—¿Te molesta si tomo mate?
Esta pregunta directa y amable, a través de la pantalla de Zoom que conecta la llamada con Boca Ratón, al norte de Miami, lo pinta de cuerpo entero. Sebastián Mirkin, médico ginecólogo, investigador de la fertilidad humana y de la posibilidad de regularla mediante la anticoncepción, es un rosarino que se fue hace más de dos décadas de la ciudad pero conserva, intacta, la forma de hablar tan característica de quienes llevan a Rosario en la sangre.
—Empecé a tomar mate cuando estudiaba en la facultad y seguí después, durante toda mi residencia en el hospital de Granadero Baigorria —dice—. Y también cuando vine a vivir a Estados Unidos, y durante mis viajes: el mate ha viajado conmigo por todo el mundo.
Sin embargo, en su alma matera, posiblemente el orgullo más grande sea que su único hijo, Mauricio, de 17 años recién cumplidos, que nació en Virginia y por lo tanto es estadounidense sin embargo todas las mañanas se ceba su mate. En Estados Unidos, admite, la gente es más fría y no hay tanta vida social, entonces la familia se convierte en un baluarte, donde cada integrante se apuntala en el otro. Y eso pasa con los Mirkin.
Sebastián Mirkin tiene 49 años y está casado con Carla, santafesina, hija del conocido escritor y periodista Jorge Conti. Dice que sin ella nada de todo lo que pudo hacer sería posible. “Sin Carla me hubiera vuelto al primer día —asegura—. Su amor, su contención emocional lo han sido todo en mi carrera, porque para investigar, tener creatividad, hace falta estar tranquilo. En porcentajes, Carla puso el 60 por ciento y yo el 40…”
Sebastián cuenta que es hijo de Abraham, un ginecólogo rosarino que vive en la ciudad y está alejado hace años del consultorio y de inmediato confiesa que le encantaría que su hijo siguiera sus pasos. Pero Mauricio, que todavía está en la high school americana, no ha definido su vocación: le gustan la tecnología y las ciencias. Sebastián respetará la elección del hijo, asegura, aunque no disimula el deseo de que sea la tercera generación de ginecólogos de la familia.
Radicado en Boca Ratón, Mirkin trabajó durante 14 años en Pfizer como director médico global de Investigación y Desarrollo en Salud Femenina, y ahora es director médico e investigador clínico en TherapeuticsMD, una biofarmacéutica que busca cubrir todos los aspectos y necesidades de la salud femenina.
—Me dediqué a la medicina asistencial poco tiempo —dice—. Fui jefe de residentes en el hospital de Rosario y después, un 9 de julio, me vine a Estados Unidos para dedicarme a la investigación. Hice mi formación en el Instituto de Georgeanna y Howard Jones, un matrimonio de médicos de la John Hopkins (una célebre universidad de los EE.UU.), pioneros en fertilización asistida, los creadores de la fecundación in vitro (FIV). Porque si bien el nacimiento de la primera beba de probeta fue en Inglaterra (Louise Brown, en 1978) se hizo a partir de un ciclo ovárico natural de su mamá. En cambio, los Jones crearon el método de hiperestimulación ovárica para generar no uno, como ocurre en la naturaleza, sino muchos más ovocitos o huevos, un método que después se transformó en el gold standard de la reproducción asistida porque aumenta las chances de embarazo y abarata enormemente costos.

Dos caras de una moneda
—¿Por qué te interesaron los problemas de fertilidad?
—Porque el mayor desafío para un ginecólogo es poder ofrecer la posibilidad de un embarazo a la mujer que quiere tener un hijo.
—¿Veías que los problemas de infertilidad eran muy frecuentes y la responsable era la mujer, como para orientarte con tanta determinación?
—Los problemas de fertilidad son extremadamente prevalentes, sobre todo por la postergación de la maternidad. Pero existe un concepto que la gente no entiende bien: el 50 por ciento de las dificultades de fertilidad son femeninos y el 50 por ciento masculinos. Pero la fertilidad masculina es más problemática: hay un tabú. Es mucho más fácil que consulte la mujer diciendo que no puede quedar embarazada, cuando muchas veces el problema no es ella sino el varón. Hay dificultades para que el hombre llegue al consultorio.
—¿Y qué aspectos de la fertilidad te interesaron más?
—Yo me dediqué a algo muy específico: los problemas de implantación. Una vez que conseguís el embrión, que puede ser, como decimos los médicos, el embrión más bonito, sin embargo hay que lograr que se implante en el endometrio. Fuimos los primeros que publicamos el genoma del endometrio y las fallas de los genes vinculados con la implantación. Cuando el embrión se expone al endometrio de alguna forma es como cuando un ovni se deposita en la tierra, tiene que haber una serie de mecanismos para que haya receptividad endometrial y esto se hace mediante una transformación morfológica del endometrio comandada por los genes. Identificamos los genes, intentamos manipularlos para mejorar las tasas de implantación, hicimos avances. Pero después de trabajar mucho en ese campo me volqué a mi auténtica pasión, que es la anticoncepción.
—Todo lo contrario…
—Claro, la otra cara de la moneda: cómo prevenir embarazos no deseados. De la misma forma en que uno puede facilitar la implantación también puede impedirla. Mi interés personal son las políticas de anticoncepción. Los médicos deben aconsejar a sus pacientes y el Estado hacer disponible todos los métodos anticonceptivos existentes para todas las mujeres que lo requieran; eliminar las barreras que no permiten acceder a la anticoncepción.
—¿Por qué la anticoncepción centrada en la mujer?
—Porque el hombre culturalmente aún no tiene la responsabilidad de esa tarea. En este momento, por ejemplo, estoy liderando el proyecto de un anticonceptivo hormonal masculino. Para el hombre hay dos opciones: condones o vasectomía, pero en la mayoría de las culturas el varón no acepta la responsabilidad porque es la mujer la que lleva el embarazo los nueve meses. Aún en el 2021, parecería que no estamos preparados para que la anticoncepción esté totalmente a cargo de un hombre. Inducir la anovulación, la no “fabricación” del óvulo, es bastante sencillo porque tenés que combatir un ovocito por mes un día específico del ciclo de la mujer. En cambio, cada eyaculación de un hombre tiene millones de espermatozoides y según la edad puede eyacular todos los días 3 ó 4 veces. Es más difícil impedir la reproducción masculina que la femenina por la fisiología que acabo de explicar. Pero se puede. Estamos evaluando un gel que contiene dos hormonas. Produce azoospermia u oligospermia, es decir, espermatozoides que son ineficaces para fertilización. Es muy efectivo pero hay dudas en cuanto a la potencial utilización de un método exclusivamente masculino. Esto requiere muchísima educación. Lo mismo ocurrió en 1960 cuando apareció la primera píldora anticonceptiva. No será de la noche a la mañana que en una pareja el hombre tome las riendas de la anticoncepción.
—Los anticonceptivos femeninos con hormonas han sido muchas veces cuestionados, porque aumentan las posibilidades de coágulos y de cáncer. ¿Se trabaja en otras opciones?
—Primero: esos efectos adversos son rarezas, son muy infrecuentes. Cuando la gente se informa hay tendencia a exagerar esos riesgos, que son las barreras de conocimiento que atentan contra la difusión y el uso de métodos anticonceptivos. Es cierto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no recomienda anticonceptivos orales a mujeres mayores de 35 años que fumen, pero también es cierto que la OMS recomienda que toda mujer que no quiere quedar embarazada debe recibir un método anticonceptivo. Hay métodos sin hormonas, hay métodos de muchos tipos. Lo más peligroso es que una mujer se embarace cuando no lo desea. Lo más importante es superar la barrera de la mala información, de la información confusa, que muchas veces depende de los médicos, cuando no somos claros. Si una mujer busca anticonceptivos la idea es que se encuentre uno para ella. Hay anticonceptivos baratos, que no tienen contraindicaciones y que duran 20 años, como el DIU de cobre no medicado. Pero en Argentina está lleno de mitos y de mala interpretaciones, como que por ejemplo que induce a abortos, esterilidad o perforaciones. Todo eso no existe.
—En la Argentina existe cobertura estatal de distintos tipos de anticonceptivos pero muchas mujeres prefieren comprarlos en la farmacia…
—Es que también opera ese mito, que lo que da el hospital es más barato y tiene menor eficacia. Ahí falla el médico. Hacer anticoncepción no es dar un paquete de pastillas sino tomarte el tiempo necesario para que la mujer reciba el método adecuado en el momento adecuado con las indicaciones adecuadas. Algunas veces se escucha también la frase “uno le da a las mujeres un método gratis y se embarazan”. Ese es otro error de los médicos: anticoncepción no es dar una pastilla. Anticoncepción es dar consejería y después el anticonceptivo adecuado. Esta es el área por la que yo siento pasión. Porque los anticonceptivos existen, pero el 50 por ciento de los embarazos son embarazos no deseados. Esto es lo que hay que eliminar. Y yo me dedico a intentar aliviar las barreras en el uso de anticonceptivos. Con el apoyo de varias entidades y obviamente sin fines de lucro.
—¿El Covid-19 alteró el uso de anticonceptivos?
—Sí. Hay falsa información sobre que las mujeres deben abandonar la anticoncepción por el covid. Eso no es cierto pero sí es cierto que si una mujer se embaraza el covid es muy peligroso porque aumenta la morbimortalidad materna. Está muy bien vacunar a las embarazadas. No hay ninguna interacción entre el anticonceptivo y vacunarte.

Rosario, siempre Rosario
—Hablame de Rosario, de “tu” Rosario…
—Rosario para mí fue la mejor ciudad en la que pude haber nacido después de haber conocido muchas otras. Soy el resultado de la educación pública rosarina, argentina. Fui a la escuela pública, a la Mariano Moreno, después a la Escuela Superior de Comercio que es también pública y finalmente a la Universidad Nacional de Rosario, y cada uno de esos lugares fueron lo mejor que me pasó. Entré a la Mariano Moreno cuando tenía cinco años, crecí en la escuela de comercio, donde me enamoré por primera vez y tuve a mi primera novia y a mis amigos de toda la vida. Yo hice la secundaria cuando recién volvía la democracia: éramos los primeros estudiantes en un colegio donde hubo desaparecidos y fuimos los primeros que luchamos por sacarnos el uniforme. Teníamos 13 años y queríamos ir vestidos con nuestra ropa. Era el resurgimiento de la libertad en la Argentina. Fue hermoso. Sigo conectado con todos mis compañeros en un grupo de whatsapp en el que diariamente nos hablamos. Sé más de ellos ahora que cuando vivía en Rosario.
—¿Y qué recordás de la facultad en la UNR?
—Mi facultad llegó a ocupar uno de los mejores lugares en América Latina. Cuando cursé la carrera aun con todas las deficiencias y sin los recursos suficientes fue excelente. Cada profesor, cada materia, cada práctica fueron espectaculares por lo que recibí. El trato, la dedicación. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los profesores trabajan ad honorem. Cuando llegué a Estados Unidos mi nivel era superior al de otros médicos que habían estudiado en Harvard o en Yale. Y yo venía de una universidad pública.
—¿Volvés a menudo?
—En Rosario viven mi papá, mi mamá Matilde y mi hermano Federico. Los extraño horrores y trato de que nos encontremos todo lo más posible. Habitualmente, antes de la pandemia, yo siempre viajé mucho todo el tiempo y lo más frecuente es que ellos vengan de visita muy a menudo. Por suerte acá parece que la etapa más brava del covid se vivió y como el mayor porcentaje de la población ya está vacunada creo que ya lo pasamos. Ahora, en poco tiempo, viene mi mamá.
—¿Sos futbolero?
—Muy. Para mí Rosario Central es la cosa más importante de cada mañana. No empiezo el día si no me fijo en la parte deportiva de La Capital. Me levanto, mate, Rosario Central, no importa dónde esté, puedo estar en India, donde hacemos muchos estudios clínicos, o en China, pero eso no cambia.
—¿Jugaste al fútbol?
—No tuve el don. Sí jugué mucho al básquet: con el intendente Pablo Javkin, fuimos hermanos de la vida y compañeros de basquet. Yo soy alto, mido casi un metro noventa pero era muy alto ya desde chico así que era un aceptable batquesbolista.
—¿Pensás en volver a Rosario?
—Tengo un hijo, volver en forma definitiva lo veo difícil. Yo paso la mayor parte del tiempo en Europa, en Asia, o donde sea. Espero algún día tener más tiempo para tomarme un avión y pasar cuatro o cinco días en Rosario con mis amigos y mis seres queridos.
—De tu relato parece desprenderse que sos un tipo feliz. ¿Es así?
—Totalmente. Feliz y agradecido. Tuve la suerte en la vida de cruzarme con gente que siempre fue bondadosa conmigo y que me ayudó. Mis maestros, mis profesores, mis mentores. Me costaría encontrar a alguien que haya sido injusto o malo conmigo en la vida. Por eso siempre trato de devolver todo lo que recibí, de alguna manera. Lo que hago en anticoncepción, o la orientación que le doy a chicos que estudian medicina y que después me convocan a su graduación. Sentir que tuviste un impacto positivo en la vida de alguien es una sensación muy linda. Yo no me canso de agradecer.
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Periodista especializada en temas de ciencia y salud. En Twitter: @gabinavarra.
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