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Política

[conversaciones] “Repartir los dineros públicos no saca a nadie de la pobreza”

Graciela Fernández Meijide revisa la historia. No porque desconfíe de los hechos inalterables, sino porque intuye que, unos tras otros, los reiterados relatos uniformes que la describen e interpretan pueden ser una mascarada que oculta sentidos, desmerece acciones, construye mitologías. La ensayista e historiadora Beatriz Sarlo, en el prólogo a uno de los libros de Fernández Meijide que vuelve su mirada sobre los años los 70 (Eran humanos, no héroes, de 2013), arriesgaba sobre el propósito de la obra y su escritora: había llegado la hora de revisar algunas certezas en la cultura de la memoria, incuestionables hasta entonces. Así, para Fernández Meijide lo contrario a la verdad no era (no es) únicamente la mentira, sino también, a veces, las certezas.

Una tragedia —el secuestro y posterior desaparición de su hijo Pablo en 1977— la involucró, indirectamente, en la vida pública. Con heridas y tristezas a cuestas se acercó a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) para pedir por su hijo y por justicia, y terminó siendo parte constitutiva de la institución. Con la llegada de la democracia formó parte de la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep) y una vez concluido su trabajo allí regresó a la militancia en la APDH. Idas y vueltas, avances y retrocesos, éxitos y fracasos, signaron desde entonces su camino, como el de tantos militantes por los derechos humanos en la Argentina de aquellos años. Sería otro hecho dramático y decepcionante, la sanción de la Ley de Obediencia Debida, la que la llevaría a involucrarse de lleno en la política argentina.

Graciela Fernández Meijide (Avellaneda, 1931) lideró entonces desde los tempranos 90, junto a Chacho Álvarez, la construcción del Frente Grande, que conformaría luego el Frente País Solidario (Frepaso) con el Partido País, de José Octavio Bordón. Por el Frepaso fue diputada nacional por la Capital Federal, senadora nacional por la provincia de Buenos Aires (le ganó unos históricos comicios a Hilda Chiche Duhalde) y convencional constituyente en 1994. Constituida la Alianza entre el Frepaso y la Unión Cívica Radical, perdió la interna por la candidatura presidencial de la coalición frente a Fernando De la Rúa. También caería derrotada un año después, en 1999, como candidata a gobernadora de Buenos Aires por la Alianza, frente al justicialista Carlos Ruckauf. Integró entonces el gabinete nacional de Fernando De la Rúa como ministra de Desarrollo Social, del cual se alejó en 2001. Acaso las mismas idas y vueltas, avances y retrocesos, que caracterizaron su andar incansable desde fines de los 70.

En ese plan de revisar y debatir, siempre con la honestidad intelectual como bandera, Graciela Fernández Meijide también escribió cinco libros; además del ya mencionado Eran humanos, no héroes, se cuentan Derecho a la esperanza (1997), Historia íntima de los derechos humanos (2009), La ilusión, el fracaso de la Alianza visto por dentro (2007) y El Diálogo (2015).



A las corridas en su vida cotidiana, Graciela se hizo un lugar en su atribulada agenda para dialogar con Suma Política sobre las deudas de la democracia y los desafíos institucionales de cara al futuro. También repasó, con hidalguía y sin eludir responsabilidades, los sucesivos naufragios. Siguiendo al extinto líder alemán Konrad Adenauder, proclama: “Todo el mercado posible, todo el Estado necesario”. Critica con dureza la política actual: “El Estado tiene que estar para regular, no para repartir dineros públicos para paliar la pobreza. Eso no saca a nadie de la pobreza”, afirma.

—Los gobiernos democráticos que se sucedieron desde 1983 no consiguieron disminuir los índices de pobreza y desocupación; por el contrario, éstos crecieron dramáticamente, ¿qué piensa al respecto?

—Yo creo que los gobiernos que siguieron a la dictadura tuvieron que seguir luchando contra una característica de nuestro país, cual es la de tener una economía muy cerrada, muy poco competitiva. Si vos pensás, ves que el renglón que se hizo más competitivo, y que fue terriblemente despreciado por los Kirchner, fue el campo. Es decir, todo lo que tiene que ver con el campo —y que no tiene relación con esa oligarquía a la cual se refiere Cristina, despectivamente y con una mirada muy retrógrada—, son muchos chacareros que han progresado y que sobre todo emprendieron una modernización en los métodos de trabajo. Eso fue lo único que en la Argentina realmente avanzó. Tanto es así que después del desastre de la Alianza, que fue otro fracaso económico además de político, cuando aparece Néstor Kirchner y respira hondo, es cuando crecen todas las economías emergentes que producían alimentos, entre ellas la de Argentina, que crecía al 9 por ciento anual…

—¿Y qué pasó?

—¿Qué pasó? Pasó que en lugar de optar por formar un fondo anticíclico y fomentar la inversión en una relación muy estrecha de la educación con las nuevas tecnologías, por ejemplo, se optó por la clásica receta del peronismo, que es repartir plata para conseguir votos. Algo que no es exclusivo del peronismo, porque cuando uno va al interior de la Argentina no hay diferencias; eso también se ve en Jujuy y en otros lugares, no importa qué gobierno haya. Es esta cuestión de repartir plata para conseguir votos, en lugar de impulsar inversión para que haya trabajo genuino.

—O sea que usted piensa que la gran oportunidad para salir de la pobreza estuvo en 2003 y ahí se desaprovechó…

—Siempre que vos no crecés, es porque desaprovechaste algo. Porque si crece Paraguay comparativamente, que en el nivel educativo y tecnológico estaba mucho más atrasado que nosotros, ¿cómo no iba a crecer la Argentina si hubiese aplicado la racionalidad de una economía competitiva? Ahora, explicame vos también: ¿cómo es que Techint, por ejemplo, que es un gran productor de acero, en cuanto le amagan ponerle una competencia, pone el grito en el cielo? Es decir, ha habido también un empresariado mucho más proclive a vivir de lo que ofrece el Estado que a tomar la inversión de riesgo. Hoy por hoy, quien persista en ese sistema, y siguen persistiendo, se va alejando del mundo real. Fijate cómo China creció de la manera que creció, es cierto, con un Partido Comunista totalitario, pero se hizo capitalista.

—Aquí hubo gobiernos progresistas, neoliberales; todos fracasaron a la hora de estabilizar la moneda a largo plazo.

—Yo no diría neoliberales, sino con un intento de ser liberal.

—Me estoy refiriendo al gobierno de Carlos Menem, que llevó adelante todas las políticas de privatización de empresas públicas que recomendaba el Consenso de Washington de John Williamson de 1989.

—El gobierno de Menem y también el de Macri. La visión de Macri era equivocada: creyó que teniendo solamente una visión empresarial y contraponiéndola a una visión política se podía derrotar esta inercia. Pero no alcanzó.



—¿Por qué es tan difícil alcanzar un acuerdo entre los sectores económicos?

—Primero, porque la política es confrontación. Siempre es confrontación, aún en democracia, y confrontación dura. Lo que no ha habido es una visión realmente moderna. Para gobernar un país hay que combinar la historia de ese país, que vos no podés ignorar. Pero no para quedarte enganchado en el pasado como se queda enganchado el kirchnerismo, que saca a heroizar los 70, sino para pensar que eso existió, que tiene un relato y tiene gente que se aferra a eso; con esa gente, porque no la podés ignorar, tenés que hacer un esfuerzo sobre el tema educación. Nosotros no tenemos educación que oriente, a nuestros chicos les está yendo peor que a nadie en las pruebas de matemática; si querés llegar a las nuevas tecnologías, ¿cómo podés hacerlo no sabiendo matemáticas? ¿Cuántos ingenieros se reciben en la Argentina? Muy pocos. En China se reciben miles, ¿por qué?: porque saben que va a haber una demanda cada vez más competitiva y más exigente hacia esos lugares. En la Argentina vos dejás sin orientación a los jóvenes, y orientación significa que haya al menos un consenso, una idea general que establezca las cosas.

—¿Que establezca qué cosas?

—Hacia dónde queremos ir: ¿somos capitalistas o no somos capitalistas?, ¿este es o no es un país capitalista? Sí, es capitalista, ¿qué tipo de capitalismo queremos? Hago mías las reflexiones de Konrad Adenauer, ex canciller de Alemania, que decía: “todo el mercado posible, todo el Estado necesario”. Porque sabía que el mercado en sí mismo es impiadoso y el Estado tiene que estar para regular, no para repartir dineros públicos para paliar la pobreza. Eso no saca a nadie de la pobreza. Porque cuando vos tenés el tanto por ciento de desocupados en Rosario, por ejemplo, que recibirán tal o cual programa, pues bien: ninguno de esos programas va a sacar de la pobreza a esa gente.

—Dijiste antes “para gobernar el país hay que combinar su historia”; no entendí bien eso…

—Conocer la historia y conocer con qué te vas a enfrentar, no ser ingenuo. Tenés que saber. Macri no sabía, nunca supo bien, qué había pasado en los 70. Ni le importó. No se dio cuenta de que pervivía una fantasía de que se podía volver a esas circunstancias, siendo que en esas circunstancias, en los 70 (saquemos la violencia, dejémosla aparte) no había ni la décima parte de pobres que hay ahora. El tema es que el peronismo te habla de la comunidad organizada, te lo dice ahora Alberto Fernández, como si él fuera peronista, cuando su origen no viene de ahí. Y la comunidad organizada supone, desde la mirada de un militar, como era Perón, bajo las órdenes de él: “yo interpreto a la comunidad, yo la organizo”. Por eso (Raúl) Alfonsín no pudo modificar la CGT. Entonces, ¿la democracia fracasa en eso? Y sí, porque no alcanzó para dar vuelta lo que era una identidad muy fuerte. Alfonsín ganó, es cierto, y ganó con muchos votos peronistas, porque de lo contrario no hubiera ganado la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, (Ítalo Argentino) Luder sacó una cantidad enorme de votos prometiéndole amnistía a los militares. No sacó el 17 por ciento de los votos, como Hermes Binner cuando enfrentó a Cristina y esta sacó el 54, en 2011. Entonces hay que tener en cuenta que nuestro país es todo eso: es una muy fuerte corriente populista con la visión que tiene el populismo: hay alguien que interpreta la voz de ese pueblo, designa quién es ese pueblo, y el que no está dentro de eso es enemigo. No adversario, sino enemigo, y al enemigo hay que combatirlo…

—La teoría del consenso, que tanto se estudia en la ciencia política, ¿fracasó aquí?

—Al menos por ahora. No ha sido fácil, para quienes gobernaban, entender esto. Y, además, en esa voluntad de ser hegemónico siempre se ha perdido de vista que una de las cuestiones centrales de la democracia es gobernar, también, con las minorías.

—¿Dijiste que Alberto Fernández no es peronista?

—Claro que no. Alberto Fernández viene de la Unión del Centro Democrático, fue diputado de (Domingo Felipe) Cavallo. Es uno de esos que van cambiando de lugar. A ver: hoy se habrá hecho peronista, pero no mamó el peronismo. No me opongo a que la gente cambie de partido, tiene todo el derecho del mundo, pero que no diga que es lo que no es.



—¿Te ilusionás con la posibilidad de un acuerdo político nacional a largo plazo?

—A ver, tomemos algunos ejemplos de afuera que nos permitan pensar, aunque nada es exactamente igual. Israel estaba dividida entre los propios israelíes, más la división entre algunos de esos israelíes y los árabes, más su propio conflicto nacional con otros países árabes. Un país con más sectorización, imposible de encontrar. Sin embargo, con un consenso educacional y económico logró salir. Para eso tuvo que llegar al borde del abismo

—¿Estamos al borde del abismo?

—Yo creo que bastante cerca. Está bravo. Las medidas que toma (el actual ministro de Economía) Martín Guzmán son medidas que, si no se las sabotea Cristina, son lo que los mismos kirchneristas llaman neoliberales ¿Por dónde viene el recorte?: por los jubilados, por el empleo público. Vamos a ver qué hacen Cristina y La Cámpora frente a esto.

—¿Qué fue lo mejor que tuvo la acción política que concluyó en la Alianza?

—Lo mejor fue la aparición de un partido moderno que obviamente no sale de plumas de gallinas plantadas en un vergel, sino de restos de otros partidos. Estoy hablando del Frepaso, que en ese momento tenía una agenda moderna, yo diría socialdemócrata, bastante novedosa, y hubo que remar mucho para llevarla adelante. Con un muy buen armador, Chacho Álvarez, y dos buenos comunicadores, que éramos Chacho y yo, más Carlos Auyero. Fue un esfuerzo creativo realmente para lo que era el momento, con acompañamiento en las grandes ciudades y por eso forzamos a la Unión Cívica Radical a hacer la Alianza, porque fue una necesidad mutua. Fuimos uniendo sectores progresistas y más modernos, otros menos. Fue una acción bastante atrevida. También sucedió en ese contexto que la UCR tenía territorio; nosotros teníamos los votos, pero no presencia territorial, y no teníamos cómo fiscalizar las elecciones en el interior. Por ejemplo, nos “daban vuelta” las urnas a nosotros, así yo perdí la confrontación interna con De la Rúa. En el único lugar donde la gané, paradojalmente, fue en la ciudad de Buenos Aires, donde él era jefe de Gobierno, y sin embargo le ganamos, porque nosotros teníamos fiscales para controlar allí. En el interior era imposible…



—¿Está insinuando que hubo fraude?

—(risas) Porque no pudimos controlar los votos, entre otras cosas. Pero suponete que en cualquier caso me hubiera ganado, por el temor a una mujer, por la falta de costumbre de tener a una mujer como presidenta, por la figura de De la Rúa o por lo que sea: igual reivindico el esfuerzo de haber hecho la Alianza. Lamento que uno de los integrantes —y en eso me hago cargo porque tenía que ver con nosotros—, Chacho, a los diez meses “tiró la toalla”, cuando nuestro compromiso era luchar contra la corrupción. Y eso no se corrige en dos meses ni en diez, es un largo trabajo. Fijate lo que nos está costando que Cristina Fernández de Kirchner y todo su equipo, que robaron del Estado, den cuenta ante la Justicia.

—Está claro lo que reivindica de aquella construcción política ¿y qué fue lo peor?

—Lo primero fue que se rompió la Alianza políticamente, porque la condición de armar la fórmula De la Rúa-Chacho era para que estuvieran en ella los jefes de los dos partidos más importantes constitutivos, para demostrar justamente que no se iba romper. Y uno de ellos se va… Es tan grave como si se fuera ahora Cristina —aunque sería menos grave, desde el punto de vista de la coalición gobernante, que renunciara Alberto Fernández—. Lo primero fue eso y a partir de ahí, bueno, no haber tenido la visión de sacarnos de encima la Convertibilidad antes. Y quizás, si hubiéramos tenido la soja a 600 dólares cómo la tuvo tres o cuatro años después Kirchner en pleno kirchnerato…

—¿Cuáles son, hoy, los desafíos de la democracia argentina?

—Los desafíos de la democracia pasan por no dejar que se lleven puestas las instituciones. Hoy por hoy es defender el tema de la justicia. Si vos te fijás las cartas de Cristina, no tienen una sola mención a los problemas actuales, reales, de la gente. Ni a la pandemia en el tema salud, ni a la pobreza; no menciona la falta de educación del 60 por ciento de los chicos pobres, no menciona la falta de escolaridad durante este año, ni una palabra de todo eso. No son temas que le importen. El único tema que le importa es cómo modificar la Justicia para lograr la impunidad en las causas en las cuales está acusada. Bueno, ¿cuál es el desafío inmediato de los demócratas, los que somos republicanos? Que no se desarme la división de poderes. Si la Justicia termina siendo un juguete de la política, estamos firmando una vil indemnidad para cualquier candidato a futuro: “pueden robar tranquilos muchachos, no va a pasar nada…”.


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