La fertilización es uno de los puntos centrales para la conservación del suelo como bien estratégico. Los cultivos de alto rendimiento y la búsqueda de productividad demandan una mayor cantidad de nutrientes, y nuestros suelos pampeanos sufren el agotamiento tras una larga historia agrícola. Los procesos de erosión y la remoción de nutrientes sin reposición implican un empobrecimiento en los contenidos de materia orgánica, y sus consecuencias son más cercanas a la vida cotidiana de lo que podemos imaginar.
Si bien en 2020 el consumo de fertilizantes alcanzó un récord, los niveles aún están por debajo de lo necesario, con un deterioro de los ecosistemas que acarrean eventuales daños irreversibles. De acuerdo a la asociación civil Fertilizar, el consumo de fertilizantes durante el año pasado llegó a cinco millones de toneladas, un incremento superior al 7 por ciento interanual. Las relaciones de aplicación/extracción en grano de nitrógeno, fósforo, potasio y azufre, mejoraron durante los últimos años, pero los balances de nutrientes siguen siendo negativos, lo que supone una pérdida de fertilidad interanual con repercusiones sobre rendimientos, sustentabilidad de los sistemas productivos y conservación patrimonial.
Desde el INTA señalaron que solo el 30 por ciento de los nutrientes que se extraen de los suelos cultivados se reponen mediante el uso de fertilizantes. Para ganar en sustentabilidad son necesarios esquemas de rotaciones de cultivos que generen un balance positivo de la materia orgánica del suelo y estrategias de manejo que maximicen la eficiencia del uso de fertilizantes. El avance en la utilización de tecnologías para un monitoreo más intensivo de los cultivos permitirá detectar alertas tempranas. Se necesita duplicar el consumo de fertilizantes para asegurar en el mediano plazo la productividad de los sectores agrícolas.
Existen proyectos legislativos para incentivar la reposición de nutrientes y la conservación de los suelos, pero es poca la atención que reciben. El proyecto para deducir los fertilizantes del impuesto a las Ganancias y generar estímulos sostenidos en los planes de siembra, perdió estado parlamentario. En un país que es importador neto de fertilizantes, no existen acuerdos comerciales ni regímenes de promoción que estimulen la producción nacional.
En un país que es importador neto de fertilizantes, no existen acuerdos comerciales ni regímenes de promoción que estimulen la producción nacional
Fertilización y restricción externa
La producción nacional de fertilizantes se remonta a la década del 60 en el contexto de la tecnificación del agro que permitió un primer gran salto cualitativo. El siguiente punto de quiebre fue la década del 90, con nuevas tecnologías y métodos de producción que exigieron una mayor tasa de fertilización. El gran crecimiento de la primera parte del nuevo siglo llegó al estancamiento durante la última década. El 54 por ciento de los productos consumidos en el país son nitrogenados y el 36 por ciento son fosforados. Según un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario, en el año 2000 se consumían 1,75 millones de toneladas. Actualmente, se llega a los 5,3 millones. En 2019 y 2020, la importación superó los 3 millones de toneladas, implicando alrededor de 1.100 millones de dólares.
Profertil, Bunge y Mosaic representan la mayor porción del volumen de producción nacional de fertilizantes. Sin embargo, hay otros fertilizantes producidos a una escala menor, como el yeso agrícola con sus mezclas, que se encuentra atomizado en varias empresas a nivel nacional. En el mercado nacional predominan los fertilizantes nitrogenados, que incluyen todos los tipos de urea y el nitrato de amonio calcáreo como los más consumidos. Entre los fertilizantes fosforados más aplicados aparecen el fosfato monoamónico y el fosfato diamónico, más conocidos como MAP y DAP. El sulfato de amonio es el fertilizante azufrado más consumido. Y entre los fertilizantes potásicos más usados se encuentran el cloruro y el nitrato de potasio.
Si bien hay más de 14 nutrientes esenciales que los fertilizantes proveen a los suelos, los principales son el nitrógeno (N), el fósforo (P) y el potasio (K). Las restricciones a la importación golpean al mercado de los agroinsumos. Ante las advertencias sobre posibles faltantes, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación destacó que, al mes de setiembre, Argentina tiene 2,87 millones de toneladas de los seis principales fertilizantes (urea, UAN, DAP, MAP, superfosfato y roca fosfórica), lo que representa un nivel 13 por ciento superior al del año pasado para la misma fecha, 19 por ciento mayor que en 2019, 52 por ciento más que en 2018, 101 por ciento más que en 2017 y 74 por ciento más que en 2016.
La bajante del Paraná generó un incremento en los costos logísticos unitarios que repercute en los precios internos. Según datos de la Guía Estratégica para el Agro (GEA), los márgenes netos de setiembre muestran el impacto del aumento de los insumos sobre la soja con reducciones del 16 por ciento para cultivos de primera y 8 por ciento para la de segunda, acentuado para campos alquilados que representan entre el 60 y el 70 por ciento del área cultivada en la zona núcleo. La suba de costos se traduce en empeoramiento de las prácticas y menor devolución de nutrientes en un contexto de escasez de dólares y dificultades de aprovisionamiento.
La suba de costos se traduce en empeoramiento de las prácticas y menor devolución de nutrientes en un contexto de escasez de dólares y dificultades de aprovisionamiento
Los principales proveedores de estos fertilizantes en 2020 fueron los Estados Unidos, Marruecos, Egipto, China, Rusia y Argelia. El tire y afloje pone en tensión los stocks y la falta de precios de reposición suma incertidumbre a un escenario inestable. La gran paradoja es que la restricción externa proyecta sus efectos sobre la actividad económica más dinámica de la Argentina, que es la principal generadora de esos dólares necesarios.
¿Una chacra mixta en el siglo XXI?
Hablar de agrovalor refiere a un conjunto de saberes acumulados en técnicas y procesos que producen un bien o un servicio con variados beneficios que impactan de manera significativa en las cadenas productivas y en las comunidades donde éstas se encuentran insertas. Tiene una doble dimensión: por un lado, el plano vinculado a la producción real, y por el otro, el financiero, donde la generación de valor se realiza en la circulación del capital que facilita la complementación de las diferentes instancias productivas.
Una diferencia importante es la que se establece entre las inversiones financieras y las operaciones netamente especulativas. Se trata de dos formas de implementar mecanismos semejantes con impactos disímiles. El crack financiero que se llevó puesto a los correacopios como antecedente del derrumbe de Vicentin expresa esos usos alternativos. El concepto de agregado de valor en origen abarca la transformación de la materia prima en productos agroalimentarios y agroindustriales en un radio de 100 kilómetros del lugar donde se originan, y considera tanto los indicadores productivos como el grado de desarrollo socioeconómico de las comunidades.
Experiencias de economía circular que llevan a cabo el aprovechamiento de las deyecciones y residuos para generar bioenergía y abono para la producción, integrando la producción agroindustrial a la provisión energética de las localidades, son anticipos de un camino posible que interrelaciona la inversión pública y la iniciativa privada con una lógica de regionalización y creación de valor en origen. Latinoamérica se dirige a ser la región del mundo con el mayor crecimiento del uso de fertilizantes. Con un horizonte de aumento productivo y comercial, el de los suelos debería ser un eje básico para la seguridad alimentaria y el cambio climático.
Se trata de acciones que pivotean sobre la diversificación productiva, el desarrollo territorial y la generación de empleo privado. Durante las dos décadas pasadas, la alta rentabilidad de la soja funcionó como un refugio de rendimiento ante políticas públicas frágiles que intensificaron el giro rentístico. En el escenario actual, la posibilidad de modificar el sistema agrícola hacia uno mixto con ganadería, generación de alimentos, bioenergía, bioinsumos y biomateriales, en el marco del agregado de valor en origen, define un nuevo perfil de lo que puede pensarse como la chacra mixta del siglo XXI: la integración escalada entre las industrias a cielo abierto y tranquera adentro, las regiones demográficas y una estrategia productiva nacional.
Autor
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Hace periodismo desde los 16 años. Fue redactor del periódico agrario SURsuelo y trabajó en diversos medios regionales y nacionales. En Instagram: @lpaulinovich.
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