Violeta tiene 29 años, un hijo de 6, y hace unos meses se mudaron con su marido a las sierras de Córdoba. Vive en el Valle de Punilla y no hubo todavía un solo día en el que sienta que tomaron la decisión incorrecta al haberse mudado a la provincia vecina. “El otro día estábamos con mi compañero tomando mates, mirando las sierras de fondo, mientras nuestro hijo jugaba con sus autos al sol. Tuvimos la certeza de que este es nuestro lugar”, confesó.
La familia de Violeta es una más entre tantas que busca un lugar más tranquilo para vivir pero a la que ya no le cierran Funes, Roldán, Pueblo Esther o Baigorria. La vida simple para los rosarinos y rosarinas empieza a vislumbrarse a unos 600 kilómetros, en alguno de los valles que hacen a la provincia de Córdoba. Las sierras cierran por todos lados. No quedan tan lejos —a unas 8 horas como máximo, según la zona elegida—, el lugar es profundamente familiar y ofrece bajar mil cambios, convivir con la naturaleza y tener una cotidianidad más rústica sin irse al medio de la nada.
Violeta se levanta todos los días y pone la pava. Mientras se calienta el agua, abre la ventana, deja que entre el sol, busca ramitas para encender el hogar a leña si es que hace frío. Mate de por medio, aprovecha para mirar el paisaje. “Las pequeñas tareas cotidianas que implican vivir acá son rituales. Yo espero nunca naturalizar tanta belleza”. Lo que más extraña en estos días, dijo, es ir a la cancha a ver a Newell’s. Pero lo aguanta. Está segura que no volvería a vivir a Rosario y tampoco a otra ciudad.
Leña o botón
“Yo ya no puedo volver atrás. O sea, para mí, volver a prender una estufa con un botón y no tener el trabajo de ir a cortar y juntar la leña, de prender el fuego todos los días, de oler el fuego… a mí me quitaría el alma. No podría volver a vivir de esa manera”, dice Lucila, que hace ya dos años, casi tres, vive en el Valle de Traslasierra. Antes de las sierras, Lucila vivió en Roldán. Construyó —junto a su marido— su casa de barro, armó una huerta y de golpe el lote le quedó muy chico. “Queríamos expandir el proyecto y vivir de la permacultura. Y surgió la posibilidad de venir para acá”.
El deseo no estuvo sólo motorizado por una vida rodeada de mayor naturaleza, sino también por encontrar una mejor calidad para esa vida. “Teníamos ganas de tener otro hijo y queríamos que naciera en otro entorno. Eso sumó un montón de fichas para la mudanza porque estábamos rodeados de fumigaciones en el periurbano de Rosario. Vivíamos fumigados, ya sabíamos cuándo estaban fumigando, lo olíamos. Yo perdí dos embarazos y coincide justo con dos fechas en que fue clave la fumigación. Todo sumó para querer irnos de donde estábamos”.
La familia de Lucila tenía un terreno en el valle y se lo cedió. Su compañero, que es médico, consiguió trabajo en Merlo, una ciudad a apenas 20 kilómetros de su casa. Y el papá de su hijo más grande aceptó que se muden al monte. Lucila sabe que corrió con ventajas. En las sierras de Córdoba, el trabajo y el alquiler son tan difíciles de conseguir como en la gran ciudad.
La oferta laboral es escasa para profesionales y hay que remarla con los oficios. El único trabajo asegurado está en la construcción. Las ferias proliferan en todos los rincones de los valles y cualquiera que pueda amasar, hornear, recolectar algunas frutas y hacerlas dulces, o se dé maña con las artesanías, puede juntar unos pesos.
En los últimos años, sin embargo, la posibilidad de sostener el trabajo de manera remota posibilitó que cientos de familias de las grandes ciudades del país puedan mudarse a localidades pequeñas, en la montaña o sierras como este caso, también frente al mar y el litoral, como el interior de Santa Fe o Entre Ríos. En las sierras, no son pocas las familias que sostienen vínculos laborales con sus antiguas ciudades, viajan cada tanto, mantienen cierta cantidad de horas conectadas, y pueden después salir a pasear en bici por el monte, ir al arroyo, cuidar una huerta, construir su casa.
Las inmobiliarias de la región confirmaron que prácticamente todas las transacciones que se realizaron en los últimos años involucran a personas de otras provincias, ni siquiera de la capital cordobesa, y es en la compra de terrenos. La diferencia con los alrededores de Rosario es abismal: las hectáreas en la zona de Traslasierra, por ejemplo, pueden llegar a costar apenas unos 22 mil dólares, lo mismo que 300 metros cuadrados en General Lagos, provincia de Santa Fe. La disponibilidad de servicios básicos como luz y agua, cabe destacar, depende de cada terreno. Lo mismo que el acceso a una buena conexión a Internet.
Para quienes no tienen ahorros el panorama es más complicado. Los alquileres anuales son escasos y no mucho más baratos. Por lo general, las casas suelen estar disponibles de marzo a diciembre, en épocas no turísticas, y la búsqueda de un techo se vuelve una odisea en verano. Pero se consigue. Los desafíos son más que conseguir casa: no hay delivery, no todos los pueblos o parajes tienen un kiosco abierto por la noche o los fines de semana, las ruedas de los autos se pinchan seguido, hace mucho frío en invierno y no hay tanto shopping, cine o teatro en el que encerrarse.
La mayoría de las familias que van llegando a las sierras comparten ciertas características: son jóvenes, tienen hijos chicos y un recuerdo potente de sus infancias en los barrios de las grandes ciudades. La mayoría busca criar en un entorno más seguro y amistoso con la naturaleza. También apuestan a bajar un cambio. Las dinámicas laborales invasivas de los últimos años fueron la puerta para que quienes pueden y tienen los recursos se abran de la vorágine diaria del asfalto, la oficina y el celular.
Los incendios del mes pasado en las sierras cordobesas están directamente relacionados con este boom inmobiliario. Las organizaciones ambientalistas, partidos políticos y especialistas aseguran que no hay forma de que un fuego de tales magnitudes no sea intencional. El objetivo es claro: eliminar el monte nativo, cambiar el uso del suelo y extender la frontera inmobiliaria. Sólo en 2024 se quemaron más de 70 mil hectáreas en todo Córdoba.
Reafirmarse todos los días
Violeta y su compañero habían decidido “hace bastante” no vivir más en Rosario. Se habían proyectado en Funes, Roldán o Ibarlucea, lugares donde veían que iban a bajar un poco el ritmo pero seguían dependiendo de la ciudad. Fue en enero de 2024, de vacaciones en la zona donde viven ahora, cuando decidieron ir más allá o mejor dicho, quedarse allá. “Nosotros frecuentamos esta zona porque tenemos familia y eso influyó mucho en la decisión. Vimos casas y también lo bien que nos sentimos, lo bien que nos llevamos como familia y pudimos ver a nuestro hijo jugar con libertad. El lugar nos ofrecía todo lo que queríamos que se vuelva cotidiano”. En ese mismo viaje empezaron a ver casas y contactar inmobiliarias. En mayo se instalaron en el Valle de Punilla.
“Mis expectativas por este cambio están en aprender a disfrutar del tiempo que llevan las cosas, de estar más presente y no vivir en la vorágine constante, bajar un par de cambios. Tengo muchas ganas de aprender cuestiones que tengan que ver con el cultivo, con las plantas y sus propiedades, y disfrutar ese proceso”, contó Violeta. Sabe que la relación con la familia y los amigos que quedan en Rosario y los que vendrán irá fluyendo. “Desde que nos pensamos acá como familia, siempre tuvimos como objetivo que sea una casa donde podamos alojar a todos los que nos quieran visitar, transmitirle a las personas que queremos que acá tienen un lugar siempre”.
Lucila se reafirma todos los días cuando ve a sus hijos. Cuando ve que el recreo en la escuela del más grande es en medio del monte, que juega en el patio con la tierra y conoce los nombres de las plantas nativas. Se reafirma cuando ve que su bebé todos los días toca y come flores y sabe que si se sube al auto será para ir a un arroyo de agua cristalina. “Ellos van a tener la huella de su entorno natural. Así como nosotros recordamos la vereda de nuestro barrio, la vecina, la esquina y el almacenero, ellos van a recordar estas cosas y sé que así como nosotras defenderíamos nuestro barrio, ellos van a defender la naturaleza”.