Huyen de suelos que desertificados, incapaces de producir algo para el sustento, o de áreas convertidas en fango y pantano por lluvias y aludes, o sitios arrasados por deforestaciones y corrimiento de fronteras productivas. La acción humana puede alterar de tal modo el entorno que lo vuelve incapaz de reproducir la vida en cualquiera de sus manifestaciones. El hábitat se vuelve un páramo y entonces huyen: son los migrantes climáticos, una dolorosa categoría que generó el cambio climático y que crece hasta proyecciones inquietantes para las próximas décadas.
“Las migraciones climáticas hoy son un hecho”, afirma el ingeniero Ricardo Bertolino, desde la Red Argentina de Municipios frente al Cambio Climático (RAMCC), entidad que encabeza la campaña para reducir la llamada huella de carbono, es decir el impacto que produce en el medio ambiente el uso de la energía proveniente de combustible fósil, a través las actividades humanas. La Unión Europea distinguió el trabajo que realiza esta red, de cuño rosarino pero de alcance internacional, por su aporte para encontrar soluciones locales al desafío global del cambio climático.
Según la RAMCC, a raíz de los desastres naturales de los últimos años, cuya frecuencia y magnitud se ha acrecentado producto del cambio climático, comenzó a utilizarse un concepto más específico enmarcado dentro de las migraciones ambientales: la migración climática. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), afirma que la migración climática “comprende el traslado de una persona o grupos de personas que, predominantemente por cambios repentinos o progresivos en el entorno debido a los efectos del cambio climático, están obligadas a abandonar su lugar de residencia habitual, u optan por hacerlo, ya sea de forma temporal o permanente, dentro de un Estado o cruzando una frontera internacional”
“No es algo que va a suceder dentro de un tiempo como piensan algunos, sino que se está dando por una cantidad de factores que son evidentes y que Argentina también los está viviendo. Hay pueblos en Asia y África donde ya no queda nadie, tuvieron que emigrar porque el suelo ya no produce nada que les permita subsistir”, reseñó. Y dijo que mucho de lo que hoy se consideran migraciones debido a guerras o problemas religiosos también tienen que ver con el clima, porque se disputan los recursos que hacen posible la vida.
Según Bertolino, en Argentina y varias ciudades latinoamericanas se ven guetos de pobladores de países que ya no pueden sostenerse porque su ecosistema se ha degrado y el clima no ayuda a recuperarlo por efecto del cambio climático. “Tuve la experiencia de pasar por Haití, y cuando uno cruza la frontera se ve la diferencia en el territorio con República Dominicana, que son países de la misma isla, pero en Haití ya no quedan árboles porque la gente los utilizó para la leña y el suelo tampoco puede producir, por lo tanto los haitianos no tienen otra forma de sobrevivir que emigrar”, explicó.
“Se calcula que los migrantes climáticos van a superar los 200 millones en el año 2050 y tenemos que aprender a abrir nuestro corazón y nuestro suelo, porque son culturas diferentes con las que vamos a tener que compartir trabajo, suelo y alimentos”, explicó. Además dijo que “algunos países que venían resistiendo esta tendencia ya comienzan a reconocer la figura de refugiado climático”. Itinerantes, refugiados, expatriados, acogidos o rechazados, cargarán con nostalgia de por vida o borrarán las huellas del pasado que los eyectó de sus terruños y soñarán una y otra vez con un mundo de países sin fronteras.
