Hacia fines de 1991, unos treinta años atrás, en Rosario se ordenaron 12 curas egresados del Seminario Arquidiocesano San Carlos Borromeo, que funciona en Capitán Bermúdez. En 2002, los curas que recibieron su ordenación fueron 6 y en 2021, sólo uno. Los datos del desapego a la misión sacerdotal, según transcurrieron tres décadas, expresan que Rosario no es ajena al proceso mundial que afecta los cimientos de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Esa crisis, aquí como en otros lugares, ha motivado un debate en el seno de la arquidiócesis local promovido por el propio arzobispo, monseñor Eduardo Eliseo Martín: qué sucede, por qué, cuál es la manera de revertir la tendencia o cómo hacer para que el anuncio del Evangelio ilumine el camino son algunos de los tópicos de tales conversaciones en procura de renovar la pasión por la vocación religiosa.
Estos intercambios de opiniones entre el obispo y los sacerdotes de distintos decanatos de su arquidiócesis* se dan en un contexto complejo, en medio de la caída: actualmente, en el San Carlos Borromeo hay sólo doce seminaristas en el seminario menor, que vendría a ser el nivel secundario escolar (había 33 en 1990); éstos, en caso de no desertar, pasan luego directamente al seminario mayor (quienes provengan de otros establecimientos escolares deben hacer un curso introductorio), donde cursan tres años de Filosofía y cuatro de Teología, para estar finalmente en situación de ordenarse.
En este 2022, en todas las instancias del San Carlos Borromeo (seminarios menor y mayor) hay 24 seminaristas: 12 son de Rosario, 9 de Venado Tuerto y 3 de San Nicolás.
El Seminario de Capitán Bermúdez es el único que está activo en la zona de Rosario. Allí se forman curas diocesanos —dependen del obispo y se desempeñan únicamente dentro de su arquidiócesis; están incardinados a la diócesis*, en el argot de la Iglesia Católica—. En tanto, ya no aportan sacerdotes a Rosario, por haber cerrado sus puertas, el seminario de los salesianos que funcionaba en Funes (aunque los sacerdotes que se ordenaban allí, a diferencia de los diocesanos, podían ser destinados por su congregación a cualquier destino del mundo) y el de la Cruzada del Espíritu Santo (del popular Padre Ignacio).
De momento, atrás parece haber quedado un tiempo de gloria para la comunidad católica rosarina, cuando en el San Carlos Borromeo, por ejemplo, las ropas de los seminaristas, de tantos que eran, llevaban números identificatorios. “Cuarenta años atrás —dice a Suma Política un seminarista de aquel tiempo— nuestras ropas tenían un número; en total éramos entre 350 y 400; venían al seminario jóvenes de San Juan, Villa María, La Pampa, Cruz del Eje, Corrientes…”.
Era también en aquellos años cuando las ceremonias de ordenación se realizaban, acorde a la cantidad de nuevos curas, en el Estadio Cubierto de Newell ‘s Old Boys. Ahora suceden en la Iglesia Santísimo Sacramento, de Oroño y Saavedra.
Casi una apostilla que acompaña al cuadro de situación es la crisis económica, a nivel nacional, de la prepaga “San Pedro” (la empresa de servicios sociales a la cual aportan los sacerdotes argentinos): en el año 2000 nucleaba a dos mil curas; hacia fines de 2021, con sólo setecientos cincuenta, está al borde de no ser sustentable.
Enzo Frati tiene 45 años, hace veinte que es cura diocesano y desde 2016 es párroco de la iglesia de Santa Teresa de Jesús, de la localidad homónima, 48 kilómetros al sur de Rosario. Hincha de Rosario Central, licenciado en Filosofía y profesor de Ciencia Sagrada y Filosofía, da clases de Teología Dogmática en la Universidad Católica de Santa Fe. Este sacerdote dialogó con Suma Política en la sede rosarina de dicha universidad un día después de una reunión de su decanato de la cual participó el arzobispo, monseñor Martín, donde se analizó la crisis de las vocaciones religiosas.
El diálogo con el padre Enzo Frati está surcado por sus reflexiones y particulares puntos de vista, que abrevan en sus inquietudes filosóficas e hitos históricos. Este sacerdote pide cambios profundos de estructuras y modalidades dentro de la Iglesia Católica y, desde luego, tiene fe en que eso ocurra; se dispone al diálogo, no esquiva respuestas y, entre otras cosas, habla de revisar la cuestión del celibato, instituido por los sucesivos concilios de Letrán (en los años 1123 y en 1139, es decir: hace casi mil años).
—¿Hay una crisis de fe, padre Enzo?
—Hay una crisis de fe que es mundial, es social; ese es un dato empírico, fenomenológico, que arranca allá por la Modernidad con la crítica que hacen los grandes pensadores a la fe y a Dios. Llegamos a un (Friedrich) Nietzsche (1844-1900), que dice que Dios ha muerto; a un Sigmund Freud (1856-1939), que dice que Dios es una proyección del sentimiento de culpa por haber deseado matar al padre; a un Ludwig Feuerbach (1804-1872), que dice que Dios se hace con los despojos del hombre y en su libro La esencia del Cristianismo sostiene que Dios es una proyección de nuestras miserias, es decir: “nosotros somos frágiles y Dios es súper poderoso, no entendemos, la fe es una ilusión y es esa proyección”; y podría citar a (Karl) Marx (1818-1883): “la religión es el opio de los pueblos”. Toda esa crisis devino en un crecimiento del ateísmo y un descrédito de las religiones. Después están todos los genocidios del siglo XX, las guerras mundiales, que llevaron a plantearse “dónde está Dios”. Se sostuvo que después de Auschwitz ya no se podía hacer más filosofía ni teología. Todo esto excede al catolicismo… Ahora bien, después vienen los grandes escándalos de la Iglesia, los abusos, el estilo de vida de la jerarquía, sobre todo Papas, obispos, curas, que llevaron a una desconfianza y a un descrédito.
“Un dios a la carta”
—Es una caída libre, parece inevitable…
—No. Así como está este alejamiento, hay una especie de búsqueda. Un jesuita español, sociólogo, José María Rodríguez Olaizola, escribió un libro que se llama En Tierra de Todos, donde analiza esto. Primero había escrito otro, En Tierra de Nadie: en éste decía que hay un triángulo en uno de cuyos vértices están los fundamentalistas y fanáticos de la fe, los abanderados de la moral, sobre todo sexual; en otro vértice los activistas, que piensan que todo pasa por lo social y entonces hay que ir a los comedores populares, a la villa y el anuncio del Evangelio queda de lado porque lo que importa es la promoción social; y en el tercer vértice, según Rodríguez Olaizola, estarían los anti Iglesia. Entonces plantea que dentro de ese triángulo hay un grupo muy grande que no se siente identificado con ninguno de esos tres vértices.
“Hay una crisis de fe que es mundial, es social; ese es un dato empírico, fenomenológico, que arranca allá por la Modernidad con la crítica que hacen los grandes pensadores a la fe y a Dios”
—¿Vos te sentís alcanzado por esa reflexión?
—A los que estamos dentro de ese triángulo nos molestan algunas cosas de la Iglesia, porque si la fe no transforma lo social no tiene sentido, pero a la vez esto no es lo único; a la vez hay una doctrina, pero no la defendemos a ultranza. Rodríguez Olaizola escribió aquel libro cuando recién se había ordenado. Después escribió un segundo, En Tierra de Todos, y dice: pasaron quince años, el mapa cambió totalmente, y arma un nuevo triángulo, nuevos vértices: por un lado el sentimentalismo moderno, donde todo pasa por el placer y el sentimiento: si algo me genera esfuerzo no voy, sólo voy a misa si lo siento, rezo si lo siento, o sea la fe se vuelve una cuestión sentimental; por otro lado, hay una crisis de la educación religiosa: hace treinta años los pibes iban a catequesis o a un colegio religioso, hoy en día no, ya hay muchísimos que ni se bautizan; y finalmente el consumismo y el materialismo, y a esto quería llegar: la fe también se volvió una cuestión de consumo y hoy hay una oferta desde distintas religiones, un dios desdibujado, un dios a la carta: sectas, reiki, coaching ontológico… Este jesuita reflexiona: hay un dios desdibujado, un mundo sin iglesia y una fe líquida, tomando el término de Zygmunt Bauman (1925-2017, filósofo polaco).
—Sería raro que vos no tengas fe, pero ¿cuál es la perspectiva de cambio?
—Si lo querés analizar humanamente y desde la estadística, la realidad te dice que esto va “al muere”, a la explosión. Hubo un sacerdote y teólogo suizo, Hans Küng (1928-2021), excomulgado por sus planteos e ideas, que en su libro La Iglesia, enferma terminal, desarrolla toda su tesis según la cual, como está todo hoy en día, la Iglesia va “al muere”. Después tenés la palabra de Jesús en el Evangelio: “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”. Y aquí recuerdo una discusión que se daba en el seminario: Jesús dice que va a subsistir, pero eso no quiere decir que con esta Iglesia, tal como la tenemos ahora…
—¿Entonces?
—Bueno, algunos hasta hablan de una explosión, de una caída de todo y de “un volver a empezar”, como fue hace dos mil años la revolución de Jesús…
—Vos y tu gente, ¿cómo la ven?
—En la parroquia donde estoy yo la gente acompaña y va mucha, muchísima. Por supuesto que hay períodos y eso va fluctuando.
—Sos optimista, pero ¿pensás que tiene que haber un cambio dentro de la Iglesia?
—Tiene que haber un cambio, sin dudas. El Papa Francisco lo ha dicho; en algunos casos lo ha intentado y en otros creo que se ha quedado a mitad de camino… Él habla del lenguaje cristiano de la conversión. La conversión no es un cambio de vida, sino un cambio de mentalidad, una conversión de las estructuras y demás.
—¿Y esto se charla entre ustedes, aquí y ahora, en Rosario?
—Sí, ayer mismo el obispo nos planteaba esto: ¿qué hacemos para fomentar las vocaciones? ¿qué hacemos con el Seminario? Yo le decía que el Seminario, así como está, no puede seguir… Le comentaba: yo hice el Seminario y fue una experiencia hermosa, pero hoy a un nene de doce años, si yo fuera papá, no lo mando al Seminario, porque no creo que esté preparado. Dejemos aquí de lado los escándalos de la Iglesia y los abusos: no, no es por ese miedo que no lo mandaría. Es porque un nene de doce años hoy no es el mismo que uno de hace treinta años, ni hablar de cincuenta años atrás; entonces tiene que cambiar el planteo.
—Dame algunos ejemplos de ese cambio de planteo…
—Claro, nosotros entrábamos al Seminario y salíamos una vez al mes a nuestras casas, ése era el régimen. Los curas más viejos salían una semana al año. Recuerdo al padre Tomás Santidrián (1929-2013, cura rosarino, fundador de los Hogares de Protección al Menor, Hoprome) cuando contaba con tristeza que no tenía recuerdos de su mamá; él y los de su tiempo salían después de Navidad, el 26 de diciembre, y el 31 tenían que estar adentro otra vez porque Año Nuevo era fiesta pagana, según decía el cardenal; entonces eran sólo cinco días al año los que pasaba con su madre, y estaba en el Seminario desde quinto grado, a sus diez años; su mamá murió estando él dentro del Seminario. Bueno, las cosas han cambiado, todo eso debe cambiar… Le decía eso al obispo, por ejemplo: que de lunes a viernes los chicos estén en la casa y que tengan una vida común, en una escuela, y que la formación sea los fines de semana; o que estén de lunes a viernes en un internado y el fin de semana en la casa, que la escuela sea abierta.
“Recuerdo al padre Santidrián cuando contaba que no tenía recuerdos de su mamá; él y los de su tiempo salían después de Navidad y el 31 tenían que estar de vuelta porque Año Nuevo era fiesta pagana”
—¿Cuántas cosas más se te ocurre que deberían modificarse?
—No sólo ciertas cosas de la jerarquía y de los curas que tienen un estilo de vida más temporal y aferrado al dinero, frente a un hombre común que labura y llega con lo justo a fin de mes. Esa vida de comodidad genera desconfianza y a eso hay que sumar lo de los escándalos y los abusos… Pero otra cosa que cuesta con el tema de las vocaciones, en este mundo en que vivimos, es el del celibato. Va más allá de lo sexual en sí, porque la renuncia a un hogar, a una familia, a un hijo, hoy en día influye mucho.
“Padre Francisco, sea usted capaz”
—¿Ves posible que pueda revisarse eso?
—Se puede revisar, claro que sí. A ver: el celibato es una cuestión disciplinar, no es teológica o de fe, no es un mandato divino. El celibato surge en un momento por una cuestión disciplinar, económica y demás. Surgió por esas razones y después se le fueron buscando las motivaciones espirituales, pero en su momento aparece como una cuestión meramente económica. Y claro que se puede revisar. La Iglesia Católica se divide en la Iglesia latina y la oriental, y esta última no tiene el celibato, pueden ser casados los sacerdotes y luego ser curas. En el Sino de la Amazonía el Papa Francisco planteó la posibilidad de que hombres casados de buena reputación en la comunidad pudiesen hacer las veces de sacerdotes: se lo recontra bocharon, fue el punto que más criticaron y el Sínodo de la Amazonía salió sin ese punto… Creo que el Papa ha intentado plantear algunas cosas; en esto hay un montón de política, de resistencia, de intereses de una institución, pero en algún momento esto va a tener que cambiar.
—Decías que el celibato surge como una cuestión económica también, ¿lo podés explicar?
—Ya en la antigüedad, aún en el pueblo judío, esto está en el Antiguo Testamento, existía el derecho al mayorazgo: el hijo mayor heredaba todo, la mujer “no existía” y la razón de esto era económica y de poder: si tenés mil hectáreas de campo en el pueblo, sos una familia importante; si te morís y tuviste cinco hijos, eso se divide y así el poder se va diluyendo con el tiempo… en cien años la familia pasa a ser del montón. Entonces el hijo mayor heredaba todo, al segundo lo metían en la carrera militar y se aseguraban un sueldo, sostenimiento y los botines de guerra, y al tercero lo metían en la carrera religiosa. Eso continuó así en los siglos VI o VII de nuestra Era. Entonces, ¿qué pasaba?, no iban por vocación y si la persona era de plata hasta le compraban un puesto en alguna iglesia… Se fue corrompiendo todo. En un momento se instituye el celibato y más tarde los seminarios, con lo cual aquel que quería ser sacerdote tenía que manifestar vocación, estudiar, formarse, y llevar una vida célibe, ya no tener familia. Sucedía que cuando tenían familia aparecían conflictos de herencia, muchos acomodaban a los hijos en cargos o puestos. Esta fue la motivación original del celibato. A la Iglesia de entonces le interesaba evitar conflictos económicos en torno a las herencias, no le interesaba distribuir riqueza entre los hijos de un sacerdote. En esto siempre hay muchas discusiones, no basta solamente que un Papa diga “sacamos el celibato” o “no es más obligatorio”, hay que revisar un montón de cosas. Si sacás el celibato y el sacerdote se casa, ¿de dónde sacás el sustento para mantener a la familia?
—Nada que ver el celibato con la fe…
—No es una cuestión de fe, no. Es una cuestión disciplinar. Recordemos que antes de que se instituyera se había ido corrompiendo todo. Ni qué hablar de cuando se ponían carpas y prostíbulos alrededor de los que es hoy el Vaticano en época de un Concilio, para satisfacer las necesidades sexuales del clero y de la jerarquía. Contra eso reacciona (Martín) Lutero (1483-1546). El celibato viene con los Concilios de Letrán y luego ya queda definitivamente instituido con el Concilio de Trento en el siglo XVI. Es decir, fue una cuestión histórica, política, económica, y después se le comenzaron a buscar las motivaciones espirituales…
—¿Los fundamentos son posteriores?
—Sí. Se buscó una motivación cristológica: Jesús no se casó y entonces como el sacerdote es otro Cristo, tampoco se casa; una motivación eclesiológica: la disponibilidad de que uno no debe tener el corazón dividido y debe estar las veinticuatro horas por lo pastoral; y finalmente la escatológica (escaton significa en griego el fin de los tiempos): como en la otra vida en el Cielo no vamos a estar casados, sino que vamos a estar contemplando a Dios, que alguien opte por el celibato en esta vida terrenal da una muestra de fe en que la otra vida existe, entonces no se aferra a esta familia ahora, es un testimonio…
—¿Cuál es tu punto de vista al respecto?
—Tendría que ser optativo: el que siente un llamado vocacional y quiere optar por el celibato, que lo haga, y el que siente tener una familia, que lo pueda hacer. Es una de las grandes trabas hoy en día. Los chicos hoy te lo plantean: me gustaría ser cura, pero también tener una pareja, una familia.
“…el celibato es una cuestión disciplinar, no es teológica o de fe, no es un mandato divino, surge por una cuestión disciplinar y económica (…) después se le fueron buscando las motivaciones espirituales”
Bajo el Cielo de Arroyito
Joven y maduro a la vez, a sus 45 años el padre Enzo Frati habla con entusiasmo sobre cómo revertir el problema en que está sumida su Iglesia, así como las vocaciones; lo alienta esa adversidad.
Ahora hay un segundo diálogo del padre Enzo con Suma Política, en el cual aclara algunos conceptos vertidos en el encuentro anterior y aprovecha para contar de su primer destino como vicario en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, en el barrio rosarino de Empalme Graneros (allí, dice, durante cinco años atendió la capilla Santiago Apóstol en la villa y el Barrio Toba, donde también supo evangelizar la hermana Jordán); de su experiencia en la parroquia Sagrado Corazón, en el barrio de Alberdi; de su nombramiento como párroco en Montes de Oca y Bouquet, donde difundió el Evangelio durante nueve años, para recalar finalmente en Santa Teresa de Jesús.
En un mundo en guerra, con un pago chico sacudido por la miseria, las desigualdades y la banalización de la violencia, el padre Enzo sugiere con su linterna posibles haces de luz para que la fe se abra camino. Habla con franqueza: ha dicho que hay una crisis que es histórica, más allá de los escándalos y abusos en el seno de la Iglesia salidos a la luz en las últimas décadas; que el celibato debe ser optativo; que la dinámica de los seminarios debe modificarse; que el Papa Francisco ha sugerido algunos cambios interesantes, pero que no ha ido tan a fondo.
Acaso el temple de este sacerdote frente al panorama difícil se sostenga por aquella promesa de Jesús (“estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”), pero él mismo, una y otra vez, confronta ese anuncio con su réplica personal: “Jesús dice que va a subsistir, pero eso no quiere decir que con esta Iglesia, tal como la tenemos ahora”.
Las reflexiones del padre Enzo, profusas y medulosas, sólo son interrumpidas por uno y otro mate que él ceba. El termo con que vierte el agua tiene estampada una calcomanía con el escudito de Rosario Central, al que él toca tanto como a su cruz de madera (“no sólo soy hincha de Central, soy socio desde siempre”, aclara); entonces el padre Enzo mira otra vez el escudo de Central y se pierde en otros recuerdos, no ya los de un tiempo de jubileo junto a la feligresía, sino los que corresponden a otro fulgor: empieza a hablar de viejas glorias de Arroyito, repasa con nostalgia los torneos conseguidos en el 87 y en el 95 y contrapone esos momentos rutilantes de la Academia con su presente aciago. Se fue de tema, pienso. O no: conviven en su corazón sus dos pasiones en crisis (ambas tan terrenales como celestiales, pese a que su razón lo desmienta). Pienso en decirle que ahí en Central, tanto como en la Iglesia Católica, también algo tiene que cambiar. Pero ese es otro asunto.
(*) Glosario
—Arquidiócesis: provincia eclesiástica integrada por varias diócesis, presidida por el arzobispo de la sede metropolitana.
—Diócesis: territorio en que tiene jurisdicción un obispo.
—Decanato: conjunto de parroquias vecinas entre sí en que se divide una diócesis, para organizar su acción pastoral con criterios comunes.
—Incardinar: vincular de manera permanente a un eclesiástico a una diócesis determinada.
Autor
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Músico, periodista y gestor cultural. Licenciado en Comunicación Social por la UNR. Fue editor de las revistas de periodismo cultural Lucera y Vasto Mundo.
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