“La gente va a pagar la entrada para ir a ver solo a Pablo Vitti”, dijo en 2005 Ángel Tulio Zof, por entonces técnico de Central. El “Maestro” de Arroyito hizo un pronóstico fallido. La carrera de Vitti tuvo su mejor momento al aparecer en Primera. Su andar en el fútbol profesional se marchitó con el paso de los partidos. Pero esa declaración de Zof tenía en sus raíces dos razones implícitas: el entusiasmo que genera un chico cuando juega bien a la pelota y el sueño de verlo triunfar con la auriazul y que los hinchas lo disfruten. Don Ángel entendía el fútbol fecundado en el amateurismo. Era propio de su generación. Esos sueños fueron devorados por el fútbol como negocio y el jugador como mercancía. Una transformación que es antagónica a la pasión y que desde hace tiempo tiene como única víctima al hincha, testigo de un fervor que sobrevive en las tribunas pero que hace tiempo desapareció en los otros actores del juego: jugadores, entrenadores y dirigentes.
En estos días los hinchas de Newell’s fueron testigos de cómo Nicolás Castro dejó el club sin siquiera jugar una temporada con la rojinegra. Los hinchas de Central hoy solo piden por un tiempo más de Facundo Buonanotte y Alejo Véliz. Los clubes de la ciudad se presentan ante el mundo como “cantera formadora de grandes jugadores”. Pero por detrás aparecen preguntas que ponen en duda lo que los clubes dicen ser: ¿Para qué un proyecto de formación de jugadores? ¿Con qué objetivos? ¿Por qué los buenos jugadores no llegan a jugar un año en el equipo? ¿Qué idea de club hay si el objetivo nunca es formar jugadores para componer un equipo competitivo?

La explosión del fútbol como mercado bursátil llegó a todas las ligas del mundo cuando se vio cómo el capital era el que se imponía en la cancha. Los poderosos compran a los mejores jugadores y son ellos los que se disputan los grandes títulos. Cuando décadas atrás los dólares del oriente y Rusia llegaron a Inglaterra nadie se preguntó por el origen de los fondos y la Premier League pasó a ser un festín de estrellas. Italia tropezó a segundo plano y España se empeña en mantener sus atractivos, ya sin Lionel Messi en Barcelona, por la envergadura internacional que asume Real Madrid. Y en esa burbuja de despilfarro de dólares navega en soledad el PSG de Francia, apropiándose de todo el protagonismo de la liga francesa, hiriendo de muerte la competitividad en suelo galo.
No hagamos comparaciones con los dólares que se mueven en las otras ligas. Miremos la mecánica del negocio: el poderoso se apropia de los recursos del resto. Y esa es la variable, la económica, a menor escala, la que disminuye y arrebata a los clubes de la ciudad el sueño de formar un equipo ganador.
Central y Newell’s se caracterizan desde hace tiempo por tener equipos mediocres, sin competitividad, al margen de la excepción que fueron Gerardo Martino como técnico en Newell’s en 2012 y Eduardo Coudet en Central en 2015. Lo que sorprende es que los equipos mediocres, extrañamente, generan déficits crónicos. Los clubes acumulan deudas compulsivamente. Y es esa demanda financiera la que agita la desesperación por vender al primer chico que debuta y llama la atención.
Veamos el caso de Buonanotte. Un puñado de partidos, muy buenas gambetas, y una promesa de muy buen jugador. Ese chico que deslumbra en Primera nadie lo vio con talento en inferiores. Por eso se le ofrece contrato cuando el técnico de Primera posa los ojos en él. A Buonanotte se le propuso vínculo en mayo pasado. Debutó y llegó una oferta millonaria por su pase. ¿Qué estrategia tiene el club para estas situaciones? ¿Un fondo de emergencia que ponga a resguardo la voracidad del mercado? No. ¿Una política de construcción de identidad para que el chico sienta el deseo de completar su formación en el club? Menos aún. ¿Un presupuesto equilibrado que impida al club verse rodeado siempre por las deudas y así poder resistir los embates del mercado? Jamás.

Los clubes descubren a sus figuras cuando en el exterior se le pone precio a su ficha. Es ahí cuando reaccionan y en general la necesidad de encontrar ingresos lleva a los directivos a vender todo. Los clubes pelean con un sable de goma ante el ejército de billetes que todo lo compra en el fútbol moderno. Es verdad. Pero esa excusa no es suficiente para justificar siempre la postura de vender y vender. Porque son esos mismos clubes que contratan un promedio de 10 a 15 jugadores por año, en general a jugadores que después no juegan y menos aún se ganan un lugar en el primer equipo. El negocio es vender. También es contratar. Pero te dicen que son clubes formadores de futbolistas.
Al negocio del fútbol se le puede poner un límite. Se le llama planificación y responsabilidad. Ese plan se debe sostener con convicción y no dejarlo a un lado ante la primera racha de resultados adversos para saciar la demanda del hincha con onerosas contrataciones que solo hacen de descongestivo de la coyuntura.
Si Central recibe la propuesta de Buonanotte con las cuentas al día, es decir les paga a sus jugadores el sueldo todos los meses y los contratos se cubren con los ingresos que el club genera, la institución se haría de una fortaleza tal que bien podría sentarse a negociar en otros términos, y principalmente en sostener al jugador algo más que una temporada. Y si ese jugador logró además identificación con el club, por el tipo de formación que le brindó, más razones habrá para que el chico entienda que el momento de su salida no es a los meses de debutar. Porque un buen jugador hará un buen equipo. Un buen equipo hará mejores ingresos. Más dinero generado se podrá destinar a satisfacer en el momento la demanda de los jugadores con cotizaciones millonarias. Y cuando la venta se produzca, esos ingresos extraordinarios bien podrían ser destinados a mejorar infraestructura e instalaciones.
Aunque es fácil leerlo y más fácil escribirlo, lo que no tienen los clubes de la ciudad es dirigentes con decisión para defender un proyecto sustentable en lo económico ante las primeras tormentas deportivas. Se pierde un clásico y se echa a un técnico. Eso bien podría tolerarse. Pero cuando ya se está pagando al técnico que estaba antes, echar otro más lleva a contratar uno nuevo y así son tres los sueldos de entrenadores que debe hacer frente al unísono la tesorería, como ocurre con Newell’s, que tiene deudas con Frank Kudelka, Germán Burgos y en un momento también al cuerpo técnico de Javier Sanguinetti. Ese es el principio del fin para cualquier proyecto que se oriente a la búsqueda de alegrías para sus socios.

Pero todo es más complejo cuando se está a meses de un acto electoral en los clubes de fútbol. Central y Newell’s tienen la particularidad de que los dirigentes que están rara vez se van por decisión propia. En general son capaces de decir cualquier cosa para descalificar a otro candidato a fin de ganar una elección. ¿Por qué tanta ambición para estar al frente de clubes que no tienen ningún objetivo deportivo que haga ilusionar al hincha? Sin dudas hay que mirar el negocio que se levanta alrededor de la redonda para encontrar alguna respuesta. Los dirigentes en nuestro fútbol se entusiasman con vender, aunque en público simulan, y son voraces para traer jugadores compulsivamente. Pero te dicen que son clubes formadores de jugadores.
Cuando Central anunció que no vendía a Buonanotte, el vicepresidente Ricardo Carloni dijo: “Es lo que pide el hincha”. La demagogia siempre goza de buena salud en el mundo del fútbol. Carloni es dirigente de Central desde 2014. El club vendió al plantel que formó Coudet a velocidad crucero. Un año de Giovani Lo Celso, algo más de Franco Cervi, y le siguieron Víctor Salazar y Walter Montoya. En una temporada se fueron todos, sin excepción. Y nadie desconoce que los equipos que salen campeones necesitan preparación, más aún cuando las semillas de la apuesta son los juveniles. En las elecciones, Carloni será candidato a presidente. Dijo lo que el hincha quiere escuchar, a poco tiempo de una elección. No lo dijo antes, menos aún lo hizo.
El Newell’s de Marcelo Bielsa estuvo integrado por una generación de estrellas que formó la institución. En los años 90 el fútbol como negocio millonario ya daba pasos firmes en el mundo, aunque, es verdad, aún no se hablaba de las obscenas cifras de la actualidad. Aquel equipo se mantuvo dos años. Ganó mucho. Pudo haber ganado menos. Pero sin dudas que el principal acierto fue ver a todos triunfar con la rojinegra para recién después desprenderse de sus figuras. Salió campeón y fue por más. Hubo allí una planificación que se pudo preservar en pie más de doce meses. Eso es lo que pide el hincha hace décadas en nuestra ciudad, en el Parque Independencia y en Arroyito. Aunque los dirigentes prefieren jugar al comerciante de ocasión. Como esos que se muestran en cualquier esquina al grito de “compro, vendo”.

