Nacida y criada en Rosario, Julieta Rivosecchi (38) fue jugadora de hockey durante 25 años y participó en las “Leoncitas”. Después de recibirse de bioquímica en la UNR se radicó un verano en Bariloche para trabajar en un laboratorio de análisis clínicos pero al cabo de la temporada decidió quedarse: se había enamorado de la montaña, asegura, y ese amor sigue vigente, al igual que el que siente por su recientemente marido, Jérémie, un ingeniero mecánico francés con quien comparte su pasión por la escalada y el parapente.
Desde hace 9 años Julieta vive en Europa; primero fue en Lyon, Francia, donde hizo su doctorado y estudió las bases moleculares del cáncer. Ahora está en Trento, al norte de Italia: allí trabaja como posdoctoranda investigando cómo se origina este conjunto de enfermedades —las oncológicas—, que año tras año se cobran casi 10 millones de muertes en el mundo.
Para este enero piensa estar radicada junto a Jérémie en Boulder, Colorado, Estados Unidos, donde en la universidad que lleva el mismo nombre comenzará su próxima aventura: su segundo postdoctorado. Allí, se pondrá bajo la mirada de Thomas Cech, que obtuvo el Nóbel de Química en 1989 y en el laboratorio donde también se formó otra galardonada con el mismo premio: Jennifer Doudna, que obtuvo la distinción en Química por haber descubierto las “tijeras” genéticas, el método de edición llamado CRISPR, que permite “cortar y pegar” secuencias de ADN.
—En Boulder pasan cosas, porque de allí salieron dos premios Nóbel —dice sonriendo Julieta desde Trento, en comunicación con Suma Política, y en su hablar se revela inmediatamente el acento rosarino—. Me comuniqué hace un tiempo con el profesor Cech y él me dijo que podría ir a formarme al menos por un año, que tenía posibilidad de cubrir mi estadía durante ese lapso, y yo estoy aplicando a becas para poder continuar un tiempo más. Mi proyecto, después, sería estar al frente de mi propio laboratorio. Voy a esa zona porque me interesa la universidad pero también porque hay montañas: no puedo vivir si no es cerca de las montañas…
Julieta tiene dos hermanas y un hermano. Las hermanas viven en Europa; una en París, donde trabaja para una empresa de tecnología y la otra, que acaba de recibirse de arquitecta, vive en Schönried, Suiza. Su hermano, el único varón, trabaja en una empresa de logística y vive en Rosario. Las Rivosecchi parecen ser bastante nómadas, porque antes de radicarse temporariamente en Lyon, Julieta vivió un tiempo en España y en Nueva Zelanda, donde esperó pacientemente para poder aplicar a su beca de doctorado y aprovechó para perfeccionar su inglés, idioma que domina además del francés y el italiano. Jérémie y ella no planifican ser padres por el momento. “Pero es una posibilidad que existe”, admite.
—¿Podrías contarnos cuál es tu tema de investigación?
—Estudio cómo se inicia el cáncer, cómo hacen las células de cáncer para reproducirse al infinito. A medida que se dividen, nuestras células pierden ADN de los extremos de los cromosomas. Esos extremos se llaman telómeros. Normalmente, y luego de muchísimas divisiones, las células con telómeros muy cortos ya no son funcionales y mueren: éste es el proceso de envejecimiento. Por eso durante un tiempo se creyó que la manera de no envejecer era alargando los telómeros. Pero ésto tiene un “lado B”: porque el 90 por ciento de los cánceres se inician justamente alargando los telómeros. Una primera mutación es la que desregula el ciclo celular, o sea, haciendo que las células se dividan descontroladamente. Después de tantas divisiones, cuando los telómeros son muy cortos, lo que logra hacer la célula de cáncer es activar un mecanismo donde empieza a alargar los telómeros, entonces no va a “envejecer” y morir, sino que se va a seguir dividiendo infinitamente. Cuando todo funciona bien, el organismo, en un proceso de evolución, evita ese proceso. Pero si no puede evitarlo existe el riesgo de desarrollar un cáncer. Los telómeros cortos son sinónimo de envejecimiento pero también una protección contra enfermedades como el cáncer, porque permite eliminar células que acumulan mutaciones a lo largo de la vida.
—¿Y cómo se relaciona este conocimiento con posibles aplicaciones en el tratamiento de los cánceres?
—Si logramos inhibir este proceso por el cual los telómeros se alargan, podríamos detener el crecimiento de tumores. Una manera es inhibir una enzima (la telomerasa) que agrega ADN en los extremos de los cromosomas del 90 por ciento de los tumores. Justamente este año, en junio, se aprobó el primer inhibidor de la telomerasa como tratamiento para pacientes con leucemia bajo transfusión que no responden al tratamiento habitual.

—Mencionás un 90 por ciento de los tumores. ¿Y en el 10 por ciento ocurre el mismo fenómeno con los telómeros?
—Sí, los telómeros también se alargan, pero a través de un mecanismo diferente al de la reactivación de la enzima telomerasa. En ese 10 por ciento de tumores, que son más agresivos y resistentes a tratamientos, se activa el mecanismo Alternativo de Alargamiento de Telómeros (ALT, por las siglas en inglés). Tumores ALT son, por ejemplo, de hueso y del cerebro. En este caso dos cromosomas se acercan e intercambian ADN telomérico mediante recombinación y luego se completan los telómeros por síntesis de ADN. Nuestra hipótesis es que el ARN no codificante (es decir, ARN que no produce proteína, se queda en ARN) tiene un rol protagónico en este proceso. En nuestro laboratorio (Cell Biology and Molecular Genetics of Cancer) y otros laboratorios del mundo, hemos visto que éste ARN, que fue bautizado TERRA, se acumula en los telómeros de tumores ALT. Esa acumulación podría tener un rol importante en iniciar la recombinación de telómeros que hace que se alarguen y así las células cancerosas puedan seguir dividiéndose. Mi segundo postdoctorado, en Boulder, es para estudiar los telómeros en células de cáncer vivas, porque actualmente, con las tecnologías de las que disponemos en Trento, tengo que fijarlas o “matarlas” con formaldehido para poder ver los telómeros al microscopio.
Julieta y sus pasiones
Después de pasar un tiempo en Bariloche, Julieta Rivosecchi descubrió que amaba la montaña. Y a partir de ese momento sus decisiones en cuanto a dónde vivir pasaron no solamente por las posibilidades de desarrollo científico sino también por un escenario que le permitiera hacer escalada en roca y hielo, trail running, esquí y alpinismo. En Lyon, además, aprendió a volar en parapente. Su entrenamiento y estado físico, después de dos décadas jugando hockey a alto nivel, le facilitaron dedicarse a estos deportes, que le apasionan.
—Con el montañismo y el parapente descubrí una nueva dimensión, que no es sólo deporte sino naturaleza, bosque, conexión con la tierra, con la meteorología, las nubes, el cielo. Todo esto literalmente me volvió loca y no hacía falta ganar contra un adversario, cada experiencia era un desafío conmigo misma. La montaña te enseña cuán frágiles somos: de pronto viene una tormenta y somos totalmente vulnerables… Al principio empecé escalando en roca. Lo que más me gusta es el desafío técnico de resolver una cosa difícil, más que el hecho de llegar a una cima más alta. Por ejemplo, no me interesa mucho subir grandes picos como el Aconcagua, porque necesitás caminar durante 15 días y eso no me estimula… me estimula más escalar una pared muy difícil porque tenés que entender cómo hacerlo, y eso es lo que a mí me gusta más: tener que pensarlo antes.
—¿Cuándo y cómo escalan con Jérémie?
—Mucho, a menudo. Simplemente agarramos la cuerda, los zapatitos de escalada y buscamos una linda vía para subir. Acá hay unas montañas llamadas Dolomitas y vamos mucho ahí. También escalamos en Patagonia. En Lyon, además, conocí el parapente y ahora combinamos las dos pasiones, escalar y volar.

—¿Hacés parapente a menudo?
—Sí. Volar es algo increíble: de pronto no hay nada bajo tus pies y cambian los puntos de referencia. Aprendés a focalizar toda la energía para estar allí en el momento presente. Nosotros vamos en el momento en que hay más sol, a mitad del día, cuando hay corrientes que te suben, y todo el tiempo estás tomando decisiones: hacia dónde ir, cómo controlar la vela, cómo mantenerla abierta en las zonas de turbulencias, dónde aterrizar. Hacemos vuelos de 30 o 40 kilómetros a una altura que oscila entre los 2.000 y 3.000 metros. El vuelo más alto que hice fue a 4.000… Los vuelos duran 2, 3, 4 horas y más, dependiendo de las condiciones meteorológicas, y a esa altura no te llega a faltar el oxígeno. Es fascinante, incluye toda una gestión del riesgo de la que depende tu vida, porque no te podés equivocar. Te tenés que formar, pasar exámenes, es todo un entrenamiento.
—¿Se siente la presencia de algo divino, tal vez Dios, allí arriba?
—Sí, no sé si es el Dios que nos enseñaron, pero hay una fuerza muy grande y yo la veo en la naturaleza… hay una fuerza de creación de vida que es muy conmovedora.
—¿Sos optimista sobre el futuro del mundo?
—Muy. Trabajo con los jóvenes en la universidad y yo veo que llegan con tantas ideas nuevas, con fuerzas, con ganas de cambiar las cosas y creo mucho en ellos. También sé que somos humanos y somos egoístas, nos gusta el confort… Claro que no pienso que todos, el día de mañana, vamos a ser deportistas y amar a nuestros pares, pero yo soy bastante optimista. Hay mucho movimiento para que no haya hambre o para proteger el planeta. También soy consciente de que las guerras son muchas, es muy difícil para mí entender por qué: eso ya es demasiado complejo y no puedo opinar, pero tengo bastante esperanza en que las cosas mejoren porque veo a muchos jóvenes y confío en que van a lograr algo mejor de lo que hice yo.
—¿Te dedicás a enseñar?
—Me gusta enseñar, sí. Antes de radicarme en Lyon viví cerca de París, enseñé español en una escuela secundaria, y al mismo tiempo pude alcanzar el nivel de francés que me permitió después ingresar a la universidad. Formo parte también de Pint of Science que es un grupo de voluntarios con quienes se organizan encuentros con científicos en bares. Acá en Trento instalamos un proyector en dos o tres bares a la noche, viene un científico a contar lo que hace y compartimos ese momento tomando una cerveza. Hay muchas iniciativas para compartir y difundir el conocimiento.
—¿Cómo es tu relación con Rosario? ¿Tenés la fantasía de volver en algún momento?
—Rosario es muy fuerte para mí. Sí, tengo a todos mis amigos y parte de mi familia, estoy muy en contacto con todos. Con el tiempo extraño cada vez más: ya hace 10 años que no vivo en Rosario pero en vez de acostumbrarme, cada vez me cuesta más. Me encanta volver, siempre. Y puede ser que alguna vez lo haga definitivamente. Yo creo que la única dificultad para mí sería la montaña. Es que parte de mi vida ahora pasa por la montaña, y en Rosario hay muchas cosas, pero no hay montañas…
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Periodista especializada en temas de ciencia y salud. En Twitter: @gabinavarra.
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