Tanto dentro como fuera del Palacio se pone en marcha otra semana que podría ser determinante para el gobierno nacional. La oposición tratará el miércoles de quebrar el veto presidencial a la reforma de la fórmula previsional con una mayoría súper agravada (dos tercios de los presentes) en Diputados, mientras que en el Senado se juegan este jueves el Fondo de Incentivo Docente, la eventual caída definitiva del DNU que otorgó 100 mil millones a la nueva SIDE de Milei, y una reforma en el sistema electoral nacional, en este caso con el impulso de la Casa Rosada, para introducir alguna forma de boleta única electoral (al modo de Santa Fe y Córdoba, entre otras) y descartar las históricas boletas sábanas distribuidas por los partidos políticos que se usan desde hace décadas en la Argentina.
El presidente juega del modo que hasta ahora le dio resultado, a fondo, y sin ocultar su estética de la crueldad sobre los desangelados de siempre, hoy más hundidos que nunca en una realidad cotidiana asfixiante. Durante estos meses distintas hipótesis teóricas buscan explicar lo que aparece como inexplicable: ¿por qué, a pesar de la inédita brutalidad del ajuste económico, no emergen formas de resistencia más o menos consistentes de la enorme mayoría de perjudicados ciudadanos argentinos?
En ese punto se basa la apuesta del gobierno para continuar con un ajuste que, en tanto no se le ofrezca resistencia, será infinito. El capital, en su configuración actual, y también afectado en parte por la crisis, no dejará de empujar los ingresos asalariados formales e informales a la baja, hasta que no haya un vector de fuerza contraria que lo frene. Nadie deja de maximizar sus ganancias si no es que el Estado o las fuerzas del trabajo se lo impiden.
Entre los distintos intentos de explicación al momento económico y social que vive la Argentina, se menciona, desde el peronismo, al filósofo francés Étienne de La Boétie (Siglo XVI) y su discurso sobre la servidumbre voluntaria, un texto que invita a reflexionar sobre la naturaleza de la obediencia y la sumisión. En este ensayo, La Boétie plantea una pregunta fundamental: ¿por qué tantos aceptan voluntariamente someterse a un poder opresivo? Su tesis central es audaz: toda servidumbre es voluntaria y procede exclusivamente del consentimiento de aquellos sobre quienes se ejerce el poder.
Con todo, la debilidad legislativa del gobierno parece incrementarse, aunque por ahora sin derrotas definitivas que sin embargo podrían producirse en los próximos días. En la calle, para esta semana se anuncia una decisión más activa por movilizarse de los distintos actores sindicales y de las organizaciones sociales. Las fuerzas policiales, que arrasaron con algunos centenares de jubilados indefensos en las semanas anteriores, la tendrán más difícil. ¿Se trata del miedo lo que viene organizando la sorprendente “servidumbre voluntaria” de los argentinos?, ¿o la decepción con los gobiernos anteriores (Macri y Alberto Fernández), y el progresivo empantanamiento y un seguro fracaso a mediano o largo plazo del gobierno actual, han dejado sin fuerza y sin rumbo político a la clásica protesta callejera, una marca de origen de la democracia argentina?
En una situación sin precedentes, el gobierno nacional reunió a algunos legisladores en las últimas horas (por segunda vez en 10 días) convocados por Karina Milei, hermana del presidente, ante la salida transitoria del gobierno de Guillermo Francos (sufrió una descompensación). Y trascendió que fue a propósito de una de las tantas peleas internas de gobierno que cada día se hunde más por la falta de gestión y de perspectiva razonable de perdurabilidad, al menos sin que más temprano o más tarde se desate el conflicto social cuya dimensión es imposible de prever hoy.
Algo que no sucedió nunca se naturaliza: el gobierno hace reuniones en la Casa Rosada con legisladores con un objetivo de máxima: conseguir un tercio de los votos en Diputados para sostener el veto presidencial. Hasta acá, cuando los oficialismos intervinieron activamente por los votos en el Congreso fue para ganar una votación, nunca para perderla por una cifra inferior al 66 por ciento.
Tal vez ese nivel de descalabro impulsó a la ex presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, a salir a golpear fuerte en modo “hater” contra el programa económico de Javier Milei, y directamente contra su persona. Milei reaccionó, y hubo idas y vueltas.
Para Cristina, que sigue muy encima de cualquier otro dirigente del peronismo, llegó el momento de salir a pelear, aunque una parte del barro manche la ropa. Se verá si empieza a asomar en el clima callejero de los próximos días, o no, así como dentro del Palacio, un nuevo momento donde la llegada de la primavera empiece a descongelar la “servidumbre voluntaria” que describió con tanta precisión el filósofo francés La Boétie hace unos 500 años.