barrios. Las madres tienen mucha potencia, el sacerdote acompaña”, señala Traversa y remata: “Más allá de la comida, la asistencia que se busca es integral, de contención y aprendizaje. Por eso tenemos el área de economía social y solidaria, para que la gente participe y se dé una idea de qué puede hacer y ganarse algo con un emprendimiento”. 


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