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Sociedad

De pasión, desenfreno y muerte: cómo fue que el crimen organizado terminó por copar las barras bravas rosarinas

El bombo, las banderas, los puños bien cerrados, las armas de fuego, los negocios colaterales y el narcotráfico. La evolución de las barras del fútbol de la ciudad en los últimos 25 años es quizá la historia mínima de la genealogía del crimen organizado que se apoderó del mundo de la redonda y luego de las calles. Andrés “Pillín” Bracamonte fue la síntesis más acabada de la transformación de una barra de fútbol y con su asesinato el año pasado se salta a una nueva etapa, desconocida por todos y con niveles de violencia a riesgo de aumentar. Pero con una certeza: el narcotráfico llegó a los clubes para quedarse.

Carlos Pascual fue el primer barra de la ciudad. Más conocido como “El Tula”, su bombo pasó a ser un valor en sí mismo en las tribunas del estadio de Central. Fue el mismo bombo que paseó con la Selección en todos los mundiales desde 1974 hasta 2022. Con el Tula al mando, el instrumento de percusión identificó en las tribunas del viejo estadio canalla a los hinchas más fervorosos y quienes además se apropiaron de un espacio del estadio: la popular detrás del arco. Fue así como se formó la barrabrava, concepto que se consolidó por la fidelidad de los hinchas con el equipo y sus travesías para acompañarlo a todas las canchas del país, en tiempos donde los traslados en un vagón de tren eran todo un desafío en sí mismo.

Por entonces no dejaba de ser una barra de amigos con un denominador común: su pasión por el fútbol. Y fue esa esencia la que conservó el Tula en los últimos 30 años, ya alejado de Arroyito y su adopción de la pasión por la Selección. Con su carisma el Tula se creó un personaje que despertó empatía y logró el apoyo para sus viajes. Esas dádivas fueron fruto de su carisma, sin dudas. Pero el tiempo de la extorsión estaba próximo a llegar.


Carlos “El Tula” Pascual

Banderas y puños. En la década del 80 la geografía de un estadio de fútbol del país era clara para cualquier hincha. Atrás del arco iba la barra del club local. El paisaje y su conducta lo decía todo: grandes banderas, muchos bombos y una actitud incesante de aliento al equipo. Esas eran las barrabravas, toda una atracción. En aquellos años se dio la consolidación de las mismas, ya apropiadas de un espacio y un rol. Y empiezan a ser reconocidas por los propios actores del fútbol: los jugadores no dudaban en lanzar sus camisetas al sector donde se ubican “los hinchas caracterizados” y germina la relación con los dirigentes siendo el disparador la necesidad de entradas. Una transformación que hizo imprescindible la figura de un líder en una competencia ya abierta entre hinchadas.

Pedro Bismark fue el primer jefe de la barra de Newell’s con perfil alto que apareció en los escalones de la popular que da espaldas al Palomar. Echó su fama como “El Loco Demente”. Su postura de recio y figura musculada era todo lo que necesitaba para ganarse respeto en la tribuna e imponerse entre puñetazos ante cualquier desafío. El Loco Demente fue parte de una generación que revalidaba su condición de jefe a las trompadas. Era un acuerdo implícito en la popular que para ganarse el mando de la tribuna había que abrirse paso con los puños. Aún se recuerdan los partidos en el parque Independencia que se jugaban con el escenario de fondo mostrando a Bismark enredado en grescas generalizadas. Una barrabrava que tenía sus primeros privilegios: acceso a la indumentaria oficial del club, disponibilidad de entradas e incluso de micros para acompañar de visitante al primer equipo. Una barra que hacía uso de la coerción para hacerse de dinero por parte de los jugadores y que se adjudicaba la potestad de “visitar” al plantel cuando el equipo no encontraba las actuaciones que de él se esperaba en las tribunas. Hasta que aparecieron las armas de fuego para dirimir la puja de poder en los escalones de la popular y la violencia se expandió.

Los “códigos” en las tribunas se hicieron añicos con la irrupción de los hermanos Camino en la hinchada de Newell’s. Roberto “Pimpi” Camino necesitó de un revólver en la mano para echar a Bismark de la barra rojinegra en un recordado partido entre Newell’s y Unión en el Parque Independencia en 2004. A Bismark nadie lo sacó con una trompada. Él ingresó a la barra a los golpes y se fue cuando sintió el olor a pólvora. Entendió que su tiempo se había acabado. Lo que venía no respetaba ninguno de los mandamientos que pregonó en la popular.

El Loco Demente fue jefe de la barra de Newell’s en los primeros años de Eduardo López como presidente del club. Pero nunca actuó como el brazo armado del mandamás rojinegro. La irrupción de Camino transformó el paisaje en la tribuna y empoderó la figura de la barra como no se había visto antes en la ciudad.


Pedro “El Loco Demente” Bismark y Roberto “Pimpi” Camino

Violentos empoderados


Andrés “Pillín” Bracamonte lideró una disputa encarnizada con la familia Bustos, líderes del grupo “Los Chaperitos”, para apropiarse de la barra de Central. Una pelea que se libró con crímenes que fueron parte de las crónicas policiales de la ciudad. El último de ellos en 2010 con el asesinato de Juan Bustos, hijo de Juan Carlos Bustos, otrora jefe de la barra de Central. En el año 2000 Bracamonte ganó la pelea con los Bustos a vainas servidas y tomó el paravalancha del Gigante con apenas 28 años. Pillín se hizo del control de la popular canaya a pura violencia y fue así como impuso su figura en el club. Hizo de la barrabrava un lugar para hacer grandes negocios y rápidamente tomó el perfil del barra millonario, omnipresente en el club, con poder total.

Bracamonte dedicó sus primeros años en la tribuna a constituir cimientos de la barra propiamente dicha. Su primer círculo de confianza lo hizo con aquellos amigos con los que iban a ver a Central en su juventud. A su llegada a la tribuna los cambios se vieron rápidamente: la barra fue implacable con aquellos hinchas que le robaban en la popular a otros hinchas. La figura de Pillín fajando al ladrón ocasional en la tribuna para devolver a la víctima su pertenencia la puede contar cualquiera que fue al Gigante en los primeros años del siglo. Bracamonte regó de “seguridad” la popular y ese fue su primer paso para ganarse la empatía de todos los simpatizantes en Arroyito.

En simultáneo Bracamonte echó a andar su máquina de generación de dinero. Pero en vez de encontrar a los dirigentes como un obstáculo para sus propósitos logró que fueran ellos una pieza de su maquinaria. Fue allí cuando los socios vieron la verdadera cara del “justiciero” de la popular.

La última dirigencia de Víctor Vesco llegó a las elecciones del año 2002 con un club fundido y debió hacerse de los servicios de “Pillín” para superar las elecciones. Los carnets de la barra salvaron a la Comisión Directiva pero no al club. Eran tiempos de fácil manipulación del padrón y nula participación de los organismos de control en las entidades civiles sin fines de lucro. El derrumbe en Arroyito llegará años después. Pero aquella elección mostró por primera vez la presencia intimidatoria de la barra ante los socios. Los violentos de la tribuna ya formaban parte de la vida cotidiana del club. Y los primeros réditos económicos fortalecieron a Bracamonte en la popular. Pillín agrandó la barra a fuerza de dinero. Armó una estructura de liderazgo piramidal, la cual lo tenía por encima de todos, y derramó gran parte de sus primeros ingresos en forma proporcional al rol que asumía cada uno en la tribuna.

Es que al ser pieza clave en las elecciones de 2002 para el otrora oficialismo, el jefe de la barra fue por más. Se quedó con el control del estadio cuando era alquilado para otros espectáculos y ejercía una extorsión infalible: el día del show mostraba al productor del espectáculo las llaves de los candados que abrían los portones de las esquinas del estadio. “Si las abro entran todos”, aclaraba sin levantar las voz pero con mirada firme. Después de pagar el alquiler formal había que pagar el otro, no explicitado en el contrato, y el más caro. Pillín contaba los billetes delante de su víctima. La humillación era una técnica que agrandaba su figura. 

Por entonces también visitaba a los jugadores del plantel con frecuencia. Pero más anónimas eran las visitas a Granadero Baigorria, donde entrenaban las divisiones inferiores, el lugar donde se podían encontrar las pepas de oro en las piernas de cualquier juvenil. Bracamonte lanzó tentáculos y se apoderó del pase de algunos de los juveniles. Sus servicios tenían garantía: con el jefe de la barra crecían las chances de debutar en Primera. En sus primeros años al frente de la barrabrava de Central Bracamonte había montado en Arroyito su propia empresa y con resultados económicos extraordinarios. El estadio, el estacionamiento de la cancha, los puestos de venta en los alrededores del estadio y su ascendencia en Granadero Baigorria habían hecho una anécdota el control de las entradas, la primera fuente de recursos de los barras. A fuerza de billetes Bracamonte consolidó su liderazgo en el paravalancha y no tardaría en multiplicar sus inversiones para intentar blanquear su presente económico.


Andrés “Pillín” Bracamonte

Pimpi, el líder barrial


Bracamonte libró sus mayores peleas con los Bustos fuera del estadio. Roberto Pimpi Camino, en cambio, se abrió paso en la popular de Newell’s con las armas en la mano. Su mensaje tenía doble filo: para echarlo había que cargar las pistolas. Conscientes de los riesgos que habían asumido al evitar dar la pelea con los puños, los Camino se abocaron rápidamente a formar una hinchada numerosa y que además contagiaba pertenencia e identificación a sus miembros. Eduardo López, por entonces presidente, vio la oportunidad. López se apoyó en su influencia en Tribunales para evitar las elecciones en el año 2000. Una estrategia difícil de sostener en el tiempo después de la pantomima de 2004, cuando sacó las urnas en momentos que el equipo daba la vuelta olímpica en cancha de Independiente. Pensando en los comicios de 2008 se hizo del brazo armado de la nueva barra. López y Camino formaron un matrimonio por interés. Pero no fue improvisado. Para delegar todo el poder del estadio en la barra el presidente llevó adelante una propuesta insólita: para ser socio de Newell’s no era requisito pagar cuota. Una medida insostenible desde lo económico para el club pero por entonces López se había apropiado de la institución por los problemas legales que tenía para mantener abierto su Bingo de Entre Ríos y San Lorenzo, su principal fuente de ingresos.

Con la máquina de hacer carnets en manos de Pimpi en barrio Municipal los leprosos eran mayoría. Una política expansionista inédita que Camino extendió a la zona sur con una metodología cronometrada. La barra te daba el carnet, te llevaba al Coloso y te traía. Los Camino llegaron a trasladar más de cinco mil personas a la cancha. Una fuerza de choque en los hechos. Pimpi era la figura más importante del barrio. Y para su gente no había nunca un “no”. Camino era el que te llevaba a la cancha pero también el que te regalaba las aberturas para terminar tu casa. Sus actos de “generosidad” hicieron explotar su figura. Su influencia tuvo las características del capo mafia. Y las tribunas de Newell’s explotaron de hinchas.

Pero los Camino tenían una debilidad: su dependencia de López. Así como Bracamonte en Central fue el que se impuso ante cada Comisión Directiva que asumía y le marcaba la cancha, Camino ante el socio de Newell’s ejerció tanta violencia que su figura quedó ligada directamente al huraño presidente del club. La barra de Pimpi amedrentaba socios en las asambleas, al extremo de apoyar la punta de un cuchillo en la espalda de un opositor en momentos que estaba haciendo uso de la palabra. Para los opositores hacía uso de la intimidación con técnicas mixtas: una pintada en el lugar de trabajo, los golpes en las tribunas del Coloso o el control y seguimiento a pie por varias cuadras a solo diez metros de distancia con la víctima.

La situación pasó a ser demencial cuando la barra de Pimpi tomó el control total de la peatonal Córdoba en febrero de 2006 para evitar una concentración convocada por opositores. De Dorrego a Sarmiento las intersecciones en calle Córdoba quedaron bajo control de los barras, quienes impidieron la circulación a toda persona identificada con los colores rojinegros o bien ya reconocidos como opositores.



El poder a sus pies


Bracamonte y Camino llegaron a tener más poder que el propio presidente de su respectivo club. Una situación a la que se llegó por la impunidad que gozaron ambos. Bracamonte fue considerado en 2010 por el fiscal Esteban Franicevich como “un león hervíboro”, en la prueba más concluyente de la mirada que la Justicia tenía sobre el jefe de la barra de Central. En Newell’s la impunidad para Camino se la garantizó el propio López, quien en Balcarce y Pellegrini se movía con más sagacidad que en la Asociación del Fútbol Argentino.

La causa penal contra la dirigencia de López abierta en 2009 nunca avanzó hacia una condena. Pero las pesquisas dejaron testimonios de la influencia de Pimpi. El jefe de la barra llegó incluso a tener el control de la caja del club en la sede del Parque Independencia y gozó de una administración total del estadio cubierto. Todo en el club era de la barra. Y López hizo de su brazo armado un método: la barra ingresó armada al vestuario de Bella Vista para intimar a los jugadores porque no paraban de reclamar por el cobro de los sueldos en 2006.

Bracamonte hizo una industria alrededor de la barra de Central y las unidades de negocios se multiplicaron. Pimpi hizo de la barra de Newell’s una fuerza de choque para sostener a López. Y con la caída del presidente en las urnas los Camino recibieron el rechazo unánime del hincha. En las tribunas del Gigante y el Coloso se abría paso a una nueva transformación. Solo Bracamonte se adaptará para sobrevivir.



El narcotráfico y la redonda


Las bandas dedicadas al narcotráfico en la ciudad mantuvieron durante algunos años cierto anonimato. Bracamonte advirtió el avance de Los Monos como grupo organizado dedicado a la venta de drogas y antes de que se conociera su nombre en el mundo del delito construyó amistad con Claudio “Pájaro” Cantero. Pillín era líder de una barra de fútbol, el Pájaro de una banda dedicada a la venta de estupefacientes. Nunca fueron socios en los negocios. Los unía cierta admiración mutua.

Durante los 25 años de mando que ejerció Bracamonte en Arroyito la arquitectura de mando de Los Monos pasó por muchos cambios. Al Pájaro Cantero lo asesinaron en 2013 en una puja entre bandas de narcos. La sucesión la tomó su hermano Ariel “Guille” Cantero. La familia Cantero, en pocos años, sufrió una grave dispersión entre miembros asesinados y detenidos. Desde la celda Guille se dedicó a extender sus negocios para retomar ideas truncas de Claudio.

Porque el primer asalto para tomar la hinchada de Newell’s por parte de Los Monos fue en 2011. En su intento por asesinar a Diego “Panadero” Ochoa, por entonces jefe de la barra leprosa, Los Monos balean en el acceso a la autopista a Buenos Aires el micro que traía a la hinchada de un partido en cancha de Huracán. Una de las balas le quitó la vida al chico Walter Cáceres.


Diego “Panadero” Ochoa

Ochoa no buscó venganza sino un pacto. Y lo hizo. Llegó a un acuerdo de convivencia con Los Monos por el cual el jefe de la hinchada se comprometió a no hacer lugar en la popular a ninguna banda dedicada a la venta de drogas y a cambio no le desafiaban su liderazgo en el Coloso. Un acuerdo que se respetó incluso después del asesinato del Pájaro Cantero y que se dio por terminado cuando el propio Ochoa hizo saber en 2016, ya con dos años de detención, que renunciaba a toda pretensión de conservar el control de la barra rojinegra desde su celda.

Los Monos tomaron el mando de la barra de Newell’s en octubre de 2016 en un partido con Gimnasia y Esgrima en el Coloso donde para dar anuncio de su conquista colgaron una bandera de recuerdo a Daiana Cantero, fallecida en un accidente de auto.

El desembarco de Los Monos en el Parque Independencia tuvo réplicas instantáneas en Arroyito. Bracamonte preservó su lugar de mando en Central en un arreglo que lo obligó a rendir cuentas a Los Monos. Martín “Pitito” Martínez pasó a ser el nexo entre Pillín y Guille Cantero. Martínez, hoy detenido por encubrimiento y bajo sospechas de haber instigado el crimen de Pillín, era un conocido miembro de la barra canalla, aunque nunca fue parte del círculo de confianza de Bracamonte; por el contrario, tuvo un rol marginal. El protagónico de Pitito en la barra llegó con la “designación” que le puso Guille Cantero. Los Monos administran a gusto desde hace años las barras de Newell’s y Central, con matices entre una y otra en cuanto a la gestión. Bracamonte sobrevivió a todos los cambios en el ámbito del crimen organizado en la ciudad en casi tres décadas de mando en la popular del Gigante. Se lo devoró el narcotráfico. El mismo que arrasó con todo en la ciudad y se apropió también de los bombos y las banderas del Gigante y el Coloso.


Fotografía: Diario La Capital

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